Estamos en la inmensidad del mundo entre cielo y tierra, dejados de la mano de Dios, como podríamos estar en cualquier otro lugar. Como una orla de espuma de esta inmensidad rotunda que es el Cebreiro, las cumbres pedregosas, siempre mudas como un racimo sonriente, insinuante, que se deslizan ante nosotros, parecen siempre el mismo enigma. La música callada del silencio ensordecedor del Cebreiro produce un placer inusitado y trae a la mente mil pensamientos que hacen sentir la soledad al mismo tiempo que el abrazo profundo y misterioso del mundo. A veces pasan pájaros graznando. El pasado va quedando atrás como las burbujas de aire en los remolinos de la estela de un barco.