“Salvación” significa “librar al hombre de cualquier tara que le impida realizarse como persona y ser feliz” “OS HA NACIDO UN SALVADOR”

El dilema está en qué entendemos por “salvación”

Hemos vivido estos días navideños una verdad de fe para el creyente cristiano y una tradición socio-religiosa para gran parte de la humanidad. Para los cristianos la Navidad supone la humanización de Dios en Jesús que, a partir de ese momento, se convierte en el “Salvador” del género humano, según el anuncio del ángel a los pastores. Vistas así las cosas, nos podemos preguntar: ¿Qué entendemos por salvación? Y cuestiones insoslayables serían: ¿Quién salva, de qué, cómo, cuándo? Las respuestas a estos planteamientos son evidentes para los cristianos. Pero su “evidencia” es la fe, que precisamente resulta ser la certidumbre menos convincente para el resto del género humano.

Interpretando los Evangelios, Jesús, como el judaísmo religioso de su época, esperaba que la relación entre Dios y el hombre, deteriorada por el pecado, habría de cambiar por una acción de Dios al final de los tiempos. Esta intervención divina sería la que instaurase el Reino de Dios sobre Israel en el futuro…, un futuro inmediato o muy próximo, pero un futuro. Parece que el concepto de la salvación del ser humano según Jesús de Nazaret era cualquier tipo de vida y pensamiento que estuviera ligado a una situación de pecado contra la "Alianza"; convertirse, volverse a Dios, de modo que se estuviera totalmente abierto y dispuesto para aceptar la venida del reino de Dios sobre la tierra de Israel, que sería la concreción de la "Alianza".

Desde los comienzos del cristianismo y a lo largo y ancho de la teología, el concepto de la salvación del ser humano ha cambiado al llegar la plenitud de los tiempos. Dios se apiada de la humanidad sumida en una condición desesperada y sin recursos. Por el pecado se ha hecho enemiga de Dios, eterna e irreconciliable. Por sus propias fuerzas no puede salir de esta situación. Si consideramos la alegoría de Adán, podemos concluir que el “pecado original” no expresa, ni más ni menos, que las “limitaciones humanas” están “originadas” dentro del propio hombre.

Sin embargo, Dios se compadece y determina que su Hijo se encarne en una persona humana, Jesús de Nazaret.  Jesús, aceptando voluntariamente el sacrificio de la cruz, de “mesías de Israel” se convierte en el “salvador y redentor de todo el género humano”. La muerte del salvador es un sacrificio expiatorio, vicario por los pecados de la humanidad. Pero los efectos de esta expiación sólo se hace efectivo en aquellos que tienen fe en el significado y eficacia de esa muerte redentora. Quien no crea que Jesús es verdadero hijo de Dios, que ha muerto en la cruz "por muchos" (¿por todos?) no se salvará.

Con el devenir de los tiempos y las disquisiciones, el sentido de "salvación" en el cristianismo se ha venido relacionando íntimamente con el "más allá", en detrimento del "más acá". Nuestra "felicidad total" se colmará en el "cielo", (ese "lugar compendio de todos los bienes sin mezcla de mal alguno" –Astete - Ripalda). Pero, pese a todas las interpretaciones teológicas que se nos quieran dar, resulta que su santidad Juan Pablo II,  en sus catequesis semanales, nos ha dejado un documento clarificador: "El cielo o la bienaventuranza en la que nos encontraremos, no es una abstracción, ni tampoco un lugar físico entre las nubes, sino una relación viva y personal con la Santísima Trinidad” ("Catequesis del Papa sobre el Cielo, año 1999, miércoles 21 de julio") Si no es una "abstracción" ni "un lugar físico", ¿qué es el "cielo"? La “Historia de la Salvación” de la que habla la teología es “restrictiva”,  condicionada a confesar una determinada creencia. Se parte de una “verdad privada”, exclusiva. No universal. Esta liberación contiene una realidad escatológica; no se realiza en el “presente”. ¿No será más bien en la tierra donde debemos buscar esta "salvación", sin alimentar ilusas esperanzas?

El dilema está en qué entendemos por “salvación”.

En el lenguaje coloquial solemos usar expresiones como éstas: “se ha salvado del accidente, de una muerte segura, de un incendio, de pagar una multa…”  Y es que la palabra “salvación” encierra el significado de “librar de un riesgo o peligro, poner en seguro, mantener o recuperar al integridad física o moral” Una persona salvada equivale a decir una persona sana, íntegra, segura, sin amenazas a su dignidad. Y la mayor “desgracia” de una persona es precisamente no ser persona, hombre o mujer íntegros, no degradados en su ser.

Sorprendentemente, cuando Jesús de Nazaret habla de “salvación” o “condenación”, alude no a la fe, o al culto a Dios, o a la práctica religiosa; sino a “dar de comer, dar de beber, …” Es decir “librar” a la persona de su degradación. Y en esta parábola, el “venid benditos y el id malditos” se refiere a la persona que “humaniza” o a la que “deshumaniza”. No a la “contemplación mística”. Por tanto “salvación” significa “librar al hombre de cualquier tara que le impida realizarse como persona y ser feliz.” La verdadera historia de la salvación es la historia de la humanidad que lucha por llegar a ser personas en su intrínseca total dignidad humana. Hombres y mujeres libres de toda represión, de esclavitudes y servidumbres de ningún género (políticas, económicas, sociales o religiosas), redimidos del hambre, de la miseria y de la incultura. Que sean capaces de decidir su “destino”.

Si el cielo es el “destino de la salvación”, resulta que lo tenemos al alcance de la mano: Quien espera a la muerte para ir al cielo, es que no se ha enterado de nada del mensaje del Evangelio, y se convierte aquí y ahora en un infeliz. La “salvación del hombre” no “depende” de artificios externos al propio hombre, sino de sí mismo en el doble nivel, el individual y el colectivo. Y aquí y ahora.

Es así como la figura de Jesús de Nazaret se nos presenta realmente como salvador. Verdadero hijo de Dios y hombre cabal, íntegro,  que denunció la injusticia, el egoísmo, la maldad de los poderosos; que hizo causa común con los pobres, los marginados, los apartados de la sociedad privilegiada, social y religiosamente; que luchó por el comienzo de la construcción de una Nueva Sociedad (¿el Reino de Dios?) basada en la igualdad de todos los hombres y mujeres, fundamentada en el amor en todos y entre todos, en la justicia, en el compartir y servir, no en el dominar...; que cuestionó la utilidad del Templo y de la religión afirmando que el verdadero culto no está en la hipocresía ni en el cumplimiento de la Ley vacío de contenido, sino en “el espíritu y en la verdad”.

Más que “resucitar”, habría que “rehabilitar” a Jesús.

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