De una Iglesia piramidal a una Iglesia servidora

En una ocasión un periodista preguntó a un obispo francés si la Iglesia no padecía de una excesiva jerarquización, si no creía que había en ella un abuso piramidal tanto en su pensamiento como en el funcionamiento de la Institución.

Su respuesta fue contundente, clarificadora y “comprometedora”: “La Iglesia es el pueblo de Dios. Pero cuando un periodista llega a una diócesis y quiere halar de la Iglesia, intenta y desea hablar con el obispo y no se ocupa de los cristianos de esa diócesis. Y cuando los focos se proyectan sobre el obispo, estamos en la Iglesia “escaparate” y en la Iglesia minoría”.

Digo que su respuesta fue clarificadora, porque pocas veces nos hacemos cargo de lo que es y “significa” ser “Pueblo de Dios”; y que fue comprometedora, porque en ella nos implica a todos los que formamos parte del Pueblo de Dios, a todos los bautizados, o al menos a los que además nos sentimos miembros de este Pueblo y discípulos de Jesús.

Por tanto, se me antoja a la hora de hablar de la Iglesia que: o nos mojamos todos y la sentimos como propia, con sentido de co-responsabilidad, o no somos Iglesia.

A la “hora de repartir culpas” es bueno también asumir responsabilidades, y en este sentido creo que es justo que los cristianos –también los obispos- hagamos nuestra la causa del Evangelio y desde su óptica hablemos. Un buen parámetro para saber qué tipo de cristianos somos, y para verificar nuestra pertenencia al pueblo de Dios, puede ser el medirnos con el ejemplo de Jesús: Si una Iglesia no sirve a los pobres, a los enfermos, a los marginados, a los necesitados, a los que tienen hambre y sed de justicia, ¡no sirve para nada!No es servidora como Jesús que se hizo servidor de todos, que lavó los pies a los suyos antes de sentarse a la mesa y dejarles el sacramento de su amor en el pan y el vino.

Hoy la Iglesia institución y la institución de los obispos están en horas bajas, y hemos de reconocer que no gozamos de buena prensa: Unas veces nos lo hemos ganado a pulso, otras nos cuelgan gratuitamente una fama y unas etiquetas que tampoco se corresponden con la verdad; pero lo que sí queda claro es que ni toda la culpa es de los obispos –que insisto, ¡son minoría!- ni todos los logros son de los que se esgrimen en jueces para condenar desde fuera o para tirar piedras contra el propio tejado.

En la medida en que nos sintamos hermanos y nos amemos de verdad, que recuperemos nuestra capacidad de servicio, y que vivamos “como Pueblo de Dios” que peregrina hacia la plenitud de la vida –que todavía no tenemos-, estaremos construyendo la Iglesia de Cristo de la que todos somos responsables.

www.dominicos.org/manresa
Volver arriba