Gestos “sorprendentes” que esperamos de la Iglesia (19)

Supresión del celibato obligatorio para obispos y presbíteros (IV)

La Iglesia ganaría en libertad, honradez, amor de Dios, alegría evangelizadora...

Son frutos del Espíritu Santo
Donde está el Espíritu del Señor está la libertad” (2Cor 3,17). Y con la libertad, el “no dejarse dominar por nada” (1Cor 6,12; 10,23). El Espíritu de Jesús se ha unido al espíritu del cristiano, y es quien guía su vida desde la libertad que nace del amor gratuito y generoso, universal en tiempos, situaciones y lugares. Esta libertad vive así:
- el valor principal es la voluntad del Padre-Madre: su reinado de amor y vida para todos;
- nada de servilismo hacia los poderosos (Lc 13, 32; Mt 21, 23-27; Mc 11,27-33; Lc 20,1-8);
- no se aceptan discriminaciones sociales (leprosos, pecadores, publicanos...);
- se respeta el pluralismo ideológico entre los Doce (Mt 10, 1-4; Mc 3, 13-19; Lc 6,12-16);
- desde el Espíritu (amor) se interpreta la Ley, la moral, la teología, el Antiguo Testamento...;
- sin adulación, como Jesús que no acepta que le llamen “bueno” (Mc 10,17-18). ¿Qué diría si le hubieran llamado “santidad”, “eminencia”..., títulos con que algunos seguidores exigen que les traten? ¡Vergüenza evangélica!
- no pretende popularidad ni poder; sólo desea anunciar el evangelio (Mc 1,35-39; 6, 45-46; Mt 4,8-10; Jn 6,15);
- desenmascara a los dirigentes religiosos (Mt 23, 1-36; Mc 12,38-40; Lc 11,37-52; 20,45-47);
- reconoce al Ser Humano como centro a cuyo servicio y vida está supeditada toda ley (Mc 2, 27);
- desde el servicio al Ser Humano interpreta la observancia de los días festivos, la pureza e impureza de los lavados rituales, los alimentos, el trato con los enfermos, el legalismo...;
- en el grupo cristiano no hay sometimiento: “No ha de ser así entre vosotros” (Mc 10,42-46; par.)

El servicio ministerial se amplía a célibes y casados
Célibes y casados sirven a la comunidad cristiana. Igual que varones o mujeres. “Todos somos uno en Cristo Jesús” (Gál 3, 28). “La gracia y la verdad se hicieron realidad por medio de Jesucristo” (Jn 1,17). El amor leal es el don primero y principal del Espíritu de Jesús. Ese amor produce frutos que realizan y hacen dichosa a la gente: “alegría, paz, tolerancia, agrado, generosidad, lealtad, sencillez, dominio de sí mismo” (Gál 5, 22-23). Elegir el celibato es libertad, sin duda. Pero también que la misma persona pueda elegir matrimonio y ministerio sacerdotal. En los primeros siglos de la Iglesia Occidental era de elección libre. El ministerio eclesial no da ni quita valor al celibato ni al matrimonio. Los dos quedan abiertos al amor de Jesús y a la libertad del Espíritu. La historia dice claramente que vincular el ministerio “ordenado” al celibato ha traído “inconvenientes muy perjudiciales”. La Iglesia Occidental decidió, en palabras de san Juan de Ávila, “mandar que se guarde so penas o castigos...”. Ahí siguen los amancebamientos más o menos discretos, los destierros a otras provincias o naciones, los dramas personales sin salida digna, las víctimas más o menos inocentes como las mujeres y los hijos... “Las erróneas ideas de que el sexo es malo y de que los “sacerdotes” son “extraterrestres” están, sin duda, a la base de la descabellada institución del celibato obligatorio de los obispos y presbíteros... La experiencia histórica demuestra que es una cabezonería humana en que el Espíritu Santo no ha entrado, y que, por eso, siempre funcionó a trompicones” (J. M. Díez Alegría: Rebajas teológicas de otoño. Editorial Desclée de Brouwer, S.A. Bilbao 1980. p. 144).

Ganaría también en “honradez”
No es que sea menos honrado el sacerdote célibe que el casado. Célibes y casados pueden ser honestos o deshonestos. Los hechos de vida, provocados por la ley actual, evidencian la falta de honradez que se está cometiendo, o tolerando, en la Iglesia:

a) “El Papa Francisco ha recibido una carta firmada por 26 mujeres que han vivido, viven o desearían vivir una relación con un sacerdote y querrían hacerlo sin tener que esconderse ni sentirse culpables, sin que la Iglesia siga obligando a sus parejas a elegir entre ellas, Dios o la doble moral de un amor escondido: `Nosotras amamos a estos hombres y ellos nos aman a nosotras. No se puede romper un vínculo tan fuerte y hermoso´” (Pablo Ordaz. El País, 20 mayo 2014).

b) “No podemos negar, sin embargo, que existe un porcentaje considerable de curas, para quienes el celibato es un duro combate, en el que son frecuentes la debilidad, el sufrimiento, la regresión a comportamientos arcaicos, e incluso, la tristeza... Esto no se puede negar. Para esta gente, el celibato es más fuente de problemas que de riqueza... Más aún. Es preciso decirlo y afirmarlo con honestidad: hay un grupo de sacerdotes que vive una doble vida más o menos encubierta” (J. M. Uriarte, Ministerio presbiteral y espiritualidad. Idatz. San Sebastián 1999, p. 31).

c) Es “vox populi” que en África y en América Latina, muchos curas viven con sus mujeres en las casas parroquiales. Los obispos lo saben, pero miran para otro lado: “más vale tener sacerdotes casados que no tener ninguno”, se dicen. Si fueran honestos, airearían esta situación, lo expondrían valientemente a la Curia vaticana, harían de la situación “de hecho” –no contraria al Evangelio- una situación de derecho “diocesano”. Estaría justificado echar mano del: “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (He 5,29; 4,19). El obispo de Xingu (Brasil), Erwin Kräutler, decía hace unos meses: “Nosotros, los obispos locales, que somos los más familiarizados con las necesidades de nuestros fieles, debemos ser corajudos, es decir ‘valientes’, y hacer propuestas concretas”.

d) Las excepciones que la Iglesia tiene con los ministros anglicanos pasados al catolicismo puede tenerlas también con los suyos, que no pueden humanamente superar el celibato, pero mantienen el amor pastoral. Concordaría con el amor cristiano: “no lleva cuentas del mal, no simpatiza con la injusticia, sino con la verdad, disculpa, se fía, espera, aguanta siempre” (1Cor 13, 4-7). Y con el año de la Misericordia.

También el “amor de Dios” saldría ganando
Al menos en los sacerdotes casados que conservan su vocación pastoral. “Ruego encarecidamente al Santo Padre, por las mismas entrañas de Cristo... se abran cuanto antes los cauces para la total reintegración de tantos hermanos nuestros, sacerdotes secularizados, que añoran el ejercicio ministerial, viviendo en silencio su vocación, mientras el mundo nos espera con los brazos abiertos” (J. M. Lorenzo Amelibia, presidente de la Asociación de Sacerdotes Casados de España). El casarse fue voluntad de Dios, según la misma Iglesia reconoce hoy en algunos casos y ritos. Dios sería bendecido por muchos hermanos sacerdotes. Restaurarlos en el ministerio responde a la voluntad divina. Muchas comunidades lo agradecen y desean. Otro buen gesto en el año de la misericordia.

La alegría evangelizadora se multiplicaría
Hay muchos sacerdotes casados sirviendo a pequeñas comunidades en la alegría del Espíritu Santo. Son tan evangelizadores y tan atrayentes como los célibes. Pero viven con la “espina” del rechazo eclesiástico jurídico. Es fácil contactar con ellos. Llamar a MOCEOP, o a OSCE... Su alegría haría aumentar la de todos. Lean: “Curas en unas comunidades adultas” (Moceop. Albacete 2015).

¿Por qué tanto miedo y reparo a que sea opcional el celibato?
Esta pregunta la hacía un comentarista. Ingenuamente decía: “Tú quieres ser célibe, sé célibe.... Si otros quieren ser sacerdotes casados, ¿por qué se les prohíbe?”. Ahí está el hecho. A muchos no nos coge en la cabeza dicha prohibición. Ni nos convencen las razones que dan sus defensores. Pero cambiar las leyes eclesiales es una tarea casi imposible.

Rufo González
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