Cristo es portugués. 2 Aveiro: En Dios vivimos, nos movemos y existimos

Ha sido una velada exigente, pues había muchos hombres y mujeres que querían dialogar sobre Jesús, sobre su vida, su movimiento y su destino de resurrección. Con ellos hemos dialogado, el prof. Anselmo Borges y un servidor. Hemos hablado de la Iglesia de Jesús, con sus problemas, su faro de luz muchas veces apagado... Pero hemos hablado también y sobre todo de la vida, movimiento y "existencia" de Dios, que es Jesús resucitado, conforme a la palabra clave de Pablo en Atenas: En Dios vivimos, nos movemos y somos.
Pablo habló en Atenas del Dios universal de los filósofos, que es vida, movimiento y existencia de toda realidad... para terminar hablando de Jesús muerto y resucitado, que es la revelación y presencia plena de esa vida, movimiento y existencia... Me sentí muy a gusto en Aveiro, en el auditorio de Santo Joana, reina y patrona de la ciudad, junto al mar famoso de grandes brazos internos (la ría) y de oleaje infinito (mar de fora, mar abierto).
Vueltos a casa, en Valadares-Gaia, junto a Oporto, tras un sueño mecido por el viento que llegado sin cesar desde Atlántico, casi a la vera del Duero castellano, hecho Douro portugués, he querido poner estas notas, sobre el Cristo, que es el Dios Portugués (y castellano, vasco, universal) en quien vivimos, nos movemos somos.
Somos una prueba de Dios
Algunos pensadores han querido hablar de Dios como si fuera un objeto externo, una cosa más entre las cosas (quizá la más importante), sin asumir un compromiso personal, como si él fuera ajeno a nuestra vida. Pues bien, en contra de eso, debemos recordar que Dios no es una cosas, que no existen realidades (mundo, hombre…) y además de ellas Dios, pues él forma parte de la misma realidad del mundo y de nuestra experiencia original. Dios sólo se muestra, y sólo podemos encontrarle (y le "probamos", nos probamos en él) allí donde buscamos y encontramos o, mejor dicho, donde vamos desplegando en gesto agradecida y creador el sentido radical de nuestra vida.
Nosotros, los hombres, no estamos definidos de antemano, ni tenemos un camino ya trazado, sino que vamos aprendiendo y trazarlo, probando y tanteando lo que somos a través un camino esencial en el que emerge y se despliega (en nosotros, con nosotros y para nosotros, siendo en sí mismo) el ser de lo divino. En ese sentido podemos hablar de una “prueba” de Dios, que somos nosotros mismos. Él se prueba (experimenta) su frágil y poderosa verdad en nosotros... y nosotros nos probamos y encontramos (vivimos, nos movemos, somos) en él.
Hay pruebas y experiencias secundarias, que no influyen de manera esencial en nuestra vida (como casi todas la que pueden programarse y medirse en un plano material o por las ciencias). Pero hay otras que fundan y definen nuestro propio ser personal: no estamos hechos, nos hacemos, a lo largo de un proceso en el que vamos avanzando, de forma tanteante y sorprendida, tanteando para encontrar de esa manera nuestro propio ser, nuestro futuro. Somos, en el fondo, la prueba de Dios, tal como se expresa y culmina en el Cristo muerto y resucitado.
Hch 17. En Dios vivimos, nos movemos y somos. Ese Dios es Cristo
En ese sentido profundo, nosotros mismos somos experiencia de Dios: Vamos reali¬zan¬do nuestra vida en una marcha esencial que define nuestra propia realidad como personas. No “somos” y además “marchamos” (probamos, descubrimos), sino que sólo somos y existimos “caminando”, ante (desde) de divino (lo originario, lo definitivo), de manera que en Dios vivimos, nos movemos y somos (Hch 17, 28).
No es que podamos escoger: Queramos o no, solo podemos vivir “en Dios”, moviéndonos en él para existir como humanos. Esas tres palabras de Pablo en el gran tribunal de Atenas (Areópago) han definido y siguen definiendo el sentido de la “experiencia de Dios”, en un contexto de sabiduría original (helenista, y ofrecen las claves de una “teodicea” cristiana, es decir, radicalmente humana.
− En Dios vivimos (dsômen). Formamos parte de la Vida de Dios, que no es una cosa entre otras, sino la Realidad de la Vida originaria, que se va desplegando, dándose a sí misma en nuestra vida. Las restantes realidades (estrellas y elementos del cosmos, plantas u animales) no lo saben, pero nosotros lo sabemos y así vivimos. De esa forma podemos afirmar que Él mismo (Dios) vive en nosotros, en cada uno de los hombres, que hacemos la vida tanteando, buscándole a él como a tientas, con el deseo de encontrarlo (ei ge psêlaphêisamen auton; Hch 17, 27), mientras nos estamos buscando a nosotros mismos. Éste es el destino de nuestra vida: Buscar a Dios de manera tanteante, para así encontrarnos a nosotros mismo, en él.
Éste ha sido el “despertar” de nuestra conciencia, que es, al mismo tiempo, el despertar de Dios en nosotros, pues si en él vivimos, es porque él vive en nosotros. Ciertamente, la vida de Dios nos desborda, es mucho más que aquello que nosotros somos en particular, en concreto (cerrados en nosotros mismos), de manera que tenemos que dejarle ser, sin acapararle, sin exigirle que sea sólo nuestro, pero sabiendo que es hermoso que él sea también (de una forma especial) en nosotros.
− En Dios nos movemos (kinoumetha). Ésta es la siguiente experiencia: Viviendo en Dios “nos movemos”, es decir, somos movimiento, un proceso de realización. No podemos pararnos, pues si no hiciéramos moriríamos, dejaríamos de ser “vida consciente” de Dios, volviendo a la pura inconsciencia de estrellas y plantas… Nos movemos en Dios, en un proceso que es prueba (queremos sentirnos, descubrir lo que somos) y admiración gozosa. Es hermoso que seamos, que miremos, que escuchemos, que avancemos, con otros, recibiendo y compartiendo la vida de Dios a medida que la vamos haciendo (recibiendo y compartiendo) con ellos. A veces nos parece que sería mejor, parar, detenernos, morir (de cansancio); pero descubrimos de nuevo que el camino y movimiento de la vida es experiencia de Dios en nuestra vida, es una exploración que nadie puede hacer “por” nosotros, aunque la hacemos todos “con”, unos con otros.
Esta vida en Dios (que es movimiento) parece (y es) muy frágil, está amenazada por todo tipo de riesgos (de falta de salud, de cansancio, de opresión…), pero es, al mismo tiempo, lo más fuerte. El mismo Dios sigue moviéndose y experimentando en nosotros, a medida que nosotros experimentamos, hacemos el camino.
− En Dios somos (esmen). Ésta es la última palabra de la “triada” divina de Pablo en Atenas: En Dios vivimos, nos movemos y “somos” en el sentido fuerte del término, que podríamos traducir en forma actual por “existimos”: Salimos del riesgo de la nada (vivimos), superamos el puro movimiento inconsciente de las restantes realidades (nos movemos), para ser “ser” (existir), nosotros mismos, como realidades en Dios, siendo realidades en nosotros mismos, como seres que “resucitan de la muerte”, como sabemos por el testimonio de Dios en Jesucristo.
Así interpreta Pablo los momentos anteriores de la vida y del movimiento humano: Ser en Dios significa “resucitar de la muerte” con (como) Cristo (cf. Hch 17, 31), sabiendo así que nuestra vida y movimiento es camino pascual de “resurrección”. Existir de una manera humana, ser en Dios en un sentido plena (más que el puro vivir y moverse) es resurrección, descubriendo así que todo lo que vivimos y todo aquello que vivimos al movernos resucita.