Como un grupo de gallinas al sol, estuvimos departiendo en el atrio, esperando la celebración. El sacerdote estaba entre todos hablando y escuchando. El verdadero pródigo es aquel que ha desbaratado la herencia, la familia, ha renegado de su pueblo, hasta ha dejado atrás a sus enemigos. Ese es como una planta arrancada de cuajo, mustia. Nada. Cuando reconoce que lo ha despilfarrado todo y, venciendo el orgullo de la miseria, vuelve, y encuentra el perdón, retoña como, en primavera, las hierbas quemadas por las heladas de invierno, y es dúctil como el cristal fundido. De otro modo se sentiría como un desertor en medio del campo de batalla. Luego, las lecturas, especialmente la el Evangelio nos refrescó lo que habíamos hablado en el atrio. La comunión fortaleció la comunión de la palabra y de vida. A la salida, un buen grupo se sentó en la terraza del bar a tomar un café y seguir departiendo sobre la vida vivida, historias sin historia.