Sí al proceso de paz de Entrevías

En una ocasión un santo obispo –que no es sospechoso de herejía- al ser preguntado sobre qué era el demonio respondió: “- Es el mal que nos hacemos entre los buenos sin darnos cuenta”.

No pocas veces pasa que los discípulos de Jesús nos despistamos, como lo hicieron los hijos del Zebedeo; o somos tozudos, como lo fue Pedro, la piedra sobre la que Jesús quiso edificar su Iglesia. Frecuentemente, como ellos -y otros,- nos cerramos en nuestro punto de vista, en nuestras opciones y “obsesiones”, y en lo que buenamente creemos que Dios nos pide. ¡Cuántas veces no aceptamos otro punto de vista, o que las cosas puedan tener otros matices o maneras de ser interpretadas, también desde la sinceridad del otro!

Eso nos pasa a todos, ¡también a los curas, a los laicos, a las monjas y a los obispos! Y Dios habla por todos, como lo hizo por medio de la Burra de Balaam.

En nuestro “celo profundo”, a veces nos afanamos tanto que “ocupados por las cosas del Señor, nos olvidamos del Señor de las cosas”. Cuando esto pasa, frecuentemente caemos en el activismo y la superficialidad, y nuestra fe y compromiso acaban o pueden acabar convirtiéndose en una ideología en aras de la cual lo justificamos todo.

El horizonte, poco a poco se cierra en el círculo en el que uno se mueve, y progresivamente nos vamos incomunicando con los que están fuera de nuestras opciones e intereses inmediatos. Y tanta es la incomunicación que dejamos de reconocernos mutuamente como hermanos, y comenzamos a “pasar de los que no son de los nuestros” y la comunión, ¡se rompe o se pierde!

Todo esto venía a mi cabeza cuando en el coche, camino del convento, escuché la noticia de que se abría “una vía” de diálogo en “Entrevías”. Un acercamiento que hace presagiar un acuerdo o el restablecimiento conciente de la comunión que “sin quererlo” se rompió.

En este sentido podríamos decir que “Dios es el bien que nos hacemos cuando somos capaces de descubrirnos como hermanos y bendecirnosbien decir unos de otros- como lo hizo Jesús al partir y repartir su pan.

Cuando se recupera la comunión, el “otro” deja de ser una amenaza, y se convierte para mí en un don, en un hermano y en una oportunidad para juntos acercarnos a “La Verdad” que es inabarcable.

Estoy segura que el Cardenal Rouco nunca se arrepentirá de haber dado tiempo a sus hermanos sacerdotes; de haber intentado vivir la caridad pastoral y abrirse a lo que el Espíritu puede decir tambien a través de ellos; como tampoco los tres sacerdotes de Entrevías lo harán si hacen un esfuerzo por restablecer la comunión aceptando la mano tendida y amando a fondo perdido a todos, sin excluir a nadie, ¡tampoco a los que mandan, a los que son ricos, o son pastores!

Me consuela creer que es posible, porque en este “fregao”, todos, aunque mutuamente se hagan daño –sin quererlo- buscan vivir la caridad, que dice San Pablo es paciente, no es egoísta ni se engríe, no busca el mal, se alegra en la verdad, todo lo cree, todo lo soporta, todo lo espera…

Termino recordando lo que ocurrió durante el Sínodo para Europa. Juan Pablo II invitó a los participantes a sentarse en su mesa. Cuando Timothy Radcliffe, general de los dominicos se dio cuenta que estaba sentado a la derecha del Papa, el Papa le preguntó: “-Fray Timothy, ¿qué haces con un fraile desobediente?” Timothy, con prontitud respondió: “-¡Lo quiero!” El Papa quedó maravillado por la respuesta y contó esta historia en el Sínodo, en diversas ocasiones.

Cardenal, ¿qué hace con un sacerdote “desobediente”?

Que todo acabe en eso, en el amor.
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