Dios no es el genio de la lámpara

Cuando una situación de este tipo te sacude, la primera reacción automática es la de maldecir, preguntar, acusar a Dios de traernos el mal a nuestro corazón y a nuestra vida. Él, que tanto nos ama, permite que suframos, que nos desgarremos, que estemos a punto de estallar y abandonar. Y no es verdad.
Nada que ver con lo que Él hizo, al principio de todo, cuando Adán come del fruto del árbol prohibido, y se esconde. "¿Dónde estás?", es la única pregunta del Padre que nos ama. No se puede culpar a Dios de los males del mundo, por mal que nos pese la culpa siempre es nuestra. A pequeña y gran escala. Sí está en nuestras manos pedir su confianza, someterse a su voluntad, ponerse en manos de Él, que nunca nos fallará. "Cuando Dios quiere, algo sucede", y es cierto. Lo cual no implica que tu hijo regrese, tu matrimonio no fracase, la enfermedad no te pueda o no continúen muriendo niños por hambre en el mundo. Dios no es el genio de la lámpara. Pero cuando nos ponemos en sus manos, y lo hacemos de verdad, algo sucede. Siempre sucede. Tal vez sea lo único que podamos celebrar, sin comillas, en estos días. Y ya es bastante.
“Señor, Tú me sondeas y me conoces” (Sal 139)
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