El futuro de los sacerdotes secularizados
Ha sido noticia durante los últimos años el sacerdote que, dispensado de su carga del celibato y de todas las demás obligaciones inherentes a su ordenación, ha dejado la clerecía y ha entrado del todo en el mundo de los seglares, aunque siempre seguirá siendo sacerdote. Ahora, con la probable designación de diáconos casados en la próxima plenaria, y acercamiento de los secularizados al trabajo pastoral, el tema de la reincorporación vuelve a ser noticia.
Reacciones de todo tipo han acompañado el fenómeno de la secularización: desde los que se escandalizaban, llamando a estos “desgraciados”, traidores a su compromiso a la Iglesia, hasta quienes los apodaban héroes porque han sabido realizar su vida con dignidad, a pesar de un sinnúmero de presiones de tipo social y familiar.
Muchas revistas y periódicos se han hecho eco de estas reacciones, y han tomado parte por uno, por otro o por el de en medio, o se han limitado escuetamente a recoger opiniones.
El celibato en los tiempos apostólicos
Ninguno como Pablo ha penetrado en la excelencia de la virginidad y ha ahondado en su motivación. Basta leer el capítulo siete de la primera a los Corintios.
Las tendencias gnósticas exageraron el valor de la castidad absoluta. La respuesta de Pablo fue realista y humana y, al mismo tiempo sobrenatural: recomienda el matrimonio para la generalidad de las personas. Incita a la virginidad a aquellos que tienen el carisma de la misma. Aconseja que se cambie lo menos posible de estado y condición de vida, a no ser que se opongan a la realización de la vocación cristiana.
Tiene predilección por la virginidad, que antepone al estado de matrimonio; pero no la impone a nadie. No quiere cazar a ninguno, porque él no presume de fuerza y respeta la libertad de los demás.
Parece que organizó comunidades de jóvenes de ambos sexos que vivían en castidad perfecta, pero sin votos, con un compromiso o decisión más o menos estable. En cualquier momento, sin trabas de ninguna clase, podían contraer matrimonio si lo deseaban. Lo absoluto en la vida religiosa: votos definitivos, compromisos de por vida, es muy posterior a los tiempos apostólicos.
El CONCILIO DE ELVIRA
A partir del siglo III se convierte el sacerdocio en una función social. No era todavía una obligación el renunciar al matrimonio para servir a Dios como sacerdote. La Didascalía no indica que los clérigos fuesen en este punto diferente de los demás hombres. Pero existía una corriente que impulsaba al celibato a los que recibían las órdenes mayores.
El concilio español de Elvira, del año 300, basándose en la tendencia existente, dice: “Está prohibido a los obispos, sacerdotes y diáconos, es decir a todos los clérigos consagrados al ministerio del Altar, mantener comercio con sus mujeres y engendrar hijos; y quienquiera que infrinja esta prohibición será depuesto de la clerecía”. Medida rigurosa de un concilio particular, pero que tuvo una importancia inmensa en toda la Historia de la Iglesia Occidental.
En la mente de Cristo no estaban unidos sacerdocio y celibato. De hecho los Apóstoles no lo entendieron unido.
A partir de Elvira se fue implantando la costumbre como ley. Ley que entonces no se cumplió. Constantemente se transgredía esta disposición de continuo ha habido un forcejeo entre jerarquía de la Iglesia y el clero; para sostenerla los primeros y liberarse los otros de esa normativa. En la última década que nos precede ha sido mayor el forcejeo. Recordemos el concilio de Holanda y el Sínodo de 1971.
En tiempos de la Inquisición se vigiló mucho este particular, y fueron numerosos los clérigos procesados por no cumplir la ley del celibato, haciéndose, al no cumplirla, sospechosos de herejía.
Ha habido largas épocas en las que era poco menos que imposible que los clérigos consiguieran la dispensa del celibato. Se exigía para ello la falta de libertad en el momento de la ordenación o la ignorancia de las obligaciones que asumían. Mas para que nadie pudiera alegar esto último, era preceptivo a los futuros ordenandos formular un juramento en el que afirmaban que conocían las obligaciones respecto al celibato que iban a abrazar.
A pesar de todo, en momentos harto difíciles, en pleno dominio de la Inquisición española, César Borgia, arzobispo de Valencia, obtuvo para el bien de su alma, la secularización, concedida por el Papa Alejandro VI, después de consultar al colegio cardenalicio.
Una apertura por humanidad
En el pontificado de Pío XII era muy difícil todavía, aun comprometiéndose el sacerdote a no ejercer el ministerio, obtener autorización para el matrimonio. No obstante hubo varios casos en que los pastores protestantes, convertidos al catolicismo, podían hacer vida matrimonial y pertenecer a la clerecía y sacerdocio católico.
Juan XXIII por razones humanitarias, comienza a conceder dispensas para contraer matrimonio a sacerdotes, aun sin existir las causas canónicas de falta de libertad o ignorancia de compromisos en el momento de la ordenación.
El 24 de junio de 1967 publica Paulo VI una encíclica sobre “El celibato sacerdotal” en la que de modo oficial se regulan los casos de dispensa. Los números 83 a 87 de la misma tratan sobre el particular. Y sorprende el tenor con que están redactados estos números: hablan de que el corazón del Pontífice se vuelve con paterno amor hacia aquellos hijos “desgraciados”, mas siempre queridísimos, que manteniendo en su alma impreso el sagrado carácter, fueron o son desgraciadamente “infieles” a las obligaciones contraídas. Repite otras dos veces la palabra “desgraciado” refiriéndose al sacerdote liberado de sus votos. Califica de “defección” el hecho de pedir y obtener la secularización. Contrapone al dispensado con el gran número de sacerdotes sanos y dignos.
A quien ha pasado en su vida por optar de la clerecía al “estado laical” le duele en el alma el que se le conceda con amor esta gracia, y a la vez se le humille con esta palabras nada halagüeñas. Con veneración y respeto hacia el Sumo Pontífice, pero con la angustia de tantos que, en una honradez total ante Dios, ante su conciencia y ante la Iglesia, salieron un día por la puerta grande, mi queja ante esta palabras que hieren la sensibilidad de la persona y a la vez su dignidad.
El proceso de seculariazación del sacerdote
El solicitante envía una instancia al Santo Padre por medio del tribunal ordinario de la diócesis (1) en el que suplica se le exima de todas las cargas que emanan de la ordenación sacerdotal y profesión religiosa en su caso, incluido el celibato. No cabe pedir la dispensa del celibato solamente. Tiene que ir unida a la dispensa de todo lo demás. Esta fórmula de petición no parece que pueda decirse que sea del todo libre, puesto que forzosamente ha de renunciar al ejercicio del sacerdocio, que un día le fue conferido, si desea beneficiarse de la dispensa del celibato.
Junto a la instancia ha de enviar el orador una especie de curriculum explicando todos los motivos que le inducen a pedir la dispensa, tanto de tipo externo como del fuero de su conciencia, uniendo a él las pruebas que juzgue pertinentes. Una vez hecha la solicitud, el tribunal diocesano convoca a los testigos que presenta el interesado, y a otros que crea oportuno, y se envía todo a la Sagrada Congregación para la doctrina de la fe (antiguo Santo Oficio).
El rescripto de secularización
Pasados unos meses, si el tribunal de Roma cree que es justo y hay causa para ello, otorga un rescripto “de gratia” en el que se libera al sacerdote totalmente de sus cargas y derechos inherentes a la ordenación. En él se exige:
Que el sujeto no debe personarse en los lugares donde su condición sacerdotal sea conocida, aunque el Ordinario puede dispensar de este requisito.
El prelado ha de procurar que el matrimonio se celebre sin pompa, con dos testigos, y el acta del mismo se guarde en el archivo secreto de la curia. Si bien por cuestión de la fama y de los derechos económicos y sociales de los interesados, con cautela, se puede dar conocimiento del matrimonio.
En el libro de bautismo de la parroquia de los contrayentes se anotará como nota marginal un aviso, de modo que cuando se requiera certificación de aquella partida, se ha de consultar al Ordinario del lugar.
Al dispensado se le prohibe:
Cualquier ejercicio del Orden sagrado, excepto la absolución en peligro de muerte.
Cualquier oficio pastoral.
Tomar parte destacada en una acción litúrgica donde se conoce su condición de sacerdote. (Ejemplo, no puede leer la epístola ni ayudar a Misa).
Ser director de una escuela católica o profesor de religión. De esto puede dispensar el obispo en casos particulares.
Se aprecia en este rescripto una serie de precauciones un tanto excesivas. Algunas crean en los contrayentes y familiares serias incomodidades. Otras ponen al secularizado por debajo de cualquier fiel cristiano. Se priva del apostolado de la palabra, del derecho a todo cristiano de evangelizar, cosa que cualquier cristiano bien formado puede hacer.
Todo esto crea una amargura profunda en el que está viviendo estas circunstancias. Después de tal vez muchos años de servicio a la Iglesia; después de luchar por mantener a flote su compromiso, acaso con pérdida de su salud psíquica; después de comprobar en conciencia que le conviene, por las causas que sean, cambiar de rumbo su vida, no se le da ni siquiera las prerrogativas de un jubilado en cualquier profesión. U... ¿a qué hemos llegado? ¿Jubilado del sacerdocio de Cristo?
Pero lo cierto es que ni siquiera se les trata como jubilados profesionales. Tienen ellos que esconder, como si fuera una ignominia el sacerdote, solamente porque recibieron el santo sacramento del matrimonio. ¿Cómo se puede entender?
Un problema teológico
El sacramento del Orden imprime carácter y a todo el que lo recibe da derecho , como los demás sacramentos, a usar de él. Pensemos por un momento en un bautizado a quien se le prohiba ir a Misa, en un casado a quien se le prohiba el uso del matrimonio. Y que esta prohibición no sea temporal, sino de por vida. y que esta prohibición no sea punitiva, sin graciosa, como es el rescripto de secularización.
¿Hasta que punto puede la jerarquía no solo dispensar de obligaciones, sino prohibir todo uso de un sacramento?
Teológicamente parece más factible la antigua disciplina eclesiástica en que no se concedía dispensa de celibato, que la actual praxis en que se concede, pero con la consiguiente prohibición de todo ejercicio sacerdotal. No parece equitativo ordenar a casados o permitir el ejercicio del Orden a conversos anglicanos, y despreciar el ministerio de los ya ordenados que después se casaron. Tal vez el Espíritu Santo haya velado sobre la Iglesia para que no tomara cuerpo la idea un tanto extraña – ordenación sacerdotal a casados – sin antes haber solucionado la cuestión del sacerdocio de los secularizados.
Sí: para dejarlos totalmente marginados del ejercicio ministerial se empleará aquella frase del Evangelio: “El que pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás, no es digno de mí”. ¿Pero es ese el sentido del Evangelio? Y aun siendo buena la interpretación del texto, no todo secularizado ha echado la vista atrás. No se puede generalizar. Recordemos lo anteriormente expuesto: de hecho estos sacerdotes no han sido libres al tener que dejar el ministerio sacerdotal, sino que al pedir la dispensa del celibato les ha sido otorgada con la exigencia de dejar el sacerdocio activo.
Ha habido quienes. Al firmar el rescripto de secularización, han declarado que no renuncian al sacerdocio, sino que en cualquier momento están dispuestos a reanudar su ejercicio. Y otros que no han declarado nada por creerlo inútil; lo sentían en su conciencia.
El mea culpa del sistema
En la encíclica “Sacerdotalis celibatus” que la formación de los seminarios en muchas ocasiones no ha sido más adecuada para tomar una decisión de perpetua castidad.
Al enjuizar, pues, los casos de secularización, no parece lógico hablar de “defecciones” (palabra peyorativa que según el diccionario significa: “acción de separarse con deslealtad uno o varios individuos de la causa o de la parcialidad a la que pertenecen”), sino de entonar el “mea culpa”, por haber permitido que se comprometan tanto al celibato sin un conocimiento práctico de lo que esto supone y sin madurez psicosexual. La mayoría de quienes salieron de los seminarios, hasta bien entrados los años sesenta, han llegado a la madurez después de bastante tiempo en el ministerio. Algunos se han dado cuenta después de adquirir el compromiso del celibato, de que no era su vocación éste, y sí el sacerdocio. Al pedir el matrimonio han dejado el ejercicio sacerdotal por imposición legal. Y el matrimonio puede ser para muchos necesario para su salud psíquica.
Cómo viven los secularizados
Se ha comentado y escrito mucho sobre el matrimonio del sacerdote secularizado. Se decía: “La mayoría vive mal en su matrimonio; no les satisfizo Dios, ¿cómo les va a satisfacer una mujer? Son muchos los que se separan pocos meses después de casarse. Ya están pidiendo bastantes que se establezca pronto la ley del divorcio”. ¿Será verdad esto?
Durante unos años me ha preocupado este tema. Me parecía que había bastante leyenda negra. He preguntado, en cuantas ocasiones me ha sido posible, a sacerdotes de distintas diócesis españolas, de América del Sur, de Japón, etc. de compañeros que se habían secularizado y casado después. Pues bien, de varios cientos de casos, ni uno solo se había divorciado. Sobre el tema si tienen problemas conyugales serios, ni lo sabemos y podemos conocerlo; son cuestiones muy íntimas.
Los primeros contactos con la vida seglar son duros, por lo general. Tienen que hacer frente, ya en edad madura, a la situación económica, preparación técnica... Conozco casos de necesidad de estudiar y, para sufragar sus gastos, trabajaban hasta altas horas de la noche; casos de emplearse en carga y descarga de barcos; tareas de peón de fábrica y vendedores de periódicos. Junto a esto, obsesión por guardar secreto de su anterior estado, por si le pudiera perjudicar a la hora de encontrar trabajo. Sin embargo, a la hora de la verdad, este detalle no suele tener importancia. La gente lo acepta con total sencillez. Más aún, confía en él como en una persona cualificada. Muchos están colocados en puestos de responsabilidad y cumplen a la perfección.
La familia suele ser la que más difícilmente acepta los hechos. Durante varios meses abundan los disgustos y sinsabores. Después del matrimonio, cuando llega el primer hijo, todo se suaviza.
La actuación social del secularizado, en los casos que conozco, es buena: personas inquietas por el bien de los demás, saben aceptar compromisos nada cómodos, aun a costa de emplear en ellos largas horas, con testimonio auténticamente cristiano.
Normalmente cumplen el rescripto de secularización, en cuanto a la prohibición del ejercicio del ministerio sacerdotal. Cuantos lo ejercen lo hacen en la clandestinidad, eso no es deseable para la mayoría.
Urge la reconciliación de la jerqarquía con los secularizados
En las fechas en que esto escribo se calcula que en el mundo existen alrededor de veinte mil sacerdotes que dejaron de ser clérigos. Veinte mil que han creado un hogar. Veinte mil hogares que podían ser fermento de vida cristiana. ¿Lo son en realidad? No es fácil responder a esta pregunta.
Sí podemos decir que entre ellos hay muchos que se sienten y, de hecho, están marginados por la jerarquía. Queda muy grabado lo de “desgraciados”, “defección”, “han vuelto la vista atrás”, “no son dignos”. Quizás, guiándose de esta palabras (con una interpretación más papista que el Papa), un señor importante de fuera de España respondía a un exclérigo que le pedía trabajo: “¿Cómo me voy a fiar de quien desertó del sacerdocio? ¿No traicionará también la empresa que yo le encomiende?”.
Urge una reconciliación. En algunos países de América se les admite como seglares cualificados para dirigir movimientos apostólicos. Pude ser éste un primer paso para la reconciliación.
Nota posterior: En el 2009 se clacula que serán cien mil los secularizados
La solución total, posibles pasos
Es fácil que, en nuestro ambiente todavía no se pueda permitir el matrimonio a los sacerdotes en general, a causa del choque tan fuerte que produciría en muchos fieles. Mas hay comunidades están preparadas psicológica y culturalmente para aceptar al presidente de la Eucaristía como casado, si tiene la ordenación sacerdotal. No hay en esto ningún inconveniente de tipo dogmático. Desde el punto de vista pastoral tampoco existe inconveniente, pues suponemos que la comunidad lo acepta. Solo hay una prohibición legal que merece la pena revisarse.
Un paso importante sería dar opción a reintegrarse en el sacerdocio a los que algún día se secularizaron, después de revisar su expediente y verificar su actuación como cristianos durante los años que llevan casados. Supuesta esta verificación, incorporarse como dirigentes en comunidades de base, previa aceptación de aquel grupo cristiano.
Más adelante dejar el matrimonio opcional dentro del clero. Todo esto convendría realizar gradualmente, sin prisa, pero sin pausa. La Iglesia nunca ha tenido tanto empuje y vitalidad como en los tiempos apostólicos, y entonces el celibato era del todo opcional.
La virginidad seguirá siendo una joya en la iglesia, ¡y joya sin ganga! Así lo quiso Cristo. Pero con total libertad; con la posibilidad en cualquier momento para aquel que vive en castidad perfecta de contraer matrimonio. Y el que permanece firme en su corazón, en pleno uso de su libertad y sin presión alguna, siga siendo virgen como testimonio del Reino de los Cielos. Entonces la virginidad será el gran testimonio.
José María Lorenzo Amelibia. Publicado como “pliego Vida Nueva” , nº 1077, el 27 de abril de 1977.
Reacciones de todo tipo han acompañado el fenómeno de la secularización: desde los que se escandalizaban, llamando a estos “desgraciados”, traidores a su compromiso a la Iglesia, hasta quienes los apodaban héroes porque han sabido realizar su vida con dignidad, a pesar de un sinnúmero de presiones de tipo social y familiar.
Muchas revistas y periódicos se han hecho eco de estas reacciones, y han tomado parte por uno, por otro o por el de en medio, o se han limitado escuetamente a recoger opiniones.
El celibato en los tiempos apostólicos
Ninguno como Pablo ha penetrado en la excelencia de la virginidad y ha ahondado en su motivación. Basta leer el capítulo siete de la primera a los Corintios.
Las tendencias gnósticas exageraron el valor de la castidad absoluta. La respuesta de Pablo fue realista y humana y, al mismo tiempo sobrenatural: recomienda el matrimonio para la generalidad de las personas. Incita a la virginidad a aquellos que tienen el carisma de la misma. Aconseja que se cambie lo menos posible de estado y condición de vida, a no ser que se opongan a la realización de la vocación cristiana.
Tiene predilección por la virginidad, que antepone al estado de matrimonio; pero no la impone a nadie. No quiere cazar a ninguno, porque él no presume de fuerza y respeta la libertad de los demás.
Parece que organizó comunidades de jóvenes de ambos sexos que vivían en castidad perfecta, pero sin votos, con un compromiso o decisión más o menos estable. En cualquier momento, sin trabas de ninguna clase, podían contraer matrimonio si lo deseaban. Lo absoluto en la vida religiosa: votos definitivos, compromisos de por vida, es muy posterior a los tiempos apostólicos.
El CONCILIO DE ELVIRA
A partir del siglo III se convierte el sacerdocio en una función social. No era todavía una obligación el renunciar al matrimonio para servir a Dios como sacerdote. La Didascalía no indica que los clérigos fuesen en este punto diferente de los demás hombres. Pero existía una corriente que impulsaba al celibato a los que recibían las órdenes mayores.
El concilio español de Elvira, del año 300, basándose en la tendencia existente, dice: “Está prohibido a los obispos, sacerdotes y diáconos, es decir a todos los clérigos consagrados al ministerio del Altar, mantener comercio con sus mujeres y engendrar hijos; y quienquiera que infrinja esta prohibición será depuesto de la clerecía”. Medida rigurosa de un concilio particular, pero que tuvo una importancia inmensa en toda la Historia de la Iglesia Occidental.
En la mente de Cristo no estaban unidos sacerdocio y celibato. De hecho los Apóstoles no lo entendieron unido.
A partir de Elvira se fue implantando la costumbre como ley. Ley que entonces no se cumplió. Constantemente se transgredía esta disposición de continuo ha habido un forcejeo entre jerarquía de la Iglesia y el clero; para sostenerla los primeros y liberarse los otros de esa normativa. En la última década que nos precede ha sido mayor el forcejeo. Recordemos el concilio de Holanda y el Sínodo de 1971.
En tiempos de la Inquisición se vigiló mucho este particular, y fueron numerosos los clérigos procesados por no cumplir la ley del celibato, haciéndose, al no cumplirla, sospechosos de herejía.
Ha habido largas épocas en las que era poco menos que imposible que los clérigos consiguieran la dispensa del celibato. Se exigía para ello la falta de libertad en el momento de la ordenación o la ignorancia de las obligaciones que asumían. Mas para que nadie pudiera alegar esto último, era preceptivo a los futuros ordenandos formular un juramento en el que afirmaban que conocían las obligaciones respecto al celibato que iban a abrazar.
A pesar de todo, en momentos harto difíciles, en pleno dominio de la Inquisición española, César Borgia, arzobispo de Valencia, obtuvo para el bien de su alma, la secularización, concedida por el Papa Alejandro VI, después de consultar al colegio cardenalicio.
Una apertura por humanidad
En el pontificado de Pío XII era muy difícil todavía, aun comprometiéndose el sacerdote a no ejercer el ministerio, obtener autorización para el matrimonio. No obstante hubo varios casos en que los pastores protestantes, convertidos al catolicismo, podían hacer vida matrimonial y pertenecer a la clerecía y sacerdocio católico.
Juan XXIII por razones humanitarias, comienza a conceder dispensas para contraer matrimonio a sacerdotes, aun sin existir las causas canónicas de falta de libertad o ignorancia de compromisos en el momento de la ordenación.
El 24 de junio de 1967 publica Paulo VI una encíclica sobre “El celibato sacerdotal” en la que de modo oficial se regulan los casos de dispensa. Los números 83 a 87 de la misma tratan sobre el particular. Y sorprende el tenor con que están redactados estos números: hablan de que el corazón del Pontífice se vuelve con paterno amor hacia aquellos hijos “desgraciados”, mas siempre queridísimos, que manteniendo en su alma impreso el sagrado carácter, fueron o son desgraciadamente “infieles” a las obligaciones contraídas. Repite otras dos veces la palabra “desgraciado” refiriéndose al sacerdote liberado de sus votos. Califica de “defección” el hecho de pedir y obtener la secularización. Contrapone al dispensado con el gran número de sacerdotes sanos y dignos.
A quien ha pasado en su vida por optar de la clerecía al “estado laical” le duele en el alma el que se le conceda con amor esta gracia, y a la vez se le humille con esta palabras nada halagüeñas. Con veneración y respeto hacia el Sumo Pontífice, pero con la angustia de tantos que, en una honradez total ante Dios, ante su conciencia y ante la Iglesia, salieron un día por la puerta grande, mi queja ante esta palabras que hieren la sensibilidad de la persona y a la vez su dignidad.
El proceso de seculariazación del sacerdote
El solicitante envía una instancia al Santo Padre por medio del tribunal ordinario de la diócesis (1) en el que suplica se le exima de todas las cargas que emanan de la ordenación sacerdotal y profesión religiosa en su caso, incluido el celibato. No cabe pedir la dispensa del celibato solamente. Tiene que ir unida a la dispensa de todo lo demás. Esta fórmula de petición no parece que pueda decirse que sea del todo libre, puesto que forzosamente ha de renunciar al ejercicio del sacerdocio, que un día le fue conferido, si desea beneficiarse de la dispensa del celibato.
Junto a la instancia ha de enviar el orador una especie de curriculum explicando todos los motivos que le inducen a pedir la dispensa, tanto de tipo externo como del fuero de su conciencia, uniendo a él las pruebas que juzgue pertinentes. Una vez hecha la solicitud, el tribunal diocesano convoca a los testigos que presenta el interesado, y a otros que crea oportuno, y se envía todo a la Sagrada Congregación para la doctrina de la fe (antiguo Santo Oficio).
El rescripto de secularización
Pasados unos meses, si el tribunal de Roma cree que es justo y hay causa para ello, otorga un rescripto “de gratia” en el que se libera al sacerdote totalmente de sus cargas y derechos inherentes a la ordenación. En él se exige:
Que el sujeto no debe personarse en los lugares donde su condición sacerdotal sea conocida, aunque el Ordinario puede dispensar de este requisito.
El prelado ha de procurar que el matrimonio se celebre sin pompa, con dos testigos, y el acta del mismo se guarde en el archivo secreto de la curia. Si bien por cuestión de la fama y de los derechos económicos y sociales de los interesados, con cautela, se puede dar conocimiento del matrimonio.
En el libro de bautismo de la parroquia de los contrayentes se anotará como nota marginal un aviso, de modo que cuando se requiera certificación de aquella partida, se ha de consultar al Ordinario del lugar.
Al dispensado se le prohibe:
Cualquier ejercicio del Orden sagrado, excepto la absolución en peligro de muerte.
Cualquier oficio pastoral.
Tomar parte destacada en una acción litúrgica donde se conoce su condición de sacerdote. (Ejemplo, no puede leer la epístola ni ayudar a Misa).
Ser director de una escuela católica o profesor de religión. De esto puede dispensar el obispo en casos particulares.
Se aprecia en este rescripto una serie de precauciones un tanto excesivas. Algunas crean en los contrayentes y familiares serias incomodidades. Otras ponen al secularizado por debajo de cualquier fiel cristiano. Se priva del apostolado de la palabra, del derecho a todo cristiano de evangelizar, cosa que cualquier cristiano bien formado puede hacer.
Todo esto crea una amargura profunda en el que está viviendo estas circunstancias. Después de tal vez muchos años de servicio a la Iglesia; después de luchar por mantener a flote su compromiso, acaso con pérdida de su salud psíquica; después de comprobar en conciencia que le conviene, por las causas que sean, cambiar de rumbo su vida, no se le da ni siquiera las prerrogativas de un jubilado en cualquier profesión. U... ¿a qué hemos llegado? ¿Jubilado del sacerdocio de Cristo?
Pero lo cierto es que ni siquiera se les trata como jubilados profesionales. Tienen ellos que esconder, como si fuera una ignominia el sacerdote, solamente porque recibieron el santo sacramento del matrimonio. ¿Cómo se puede entender?
Un problema teológico
El sacramento del Orden imprime carácter y a todo el que lo recibe da derecho , como los demás sacramentos, a usar de él. Pensemos por un momento en un bautizado a quien se le prohiba ir a Misa, en un casado a quien se le prohiba el uso del matrimonio. Y que esta prohibición no sea temporal, sino de por vida. y que esta prohibición no sea punitiva, sin graciosa, como es el rescripto de secularización.
¿Hasta que punto puede la jerarquía no solo dispensar de obligaciones, sino prohibir todo uso de un sacramento?
Teológicamente parece más factible la antigua disciplina eclesiástica en que no se concedía dispensa de celibato, que la actual praxis en que se concede, pero con la consiguiente prohibición de todo ejercicio sacerdotal. No parece equitativo ordenar a casados o permitir el ejercicio del Orden a conversos anglicanos, y despreciar el ministerio de los ya ordenados que después se casaron. Tal vez el Espíritu Santo haya velado sobre la Iglesia para que no tomara cuerpo la idea un tanto extraña – ordenación sacerdotal a casados – sin antes haber solucionado la cuestión del sacerdocio de los secularizados.
Sí: para dejarlos totalmente marginados del ejercicio ministerial se empleará aquella frase del Evangelio: “El que pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás, no es digno de mí”. ¿Pero es ese el sentido del Evangelio? Y aun siendo buena la interpretación del texto, no todo secularizado ha echado la vista atrás. No se puede generalizar. Recordemos lo anteriormente expuesto: de hecho estos sacerdotes no han sido libres al tener que dejar el ministerio sacerdotal, sino que al pedir la dispensa del celibato les ha sido otorgada con la exigencia de dejar el sacerdocio activo.
Ha habido quienes. Al firmar el rescripto de secularización, han declarado que no renuncian al sacerdocio, sino que en cualquier momento están dispuestos a reanudar su ejercicio. Y otros que no han declarado nada por creerlo inútil; lo sentían en su conciencia.
El mea culpa del sistema
En la encíclica “Sacerdotalis celibatus” que la formación de los seminarios en muchas ocasiones no ha sido más adecuada para tomar una decisión de perpetua castidad.
Al enjuizar, pues, los casos de secularización, no parece lógico hablar de “defecciones” (palabra peyorativa que según el diccionario significa: “acción de separarse con deslealtad uno o varios individuos de la causa o de la parcialidad a la que pertenecen”), sino de entonar el “mea culpa”, por haber permitido que se comprometan tanto al celibato sin un conocimiento práctico de lo que esto supone y sin madurez psicosexual. La mayoría de quienes salieron de los seminarios, hasta bien entrados los años sesenta, han llegado a la madurez después de bastante tiempo en el ministerio. Algunos se han dado cuenta después de adquirir el compromiso del celibato, de que no era su vocación éste, y sí el sacerdocio. Al pedir el matrimonio han dejado el ejercicio sacerdotal por imposición legal. Y el matrimonio puede ser para muchos necesario para su salud psíquica.
Cómo viven los secularizados
Se ha comentado y escrito mucho sobre el matrimonio del sacerdote secularizado. Se decía: “La mayoría vive mal en su matrimonio; no les satisfizo Dios, ¿cómo les va a satisfacer una mujer? Son muchos los que se separan pocos meses después de casarse. Ya están pidiendo bastantes que se establezca pronto la ley del divorcio”. ¿Será verdad esto?
Durante unos años me ha preocupado este tema. Me parecía que había bastante leyenda negra. He preguntado, en cuantas ocasiones me ha sido posible, a sacerdotes de distintas diócesis españolas, de América del Sur, de Japón, etc. de compañeros que se habían secularizado y casado después. Pues bien, de varios cientos de casos, ni uno solo se había divorciado. Sobre el tema si tienen problemas conyugales serios, ni lo sabemos y podemos conocerlo; son cuestiones muy íntimas.
Los primeros contactos con la vida seglar son duros, por lo general. Tienen que hacer frente, ya en edad madura, a la situación económica, preparación técnica... Conozco casos de necesidad de estudiar y, para sufragar sus gastos, trabajaban hasta altas horas de la noche; casos de emplearse en carga y descarga de barcos; tareas de peón de fábrica y vendedores de periódicos. Junto a esto, obsesión por guardar secreto de su anterior estado, por si le pudiera perjudicar a la hora de encontrar trabajo. Sin embargo, a la hora de la verdad, este detalle no suele tener importancia. La gente lo acepta con total sencillez. Más aún, confía en él como en una persona cualificada. Muchos están colocados en puestos de responsabilidad y cumplen a la perfección.
La familia suele ser la que más difícilmente acepta los hechos. Durante varios meses abundan los disgustos y sinsabores. Después del matrimonio, cuando llega el primer hijo, todo se suaviza.
La actuación social del secularizado, en los casos que conozco, es buena: personas inquietas por el bien de los demás, saben aceptar compromisos nada cómodos, aun a costa de emplear en ellos largas horas, con testimonio auténticamente cristiano.
Normalmente cumplen el rescripto de secularización, en cuanto a la prohibición del ejercicio del ministerio sacerdotal. Cuantos lo ejercen lo hacen en la clandestinidad, eso no es deseable para la mayoría.
Urge la reconciliación de la jerqarquía con los secularizados
En las fechas en que esto escribo se calcula que en el mundo existen alrededor de veinte mil sacerdotes que dejaron de ser clérigos. Veinte mil que han creado un hogar. Veinte mil hogares que podían ser fermento de vida cristiana. ¿Lo son en realidad? No es fácil responder a esta pregunta.
Sí podemos decir que entre ellos hay muchos que se sienten y, de hecho, están marginados por la jerarquía. Queda muy grabado lo de “desgraciados”, “defección”, “han vuelto la vista atrás”, “no son dignos”. Quizás, guiándose de esta palabras (con una interpretación más papista que el Papa), un señor importante de fuera de España respondía a un exclérigo que le pedía trabajo: “¿Cómo me voy a fiar de quien desertó del sacerdocio? ¿No traicionará también la empresa que yo le encomiende?”.
Urge una reconciliación. En algunos países de América se les admite como seglares cualificados para dirigir movimientos apostólicos. Pude ser éste un primer paso para la reconciliación.
Nota posterior: En el 2009 se clacula que serán cien mil los secularizados
La solución total, posibles pasos
Es fácil que, en nuestro ambiente todavía no se pueda permitir el matrimonio a los sacerdotes en general, a causa del choque tan fuerte que produciría en muchos fieles. Mas hay comunidades están preparadas psicológica y culturalmente para aceptar al presidente de la Eucaristía como casado, si tiene la ordenación sacerdotal. No hay en esto ningún inconveniente de tipo dogmático. Desde el punto de vista pastoral tampoco existe inconveniente, pues suponemos que la comunidad lo acepta. Solo hay una prohibición legal que merece la pena revisarse.
Un paso importante sería dar opción a reintegrarse en el sacerdocio a los que algún día se secularizaron, después de revisar su expediente y verificar su actuación como cristianos durante los años que llevan casados. Supuesta esta verificación, incorporarse como dirigentes en comunidades de base, previa aceptación de aquel grupo cristiano.
Más adelante dejar el matrimonio opcional dentro del clero. Todo esto convendría realizar gradualmente, sin prisa, pero sin pausa. La Iglesia nunca ha tenido tanto empuje y vitalidad como en los tiempos apostólicos, y entonces el celibato era del todo opcional.
La virginidad seguirá siendo una joya en la iglesia, ¡y joya sin ganga! Así lo quiso Cristo. Pero con total libertad; con la posibilidad en cualquier momento para aquel que vive en castidad perfecta de contraer matrimonio. Y el que permanece firme en su corazón, en pleno uso de su libertad y sin presión alguna, siga siendo virgen como testimonio del Reino de los Cielos. Entonces la virginidad será el gran testimonio.
José María Lorenzo Amelibia. Publicado como “pliego Vida Nueva” , nº 1077, el 27 de abril de 1977.