El Dios de los imperfectos

A Jesús de Nazaret le crucificaron por “imperfecto”. Los que se creían perfectos fueron sus verdugos hasta transformar el Templo de Jerusalén en el mayor ejemplo de exclusión de la misericordia divina. Impuros era una categoría muy amplia: los que no eran judíos, las mujeres, los niños, quienes se dedicaban a ciertas profesiones -por ejemplo, los pastores testigos del nacimiento de Jesús-, los que trabajaban en sábado, los que tenían defectos físicos o algunas enfermedades, etc., etc. Este concepto de pureza es el auténticamente impuro, además de enfermizo y para nosotros aleccionador en la medida que sigue ocasionando terribles exclusiones al deformar el verdadero mensaje de las Escrituras.

Aquella sociedad estructuralmente injusta fue la que se encontró el Mesías. Podemos imaginarnos fácilmente que en estos tiempos no le hubiese ido mejor; quizá hoy no hubiera completado ni aquellos tres años (quizá fue algo menos) de vida pública, dado lo peligroso, por actualísimo, de su mensaje. Siempre se ha dado en la historia de las religiones y de los grupos y estructuras de poder la consigna de que lo débil no es ganador y por tanto, no interesa más que como objeto de provecho. Siempre han existido, en presente continuo, grupos religiosos que gustan equiparar a los perfectos con los preferidos de Dios. Teófilo Cabestrero, claretiano, lo refuta con sencillez luminosa en su libro El Dios de los imperfectos, que acabo de releer con verdadero interés y gozo. Este pequeño gran libro desmonta esa lógica idólatra que pretende vendernos la lógica del Dios y del Jesús en los evangelios contraria a los imperfectos como los preferidos de Dios porque necesitan y están abiertos más que nadie de sanación y cuidado. Los que se consideran “mejores” no pueden entender el verdadero mensaje de la Navidad en un pesebre adorado y anunciado por impuros.

Seguimos confundiendo la perfección cristiana -misericordiosa- con nuestro concepto perfeccionista que es incapaz de acoger la verdadera liberación del Amor. Jesús volvería a ser confundido con un rey temporal al que se le sigue por sus poderes curativos y liberadores del yugo romano. Y los considerados puros y perfectos, le calumniarían hasta matarlo de nuevo como a los peores malhechores con el beneplácito o la indiferencia general. Esto es parte esencial de la Navidad.

Pero Jesús consintió el dolor físico, psicológico y afectivo; padeció la traición y la zozobra a la que sometieron su proyecto no correspondido a su entrega total de amor, a todo lo bueno que Dios había puesto en el mundo. Él quiso pasar por la imperfección humana del fracaso, del miedo a sufrir y a morir, la soledad, la cobardía la incomprensión, que las cosas no ocurriesen según lo previsto… Todos los contratiempos y dificultades imaginables que se llevaron mucha oración y un total abandono en las manos del Padre. No le escatimaron nada. Esto, también es parte esencial de la Navidad. Hasta que su éxito y su gloria llegaron desde una determinada actitud: amando sin reservas.

Como dice Cabestrero, siempre que hablamos de la “vida cristiana” sin recordar antes qué es vivir humanamente y cómo vivió Jesús, corremos el riesgo de ‘inventar’ una “vida cristiana” no inspirada en él, e incluso impropia de la vida humana digna. Así se ha falseado repetidas veces la “espiritualidad cristiana” a lo largo de la historia.

Jesús sufrió a base de bien, pero nos trasladó con su ejemplo la revolución del que ama con misericordia, es decir, de “quien pone su corazón con ternura en nuestra miseria”. La famosa puerta estrecha del Evangelio. Por eso podemos decir que vivimos en una permanente Navidad, llenos de imperfecciones, pero con un Dios que nos ha hecho a su imagen y semejanza; y si aceptamos su amor, es para vivirlo de igual manera, imperfecta, pero humilde y llena de confianza.

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