La energía de cinco adolescentes feministas


Acaban de comenzar las vacaciones en una ciudad costera de Turquía. Lale, la pequeña de cinco hermanas adolescentes y huérfanas, se abraza a su profesora predilecta. Antes de regresar a casa, aprovechan un momento de libertad en la playa para bañarse, con los uniformes puestos, junto a unos chicos, con los que juegan subidas a sus hombros a derribarse mutuamente en el mar. Es la única escena de fresca y alegre libertad de estas chicas que, en el calor del verano, viven encerradas en una auténtica prisión: la casa de familia controlada por la abuela y su hijo, un tío de las niñas, en el más retrógrado puritanismo islámico tradicional.

Los juegos de la playa son magnificados por los tutores como una obscenidad y reaccionan en consecuencia convirtiendo el domicilio en un recinto inexpugnable a base de rejas y cerrojos. Todos los objetos relacionados con la femineidad y libertad son requisados: peines, coloretes, ordenadores y teléfonos. La obsesión es situarlas en la vida a través de pactos matrimoniales, mediante la fórmula tradicional de concertar las bodas sin consentimiento de las chicas. Todo el film se centra en el desarrollo de esta anécdota, muestra la vitalidad de estas cinco adolescentes por ingeniárselas y desarrollar su instinto femenino en un mundo de represión.

Con esta película, la realizadora Deniz Gamze Ergüven nacida en Ankara (1978), nos ofrece su opera prima rodada en Inebolu, región situada a 600 kilómetros al norte de Estambul, que, estrenada en Cannes, ha logrado varios premios César, el Goya a la mejor película europea y una nominación al Oscar de Hollywood. Curiosamente fue presentada por Francia, a pesar de haber sido rodada en turco y en Turquía. Quizás porque esta fresca y brillante película ha provocado la polémica en la Turquía de Erdogan, un presidente cada vez más dictatorial, que está empeñado en islamizar la educación y la sociedad en su conjunto. La realizadora admite que las reacciones en su país de origen fueron tan apasionadas como polarizadas: ”Turquía es un país de extremos, y hubo reacciones muy violentas en las redes sociales, que me afectaron muchísimo. Pero la película está impregnada del ambiente que se respira en mi país. La escena en la que los móviles de las chicas son confiscados, por ejemplo, es muy representativa de un país donde se ha prohibido Twitter, y donde se recortan los derechos y las libertades todos los días”.

A partir de un buen guion y sobre todo apoyada en una excelente interpretación, Deniz Gamze, consigue atraparnos en el universo cerrado de estas cinco ninfas encantadoras, repletas de espontaneidad y alegría, en su lucha por romper el forzado cascarón que las oprime. El film se caracteriza por su fluidez y ritmo desde esta única anécdota, aunque demoledora: la opresión a la libertad de la mujer a partir de unas tradiciones religiosas y morales anacrónicas. La tesis de Mustang es que, como los caballos salvajes que dan nombre a esta obra, la vitalidad, la energía femenina, es un torrente que, por muchos diques que se le pongan, acaba rompiendo compuertas. Escenas como las de los muchachos que escriben mensajes de amor en la carretera, o los esfuerzos de Lela para salir a ver un partido de fútbol o aprender a conducir, son muestras de este ímpetu que atraviesa su denuncia feminista por la libertad. “Cada vez que vuelvo a Turquía, cuenta la cosmopolita Deniz Gamze Ergüven, me impacta muchísimo que todo lo que tenga que ver con la feminidad se relacione siempre con el sexo”.

La mayor virtud de Mustang es sin duda la naturalidad. Naturalidad en el manejo interpretativo de este manojo de lolitas que se mueven a borbotones de risas y deseos. Naturalidad en la ubicuidad de la cámara, dentro incluso de los espacios cerrados. Y naturalidad, desde luego, en saber denunciar casi como un divertimento hasta liviano y regocijante primero, claustrofóbico al final, presentando el problema como una tragedia habitual. Que contrasta por ejemplo, con escenas tan lacerantes, como la comprobación, mediante la intervención de un médico, de la virginidad de una de las chicas, porque no ha manchado en la noche de bodas.

La realizadora admite reminiscencias de Las vírgenes suicidas (Sofia Coppola, 1999), con la que se la compara, pero prefiere subrayar que, para Mustang, se inspiró sobre todo El hombre de Alcatraz (John Frankenheimer, 1962) ya que, aunque ocurra en el ambiente familiar de una casa, la tensión dramática está emparentada con la del cine carcelario. O incluso Salò o los 120 días de Sodoma (Pier Paolo Pasolini, 1975), por su manera de evocar, en forma de cuento, una sociedad en lucha contra el fascismo. La cineasta compara al tío de las niñas, que ejerce de villano del drama y no tiene nada de caricatura, con el padre de La cinta blanca (M. Haneke, 2009) y su relato de los orígenes del Nazismo.
No sé si hay que encontrar tantas influencias para una historia en el fondo bastante simple. De todas formas es en cierto modo lógico que Mustang no obtuviera el Oscar, en competición con otros films extranjeros de mayor calado. Se trata en conclusión de una película bien realizada, excelentemente interpretada y sin duda mejor intencionada. Pero no deja de ser un relato anecdótico y lineal, un testimonio fresco y vital, que no aspira más, en cuanto a profundización y complejidad ideológica o narrativa.
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