La misión y la moral desde la espiritualidad dominicana, luz para la fe


Hemos estado, en este año 2016, celebrando el Jubileo de los 800 años del nacimiento de la Orden de Predicadores (OP), dominicos fundados por el español Santo Domingo de Guzmán. Un regalo para la fe e iglesia con su misión, ya que la aportación y frutos de los dominicos ha sido fecunda e imprescindible en la historia del cristianismo y de la cultura. En este artículo, vamos a hacer memoria de todo este legado dominicano centrándonos más en la aportación que, en la misión de orden dominica, se ha hecho a la moral y al pensamiento social cuya entraña es la espiritualidad.

Queremos empezar por recordar el acontecimiento fundante dominicano, que es la vida y experiencia de fe que vivió Santo Domingo que, según parece, no es lo suficientemente conocido y valorado. Para conocerlo y comprenderlo adecuadamente, hay que situarlo en su contexto con la realidad histórica en la que vivió Santo Domingo, con sus anhelos y esperanzas, a la que él trato de responder. Estamos en el Siglo XIII, en la Edad Media con su sistema feudal. Caracterizado por una dominación, opresión e injusticia ejercida por los señores feudales, nobleza y militares (con la convivencia cierto clero) sobre los sectores más populares, empobrecidos y excluidos como es el campesinado, las gentes del campo.

Estos grupos dominantes hacen una ostentación de la riqueza y del poder, de los privilegios y lujos que, a costa de la desigualdad e injusticia de estos sectores más empobrecidos, causan escándalo e indignación en el pueblo. Frente a lo anterior, una serie de movimientos populares y espirituales reaccionan con unas exigencias de vuelta a la pobreza y a la humidad, de libertad y fraternidad, justicia e igualdad. Algunos de estos grupos populares y religiosos acabaron en un extremismo excluyente, con teorías inadecuadas para la fe e iglesia. Estos reclamos y exigencias, con sus justas aspiraciones, fueron acogidas asimismo por el naciente movimiento mendicante, con Santo Domingo en España o San Francisco de Asís en Italia.

Los frailes mendicantes, como los dominicos suscitados por Santo Domingo, supusieron una vuelta a la radicalidad (profundidad) del Evangelio, con una reforma y renovación de la vida cristiana e iglesia. Frente a los ídolos del poder y la riqueza, los privilegios e intereses con su acomodada instalación, Santo Domingo y los frailes dominicos promueven la misión apostólica y evangelizadora, la predicación de la verdad y de la fe. Con un estilo de vida en la misericordia compasiva y pobreza fraterna, solidaria y liberadora con los pobres, con los excluidos y desengañados.

La vida de Santo Domingo y sus frailes se realiza en una espiritualidad de la misericordia y compasión ante el sufrimiento, mentira e injusticia que padecen los pueblos y los pobres. Con una vida misionera e itinerante para predicar y llevar el Evangelio a las periferias de la sociedad, a los márgenes del mundo que vaya liberando del mal, del egoísmo e injusticia, de la violencia y de la mentira. Es una misión y predicación que, con el testimonio de la pobreza fraterna y solidaria con los pobres, busca las mediaciones de la razón y de la cultura para llevar la verdad de la caridad. El amor y caridad con los otros, con los pobres y sufrientes, es la razón de ser de la predicación y misión de Domingo con sus frailes que se alimenta en la oración y en los sacramentos, en la contemplación y estudio al servicio de esta evangelización del amor. Esta espiritualidad y predicación tiene como clave la encarnación de Dios en Cristo que asume toda naturaleza humana, todas las dimensiones de la persona y de la realidad; frente a todo espiritualismo, pesimismo y dualismo antropológico-espiritual. Para llevar a plenitud al ser humano en la trascendencia y eternidad con la salvación liberadora de todo pecado, mal e injusticia. Y un cariño y devoción a María, la Madre de Jesús, que daría lugar a la advocación conocida como nuestra Señora (Virgen) del Rosario.

Toda esta tradición mendicante y dominicana, con esta espiritualidad equilibrada e integral que contempla las diversas dimensiones del ser humano, lleva a toda una formación y cultura entrañada en este humanismo espiritual. Con los maestros de la teología como San Alberto Magno, Santa Catalina de Siena y, en especial, el genio de Tomás de Aquino. El Doctor Angélico, el sabio (pobre) más santo y el santo (pobre) más sabio, supone toda una renovación del pensamiento, de la filosofía y de la teología que, en este humanismo espiritual, propone una antropología integral con una ética humanista. El Aquinate pone las bases, pues, para lo más valioso de la modernidad con su humanismo renacentista. Tal como reluce en la escuela de Salamanca con los maestros como Vitoria, Soto y su proyección evangelizadora en América con Córdoba, Montesinos, Las Casas y el mártir Valdivieso; con testimonios espirituales de la fe, de la pobreza y de la caridad con los pobres como Santa Rosa de Lima o San Martín de Porres.

Este humanismo moderno con la Escuela de Salamanca, Las Casas e iglesia naciente latinoamericana supuso toda una renovación misionera, cultural y ética. Ellos, continuando la tradición de la ley-derecho natural en clave de humanismo ético, son los pioneros de los derechos humanos, de la justicia social y del derecho internacional. Con una promoción de la vida y dignidad de las personas, de los pueblos y los pobres. Defendieron la vida digna de los pobres e indígenas, promoviendo los derechos civiles y políticos con la gestión democrática de la vida pública, con unas leyes y autoridades que, para ser legítimas, tienen que servir al bien común. De lo contrario, hay que resistirlas, oponerse a ella y luchar por cambiarlas por una autoridades y leyes más justas.

Los derechos sociales y económicos con una economía enraizada en la ética, al servicio de las necesidades de las personas y de los pueblos. En donde el principio moral fundamental del destino universal de los bienes tiene la prioridad, como derecho natural, sobre el derecho de propiedad que es de carácter positivo y secundario. Los bienes y los recursos hay que distribuirlos de forma justa, con un comercio y fiscalidad basada en la justicia donde aporten más los que más tienen, ya que pertenecen a los pobres; frente a la idolatría de la riqueza y del ser rico. Los derechos internacionales en la instauración de unas relaciones mundiales entre los pueblos, basadas en el desarrollo humano e integral, en la paz y equidad. Los derechos culturales en el dialogo y encuentro fraterno con las otras culturas y religiones asumiendo todo lo verdadero, bueno y bello de las mismas.

Este legado espiritual, humanista y moral ha llegado hasta la edad contemporánea con pensadores y maestros de la teología actual como Chenu o Congar que prepararon e intervinieron en el acontecimiento fundamental del Vaticano II. Autores como Lebret que tanto aportaron a la Doctrina Social de la Iglesia como es la importante enseñanza de Pablo VI con su Populorum Progressio. Y ya, en América Latina, con teólogos tan destacado como G Gutiérrez, padre de una teología y espiritualidad liberadora. En España, la facultad de teología de Salamanca, con autores como por ejemplo, J. Espeja o B. Cuesta, han seguido dando sus frutos y otros como F. Martínez, M. Gelabert… Toda esta teología y espiritualidad dominicana contemporánea ha actualizado y profundizado toda la tradición anterior. Con un pensamiento interdisciplinar en un diálogo entre la teología, la filosofía y las diversas ciencias humanas o sociales. Con una teología y espiritualidad de la encarnación que en el seguimiento de Jesús, el Verbo-Dios Encarnado con su Gracia, asume todo lo humano, la diversas dimensiones de la persona, para llevarla a su plenitud con sentido, felicidad y un desarrollo liberador e integral.

La fe se realiza en la razón e inteligencia, con sus mediaciones sociales e históricas. El Evangelio se encarna en el tiempo y en el trabajo, en la economía, política y cultura para llevar el amor y la justicia liberadora con los pobres. Es la transmisión de la fe, de la misión al servicio del proyecto de Jesús. Es decir, el Reino de Dios y su justicia liberadora con los pobres, que se va realizando la salvación en la historia y que culmina en la vida plena, eterna. Es el Dios de la misericordia y de la vida, de la justicia y de los pobres En contra de los ídolos que dan muerte como el poder, la riqueza o el mercado-capital convertidos en falsos dioses tal como impone actualmente el neoliberalismo y el capitalismo. La salvación se ve realizado en las liberaciones sociales e históricas, en la justicia con los pobres de la tierra y en los derechos humanos, en un trabajo digno y en una economía ética-justa.

Por lo tanto, la misión dominicana sigue siendo más actual y viva que nunca. En la trasmisión de la fe y de la verdad del Evangelio que se realiza en el amor, en la caridad y en la justicia con los pobres. La predicación de la verdad experiencial, espiritual y mística, ética e histórica que se efectúa en la praxis de la fe al servicio del amor, de la justicia y de la liberación integral. Tal como se revela en el seguimiento y encuentro con Jesús, el Dios Crucificado-Resucitado por el Reino y su salvación en la justicia liberadora con los pobres. Muchas más cosas se podrían decir del legado de Santo Domingo y sus hijos. Pero no queremos extendernos más, solo queda dar las gracias a Dios y a la OP por tantos frutos de santidad que ha dado toda la familia dominicana.
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