Un hombre monumental Dos encuentros del Padre Ángel con Juan Pablo II
(Padre Ángel García, en El Comercio).- Ver a Juan Pablo II, especialmente en sus primeros años de pontificado, siempre me hacía recordar la frase de Jesús: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». Impresionaba su talla, su estampa, su poderío físico. No olvidaré el comentario de una educadora que por entonces trabajaba con los chicos de un hogar de Mensajeros de la Paz: ¡Vaya pedazo de Papa! dijo saliéndole del alma cuando, ante el televisor, le vimos aparecer por primera vez en el balcón vaticano ante toda la cristiandad, y ante todo el mundo.
Veintiséis años después, toda la cristiandad, y todo el mundo, conoció a un papa anciano, que hacía grandes esfuerzos -verdaderos sacrificios- cuando, por ejemplo, celebraba la Eucaristía asiéndose discretamente al borde del altar para mantenerse en pie. Pero no obstante, toda la Cristiandad, y todo el mundo, siguieron viendo en él a un hombre monumental.
Y es que su fortaleza no estaba en su cuerpo, sino en la firmeza de su Fe; una Fe que le hizo superar, y a su modo vencer, a ideologías y regímenes políticos (el fascismo primero; el comunismo, después) y que también le ayudó a prevalecer sobre el dolor y el odio, y por último, sobre la muerte.
Todos los instantes que tuve el altísimo honor de compartir con el Beato Juan Pablo II los guardo en el corazón, como un tesoro, y con la misma vívida intensidad como si hubieran acabado de suceder. Y más que una anécdota son para mí todo un ejercicio de magisterio teológico y de humanidad.
El primero de ellos fue cuando fuimos a Roma a hacerle la entrega simbólica del Teléfono Dorado. Cuando le explicaba que era un servicio de voluntarios para paliar la soledad de los mayores a través de una línea gratuita, me dijo: «Muy bien, muy bien, pero ¿sabe?, a veces los Papas y los Jefes de Estado también se sienten solos». No pude, ni supe, responder más que con una inclinación de cabeza, a ese hombre que desde la humildad, también hacía grandeza de su propia condición humana.
En otra ocasión, a las puertas de la Embajada de España ante la Santa Sede, en la festividad de la Inmaculada, tuve el privilegio de hacerle entrega de mi libro Parábolas, que al día siguiente presentaba en Roma el Cardenal Re. (Mi primer y único libro, y creo que el último, y que pude acabar con la inestimable ayuda de mi buen amigo Vidal). Pues bien, en esa ocasión me armé de valor y le dije que con esas parábolas quería remediar algunas otras palabras mías anteriores, quizá inadecuadas o incómodas. El Papa me dijo bajando los ojos: «Siga Usted, con su obra, y haciendo el bien».
¡Beato Juan Pablo II, hoy, en la Plaza de San Pedro, o desde el televisor, toda la Cristiandad, y en mundo entero, volveremos a ser «todos tuyos»!. ¡Juan Pablo II, desde tu lugar en el Cielo, ruega por nosotros!