Netanyahu, Trump, Europa... los rostros de la indignidad Gaza: el grito silenciado de la humanidad

Mientras, la comunidad internacional oscila entre impotencia y complicidad, bloqueando resoluciones de paz. “La guerra es siempre una derrota”, dijo el Papa Francisco. Pero Gaza es más: un espejo moral que interroga nuestra conciencia. Rostros incontables nos dicen: “No matarás”
Nada de esto sería posible sin la complicidad activa y el sostén geopolítico de Estados Unidos. Donald Trump es el verdadero padrino político de esta tragedia
Quienes callan por cálculo geopolítico se hacen cómplices; quienes justifican la masacre con eufemismos, verdugos; quienes actúan con misericordia y exigen justicia, portadores de esperanza
Quienes callan por cálculo geopolítico se hacen cómplices; quienes justifican la masacre con eufemismos, verdugos; quienes actúan con misericordia y exigen justicia, portadores de esperanza
| Evaristo Villar
Desde hace casi dos años, Gaza, una franja de 365 km² con casi dos millones de habitantes, se ha convertido en una trampa mortal y el rostro del sufrimiento humano.
Más de 60.000 personas han sido asesinadas —siete de cada diez civiles, un tercio niños—, una generación borrada. El resto sobrevive sin comida (la ONU advierte hambruna) y sin medicinas (hospitales destruidos, convertidos en morgues). Ciudades con siglos de historia han sido reducidas a polvo y la muerte es horizonte cotidiano.
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Mientras, la comunidad internacional oscila entre impotencia y complicidad, bloqueando resoluciones de paz. “La guerra es siempre una derrota”, dijo el Papa Francisco. Pero Gaza es más: un espejo moral que interroga nuestra conciencia. Rostros incontables nos dicen: “No matarás”.

Netanyahu, Herodes de nuestro tiempo
El gobierno de Benjamin Netanyahu ha rechazado sistemáticamente las iniciativas de alto el fuego, incluida la promovida por Egipto, y, en lugar de detener la masacre, ha aprobado la construcción de 3.400 nuevos asentamientos en Cisjordania, una política que busca hacer irreversible la ocupación, y ha declarado su intención de ejercer la “ocupación total de la ciudad de Gaza”. Se trata de un proyecto de muerte que ha convertido a Israel, fundado tras el trauma del Holocausto, en un Estado señalado por la Corte Internacional de Justicia por crímenes de lesa humanidad.
La filósofa Hannah Arendt, en su análisis de la banalidad del mal, advirtió: “la violencia puede destruir el poder, pero es incapaz de crearlo”. Netanyahu encarna la figura de Herodes, el gobernante que, según el Evangelio, ordenó la matanza de los inocentes (Mt 2,16) por miedo a perder su poder. Cada niño palestino muerto bajo las bombas confirma ese paralelismo: la brutalidad calculada contra los más indefensos. Algunos lo identifican incluso con la Bestia del Apocalipsis, símbolo del poder que, cegado por una ideología de seguridad nacional absoluta, devora y destruye todo a su paso, incluida la propia alma de su pueblo.

Donald Trump, padrino del genocidio
Nada de esto sería posible sin la complicidad activa y el sostén geopolítico de Estados Unidos. Donald Trump es el verdadero padrino político de esta tragedia. Durante su presidencia, rompió con décadas de consenso internacional al reconocer Jerusalén como capital indivisa de Israel, legitimó asentamientos ilegales considerados así por el derecho internacional y desmanteló los acuerdos de paz al retirar el apoyo a la solución de dos Estados.
Hoy, desde su influencia en el Partido Republicano, sigue defendiendo a Netanyahu en el Consejo de Seguridad de la ONU, bloqueando resoluciones de condena con su poder de veto, garantizando un flujo constante de armas y recibiéndolo en la Casa Blanca como aliado preferente. Todo ello pese a que la Comisión Internacional de Justicia ha señalado a Israel por crímenes de guerra y genocidio. Netanyahu ejecuta, pero Trump le proporciona el escudo de impunidad. Ambos representan hoy día el Armagedón bíblico.
Noam Chomsky, analizando el poder estadounidense, acuñó el término “Estado canalla” para definir a aquellas naciones que desprecian el derecho internacional. Con sus acciones, Trump no sólo apoya a un aliado, sino que avala y financia la transformación de Israel en eso, en otro Estado canalla.

Europa humillada y la esperanza de los testigos
La Unión Europea aparece impotente, dividida y moralmente avergonzada. Alemania, en particular, carga con el peso de una Staatsräson (razón de Estado) profundamente contradictoria: sostener hoy con armas y diplomacia a un Estado acusado de genocidio, mientras proclama el “Nunca más” del Holocausto como su máximo compromiso moral.
Esta parálisis recuerda al “hombre unidimensional” de Herbert Marcuse, atrapado en un sistema que prohíbe criticar a ciertos aliados, anulando su capacidad moral. El profeta Isaías gritaba: “¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, que cambian las tinieblas en luz y la luz en tinieblas!” (Is 5,20). Esa denuncia se hace actual en cada silencio europeo.
Un gesto como el delPapa León XIV, entrando en Gaza y abrazando a los supervivientes, podría sacudir la conciencia mundial. Pero para que este gesto fuera verdaderamente revulsivo, debería ir acompañado, mientras dure, del cierre de todas las iglesias e instituciones católicas del planeta. ¡La humanidad que se mata en Gaza lo exige!
Pero, frente a la pasividad de los poderosos, surge la esperanza de los testigos. Un gesto como el delPapa León XIV, entrando en Gaza y abrazando a los supervivientes, podría sacudir la conciencia mundial. Pero para que este gesto fuera verdaderamente revulsivo, debería ir acompañado, mientras dure, del cierre de todas las iglesias e instituciones católicas del planeta. ¡La humanidad que se mata en Gaza lo exige!
También una visita del Secretario General de la ONU a los campos de refugiados, compartiendo hambre, enfermedad y miedo, sería, antes de que se apague el débil eco moral de eta institución, un buen aldabonazo. Aunque ninguno de estos actos detenga las bombas, serían signos proféticos que podrían agrietar el poder irracional y recordar, como afirmaba Edward Said, que la resistencia comienza al dar testimonio y negarse a aceptar la voz única del más fuerte.

Compromiso con la vida
La guerra en Gaza no es un conflicto lejano entre dos bandos equidistantes: es la prueba definitiva de nuestra humanidad, un punto de inflexión ético para nuestra era. Quienes callan por cálculo geopolítico se hacen cómplices; quienes justifican la masacre con eufemismos, verdugos; quienes actúan con misericordia y exigen justicia, portadores de esperanza.
El Evangelio proclama: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9). Decir “basta” al genocidio no es una opción política, es una obligación moral ineludible.
Gaza, tierra de milenaria historia, debe dejar de ser infierno para ser semilla de vida. Solo así el clamor de sus mártires se transformará en la fuerza que, “libere la historia” de su continuum de violencia y le devuelva dignidad al relato humano. El futuro juzgará dónde estuvimos cada uno de nosotros y nosotras, y como sociedad mundial, cuando Gaza gritó.
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