El amor tambíén crea adicciones

Hace nueve días la hija de unos amigos, de veintisiete años, marchó de casa y no se sabe dónde está. A partir de los dieciocho años se dio un cambio espectacular en su vida, y queriendo “vivir” se equivocó de camino. Marcha, amistades peligrosas, droga, alcohol…

Una chica encantadora, sociable, simpática, guapa y muy detallista con su familia: Pero algo se cruzó por su camino y comenzó un largo calvario que no podemos saber cómo acabará.

Han sido años muy duros para su familia y para los que les queremos. Hace dos meses tuvo una recaída muy fuerte y fue acogida con cariño y mucha comprensión. Comenzó un tratamiento por sus adicciones y problemas de personalidad, y parecía que iba remontando. Pero desde hace nueve días, no sabemos nada. Ni las denuncias a los Mossos d’Esquadra, ni las llamadas de teléfono a amigos, conocidos, etc. aportan datos. Tiene el móvil apagado, y está en paradero desconocido, sin un duro y por algunas pistas, lejos de casa.

Hoy, nuevamente he visto a sus padres y hermanos literalmente destrozados. Ya no recuerdan todo lo que les hizo sufrir en estos años, sólo esperan una llamada, oír su voz y saber que vive y que está bien. Están dispuestos a todo: a perdonar, a acoger, a seguir dándole vida. Quieren que sepa que no le recriminan nada, y que si se siente avergonzada por algo, ellos la comprenden y no se lo tendrán en cuenta. Sólo quieren saber que está bien. Sólo necesitan saber que está viva y que pronto volverá. Pero el tiempo pasa y con él llega el miedo a lo peor.

Un amor incondicional el de estos padres y hermanos. Un amor que lo soporta todo, lo espera todo, lo disculpa todo. Un amor que espera...

Las horas del día se pasan pendientes del teléfono en espera de una noticia que no acaba de llegar. Cada llamada moviliza a todos con la esperanza y el temor de oírle o de lo que se les pueda anunciar.

Las preguntas se agolpan en los padres y en los que les conocemos. Han dado lo mejor de sí y han educado en la verdad y en el amor; pero la “maldita sociedad de consumo”, “la miserable droga” traficada por los inescrupulosos, y las malas compañías han destrozado una vida y la de una familia, que como otras miles, sufren este calvario cada vez más frecuente en nuestra sociedad.

El silencio y la presencia acompañan en estas interminables horas de espera. La impotencia se hace súplica al Dios de la vida, y la oración confiada, nos trae la esperanza de que a pesar de todo, Dios cuida de cada uno de sus hijos. Pase lo que pase, Él vela por los padres y por la chavala, que “no sabiendo lo que hace” ha errado en el camino. Él les da su fuerza y los sostiene en estas horas, tan amargas como las de Getsemaní.

Desde este blog pido a los lectores una oración; y si los jóvenes me lo permiten, un consejo: la felicidad está al alcance de nuestra mano, la tenemos en nuestro entorno y en nuestro corazón, abrid los ojos y amad de verdad a los que os rodean, que el amor es la única fuente de la felicidad que no pasa. El amor desinteresado, ¡también crea adicciones!, pero cuando uno se engancha a él, nos da vida y nos hace generoso para darla a los demás.

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