Conferencia inaugural del curso "Mística y espiritualidad: hacia un cristianismo liberador" ¿Hay lugar para la espiritualidad en la era de la Inteligencia Artificial y de la Tecnopolítica? (I)

Del 7 al 9 de julio, Laredo acoge el curso de verano de la Universidad de Cantabria "Mística y espiritualidad: hacia un cristianismo liberador"
Publicamos la primera parte de la conferencia inaugural del director del curso, Juan José Tamayo
| Juan José Tamayo
Estamos viviendo un vertiginoso cambio de era: la era de la cibernética, de la tecnología convertida en tecnocracia, de la Inteligencia Artificial, del transhumanismo, de la revolución ecológica, de la revolución informática, del homo sapiens-sapiens, del homo oeconomicus, de la robótica, del posthumanismo, del antropoceno, del capitaloceno, de la zoonosis, de la tecnopolítica. Y preguntamos: ¿hay lugar para espiritualidad en este cambio de era?
¿Tiene sentido hablar de espiritualidad y apelar a ella como respuesta a la postpandemia de la covid-19, que ni los economistas ni los sociólogos más perspicaces fueron capaces de prever y que causó más diez millones de personas muertas y doscientos millones de personas contagiadas, amén de las consecuencia psicológicas, sociales, económicas tan destructivas?
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Vivimos en un mundo donde impera la injusticia estructural, avanza a pasos agigantados la desigualdad y sufrimos una pérdida de la compasión; en un mundo donde los progresos tecnológicos no se corresponden con el progreso en los valores morales de solidaridad, fraternidad-sororidad, justicia, igualdad y libertad, como tampoco el crecimiento económico termina con la eliminación de la pobreza. Todo lo contrario, a mayor progreso tecnológico y crecimiento económico, menor solidaridad y compasión, más lejos de la justicia y la igualdad y más difícil la práctica de la solidaridad y la fraternidad-sororidad. ¿Pueden contribuir la espiritualidad y la mística a superar estas asimetrías?
Vivimos en una sociedad donde las brechas de la desigualdad son cada vez más extensas y profundas:
- la brecha económico-social entre ricos y pobres, que desemboca en aporofobia (odio y rechazo a las personas pobres)
- la patriarcal entre hombres y mujeres, que desemboca en feminicidio;
- la colonial entre las superpotencias y la pervivencia del colonialismo, que desemboca en el mantenimiento de la colonialidad;
- la ecológica, provocada por el modelo de desarrollo científico-técnico depredador de la naturaleza, que convierte a esta en mercancía y desemboca en ecocidio;
- la racista entre personas nativas y extranjeras, que desemboca en xenofobia;
- la afectivo-sexual entre heterosexualidad y LGTBIQ, que desemboca en el discurso de odio contra las identidades afectivo-sexuales que no responden al patrón de la heteronormatividad y la binariedad sexual: LGTBIfobia;
- la intelectual entre conocimientos científicos y saberes originarios, que da lugar a la injusticia cognitiva, que desemboca en epistemicidio;
- la global entre el Norte y el Sur, que desemboca en surcidio (palabra de creación propia);
- la religiosa entre personas creyentes y no creyentes, entre sistemas de creencias hegemónicos y contra-hegemónicos, entre religiones ricas y religiones pobres, que da lugar a la persecución de las personas no creyentes y al desprecio de las religiones y espiritualidades de los pueblos originarios;
- la digital entre quienes tenemos acceso a internet y quienes se ven privados del mismo, que da lugar a múltiples discriminaciones laborales, culturales, educativas:
- la desigualdad entre personas adultas y niños/as bajo el prisma adultocentrista.
- el rechazo a la personas diversas funcionales por mor del falso paradigma de la “normalidad”.
¿Podemos hablar de espiritualidad y de mística sin tomar partido a favor de las mayorías populares en un mundo donde las brechas de la desigualdad son cada vez más profundas?

Soy consciente de que en amplios sectores de la sociedad las preguntas mismas resultan ya de por sí incómodas, provocan malestar e incluso indignación porque se cree que suponen la desviación de los verdaderos problemas de fondo que aquejan a la humanidad y se alejan de las respuestas que hemos de dar a los grandes interrogantes y desafíos que plantea la actual crisis civilizatoria, alimentaria, ecológica, energética, etc. Más aún, se cree que la respuesta “políticamente correcta” tendría que ser negativa: no, no hay lugar para la espiritualidad, ni tiene por qué haberlo, ya que constituye una desviación y un freno al progreso de la humanidad en todos los terrenos.
Seguro que recordarán la afirmación de Joseph Stiglitz, director del equipo de asesores económicos del presidente de los Estados Unidos Bill Clinton y Premio Nóbel de Economía: “¡La economía, estúpidos, la economía!”. Afirmación que achicaba al ser humano hasta reducirlo a la estrecha dimensión del mundo económico sin entrañas, el mundo que él representaba como vicepresidente del Banco Mundial. ¡Qué empobrecimiento!
Hoy el aforismo de Stiglitz puede reformularse así: “¡La tecno-economía, estúpidos, la tecno-política! Fuera de ella no hay salvación”. Es el grito de los tecno-economistas, para quienes la espiritualidad pertenece a un estilo de vida ya superado, a un paradigma de otras épocas, es contraria a la ciencia, suena a música celestial y, en todo caso, resulta una evasión y una huida de la realidad. Y más lo será en el futuro.
Tanto a Stiglitz como a los tecno-economistas y a los transhumanistas habría que recordarles lo que afirmara el filósofo Ludwig Wittgenstein: “Sentimos que aun cuando todas las posibles cuestiones científicas hayan recibido respuesta, nuestros problemas vitales todavía no se han rozado en lo más mínimo. Por supuesto que entonces ya no queda pregunta alguna, y esta es la pregunta”. De la misma opinión es el filósofo de la esperanza Ernst Bloch, quien asevera que en una sociedad donde estuvieran resueltos los problemas sociales y se estableciera la justicia de manera generalizada, seguirían planteándose las preguntas fundamentales sobre el sentido y el sinsentido de la existencia humana y sobre la teleología de la historia.
Patologías de la espiritualidad
Seguimos preguntándonos. ¿Hay lugar para la espiritualidad cuando el Bombardero B-2 de Estados Unidos ha tomado el nombre de “Espíritu”, convirtiendo al Espíritu en un instrumento de guerra y en una máquina de matar? Se trata de un bombardero invisible, furtivo, el más caro y letal de la historia, que fue el utilizado por Trump para atacar instalaciones nucleares iraníes.
¿No es una ofensa a la espiritualidad la creación de la Oficina de la Fe en la Casa Blanca, puesta al servicio de Trump y de sus intereses pseudo-religiosos espurios? Al frente de dicha Oficina el presidente ha puesto a Paula White, una mujer evangélica fundamentalista que predica el “Evangelio de la Prosperidad” en Florida Este Evangelio vincula la espiritualidad cristiana con el éxito económico. En podcast, programas de televisión y en su libro El dinero importa, Paula White afirma que “el dinero sigue tu sistema de valores”. El actor y teleevangelista Ken Copelan equipara la dedicación a Dios con la inversión económica. Todo en la dirección de la leyenda de los billetes de dólar: En Dios confiamos, la mejor demostración de que se presente a Dios como legitimador de la moneda del Imperio y del sistema capitalista mundial.

Es esta una corriente muy extendida en Estados Unidos y América Latina en las mega-iglesias y comunidades evangélicas fundamentalistas montadas sobre el dólar, que vinculan religión, espiritualidad y billetera. Para esta tendencia evangélica, los ceros en la cuenta corriente constituyen “un canon para medir la fe”, escribe el teólogo peruano Martín Ocaña en su libro Los banqueros de Dios. Uno de los artículos del Evangelio de la Prosperidad afirma que “la prosperidad del creyente es voluntad de Dios”. Más aún, si los cristianos no son ricos es porque viven en pecado.
Este planteamiento se encuentra en dirección contraria al cristianismo originario, de Jesús de Nazaret y de la teología de la liberación, que vincula la espiritualidad con la opción radical por las personas más vulnerables, los sectores empobrecidos y los pueblos oprimidos. La ética evangélica establece que resulta incompatible amar a Dios y servir al Dinero y que “es más difícil que un rico entre en el reino de los cielos que un camello entre por el ojo de una aguja”.
¿Se puede seguir hablando de espiritualidad en plena era de cristoneofascismo, que consiste en la alianza y complicidad entre la extrema derecha política, económica y cultural y los movimientos cristianos fundamentalistas e integristas? Se trata de una alianza antievangélica y contra naturam que ha mutado los valores del cristianismo originario por sus contrarios: el amor por el odio, el perdón por la venganza, la amistad por la dialéctica amigo-enemigo, el respeto a las diferencias y al pluralismo por la intolerancia, la hospitalidad a las personas extranjeras, imperativo categórico de las religiones, por el racismo y la xenofobia, etc.
¿Hay lugar para la espiritualidad en un mundo marcado por el patriarcado y en un cristianismo en el que las mujeres no son consideradas sujetos morales, religiosos y teológicos autónomos y viven en una permanente minoría de edad y en un interminable apartheid? En este cristianismo las mujeres son excluidas de la elaboración de la doctrina teológica y de las orientaciones morales que les afectan directamente como los derechos sexuales y reproductivos, y no tienen acceso directo a lo sagrado ni se les permite participar en la toma de decisiones. Un cristianismo que no reconoce la autonomía de las mujeres en la experiencia religiosa, sino que tienen que vivir su espiritualidad a imagen y semejanza de los varones. Un cristianismo donde impera la masculinidad hegemónica y sagrada (Kristin du Metz, Jesús y John Wayne, Editorial Capitán Swing). Un cristianismo, en fin, en el que a Dios se le coloca del lado del patriarcado, como afirman las pensadoras feministas estadounidenses Mary Daly y Kate Millet: “Si Dios es varón, el varón es Dios” (Daly): “El patriarcado siempre tiene a Dios de su lado” (Millet).
¿Se puede reconocer la importancia de la espiritualidad en una sociedad donde impera el necro-capìtalismo, la necro-política, que consiste en que todos los poderes coaligados deciden quiénes puede vivir y quiénes tienen que vivir?

Hace más de 40 años Gustavo Gutiérrez se preguntaba en su libro La fuera histórica de los pobres (Sígueme, Salamanca, 1979) si tenía sentido seguir haciendo teología en un mundo de miseria y opresión, si la tarea más urgente no era más de orden social y político que teológico, si se justificaba dedicarle tiempo dejándose llevar más por la inercia de una formación teológica que por las necesidades reales de un pueblo que lucha por su liberación.
Similares preguntas me planteo yo en relación con la espiritualidad. ¿Tiene sentido hablar de espiritualidad en tiempos de secularización, de crisis de Dios y de fundamentalismos religiosos? ¿Hablar de una “nueva espiritualidad” no será, más bien, una especie de “tapa-agujeros" en una época post-religiosa y de una manera de evadirse de la realidad?
Las preguntas se tornan más urgentes y inaplazables todavía tras las dramáticas imágenes que vemos a diario en televisión de personas migrantes, refugiadas y desplazadas que llegan a nuestras costas y muchas de ellas mueren en el intento por la insolidaridad de la “bárbara” Europa”, que se tiene por cristiana o que, procedentes de los países centroamericanos, son detenidas en la frontera de los Estados Unidos y separados los niños de sus padres. O en los campos de refugiados donde viven hacinadas decenas de miles de personas en condiciones infrahumanas, donde las mujeres son violadas y los niños deambulan alzadas <solos y desnutridos.
La pregunta por el sentido de un discurso sobre la espiritualidad se plantea de manera más urgente ante los cerca de las 60.000 personas gazatíes asesinadas por Netanyahu, la mayoría niños y mujeres, y el 90% de los edificios destruidos: viviendas, escuelas, centros de salud, hospitales, centros religiosos, etc. Son preguntas en forma de proetsta al modo de las denuncias de los profetas de Israel/Palestina contra las autoridades políticas, religiosas, los jueces y los que acumulaban bienes y más bienes a costa de extorsionar a los pobres.
Tras la Segunda Guerra Mundial, el holocausto y el Mal Absoluto que fue el nazismo, el filósofo Theodor Adorno afirmó en su libro Notas sobre literatura: “No querría yo quitar fuerza a la frase de que es de bárbaros seguir escribiendo lírica después de Auschwitz”. ¿Podemos hacer la misma afirmación referida a la espiritualidad?
Olvido de la espiritualidad en las religiones
Aun siendo la espiritualidad una de las dimensiones fundamentales de las religiones, estas con frecuencia la han ahogado bajo el peso de la institucionalización, del clericalismo, del dogmatismo, del patriarcado, de la mercantilización de lo sagrado y de los fundamentalismos, que con frecuencia desembocan en violencia, y del espiritualismo que es una perversión de la espiritualidad.
No pocas de las críticas que se hacen a las religiones, tanto desde dentro como desde fuera, inciden en su olvido de la espiritualidad. Y llevan razón. Enredadas como están a menudo en luchas por el poder y en alianza con los poderosos, han renunciado a la dimensión de profundidad que es donde habita la espiritualidad. Recluidas como están en un discurso autorreferencial no logran ver el espíritu que aletea en el mundo y está presente en las experiencias radicales de sentido de los seres humanos. Encerradas como están en sus seguridades doctrinales mientras vivimos tiempos de intemperie cognitiva, no reparan en que su identidad no se encuentra en certezas pétreas, sino en la búsqueda de nuevas experiencias espirituales en sintonía con los nuevos climas culturales inciertos e inseguros. Preocupadas por la felicidad de las almas en el más allá descuidan la salud integral en el más acá, elemento fundamental de la espiritualidad de la vida.
Yo creo que solo si las religiones retornan a la espiritualidad, a una espiritualidad integral y liberadora, recuperarán la credibilidad perdida y encontrarán su sentido y su razón de ser. De lo contrario se estarán haciendo el harakiri y no podrán culpar a instancias externas de su fracaso e incluso de su posible muerte.
Mi primera respuesta a las preguntas
Aun con todas las dificultades que se ciernen en el horizonte, mi respuesta a las preguntas planteadas es afirmativa. Yo creo que es en la espiritualidad donde se juega la verdadera identidad del ser humano, o su deshumanización, su carácter conformista o inconformista antes los problemas fundamentales en torno al sentido y sin sentido del ser humano y del mundo, su carácter compasivo o inmisericorde en esta crisis civilizatoria que estamos viviendo y su actitud solidaria o insolidaria en los momentos dramáticos vividos durante la pandemia y la postpandemia que ha afectado a toda la humanidad, pero de manera más acusada a los sectores más vulnerables de la sociedad y ha dejado consecuencias negativas difíciles de reparar.

A sabiendas de que voy contra corriente y de que me muevo dentro de lo política y religiosamente incorrecto, mi respuesta coincide con la del escritor y político francés André Malraux, aplicada al siglo XXI: “El siglo XX será espiritual o lo no será” y con la del teólogo Karl Rahner “El cristiano del futuro será místico o no será cristiano […]. El hombre espiritual del futuro o será místico, es decir, una persona que ha experimentado algo, o no será más. Porque la espiritualidad del futuro no será transmitida ya más a través de una convicción unánime, evidente y pública, o a través de un ambiente religioso generalizado, si esto no presupone una experiencia y un compromiso personal”.
Y añadía: "Sin la experiencia religiosa interior de Dios, ningún hombre (sic) puede permanecer siendo cristiano a la larga bajo la presión del actual ambiente secularizado". Estamos, sin duda, ante uno de los pensamientos teológicos más profundos y proféticos del cristianismo de los últimos cincuenta años. Tristemente la institución eclesiástica y dentro de ella su magisterio no prestaron la atención debida a muchas de las lúcidas propuestas de reforma eclesial que hizo Karl Rahner a lo largo de su extenso e riguroso magisterio teológico y de su compromiso reformador, como tampoco le prestaron atención los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI.
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