El grito ahogado de los "ciudadanos" de Lampedusa

363 muertos. Más tarde o más temprano, ésa será la cifra de los fallecidos en la vergüenza de la última barcaza hundida ante las costas de Lampedusa. 363 personas, hombres, mujeres y niños, que buscaban un futuro en la rica Europa y encontraron la muerte a pocos metros de alcanzar el sueño del Mediterráneo.

518 personas viajaban en la barcaza. Todos iguales, buscando un camino hacia la esperanza. Todos ellos ilegales. El jueves por la noche, 363 de ellos perdían la vida en mitad del mar. Morían abrazados, tras intentar -en vano- que alguien les rescatase del temporal. La legislación italiana prohíbe colaborar con el tráfico "ilegal" de inmigrantes.

El viernes por la tarde, solemnemente, el primer ministro de Italia, Enrico Letta, anunciaba que todos los fallecidos en el naufragio de Lampedusa recibirán la nacionalidad italiana. Justo a la misma hora —y no es un recurso periodístico—, la fiscalía de Agrigento (Sicilia) acusaba a los 114 adultos rescatados de un delito de inmigración clandestina, que puede ser castigado con una multa de hasta 5.000 euros y la expulsión del país. Los muertos, sin embargo, podrán quedarse. Y ser enterrados, como europeos, en Sicilia y Lampedusa.

¿Cabe mayor indignidad? ¿Cómo no gritar junto a Francisco que esta situación -como la que ocurre en nuestras costas a diario, o en los Muros de la Vergüenza, desde Jerusalén hasta Arizona o Ceuta- es una vergüenza? ¿Cómo no gritar, a voz en grito, por todos aquellos lamentos ahogados en el mar de Lampedusa? ¿Cómo hacer con los muertos lo que deberían hacer con los vivos? Una horrenda carta de ciudadanía que habría de llevar a miles de italianos -en realidad, a todos los "ciudadanos", nosotros sí, de la UE- a renunciar a su nacionalidad. Y salir a la calle.

Es hora de despertar, de encontrar el camino para una sociedad más humana. No puede ser que lo único que nos iguale sea la muerte.

En mitad de la indignación, suenan como un soplo de aire fresco las palabras del profeta de la Amazonía. Dice Pedro Casaldáliga: "La vida en el otro mundo es un asunto de Dios, que Él resolverá muy bien, porque allí habrá vida y vida en abundancia para todos. A nosotros nos toca mejorar la vida y universalizar la vida aquí, en este mundo". Sea
Volver arriba