¿Una fe sin el compromiso que entusiasma y enriquece?

Cierto que la fe fundamenta la felicidad y es una razón para la alegría, pero también es verdad que tiene unas exigencias que comprometen gozosamente al bautizado. El cristiano, bien formado y consciente del privilegio de vivir con Cristo, acepta con entusiasmo una vida según el Evangelio. Esta es la fe que a la luz de la conducta de los Apóstoles, comprende los siguientes pasos: 1º el encuentro con el Maestro que fascina, 2º el mensaje revolucionario del reino de Dios que entusiasma, 3º la invitación de Cristo que exige radicalidad, 4º la respuesta coherente que enriquece, y 5º la vivencia en una comunidad que fortalece.

1. El encuentro con Cristo que fascina Los Apóstoles quedaron impresionados por la personalidad de Cristo que hablaba con toda sinceridad y autoridad. Era una persona de la que se podían fiar sobre el mensaje acerca de Dios, del prójimo y del futuro. Antes de dar el sí de la fe a una doctrina, lo dieron a la persona que les atraía y fascinaba.

La fe del cristiano también debiera tener como arranque el encuentro impactante y no meramente doctrinal con el Señor. Desde Cristo y por Cristo se da la aceptación y adhesión a Dios y a toda la revelación cristiana. En la nueva relación con Dios, es Cristo quien llama y Dios quien capacita con el don de la fe. Junto a la adhesión a Dios se da también la apertura a la Revelación que enriquece al hombre por las nuevas verdades y por la fuerza de la gracia para superar obstáculos. El dinamismo ético queda enriquecido y las relaciones interpersonales ampliadas. Con la fe surge el hombre nuevo capaz de luchar por un mundo mejor.

2. El mensaje revolucionario del reino de Dios que entusiasma
A los discípulos, en diversos momentos, Cristo presentó su mensaje revolucionario sobre el Reino de Dios. Y lo hizo de tal modo que entusiasmó a sus oyentes. Los Apóstoles aceptaron con fe la buena nueva que despertaba ilusión porque merecía la pena entregar la vida al servicio del ideal que el Maestro les proponía. Ellos asumieron el cambio profundo de los valores preconizados por Jesús sobre el mundo con el Reino de Dios, sobre las relaciones con el amor, sobre los bienes económicos con la esperanza, y sobre el tiempo con la escatología.

La fe que Cristo propone abarca toda la vida, la temporal y la eterna posterior a la muerte. Por eso la fe y la esperanza son inseparables y transcienden el horizonte del mundo y de la muerte por la expectación tensa de la vida eterna en el encuentro con Cristo glorioso. Habría que citar todo el Nuevo Testamento para comprobar esa revolución perenne de la Buena Nueva. Pero baste con leer el Sermón de la montaña con los criterios claves para establecer una jerarquía de valores en la vida toda del discípulo de Cristo (cf. Mt. Cap. 5º,6º y 7º).

En muchos cristianos, lamentablemente, este segundo paso de la fe está ausente. Reciben una catequesis “suave” que grava más la conciencia con muchas obligaciones pero que es incapaz de despertar entusiasmo por el contenido del mensaje. Un gran porcentaje de bautizados no interiorizan el mensaje revolucionario de Jesús que podía transformar su conducta ética en la respuesta del diálogo con Dios para servir mejor a los hermanos. Ignoran que al seguidor de Jesús no le basta con obrar según la razón, es preciso vivir desde las perspectivas y exigencias de la Palabra de Dios.

3. La invitación que exige radicalidad
Desde el principio, los Apóstoles escucharon con toda claridad las condiciones y exigencias del seguidor de Jesús: compartir con el Maestro la vida con radicalidad a la hora de pensar, sentir y actuar. El tercer paso de la fe en los Apóstoles consistió en la invitación de Cristo a seguirle con radicalidad, con la actitud coherente de quien lo deja todo, acepta la cruz, ama al enemigo, da la vida por el prójimo y vive el espíritu de las bienaventuranzas. Con toda claridad, Jesús afirma que no se puede servir a dos señores (Mt 6,24); si tu ojo te escandaliza, sácatelo (Mt 5,29-30); a quien me niegue lo negaré (Mt 10,37); se salva quien cumple la voluntad del Padre y no quien se limita a decir «Señor, Señor» (Mt 7,21).

El compromiso cristiano, hoy como siempre, pide la misma respuesta de radicalidad según la situación personal y el contexto socio-cultural. No es suficiente la adhesión al Credo ni el cumplimiento de los mandamientos de la Iglesia. Además de afirmar que la fe sin obras es fe muerta (St 2,26), también es válido decir que la respuesta del creyente sin compromiso es una fe mutilada. Cierto que la radicalidad como la perfección es una meta, pero no se puede ignorar la invitación a la santidad, a la perfección y el esfuerzo por vivir según el compromiso cristiano con toda radicalidad.

4. La respuesta coherente que enriquece.
Los discípulos de Jesús progresaron en la respuesta coherente ante la llamada del Señor. A lo largo de los años de la vida pública y después con la acción del Espíritu Santo, llegaron a la respuesta coherente que convirtió a los pescadores de Galilea en los Apóstoles de la Iglesia. Ellos vivieron lo que predicaron: “ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación”(1Ts 4,3); “sed santos como vuestro Padre celestial es santo (Mt 5 48)
¿Y qué pide a los cristianos una respuesta coherente? Ante todo el “sí” total del hombre a Dios Padre y a Cristo su Hijo que instaura el Reino de Dios. Por la fe se acepta a Cristo y se le integra en el núcleo de intereses, ideales y vivencias de la persona. Incluye, por lo tanto la fe una autodonación, la comunión de vida con Cristo, la aceptación de la doctrina revelada, la fidelidad a la gracia y la confianza en las divinas promesas.

El «sí» vital a Cristo se traduce en la respuesta del seguidor como sucedió en los Apóstoles; la fe se convierte en una estructura primordial de la existencia humana. La fe-aceptación es entonces la motivación para toda relación interpersonal y la apertura de comunicación y confianza hacia el Tú divino.

En la respuesta coherente como entrega total a Dios se polarizan los aspectos fundamentales de la vocación cristiana: tiene a Cristo como fundamento, surge en la libertad como gracia, implica la esperanza de la salvación, exige la caridad como apertura al Absoluto, reclama la amistad perdida con Dios mediante la reconciliación, dirige la actividad de la conciencia, motiva como indispensable la entrega comprometida a Dios y a los hermanos. Y por último: es el puente necesario para la salvación y uno de los pilares de la conducta propia del seguidor de Cristo.

La respuesta que enriquece pide también la coherencia sin dicotomías y que se manifiesta en la armonía entre la recta doctrina y su práctica (ortodoxia y ortopraxis). Hay que unir la adhesión fiel a las verdades de fe propuestas por la Iglesia con el testimonio coherente de las mismas (Mt 7,24; 25,31-46). Por lo tanto se da una fe inauténtica o inmadura en quienes cultivan una dicotomía grave entre fe y amor, entre fe y esperanza, entre fe y vida moral, entre fe y la obediencia a sus compromisos. También falta autenticidad en la fe por una práctica de la vida cristiana ocasional, rutinaria, simplemente sociológica, tradicionalista en el sentido peyorativo, folklórica, intimista, individualista…

Como resumen: la respuesta coherente consiste en vivir como Dios quiere y Cristo enseña. Quien cree o acepta a Cristo se compromete a realizar su misión. La fe pide la fortaleza del testigo y se muestra con las obras del amor.

5. La vivencia en una comunidad que fortalece.
Con Jesús, los Apóstoles vivieron la fe en comunidad, y bajo la acción del Espíritu propagaron, como naciente Iglesia, la Buena nueva según el mandato del Señor: “id al mundo entero y predicad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16,15).

El cristiano de todos los tiempos recibe la fe en una comunidad que le proporciona los medios para que se desarrolle y fortalezca. En esta comunidad, la Iglesia, el bautizado y catequizado vive la fe como virtud sobrenatural por la cual cree lo que Dios ha revelado y la Iglesia enseña (DZ 797, 1789). La fe que profesa el bautizado en la comunidad católica es, precisamente, «la católica» y la que comparte con otros cristianos en el marco de la misma comunidad eclesial. Cristo y su Reino se viven bajo una normativa común; Dios y la salvación personal son aceptados a través de mediadores como son la comunidad, la liturgia con su culto, los sacramentos y la disciplina canónica bajo la autoridad eclesiástica
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