Adviento con S. J. Cruz 2. Como Amado en el Amante.

El Adviento es Dios, porque Dios es el que viene. Por eso, en el comienzo de este Adviento, quiero comentar el Romance de la Trinidad, donde S. Juan de la Cruz expone su visión del misterio. Ayer decía que "Dios es Dios". Hoy he de añadir, con la carta de san Juan, que Dios es amor, para exponer, con San Juan de la Cruz, el comienzo de ese amor: "Como amado/a en el/la amante...". Ésta es la raíz del Poema de la Trinidad (Poema de Dios), un romance que parece sencillo, por su metro y forma, siendo el más complejo y rico de todos los que ha escrito nuestro místico. De Dios no sabemos nada (¡Dios es Dios, Soy el que Soy!) y sin embargo sabemos que es amor compartido (padre/madre, hijo/hija, amantes, amigos, comunión enamorada). Como Amado en el Amante... así es Dios. Sólo quien eso descubra, sólo quien de esa manera viva (clérigo o seglar, jerarquía o pueblo), podrá hacerse adviento, esperar la Navidad. Ante esta revelación empalidecen otros problemas de tipo administrativo (¡siempre los obispos...!) y jurídico (¡siempre los poderes...!)en la Iglesia (y en el mismo mundo) y no queda más que el gozo y la tarea del amor que cambia el mundo.

0. Introducción

De Dios no sabemos nada, y sin embargo descubrimos que en su principio (el principio de todo lo que existe) está el amor.

Como Amado en el Amante…: en el principio está el beso enamorado de la Vida, el abrazo en la noche y también, al despertar, en la mañana intensa y fuerte de los trabajos de la vida. Sin una noche de amor, repetida uno y otro día, sin la noche del encuentro originario (como amado en el amante) la vida se vuelve imposible, Dios mismo se apaga y no queda más que el frío o el calor artificiales de aquellos que quieren (queremos) justificar nuestra existencia con palabras vanas, con mentiras y con imposiciones de tipo familiar y económico, social o religioso.

Uno en otro residía… Esto es Dios, una Residencia con Vistas siempre repetidas de amor… Uno en el otro. Ésta es la “patria” de la vida humana, éste es el Reino, ésta la casa. Encontrar uno en otro y encontrar en esa “residencia” la fuerza de la vida, para admirarse ante la luz, cada mañana, para bendecir la creación (todo lo que existe), para hacer que cada uno sea bendición para los otros. Cuando uno reside sólo en sí se vuelve frío: eso es la muerte, quedar uno cerrado en sí mismo, dominado por la muerte (con sus propias razones cerradas, con sus propios silogismos rotos, con sus ordenamientos y adornos vacíos: dineros o mitras, poderes falsos, mentiras…).

Esa es la felicidad infinita… «En el principio moraba / el Verbo y en Dios vivía en quien su felicidad / infinita poseía…». Ésta es la morada de la vida: uno reside en el otro, los dos son felices, transmitiendo y compartiendo la Palabra, haciéndose palabra uno en el otro y para el otro…

Palabra de vida, paternidad y filiación… Éste morar es darse y engendrarse. «El Verbo se llama Hijo, / que de el Principio nacía». La palabra se hace carne, carne de Hijo propio, que es Hijo compartido… pues al darse la vida uno al otro expanden la vida hacia todos para todos… Éste es el principio de todos principios, tal como San Juan de la Cruz lo ha expresado en este “romance” (romancillo) de Dios. Un romance para cantar en las posadas del camino, romance de enamorados y de creadores de vida.

Quisiera que ésta fuera la Palabra del Cardenal de Manila y del Obispo/Cardenal de Venecia y de todos los ministros de la Iglesias, ministros y servidores de esta palabra que dice: "como amado en el amante". Ellos no saben quiza otras cosas, pero de ésta han de ser expertos: como amantes como amados... Sería bueno que quedaran así, en la calle, desnudos, ante todos: para que ser viero lo que son "amantos y amados", como el Cristo...

Quisiera que ésta fuera la única palabra del Adviento, de las Carmelitas de San Juan de la Cruz y de los misioneros del Cristo, de los padres de familia y de los enamorados…. en primer lugar de los enamorados… Que todos seamos así: "como amado/a en el amante". A todos deseo en este día feliz tiempo de Adviento, añadiendo una palabra de M. Bruzzone:

«Sólo les diré que lo único que me parece importante es que, cualquiera fuese la explicación o interpretación que se tenga sobre Dios (me parece fantástico eso de «Dios es Dios», ya que explica que es inexplicable) es ineludible “caer” en el AMOR, pero al hacerlo no puede ser ya como una simple declamación o anhelo utópico —tal cual se lo viene haciendo desde hace siglos— sino comprendiendo la urgente necesidad de buscar algún medio, REAL Y CONCRETO, en que ese AMOR sea algo que pueda ser vivido EN FORMA EFECTIVA por nosotros». Ésa puede ser la tarea del Adviento. Y ahora sigo con el comentario del principio del Romance. Buen día a todos.


1.Misterio trinitario. Padre/madre, esposo/esposa

San Juan de la Cruz arranca de Jn 1,1, recreando desde su perspectiva la frase fundante de la Biblia (Gen 1,1): en el principio, antes de la creación, se encuentra el Verbo (Rom Trin 1-2) que, llevando hasta el límite su carácter primigenio y funcional de comunicación, como palabra abierta, viene a presentarse ya del todo en forma de persona:

En el principio moraba / el Verbo y en Dios vivía
en quien su felicidad / infinita poseía.
El mismo Verbo Dios era / que el principio se decía.
Él moraba en el principio y principio no tenía.
Él era el mismo principio /por eso de él carecía (Rom Trin 1-10)

Así se dice que vivía (moraba) en Dios "en quien su felicidad ' infinita poseía" (Ron 1-4). Para San Juan de la Cruz este Verbo es evidente¬mente el Hijo de la tradición dogmática cristiana, ratificada en e1 Concilio de Nicea (año 325).
Son significativas las primeras notas de este Verbo. Se dice que mora en Dios; esto supone que no es un solitario. Así, la nota primordial de la realidad no es la indepen¬dencia del ser que vive en sí (sustancia) y para eso se aísla de los otros sino el gesto de confianza de aquel que puede y quiere "vivir en vida de otro". Por eso se añade que el Verbo es feliz en palabra paradójica: posee felicidad infi¬nita no "poseyéndose" a sí mismo: es principio total no teniendo principio; es plenitud de ser siendo en el otro y desde el otro (Rom Trin 7-9). Lógicamente, este misterio del principio torna forma de paternidad y filiación:

El Verbo se llama Hijo, / que de el Principio nacía.
Hale siempre concebido, / y siempre le concebía.
Dale siempre su sustancia / y siempre se la tenia
(Rom Trin 11-16).

En ese principio que siempre perdura encontramos ahora al Padre que concibe sin cesar al Hijo, en generosidad-fecundidad originaria. Lógicamente, según la tradición cristiana, el Dios fundante es Padre, aunque presenta ras¬gos que recuerdan igualmente la figura de la Madre (ofrece morada al Hijo, le concibe…). En todo lo que sigue conservarnos la simbología paterna, aunque debamos recordar algunas veces su aspecto "abarcador" (de padre y madre, esposo y eposa etc). Sea como fuere, más que el puro nombre importa la función de ese Padre que solo puede tener sustancia (poseerse) en la medida en que la pierde (la da al Hijo).

2. Como amado en el amante

En esta base (el Padre posee sólo aquello que entrega) se da en germen todo el pensamiento y experiencia de San Juan de la Cruz. Desde ese fondo ha de entenderse el ‘símbolo', trinitario, cono expresión de gloria compartida: la del Padre está en el Hijo y viceversa (Rom Trin 17-20); ellos se vinculan, por lo tanto, en una especie de unidad nupcial que viene a presen¬tarse como fundamento de todo lo que existe en cielo y tierra:

Como amado en el amante / uno en otro residía,
y aquese amor que los une, / en lo mismo convenía
con el uno y con el otro /en igualdad y valía
(Rom Trin 21-26).

Como amado en el amante. Esta es la palabra decisiva que San Juan de la Cruz ha formulado con toda precisión en la base de su relato creyente, llevando hasta el final rasgos y notas que encontramos ya en el evangelio de Juan`, Se completa de esa forma el círculo sagrado: si el Verbo-Hijo resi¬de en el Padre, también el Padre-Principio reside en el Hijo. Ellos se pre¬sentan, al menos simbólicamente, corno esposos. La paternidad original (donación generosa de ser) desemboca en la nupcialidad (comunicación v encuentro pleno del Padre con el Hijo).
San Juan de la Cruz no intenta explicar la paradoja. Simplemente la rela¬ta, mostrando así que el Padre (al serlo en plenitud) viene a revelarse como Esposo de su Hijo. Eso significa que no impone su figura y su potencia desde arriba. Ambos se vinculan en unión: es idéntico el amor del Padre al Hijo y el del Hijo al Padre; es idéntica la entrega feliz y generosa que se ofrecen uno al otro. Por eso, con toda la tradición cristiana, San Juan de la Cruz puede afirmar que ese amor (Espíritu Santo) conviene "con el uno y con el otro- en igualdad y valía, traduciendo así de un modo muy preciso las palabras del Concilio de Constantinopla (año 381).
Dentro de nuestra perspectiva resulta innecesario indicar con más rigor la forma en que San Juan de la Cruz ha concebido esta unión de tres personas (Rom Trin 27). Su propio despliegue conceptual puede mostrarse algo complejo (cf Rom Trin 27-46), quizá porque ha querido decir lo que resulta ya indecible (la forma del encuentro trinitario). Pero hay algo que nos parece evidente: en el fondo del poema, conforme a la palabra ya indicada (amante, amado y amor), el Espíritu Santo viene a presentarse como "aquel amor inmenso que de los dos procedía` (Rom Trin 47-48); es el encuentro de amor definitivo del Padre con el Hijo, como lazo de unidad completa de dos enamorados.

3. Deleite de amor

Significativamente, ese amor común se expresa en las “palabras de deleite" que el Padre al Hijo decía (Rom Trin 49-50). El Espíritu es así conversación plena, la comunión concretizada en forma de "palabras inefables", en el silen¬cio puro de la plena transparencia intradivina. Ese Amor-Espíritu es deleite y gozo de unidad perfecta. Pero, al mismo tiempo, viene a presentarse como posibilidad de apertura extradivina. Así le dice el Padre al Hijo, "en aquel Amor inmenso que de los dos procedía":

Al que a ti te amare. Hijo, / a mí mismo le daría,
y el amor que yo en ti tengo, /ese mismo en él pondría,
en razón de haber amado /a quien yo tanto quería
(Rom Trin 71-76).

El mismo Amor común (Espíritu intradivino) se vuelve así principio de comunicación y comunión externa. Quizá pudiéramos definir el Espíritu de Dios como generosidad nupcial: es la misma donación de amor donde cul¬mina el encuentro (convivencia) de personas. Desde ese fondo se com¬prende lo que sigue. Significativamente, el resto del Romance ya no habla del Espíritu: no tiene por qué hacerlo; todo lo que viene a suceder (crea¬ción, encarnación) es consecuencia de ese gran amor del Padre hacia su Hijo Jesucristo (y viceversa).
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