La Eucaristía, ¿Mimesis o anamnesis?

De todos son conocidas estas dos palabras pero como quizás para alguien suenan extrañas intento definir muy brevemente su significado.
La “Mimesis” es la imitación del modo de hablar, gestos y ademanes de una persona. La “Anamnesis” etimológicamente significa recuerdo, memoria.
En estas breves líneas os invito a reflexionar sobre la eucaristía, ¿es mimesis, anamnesis o quizás ninguna de las dos?

Para aquellos que hemos nacido después del Concilio Vaticano II (1962-1965) generalmente hemos conocido únicamente el modo de celebrar del ordo actual, según el ritual romano que salió en marzo de 1970 (con las diferentes reediciones posteriores). Aunque haya quien piense lo contrario (más amantes del misal tridentino) y siga celebrando según la forma extraordinaria, yo soy de la opinión que la reforma de la liturgia que nos trajo el concilio vaticano II en su esencia es un paso adelante muy interesante. Muchos aspectos positivos podríamos señalar de esta reforma postconciliar pero nos llevaría unos cuantos artículos más ahondar en este tema. Que espero podamos hacerlo en su debido momento.
Quiero centrarme en la idea que nos ocupa la eucaristía: ¿Mimesis o anamnesis? Hacia la referencia a la reforma del concilio porque como bien escribe Ratzinger en su obra “La fiesta de la Fe” (libro de obligada lectura si no se ha leído, por cierto): “La crisis de la liturgia y, por tanto, de la Iglesia, en la que nos encontramos desde hace algún tiempo se debe sólo en mínima parte a la diferencia entre viejos y nuevos libros litúrgicos. En el trasfondo de todas las disputas se advierte cada vez más claramente el profundo disenso sobre la naturaleza de la celebración litúrgica, su proveniencia, sus ministros y su recta forma. Afecta, por tanto, a la interpretación de la estructura fundamental de la liturgia en cuanto tal”.
Aquí está la cuestión fundamental que nos ocupa en la actualidad: “Crisis por el disenso sobre la naturaleza de la celebración litúrgica”. Tras la reforma litúrgica del concilio algunos entendieron que la manga no solo se hacía ancha sino que prácticamente nos quedábamos sin manga ninguna. Probablemente fruto del ambiente sociocultural de los años 60-80 también en el seno de la Iglesia se vivieron revoluciones internas de modos de concebir todo, incluido, claro está, la liturgia.
Pareciera que el concilio había “anarquizado” el modus celebrandi de la liturgia y “todo valía” a partir de entonces. De entre las diversas malas interpretaciones que se han hecho de la reforma litúrgica creo que una de las más graves es el papel del sacerdote en la celebración.
El hecho mismo del “cambio de dirección” del sacerdote en su ubicación en la asamblea que pasó de “dar la espalda al pueblo” a “darle la cara” como muchos dicen, muestra que no se comprendió el sentido profundo de la reforma.
La dirección en la eucaristía siempre ha sido y es CRISTO, toda la asamblea (pueblo y sacerdote) miran siempre a Cristo, no se miran uno al otro. No es que de repente el sacerdote pasa de “ignorar al pueblo” a ser la estrella del show.
Esta confusión ha llevado a innumerables abusos litúrgicos que van de pequeños detalles pero importantes y significativos a verdaderos esperpentos litúrgicos.
Uno de ellos es precisamente el creer que la eucaristía es MIMESIS (imitación del modo de hablar, gestos y ademanes de Cristo) por lo que no faltan los sacerdotes que el “In persona Christi” lo traducen en una interpretación teatral de la última cena. El sacerdote adoptando el papel de Jesús imita los gestos que en su imaginación debía hacer Jesús ante sus discípulos y al pronunciar las palabras de la consagración su mirada y sus manos ofrecen la Hostia a cada uno de los presentes, por poner un ejemplo que me son bien familiares (y en los que probablemente yo mismo he caído en su día). Probablemente el abuso y mayor exponente de la mala entendida mimesis en la eucaristía es cuando algún sacerdote mientras pronuncia “Él mismo, cuando iba a ser entregado a su pasión, voluntariamente aceptada, tomó pan, dándote gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo…” parte literalmente la Hostia. Imitar con el gesto lo que supuestamente hizo Jesús en la última cena mientras diría estas palabras. ERROR.
La eucaristía no es mimesis, la eucaristía es anamnesis, es recuerdo, es memoria. Así lo dice incluso el canon romano “Por eso, Señor, nosotros tus siervos y todo tu pueblo santo, al celebrar este MEMORIAL de la pasión gloriosa de Jesucristo, tu Hijo nuestro Señor, de su santa resurrección del lugar de los muertos y de su admirable ascensión a los cielos, te ofrecemos ...”. Pero cuidado, cuando decimos que la eucaristía es memorial no estamos diciendo que sea meramente un recuerdo de algo pasado. La eucaristía es memorial y actualización del misterio de la pasión y muerte de Cristo. En la eucaristía la Iglesia, esposa de Cristo, se une a la oración de su esposo; el cuerpo místico (la Iglesia) se une a la cabeza (Cristo) que actualiza el misterio de la salvación.
Por eso mismo, nos equivocamos los sacerdotes cuando creemos que somos los protagonistas de la celebración y los dueños de la liturgia que podemos cambiar, añadir o quitar lo que veamos conveniente…. La cabeza es Cristo y el sacerdote cuando es fiel a su ministerio actuando en comunión con lo que prescribe la Iglesia actúa en determinados momentos en la celebración como Cristo cabeza.
Acabo recordando el número 16 de la constitución conciliar sobre la liturgia, la Sacrosanctum Concilium: “La celebración de la Misa, como acción de Cristo y del pueblo de Dios ordenado jerárquicamente, es el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia, tanto universal, como local, y para cada uno de los fieles. Pues en ella se tiene la cumbre, tanto de la acción por la cual Dios, en Cristo, santifica al mundo, como la del culto que los hombres tributan al Padre, adorándolo por medio de Cristo, Hijo de Dios, en el Espíritu Santo. Además, en ella se renuevan en el transcurso del año los misterios de la redención, para que en cierto modo se nos hagan presentes. Las demás acciones sagradas y todas las obras de la vida cristiana están vinculadas con ella, de ella fluyen y a ella se ordenan.”
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