11.5.25 Dom 4 pascua. Buen Pastor León XIV, tras (con) Benito y Francisco
Ha venido tras Benito XVI y Francisco, este domingo 5 Pascua, fiesta del Buen Pastor. Quizá el tema pendiente de Francisco fue encontrar “pastores” para comunidades sinodales; a su juicio, pues el mayor peligro de la iglesia era el clericalismo: ¡Qué gran pueblo, si hubiera pastores buenos!
Por eso, Francisco eligió a Prevost como ojeador y animador de pastores (Prefecto Congregación de obispos)… y los cardenales han elegido a Prevost prior pastorum, primero en la fina de pastores.
| Xabier Pikaza

Francisco conoció el problema, pero era SJ, con su especial estilo de eficiencia misionera y apostólica, y un tipo de obediencia eficaz y ejemplar, pero de origen y estilo menos cristiano; por venir de un capitán como Ignacio, buen soldado, pero menos ejercitado en compañías de evangelio.
Han sido precisamente los promotores de un tipo de autoridad y obediencia menos cristiana (cardenales de Reforma Gregoriano (siglo XI-XII), poco petrinos y paulinos, los que le han amargado al fin la vida. Ha hecho lo que ha podido, lo ha hecho muy bien, y ha muerto a tiempo. Bendito seas, Francisco.
Comunidades sinodales benedictinas y franciscanas a la vez
El tema de las comunidades sinodales cristianas no es la “obediencia” vinculada al poder, sino la obediencia de hypakouein (ob-adire) de escucharse unos a otros. Sólo donde están oran (dialogan>) dos o tres (es decir varios), donde se escuchan y deciden todos, no uno solo: Mt 18) puede escucharse al Dios de Jesús.
Eso lo sabía francisco, pero como SJ y heredero de una iglesia “gregoriana” (reforma del siglo X-XI d.C.) le costaba articularlo. Por eso, tal como estaban los pastores en ciertos ambientes, su camino sinodal no podía tener mucho recorrido. Pero él lo inició, e hizo bien, y ahora está Leon XIV.
Lo que parecía que no iba con francisco puede ir con León, y así lo dije en la postal anterior. León viene de atrás, del siglo IV, de Agustín. León hizo su tesis doctoral en el Angelicum, un lugar de diálogo, de sinodalidad, sobre el prior en las comunidades de tipo agustiniano. Así lo puse hace dos días en mi postal de saludo a Francisco.
Hoy 11.5.25, domingo del Buen pastor, según Jn 10 tenemos que seguir de obligado con el tema. A mi juicio, no hay en el estudio de la Biblia y en un tipo de “misticismo” sacerdotal un tema más manipulado que éste del Buen Pastor… Jesús fundó la iglesia, con su vida y con su amor hasta la muerte. Pero no resolvió el tema de los pastores, atados y bien atados, para las comunidades sinodales.
Ni las comunidades del Cuarto Evangelio, ni las de Mateo, ni las comunidades sinodales que quería Francisco necesitan “pastores”, según el uso ordinario de ese término (que, por lo demás es poco evangélico). Volveré a ello otro día, tendrá que volver León XIV.
Parece una buena línea papal: Tras Benito XVI y Francisco ha llegado León…. Así quiero verle hoy, en línea de pastores, retomando los motivos de la “regula” Agustín (por ser agustino y por haber dedicado al tema su tesis doctoral). Así lo mostraré a continuación, retomando y asumiendo motivos de San Benito y de san Francisco, que representan dos modelos de comunidad más importantes de la iglesia de occidente: el Benedictino y el franciscano. Pienso que en esa línea avanzará León, con Benito y Francisco.
COMUNIDAD SINODAL BENEDICTINA, ANIMACIÓN “ABACIAL”

Hay un tipo benedictino de familia religiosa donde se resalta la figura de Dios-Padre (Cristo-Padre) que, expresada en el Abad, que garantiza la unidad y camino cristiano de reunidos en comunidad. Parece que Benito quiso superar el riesgo de los monjes solitarios, giróvagos y errantes de aquel tiempo que entendían el proceso de Jesús como un giro de búsqueda individual, conforme a las inspiraciones y caprichos de cada uno. Para ello vino a establecer el monasterio; una casa estable, donde los hermanos puedan vivir en común y alabar a Dios como familia dirigida y animada por un padre espiritual, un Abad que se presenta como guía y modelo en el camino de Jesús:
El Abad que es digno de regir un monasterio debe acordarse siempre del título que se le da y cumplir con sus propias obras su nombre de superior. Porque, en efecto, la fe nos dice que hace las veces de Cristo en el monasterio, ya que es designado con su sobrenombre, según lo que dice el Apóstol: "Habéis recibido el espíritu de adopción filial que nos permite gritar: ¡Abba!: ¡Padre! (Rom 8,15). Por tanto, el Abad no ha de enseñar, establecer o mandar cosa alguna que se desvíe de los preceptos del Señor, sino que tanto sus mandatos como su doctrina deben penetrar en los corazones como si fuera una levadura de la justicia divina...
Por tanto, cuando alguien acepta el título de Abad, debe enseñar a sus discípulos de esta manera; queremos decir que mostrará todo lo que es recto y santo más a través de su manera personal de proceder que con sus palabras... (Regla 2)
La casa cristiana sirve para formar una familia donde los hermanos, que aparecen como "discípulos" (aprendices, hijos), van progresando en el camino del seguimiento. Por eso necesitan siempre un "padre": alguien que les guíe con doctrina-ejemplo, expresando así en concreto sobre el mundo (a nivel monasterio) el don de la paternidad de Dios que se desvela por medio de Jesús, el Cristo.
El Abad, es por tanto, un signo humano de la autoridad paterna de Dios. Su acción no puede interpretarse en términos de fuerza o sujeción del mundo: no tiene que obligar, no se coloca por encima de los otros... Simplemente les ofrece su modelo y les enseña a actualizarlo en el camino de alabanza y de fraternidad que traza el evangelio. De esa forma suscita una familia que se encuentra centrada en la oración compartida y que se expande luego al mundo, formando así un hogar donde se acoge a los que llegan, van y pasan.
El monasterio benedictino, la iglesia benedictina es una es casa de alabanza. El Abad no congrega a sus discípulos en torno a su persona, no les coacciona en ningún modo con un tipo de poder que él tuviera como propio: el Abad conduce a todos ante el Cristo y allí, en unión con ello, comparte el misterio de los hijos de Dios que se vinculan a través de la alabanza. Los monjes son hermanos porque cantan y oran juntos. Ciertamente trabajan en común y comparten los bienes que el trabajo ha producido. Pero especialmente se unen para orar es así como descubren y actualizan sobre el mundo el gran misterio de la gloria de un Dios a quien se acoge con la vida, se celebra con la acción y se engrandece con el canto.
Sólo de esa forma la iglesia benedictino puede convertirse en casa de acogida: "a todos los huéspedes que se presenten en el monasterio ha de acogérseles como a Cristo, porque él lo dirán un día: era peregrino y me hospedasteis" (Regla 53; cf Mt 25,35). La familia ante Dios se convierte así en familia para los hombres: lugar donde se recibe a los que pasan, "sobre todo a los extranjeros" (Ibid), es decir, a los que no tienen familia ni hogar sobre la tierra, a los perdidos, exilados, marginados de este mundo. El "ejemplo paterno" del Abad que convoca a los discípulos, haciéndoles "hermanos", les da capacidad para ampliar las fronteras de la casa, extendiendo así la familia religiosa hacia los hombres que están necesitados.
COMUNIDAD SINODAL FRANCISCANA. ANIMADOR FRATERNO

Francisco no quería un Abad-padre que instruya y guía desde Dios a los "hijos" Lo que hallamos son él quería eran unos hermanos reunidos, iguales entre sí, que "nombran ministros" al servicio de todos hermanos. Estrictamente hablando los ministros franciscanos carecen de "autoridad": no están encargados de velar por el crecimiento espiritual de la comunidad. Por encima de todos (de hermanos y ministros) sólo Dios es Padre-Madre: un Dios que les sostiene en el camino radical de la pobreza y de la entrega de la vida. En este sentido recordamos unos textos que son fundamentales:
Y nadie sea llamado prior (príor, el que va primero), más todos sin excepción llámense hermanos menores. Y lávense los pies el uno al otro (cf Jn 13,14) (Regla primera 6,3)
Y dondequiera que estén y se encuentren unos con otros, los hermanos condúzcanse mutuamente con familiaridad entre sí. Y exponga confiadamente el uno al otro su necesidad, porque si la madre nutre y quiere a su hijo carnal (cf 1 Tes 2,7), ¿Cuánto más amorosamente debe cada uno querer y nutrir a su hermano espiritual? (Regla segunda 6,7-8).
Francisco ha querido iniciar y ha organizado por medio de sus reglas un modelo insuperable de fraternidad de menores: sólo aquellos que saben ser pequeños y así están absolutamente desprendidos de todo egoísmo y superioridad (en pobreza radical) puede vivir como hermanos. No les une ningún bien material: ni honores, ni poderes, ni riqueza. Les vincula simplemente el amor de Jesucristo que les capacita para descubrir ya en esta la tierra, el misterio divino de la fraternidad universal.
Esa fraternidad se concreta de modo especial en los grupos de hermanos menores que viven conforme a la regla. Como indica el texto ya citado (Regla segunda 6,7-8), los hermanos se encuentran vinculados a través de un afecto cuasi maternal: cada religioso es como madre que debe cuidar a los demás como si fueran hijos suyos, nacidos de su misma entraña. Así lo viene a mostrar de una manera impresionante la Regala para los eremitorios:
"los que quieran llevar vida religiosa en eremitorios, sean tres hermanos o a lo más cuatro; dos sean madres y tengan dos hijos o, al menos, uno". Los que hacen de madre cuiden del hijo (o de los hijos): asístanles en todo, a fin de que así vayan creciendo en vida interna, para que puedan orar tranquilos, resguardados, apoyados en el afecto de los otros. Pero, pasado algún tiempo, se invertirán las funciones y aquellos que hicieron de hijos actuarán como madres de los otros, creando para ellos un hogar de oración, para que también estos consigan su más hondo crecimiento en Cristo (Regla Erem. 1-10)(43).
Significativamente se vincula la imagen de la madre y de los hijos con la vivencia radical de la hermandad: sólo pueden ser hermanos aquellos que se aman como madres-hijos, dentro de un espacio de comunicación donde los papeles pueden siempre intercambiarse (los que hicieron de madres harán después de hijos y viceversa). Difícilmente se podría haber hallado un modelo más profundo de fraternidad ni un tipo de vida evangélicamente más liberada.
Desde aquí resulta normal que Francisco haya expandido su experiencia de familia hacia el espacio más extenso de los mismos animales, los vivientes y las cosas (o elementos) de este cosmos. Si Dios es Padre-Madre podrá hablarse también del hermano-lobo y serán hermanos el sol y las estrellas, el fuego, el agua, el viento y todas las restantes creaturas que acompañan al hombre en su camino de muerte y pascua. De esta forma, la familia religiosa se ha venido a convertir para Francisco en punto de partida (o centro de condensación) de una fraternidad universal que se expande a todo el cosmos.
Esta experiencia se traduce en la manera en que los religosos deben comportarse con el resto de los hombres. Francisco no construye un monasterio grande donde pueda recibir a todos los que pasan. Tampoco le hace falta. El y sus hermanos viven en el centro del mundo: compartiendo la pobreza de los pobres, mendigando así con ellos y expresando la actitud del Cristo que llega hasta los más pobres, leprosos y perdidos de la tierra. En este aspecto, Francisco ha suscitado sobre el mundo una especie de familia de pequeños que se encarnan en la necesidad del mundo, para compartir así el camino de la vida con aquellos que están necesitado (seguirá).