¿Recuerdas? Eran las cuatro de la mañana. Oías las voces noctámbulas de Noche Vieja y ya no conseguiste dormir. ¡Tres horas largas de Año Nuevo, las primeras, dedicaste a la oración! A formular propósitos. Y los transcribiste al papel con espíritu decidido.
Cuando agonizaba el 90 redactaste el balance de tus frutos y realidades. No habías conseguido cumplir a plenitud tus firmes deseos. Pero sí habías avanzado con paso firme.
¡Demos gracias a Dios!
Con frecuencia lo habías oído: la oración debe ir unida al sacrificio. Por ese camino se deslizaron las determinaciones del año pasado. Por la misma senda continuarán en el presente.
Lo has experimentado. Ves la total necesidad. Cuando te apegas a las cosas sensibles o espirituales, tu amor a Dios se debilita. La misma oración baja de tono. Si, por el contrario, practicas el desprendimiento afectivo y efectivo, gana quilates tu relación íntima con Dios. Pide al Señor fuerza; y formula de nuevo, sí, tus propósitos para el año 92. Admite también las purificaciones pasivas, verdadero regalo de Dios para el espíritu inclinado al placer.
Tu vida familiar y de trabajo, tu acción colaboradora en la difusión del Evangelio, tomarán un rostro nuevo de eficacia y fervor. Y suplícale al Padre todos los días del año: "Señor, dadnos el don de oración, dadnos el don de la abnegación." Así cumplirás mejor tus propósitos. Podrás comprobarlo.
José María Lorenzo Amelibia
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