La vida de los sacerdotes casados proclama la injusticia eclesial (IV)

Jerónimo Podestá, obispo con los pobres y con los sacerdotes casados (6)

“El celibato es un asunto que debemos mirar de frente”
Los historiadores Lidia González y Luis I. García Conde, en su libro-entrevista (“Monseñor Jerónimo Podestá. LA REVOLUCIÓN EN LA IGLESIA”. Instituto Histórico Ciudad de Buenos Aires. © 2000) introducen el marco histórico de la pastoral vocacional y celibataria del obispo Podestá con una descripción hecha por la Revista “Primera Plana”, del 17 de mayo de 1966, p. 40:
“En Argentina, la crisis del sacerdocio había comenzado mucho antes de los años sesenta... Esta crisis se reflejaba en la progresiva disminución de vocaciones para ingresar al Seminario. En 1945 habían ingresado al Seminario de la calle José Cubas, de la Capital, unos 60 postulantes, de los cuales el 85% eran niños de entre 11 y 12 años; en 1955, la cifra disminuyó a 36; ya 19 de ellos tenían entre 18 y 25 años, y en 1966 las inscripciones fueron 10: 4 jóvenes y 6 chicos. En diciembre cuando Perón había caído, algunos sacerdotes advertían que vivían en un reducto de Edad Media. “Muchos, aclara un párroco, entre los mejores de mi promoción abandonaron sin más el Seminario. Otros como yo se quedaron para luchar dentro, decididos a no aceptar niñerías y cambiar las cosas”.


‘No podía renunciar a mi vocación sacerdotal ni a mi vocación por el matrimonio’
“El punto más espinoso de la crisis asoma en otra cifra, en los 180 a 200 sacerdotes argentinos (sobre un total de 4.300) que pidieron su reducción al estado laical durante la última década. Unos 90 de ellos ya están casados o esperan casarse; 5 o 6 ejercen como pastores de iglesias protestantes porque ‘no podía renunciar a mi vocación sacerdotal ni a mi vocación por el matrimonio’... En la Conferencia Episcopal Argentina, que se clausuró la semana pasada, las señales de la crisis no pudieron ocultarse: el miércoles 4 de mayo, los obispos Jorge Mayer (de Santa Rosa), Jerónimo Podestá (de Avellaneda) y Enrique A. Angelelli (auxiliar de Córdoba) la exhibieron ante los otros cuarenta prelados que se reunían en un solar de la calle Rodríguez Peña, Buenos Aires. ¿Qué pasa con los sacerdotes?, preguntaron. ¿Hay o no una crisis en el clero? ¿Hasta qué punto los obispos somos responsables de esta situación? ¿El sacerdote es o no un hombre como los demás?. Y por fin: El celibato es un asunto que debemos mirar de frente” (Primera Plana 17-05-1966, p. 40).


Podestá parte de la vida real: pequeñas historias
“Un día un vicario parroquial, se llamaban teniente cura, viene y me dice:
- “Mire si yo voy a guardar el celibato por el ejemplo que me da el párroco... Yo la veo salir cada mañana a la cocinera de la pieza de él y él salir de la pieza de la cocinera, así que a mí no me vengan con cuentos”.
Entonces lo mandé a otra parroquia. En la otra parroquia el párroco, más joven, me dice:
- “Y pero anda enganchado con una chica y...
Le digo: - decile que venga a verme, yo quiero conversar con él”.
Y le digo: - “¿Vas a seguir engañando a la chica?”.
Y me dice: - “Lo que pasa es que no tengo plata para casarme”.
- “¡Ah!, pero eso no es problema —le digo—. Vamos a buscar un lotecito que vos vas a ir pagando después en mensualidades y yo te compro una prefabricada y la ponés ahí y te casás”. ¡Se asustó tanto el hombre que no quiso casarse!. Ay, ay, ay... Pero al tiempo se casó. Pero primero se asustó” (“Monseñor Jerónimo Podestá. LA REVOLUCIÓN EN LA IGLESIA”, p. 120).


“Cuando llegué a obispo descubrí que era un problema real el cumplimiento del celibato”
“Yo tuve también entre los sacerdotes, como les he contado, un párroco medio mujeriego, curitas que se casaron, también sacerdotes que cumplían con la ley del celibato... Entre ellos dos que cumplían con el celibato pero juntaban un poquitito de plata. Otro que era muy cumplidor pero le gustaban los autos, cada uno tenía sus amorcitos ¿no?. He tenido muy buenos sacerdotes y muy cumplidores, pero algunos casos de deficiencias, entre ellos dos o tres con problemas de homosexualidad también... Eso es lo que puedo decir de mi experiencia que no fue percibida antes de ser obispo. Yo sabía que había alguno que otro, no creía, creía que todos cumplían, pero cuando llegué a ser obispo ahí descubrí que era un problema real el cumplimiento del celibato.
Había un sacerdote joven, argentino, que venía de Buenos Aires, yo lo recibí en la diócesis... Un muchacho muy generoso, muy entusiasta, pero yo diría, todavía no muy maduro... Lo lindo que tenía esta experiencia es que había una gran comunicación conmigo, me contaba todo, no había secretos, entonces un día me dice:
- “Mire padre, yo cometí un desliz feo”.
- “¿Qué te pasa?”.
- “Me acosté con la presidenta de la juventud femenina”.
- “Uy, uy, uy.
- Pero esa chica tiene un novio y el novio es el presidente.
- “No se puede andar jugando”, le digo.
Y me dijo: - “Sí, tiene razón”.
Aclaró su situación, puso las cosas en su lugar. Pero, al año siguiente me viene otra vez:
- “Hay un polaco que me quiere matar”.
- “¿Qué te pasa?”.
- “Y, yo estoy noviando con la hija. Y el polaco no quiere saber nada”.
- “Bueno, decile al polaco que venga a hablar conmigo”.
Le digo: - “Mire señor, si realmente ellos se quieren y desean unirse y casarse yo les voy a arreglar la situación”.
- “¡No! ¡Por qué con un cura!”.
- “Yo le voy a arreglar la situación, le voy a conseguir la dispensa, pero no puede ser que usted lo esté amenazando con un revólver que lo va a matar. Bueno —le dije—, además ¿un candidato más serio que éste? no va a encontrar. Y tiene toda la garantía”.
Así fue, se casó. Se fue a Estados Unidos...” (o.c. p. 121).


Revisar la actitud de la Iglesia y la libertad del sacerdote para formar su propia familia
Jerónimo Podestá era una persona reflexiva. Su actuación con los sacerdotes que querían casarse era de “comprensión, con apertura, tratando de dialogar con ellos, de comprenderlos y en caso de necesidad, de ayudarlos” (o.c., p. 122). Pero no dejaba de hacerse preguntas de más alcance:
“Si muchos sacerdotes mantenían una vida amorosa privada, se imponía revisar la actitud de la Iglesia con respecto al celibato, y en un sentido más amplio, la libertad del sacerdote para elegir formar su propia familia” (o.c., p. 122).

“Yo no quiero combatir el celibato”
Le acusaron de estar principalmente preocupado por el casamiento de curas. No es verdad:
“Yo he seguido un camino personal, pero esto de combatir el celibato es delicado. Porque los curas.. tienen tal inmadurez afectiva que si milagrosamente viniera un Papa que dijese se acabó el celibato, los curas se pueden casar, se haría un desastre, primero porque los curas se casarían mal, porque no tienen preparación humana, afectiva para eso, y segundo porque yo estoy convencido de que los grandes y profundos procesos humanos se hacen con una seria y ahondada evolución cultural. Tiene que enriquecerse..., sentir, valorarse la mujer. La mujer debe ocupar su lugar, debe ponerse no como competidora sino como colaboradora del hombre... Cuando se haya vencido esa visión negativa del sexo..., esa visión de la mujer pecadora, de la mujer tentación, de la mujer inferior, hasta que no se supere eso, no tiene sentido. Yo me he ocupado mucho pero no en querer combatir el celibato, sino en querer dar apoyo, sostén, a los sacerdotes que con honestidad han decidido casarse... Esa ha sido mi preocupación pero no la única...” (o.c., p. 123).


Rufo González
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