El rey ha muerto, ¿viva el Rey?

Vivimos un tiempo de cambios. En las instituciones, en la propia concepción de la democracia. También estamos llamados a vivirla en la Iglesia. En esto, también fuimos pioneros: Benedicto XVI supo echarse a un lado, decir "no puedo más", y dejar paso a la primavera. Será difícil ver un Papa que decida "morir" en el solio pontificio a partir de ahora. Por fortuna, lejos queda el famoso "El rey ha muerto, viva el Rey".
Dios no nos pide sacrificios que no podamos asumir. No mata ni ordena matar (siempre contigo, amigo Jairo), y tampoco busca más salvadores de la patria o de la Iglesia. Ya tuvimos uno: Jesucristo. Un perfecto modelo a seguir, al que intentar parecerse. Con honestidad y alegría, también con indignación y propuestas de cambio.
Nuestra vida es buscar, como cristianos y como ciudadanos. Toca, pues, saludar la abdicación de Juan Carlos y dar la bienvenida a Felipe. Y, desde las normas que nos hemos dado, provocar que la ola de cambio llegue a nuestras instituciones, nuestro ordenamiento jurídico y barra la corrupción y la falta de confianza en un sistema que se va desgajando por las costuras.
También entre los creyentes: el Papa Francisco nos está pasando por la izquierda, y no nos estamos dando cuenta. Las cosas tienen que cambiar, y somos nosotros los que tenemos que contribuir al cambio. Unos, trabajando duro. Otros, proponiendo. Otros, dejando de azuzar hogueras. Y algún otro, dejando paso a nuevos aires, nuevos lenguajes, nuevas personas. Que estamos hartos de ir por detrás de la sociedad, de la gente, del propio Jesucristo. Con la lengua fuera y el cuello torcido de tanto mirar lo que hace el señor del anillo de oro y la cruz pectoral. Que eso no es. Que no.