29.6.15: Hoy, San Pedro: Piedra de tropiezo... roca firme

Quizá no existan en la Biblia palabras que hayan sido más discutidas en la Iglesia, y de un modo especial entre católicos, ortodoxos y protestantes. Las he dejado así, distintas pero unidas, piedra y roca (Petros y Petra, masculino y femenino).

Con ellas se abre camino fascinante de comprensión y despliegue de la Iglesia, vinculada al viejo y querido Simón Baryona, que era Petros (es decir, una piedra de tropiezo en el camino), pero que fue llamado, al mismo tiempo, Petra, Roca fuerte de la Iglesia.

-- Como decía el Cardenal Y. Congar, el Vaticano ha dado quizá demasiada importancia a este "dogma", pero lo ha visto sólo en la perspectiva de la Roca Firme, olvidando muchas veces al Pedro de la Piedra Frágil, pronta al escándalo. Jesús habría dicho a Simón "tú eres Pedro/Roca", y habría dejado así todo en sus manos, descansando desde entonces para siempre.

En esa línea, el Pedro Roca y los que se llaman sus sus sucesores (los papas, rocas/rocas de la Iglesia) tendrían de hecho mucho más poder que el que tuvo Jesucristo, del que no se dice que mandara y organizar demasiado las cosas de su comunidad (de manera que al final hasta le dejaron solo).


-- Pues bien, como verá quien siga leyendo, el texto base de la "teología petrina" (Mt 16, 18) es mucho más complejo y rico de lo que ha pensado cierta tradición, pues distingue y vincula las dos imágenes/funciones de Simón:

a) El texto nos habla de tal Petros/Piedra (guijarro cambiante, movediza, piedra de escándalo...)... Este Pedro del del mar duro y de las tentaciones sigue siendo un elemento clave de los evangelio, encarnados en nuestra realidad humana.
b) El texto crea la image de Simón como Petra (Petra en griego es roca firme). Éste es el signo del Pedro autoridad, que en ciertos momentos ha tendido a tomar todo el poder en la Iglesia.

Sobre la unión y distinción de rasgos que esas dos palabras implican (Petros/Petra) se funda gran parte de la doctrina católica de la Iglesia.



Éste es un tema que puede parecer técnico y abstracto, pero nos sitúa en el centro de la doctrina "católica" y cristiana de la Iglesia, que ha unido a Pedro con Pablo (de quien la Ef 3, 8-9 dice casi lo mismo que dice Mateo de Pedro: Que a él se le ha revelado el misterio de la Iglesia).


La nueva Iglesia católica, guiada ahora por el Papa Francisco, tendrá que descubrir y aplicar de un modo consecuente esta revelación, según el evangelio, para recrear de esa manera la misión de Cristo.

Buen día de San Pedro a todos los que lo celebran, incluidos sobre todo los pedros amigos. Buen día de iglesia, con el gozo de recordar a un Simón, Hijo de Jonás, que puede y deber ser de nuevo vínculo de unión entre todos los creyentes, como verá quien siga

Revelación petrina


Así le dice Jesús: Bienaventurado eres tu Simón, hijo de Jonás, porque no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (16, 17). Jesús le presenta aquí con su nombre oficial, que es Simeón (como aparece en dos textos arcaizantes: Hch 15, 14 y en 2 Ped 1,1), helenizado en forma de Simón, que encontramos en otros textos (cf. 4, 18; 17, 25); su padre se llamaba Jonás (=Juan, cf. Jn 1, 41-42; 21, 15).

Pues bien, este Simón viene a presentarse aquí como destinatario de una revelación superior, que no proviene de la carne y de la sangre (es decir, de los poderes normales de la inteligencia humana), sino del mismo Dios (es decir, del Padre de Jesús).


Esta revelación de Dios a Simón constituye para Mateo un (=el) acontecimiento definitivo del tiempo de la salvación, tal como ha de verse a la luz de 11, 25, donde se habla del misterio de Dios, que está escondido para los grandes y prudentes de este mundo (en Galilea), pero que ha sido revelado a los pequeños, entre los que ahora sobresale Simón. Esta revelación del Padre de Jesús a Simón ha de compararse con la revelación que Pablo ha recibido, según su propia confesión (Gal 1, 16). Así se vinculan, desde dos perspectivas distintas, pero paralelas, las dos grandes revelaciones eclesiales, en las que se ha fundado todo el transcurso posterior de la Iglesia.

‒ La revelación de Dios a Pablo, que aparece como fundamento y principio de la misión cristiana a los gentiles (cf. Ef 3, 5), conforme a la tradición paulina, en la que se funda la gran apertura misionera de la Iglesia; habría existido según eso, en la Iglesia primitiva, una gran revelación paulina, vincula a la apertura del evangelio universal de Jesús resucitado a los gentiles.

‒ La revelación de Dios a Pedro, fundada no sólo en la pascua, sino en la misma vida de Jesús, que Mateo ha presentado aquí como principio y justificación de la apertura también universal de la Iglesia judeo-cristiana a los gentiles; en este contexto ha reflexionado la iglesia de Mateo sobre el sentido del apelativo Cefas/Pedro, que la primera Iglesia (quizá el mismo Jesús) ha dado a Simón .

Es muy posible que ambas tradiciones (revelaciones) se hayan formulado desde perspectivas complementarias, de manera que deben verse unidas y relacionadas, como han puesto de relieve algunos estudiosos, avanzando en eso que suele llamarse la “crítica intertextual” .Han surgido y se han expresado de esa forma dos grupos eclesiales básicos en la vida y conciencia de la Gran Iglesia: uno de ellos funda su experiencia y tarea en la revelación de Pablo, que habría recibido el encargo básico de Dios para iniciar la misión de Jesús a los gentiles (Efesios); el otro se funda en la experiencia y compromiso de Pedro (conforme a Mateo).

La revelación petrina, destacada aquí por Mt 16, 17-20 se vincula de esa forma a la “paulina”, y las dos abren un espacio y camino de universalidad “no excluyente”, de manera que pueden vincularse y enriquecerse mutuamente, como ha hecho la Gran Iglesia posterior, aunque a veces (al menos desde la perspectiva católica) se ha dado primacía casi total a esta revelación de Pedro, que aquí (en Mateo) aparece como afirmativa, no como excluyente, ni como negadora de las otras. Esto significa que esta “revelación de Dios a Pedro”, tal como ha sido formulada por Mateo, no ha podido expresarse y ratificarse hasta tiempos relativamente tardíos (después de la muerte del mismo Pedro), lo mismo que la “revelación de Dios a Pablo”, tal como ha sido formulada en la carta a los Efesios.

Es difícil saber cuál es la primera, quién responde y completa a “quién”. Ciertamente, ha podido ser Mateo el que responde y completa al Pablo de Efesios; pero también puede haberse dado el caso contrario. En ambos casos estaríamos en tiempos bastante cercanos (en torno al 80 d.C.), en comunidades relativamente vecinas (en un caso en Antioquía, en otro caso en Éfeso), y quizá podemos aventurar que la primera fijación del tema ha sido la de Pablo (Efesios) y que redactor final de Mateo conocía esa tradición. Evidentemente, “Mateo” no niega la versión efesina de la “revelación” de Pablo, pero responde a ella, ofreciendo su propia visión del tema (que se expresa en la revelación de Pedro). La versión paulina (carta a los efesios) sería dominante en Éfeso (donde probablemente se escribió la “carta”. Como vengo diciendo, la versión petrina (Mateo) sería dominante en la comunidad de Antioquía, como estamos suponiendo en este comentario.

Pedro/Piedra

Tan importantes como las palabras dirigidas por Simón a Jesús (llamándole el Cristo, ho Khristos, el Hijo del Dios Vivos: Mt 16, 16) son las palabras de Jesús a Simón, a quien llama Petros (Piedra, Pedro), pues ellas (unidas a otras, como las de 18, 18-20 y 28, 16-20) constituyen el núcleo de la visión eclesial del evangelio de Mateo.

Es muy posible que Jesús haya puesto a Simón el nombre de Cefas (Petros, el Piedra, Pedro) en el tiempo de su vida, destacando de esa forma (quizá irónicamente) su dureza o también su falta de fundamento, como un guijarro del camino, como un canto rodado del arroyo. Pero esa palabra (Cefas/Pedro) ha sido transmitida siempre en un contexto pascual.

‒ Cefas, en su forma aramea (Kepa) aparece en ocho pasajes muy significativos de Pablo, sin ninguna traducción (1 Cor 12; 3, 22; 9, 5; 15, 5; Gal 1, 18; 2, 8.11.14), lo que indica que el nombre y su sentido era bien conocidos en las comunidades paulinas. Aprece también una vez en Juan, con carácter arcaizante, y con traducción (Jn 1, 42: tú te llamarás Cefas, que significa Petros), lo que parece suponer que el nombre arameo no era ya bien conocido en su comunidad. Ciertamente Pablo reconoce la autoridad de este Cefas, a quien una vez llama Petros, en griego (Gal 2, 7), con el mismo sentido, lo que significa que conoce bien la identidad entre las dos palabras

Petros, piedra, es el nombre común de Simón, en la tradición de los evangelios y en Hechos, desde Mc 8, 19 hasta Hch 15, 7, desde Mt 102, (Simón, llamado Pedro) hasta Jn 21, 21. Es el nombre más utilizado en Mateo (donde aparece 15 veces). Tuvo que haber tenido un sentido importante en las comunidades, en las que se le llama así para indicar y reconocer su función en la iglesia, de una forma que es básicamente positiva (firmeza, solidez), pero que puede tener también un sentido “irónico”, pues las piedras pueden ser guijarros, cantos rodados sin solidez, es decir, piedras de escándalo, tropiezo o caída (como supone Mt 16, 23; cf. 1 Ped 2, 8; Rom 9, 33), cuando presenta a Pedro/Piedra como causa de escándalo y caída en su camino

Ésta es la base común sobre la que se entiende la función y figura de Simón, a quien Jesús y la primera comunidad han llamado Cefas/Petros, nombre que tanto en Arameo como en Griego significa, en un sentido que puede ser muy positivo, pero sin perder nunca su ambigüedad (quizá su ironía), como indicando la fragilidad de su función en la Iglesia, en la línea de las piedras, que pueden convertirse en elemento de la edificación, o que pueden convertirse en piedras de escándalo o guijarros movedizos como la arena, sobre la que no puede edificarse una casa (cf. Mt 7, 27), a diferencia de la piedra de roca (roca) sobre la que ella puede edificarse con firmeza (7, 24).


Bienaventurado eres Simón Baryona… tú eres Petros/Piedra y esta Petra/Roca (16, 18)

Sólo el Cristo pascual puede hablar de esta manera, pues sólo él ha edificado “su Iglesia”, expresando su mensaje de reino en una Comunidad Escatológica que emerge del judaísmo, para tomar forma propia, abierta a todos los humanos (como indica 28, 16-20). Esta iglesia se describe y aparece aquí en singular, como “mi iglesia”, la comunidad universal de Jesús (no una simple comunidad particular), fundada en una revelación nueva de Dios Padre (en la línea de la gran afirmación de Mt 11, 27, donde se ratifica la unidad entre el Padre y Jesús).

Pues bien, conforme a este pasaje, Pedro ha penetrado en este misterio (es decir, en la gran revelación que está en el fondo de Mt 11, 17)), y así lo dice ahora Jesús, del modo más solemne, marcando el comienzo de la nueva identidad eclesial, al dirigirse a Pedro: bienaventurado eres... porque esto no te lo revelado carne o sangre, sino mi Padre celestial (16, 17). Estamos ante la “revelación eclesial” fundadora , a la que apela el evangelio de Mateo, y ella nos sitúa ante un juego de palabras que sólo tiene sentido claro en griego (la distinción entre petros/piedra y petra/roca), pues tanto en arameo como en hebreo tendría que haberse repetido la misma palabra: tú eres kepha y sobre esta kepha…

((Algunas re-traducciones hebreas posteriores (como la de Salkinson/Ginsburg Hebrew NT) han querido distinguir los dos sentidos, pero han tenido que apelar a dos palabras: tu eres kepha (piedra, guijarro) y sobre esta ‘ebneh… (‘eben, que es piedra en sentido más extenso, pero que puede significar también la piedra/roca que cae del cielo en los últimos tiempos…, cf. Dan 2, 45, edificaré mi iglesia). Pero así se pierde el juego de sentidos de la misma raíz que es esencial en el texto de Mt 16, 18. Sobre este “juego de sentidos” se funda toda la importancia de la escena:

‒ Bienaventurado eres Simón, Bar-Yona (es decir, hijo de Jonas/Juan). Éste es su nombre completo y oficial, definido por su padre (=hijo de), desde su nacimiento y acogida en una familia patriarcal, tal como aparece en Jn 1, 42; 21, 15-17). Éste Simón no es uno cualquiera, pues lleva el nombre del primero de los doce patriarcas de Israel (hijos de Jacob), y es hijo de Juan, un nombre característico del judaísmo de tiempos de Jesús. Al presentarle de esta forma, y con una bienaventuranza personal, dirigida a él en concreto (cosa que sólo hallamos en el NT en referencia a la madre de Jesús: Lc 1, 45. 48; 11, 27), el evangelio está suponiendo que lo que va a decirse después tiene mucha importancia (como expresión y consecuencia de una revelación especial del Dios Padre de Jesús, como he dicho: cf. Mt 16, 17).

‒ Y yo te digo que tu eres Petros....Petra… Esta palabra (o, mejor dicho, esta imposición de nombre de Jesús) es una consecuencia de la revelación del Padre. Mateo ha unido revelación de Dios e imposición del nombre de Pedtros. Él supone así que Jesús ha puesto a Simón el nombre de Petros/Piedra porque ha sido Dios, su Padre, el que le ha revelado su misterio. Ciertamente, Mateo (que está escribiendo este texto en torno al año 80/85 d.C.) no puede cambiar el nombre de Simón Bar-Yona, a quien la tradición llama desde antiguo Petros, pero puede y quiere interpretar su nombre, con la ayuda que le ofrece la lengua griega en la que escribe y fija su evangelio, convirtiendo la palabra masculina Petros (piedra en un sentido ambiguo) en Petra, en femenino, que significa ya roca o fundamento firme (como en Mt 7, 24), una roca que la misma tradición de Pablo ha relacionado desde antiguo con Cristo (cf. 1 Cor 10, 4).

‒ De esa forma el Simón que era Petros/piedra se convierte en Petra/roca firme, porque ha recibido una revelación más alta de Dios, un conocimiento fundante, de tipo pascual, de manera que Jesús puede edificar sobre él (sobre su testimonio) su Iglesia. El texto distingue y vincula aquí dos palabras fundamentales. Este Jesús “griego” (que habla aquí en griego) de Mateo dice que Simón es petros, en masculino, una piedra cambiante y movediza, un guijarro del camino, algo pequeño y frágil; pero luego añade que sobre esa petra/roca, ya en femenino, es decir, sobre uns roca firme, edificará su iglesia.

Esta vinculación y separación de las dos palabras: Petros/Guijarro y Petra/Roca firme marca el sentido de la frase de Jesús y el juego de palabras de eso que pudiéramos llamar la “institución petrina” de la Iglesia, con todas las consecuencias que el tema ha tenido para la Iglesia posterior (sobre todo para la católica, que ha construido desde aquí gran parte de su eclesiología, hasta el día de hoy (2015) .

‒ De Petros a Petra. El evangelio nos lleva así del Petros/Guijarro (canto rodado) a la Petra/Roca de cimiento de la Iglesia, una Roca que en la línea de Mt 7, 24-27 no puede ser otra que la escucha y cumplimiento de su Palabra, es decir, del Sermón de la Montaña (tal como ha venido expresándose en Mt 5-7). Este paso Petros a Petra resulta paradójico y puede tener incluso un toque de humor”, pues vincula algo muy débil y frágil (una piedra) con lo más fuerte (una roca de cimiento de la Gran Iglesia).

Éste es un juego de palabra (Tú eres Petros/Piedra… y sobre esta Petra/Roca edificaré mi Iglesia) no se puede decir en hebreo-arameo, sino sólo en griego, como en Mt 16, 18, que utiliza una raíz verbal en dos sentidos. Toda la tradición (desde Pablo a Juan, pasando por los sinópticos) supone que Jesús le ha dicho a Simón tú eres Petros. Todos los cristianos reconocen y aceptan ese nombre que Jesús a Simón, llamándole Kefas (en griego, Petros), con un matiz (significado) que resulta hoy difícil de precisar, aunque que en principio es positivo. Pero sólo Mt 16, 18 añade “y sobre esta Petra…” (sobre esa Roca).

‒ Y sobre esta Petra/Roca… Reelaborando la “confesión” de Mc 9, 27-30, el Jesús de Mateo ha empezado recordando que Jesús dijo a Simón: “Tú eres Petros”, una piedra que puede ser pequeña, un “canto rodado” (parecido a la arena). Pues bien, Mateo sabe que no tiene sentido edificar una Casa/Iglesia sobre una piedra/pedrusco, es decir, sobre guijarros que puede llevar al río (cf. Mt 7, 24-27). Pero él sabe también que de esa misma raíz ha surgido otra palabra femenina, Petra, que significa Roca firme, y que sobre ella ha podido edificar Jesús su iglesia (16, 18), de una manera estable, de tal forma que ni las puertas/poderes del infierno podrá prevalecer sobre ella o derribarla .

Sin duda, Mateo ha tomado a Simón que es Petros (Piedra, el Piedra) como representante y signo de una fe (una escucha y cumplimiento de la Palabra) que es la Roca firme (Petra) de base y cimiento de la Iglesia. Su misma formulación resulta en un sentido ambigua o, quizá mejor, ambivalente, dejando que sean los mismos oyentes/lectores los que la interpreten.

Sólo teniendo eso en cuenta puede precisarse el sentido de este “fundamento petrino” de la Iglesia, que ha de estudiarse en “sinfonía” eclesial, a partir de textos como Gal 2, 9 donde Santiago, Kephas/Pedro y Juan aparecen como “columnas” del edificio de la Iglesia de Jerusalén, y partiendo sobre todo de la comparación de Ef 2-3, donde se dice que la Iglesia ha sido fundada sobre el fundamento de los apóstoles y profetas (2, 20-22), conforme a la revelación que el mismo Pablo ha recibido (3, 2-3), de tal forma que él, el más pequeño de todos los santos (creyentes) ha recibido la gracia de anunciar a los gentiles la riqueza inescrutable de Cristo.

El texto vincula, pero no identifica las figuras y funciones:

‒ Tú eres Petros. Ésta es una palabra dirigida personalmente a Simón Barjona, pero no en una línea personal fuerte, como en Mt 14, 28; 16, 22 ; 17, 4; 18, 21; 19, 27; 30, 35…, donde se le llama Ho Petros, de manera que en sentido estricto este pasaje podría traducirse tú eres una piedra, un guijarro del camino, algo con lo que uno puede tropezarse (escandalizarse) y caer (16, 23: piedra satánica). Si se olvida esta acepción básica de piedra (en debilidad, en riesgo…), vinculada al hombre Simón, carece de sentido todo lo que sigue. Mateo ha construido así un texto fuertemente paradójico, en el que ha incluido esta inserción petrina sobre el texto básico, fuertemente crítico, de Mc 8, 26‒9, 1.

‒ Y sobre esta Petra (kai epi tautê tê Petra). Ésta es ya una palabra estrictamente personal e individualizada, con artículo definido (tê). Es evidente que esta Petra/Roca de fundamento de la Iglesia se relaciona con la piedra/petros (es decir, con Simón Baryona), pero esa relación no se define más, de manera que algunos exegetas (sobre todo protestantes) han podido separar el Petros/Piedra de la Petra/Roca de la Iglesia, pero esa separación no puede tomarse en sentido total, porque las palabras siguientes (te daré las llames; lo que ates, lo que desates…) se refieren al mismo Simón Pedro, como roca de la Iglesia.

Conforme a esas palabras, Cristo resucitado, en su función de Hijo de Dios, con poder pleno en cielo y tierra (cf. 28, 16-20), concede a Simón nombre y realidad de Piedra (Pedro), haciéndole, al mismo tiempo, paradójicamente, Petra/Roca sobre la que edificará su Iglesia, que así aparece ya como una comunidad autónoma, separada del judaísmo nacional, con promesa de pervivencia. Al afirmar que “las puertas de la Muerte no prevalecerán contra ella”, Jesús está diciendo, en el fondo, lo mismo que en 28, 20: “y Yo [Jesús] estaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

Estas palabras del Jesús post-pascual, creador de Iglesia, pueden situarse al final de un tiempo de fuerte controversia, cuyas huellas y heridas han quedado a lo largo y a lo ancho de todo Mateo, donde se han venido planteando estas grandes preguntas: ¿Ha venido Jesús a crear una nueva comunidad, distinta de la judía? ¿Ha querido abrogar la Ley antigua, sustituyéndola por otra? Esas preguntas y esa controversia habían quedado reflejadas al comienzo del Sermón de la Montaña (5, 17-20), sin que allí pudieran recibir una respuesta, pues no era aún tiempo para darla. Pues bien, Mt ha colocado aquí su respuesta: allí donde los creyentes, por medio de Pedro, han confesado a Jesús como Mesías, Hijo de Dios, pueden escuchar la voz que el mismo Hijo pascual les dirige a través de Pedro.

Todo nos permite suponer que la iglesia que está al fondo de Mateo (Antioquía) ha formulado esta palabra como expresión de su experiencia radical del evangelio, a lo largo de una historia fuerte, que culmina hacia el año 80 d.C.. Pedro ha muerto: ha cumplido su tarea, ha interpretado rectamente la obra de Jesús, le ha confesado Hijo de Dios, ha fundado y organizado una Iglesia (comunidad escatológica) en la que caben los diversos grupos de seguidores de Jesús. Agradecidos a Simón, hijo de Juan/Jonás, los cristianos de Antioquía, de origen básicamente judío, apelan a su memoria para fijar el sentido básico de su evangelio, con el argumento básico que va desde la vida y mensaje de Jesús, hasta el pleno desarrollo de su iglesia, que se siente ya dotada de su propia identidad .

En este contexto debemos recordar, en contra de una posible interpretación posterior, que Pedro no ha sido (no es) piedra/roca, frágil y fuerte de la Iglesia por haber actuado como obispo concreto de una Iglesia, y en especial de Roma (como se ha dicho algunas ves), sino en cuanto intérprete del despliegue mesiánico universal de Jesús, a partir de la misma Ley israelita (5, 17-19), no para negar, sino para confirmar de un modo más alto esa ley, en contra de lo que pensaban algunos que Pablo había hecho (negando la ley judía desde el Cristo).

Pedro aparece así como garante de un universalismo mesiánico (cristiano) con Ley israelita, aunque reinterpretada en un sentido mejor que el rabínico de los escribas y fariseos, como supone y afirma no sólo Mt 5, 17-20, sino todo Mt 23. En esa línea, Pedro aparece al mismo como piedra frágil y como roca fuerte, como garante de la fidelidad de la Iglesia a la Ley israelita y como defensor de una Iglesia universal, abierta a los gentiles .

((En esta línea se sitúa la investigación de Juan Mateos, profesor de Arameo y Griego en el Instituto Oriental y en el Bíblico de Roma; y lo ha destacado también U. Luz, Mateo I, Sígueme, Salamanca 2010). La distinción entre piedra/piedras (que pueden ser guijarros o cantos rodados) y roca (en el sentido de peña) resulta clara en Arameo y Hebreo (y en muchos casos también en griego, como en Mt 27, 60, donde se dice, por ejemplo que el sepulcro de Jesús estaba excavado en la roca, que es he petra y que pusieron por encima o en su boca una piedra grande, un lithos.

En esa línea, muchas traducciones del NT distinguen las dos palabras: “Tú eres Piedra y sobre esta Roca voy a edificar mi Iglesia…” (Nueva Biblia Española, 1975). “Tú eres Pedro y sobre esta Peña edificaré mi iglesia…” (Cantera-Iglesia, BAC 1979). Esta distinción resulta muy importante, aunque a veces no se advierta. Mc 16, 18 ha vinculado la Iglesia con la Fe y la Confesión de Pedro, pero eso no significa que Pedro en cuanto tal (él sin más) sea la “Roca” de la Iglesia, aunque es evidente que los dos sentidos de la palabra (piedra y roca) están vinculados)).




AMPLIACIÓN

– Te daré las llaves del Reino de los Cielos y lo que ates..., lo que desates... (16, 19).

Ciertamente, el Reino es de Dios (=de los Cielos), pero Jesús lo ha querido ofrecer a los humanos, para que ellos puedan vivir y expresar sobre la tierra el misterio escatológico (como sabe el texto paralelo de 18, 18-20). Pues bien, Jesús ha querido ofrecerles las llaves de ese reino, para que así penetren en su misterio, no a través de un rapto apocalíptico (como supone Ap 4, 1), sino de la misma vida eclesial. Esas llaves para abrir y cerrar, desatar y atar, las ha tenido (y tiene) Pedro, que aparece de esa forma como el auténtico Rabino del reino, el garante de la auténtica doctrina sobre el surgimiento y vida de la iglesia.

En el fondo de esa declaración de Jesús pascual que, como vengo diciendo, ha de verse unida a 18, 18-20 y 28,16-20, se refleja y culmina una dura disputa eclesial, uno de cuyos máximos testigos ha sido el mismo Mateo. Han discutido los cristianos sobre las formas de entender y actualizar la herencia de Jesús, dentro o fuera del judaísmo nacional. Entre las diversas opciones (reflejadas por Pablo y Santiago, Apocalipsis de Juan o las comunidades del Discípulo amado etc.), en coincidencia con gran parte de la Iglesia, Mt asume la de Padre, a quien presenta aquí como verdadero intérprete de Jesús.

Esas palabras (te daré las llaves, lo que ates..., lo que desates...) están suponiendo que Jesús no había zanjado por sí mismo los problemas de su comunidad mesiánica
(es decir, de la iglesia), de manera que ellos no pueden resolverse acudiendo a su palabra histórica. Mateo no admite, según eso, una cristología fundamentalista, donde sólo valdrían las palabras y gestos del Jesús histórico, pues quien aquí habla es el Jesús Pascual, no para presentarse a sí mismo como guía interior de los creyentes, sino para avalar la “autoridad” interpretadora de Pedro, a quien presenta como garante del camino mesiánico de la iglesia.

Al decir a Pedro te daré las llaves, lo que ates..., este Jesús pascual está ratificando la interpretación que Pedro ha dado del mensaje de Jesús, tal como se expresa en las opciones fundantes de la iglesia, que son las que Mt ofrece a su evangelio. Pedro ha sido, por tanto, el auténtico Rabino del Reino de los cielos, en la línea del escriba experto, que vincula en su mensaje cosas antiguas y nuevas (cf. Mt 13, 52). Por eso, Mt presenta su obra como avalada por Pedro, ratificada por la autoridad de aquel a quien Jesús, en el camino antiguo de su historia y en el proceso de su pascua, ha querido hacer y ha hecho “piedra” de su Iglesia. Desde esta opción fundante de Pedro justifica Mt sus opciones exegéticas, en fidelidad a Jesús que ha fundado así su iglesia .

Este es un texto pascual, una palabra que Jesús resucitado dirige a Pedro (¡a un Pedro que ya ha muerto!), ratificando la función que ha realizado en la iglesia, conforme a la visión de Mateo. Este es el texto clave de una comunidad que, habiendo estado por un tiempo más ligada a Santiago, ha asumido después una interpretación más universal del evangelio, en la línea de Pablo, apoyándose para ello en el recuerdo y la misión mediadora de Pedro, quien ha sido capaz de abrir con la llave de Jesús las puertas de la ley (para que los gentiles puedan entrar en Reino de los cielos),. Ciertamente, aquí se habla de algo que Pedro ha realizado ya en las comunidades, asumiendo y ratificando la función de otros misioneros: él ha justificado y avalado el gesto de apertura universal del evangelio, asumiendo así la misión y teología de los helenistas y de Pablo, como supone el fin de su libro (cf. Mt 28, 16-20).

Para las comunidades que están al fondo de Mateo, el gesto de Pedro ha resultado fundamental en su visión del evangelio. Esta ha sido la «segunda oportunidad» y la ha cumplido. La primera fue al comienzo de la experiencia cristiana, al principio de la pascua, cuando, al lado de las mujeres y a la cabeza de los Doce, inició una misión cristiana dirigida a las ovejas perdidas de Israel cf, Mt 10, 6). Esta es la segunda, cuando, avanzado ya el camino de la iglesia, iniciada la disputa entre los más legalistas (partidarios de un cristianismo judío) y los más universales (partidarios de un cristianismo abierto a todos los pueblos), Pedro asume y defiende la misión universal de la iglesia, ofreciéndole unas bases cristianas (el testimonio de Jesús) y unas justificaciones israelitas (desde la línea de la Ley). Así aparece como el auténtico «rabino cristiano», con llaves que •«abren y cierran» las puertas del Reino, permitiendo de hecho que entren en la iglesia los excluidos de la sociedad, los pobres de Jesús, sin necesidad de cumplir la ley nacional judía.

No todos los grupos cristianos (¡pensemos en Pablo!) necesitaban un testimonio como éste. Pero la comunidad que está al fondo de Mateo lo ha necesitado, vinculando de esa forma la misión universal de la iglesia con el mensaje de la vida de Jesús, a partir del testimonio de Pedro, cuya vida y misión recoge este pasaje. Jesús mismo ha ofrecido a Pedro las «llaves del Reino», para que lo siga abriendo a los pobres y expulsados de Israel y de un modo especial a los gentiles. Estas palabras han sido esenciales para que una determinada iglesia, que ha tendido a cerrarse en el nacionalismo de sus orígenes judíos, pueda abrirse a los gentiles, vinculando los caminos de Santiago y de Pablo. Este será un texto clave para el papado posterior:

1. Esas palabras de Jesús ratifican lo que Pedro ha realizado ya, una vez y para siempre. Hubo un momento en que las diversas comunidades corrieron el riesgo de escindirse, por su forma de entender la ley judía. Fue necesaria la aportación de mediadores y, sobre todo, la de Pedro a quien hallamos diciendo su palabra en los momentos fundantes de la iglesia (cf. Hech 15). Había sido discípulo de Jesús y formó parte del grupo de los Doce, iniciando la misión intrajudía en Jerusalén y quizá en Galilea, pero no se cerró en un judaísmo sacral, como Santiago, sino que asumió la apertura de los helenistas, impulsando (desde su propia perspectiva) la misión universal del evangelio. Así pudo aparecer como garante de la nueva identidad supra-judía de la iglesia.

Eso significa que Mt 16, 16-19 debe entenderse desde su contexto histórico: los autores y lectores de Mateo provienen de una iglesia judeo-cristiana cercana a la de Santiago a quien tomaron en un tiempo como intérprete del mensaje y de la obra de Jesús; pues bien, en un momento dado, sin negar el valor de lo anterior, ellos asumieron la perspectiva de Pedro y vieron que la iglesia no se puede fundar sólo en una ley nacional judía (Santiago), ni en una experiencia pascual como la que algunos atribuyen a Pablo (que no conoció al Jesús de la historia y que parece negar toda la ley judía), sino en un hombre como Pedro, que había conocido a Jesús y que supo vincular las diversas tendencias eclesiales. Según eso, esas palabras forman parte de una «decisión histórica» de la iglesia de Mateo que, sin rechazar a Santiago y a Pablo, toma a Pedro como el intérprete autorizado de Jesús .

2. Las llaves del Reino de los cielos. La función de Pedro/ piedra/roca resulta inseparable de su tarea de «escriba experto en el Reino de los cielos» (cf. Mt 13, 51), capaz de vincular las palabras de la antigua ley israelita y la experiencia nueva de Jesús, que le ha ofrecido las llaves del Reino de los cielos que, como saben todos los lectores de la Biblia, significan las llaves del Reino de Dios . Pedro ha sabido emplearlas, ratificando la interpretación verdadera del evangelio, que vincula la fidelidad a la ley (=Santiago; cf. Mt 5, 17-20) y la misión universal (=Pablo; cf. Mt 28, 16-20). Así lo ha hecho de una vez y para todas, de tal manera que “lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos” (16, 19). Tampoco aquí se dice lo que Pedro ha de hacer en el futuro, sino lo que se ratifica lo que ha hecho, abriendo para siempre las puertas de Israel y de Jesús (las de Israel por Jesús) a todos los pueblos de la tierra. Una tradición posterior, desarrollada por la Iglesia de Roma, ha referido esas palabras de un modo directo a cada uno de sus obispos, como si ellos siguieran teniendo la misma autoridad fundadora (¡roda!) y doctrinal (¡atar/desatar!) de Pedro, cuando interpretó el judaísmo (línea de Santiago) de una forma universal (línea de Pablo).

Ciertamente, esa aplicación puede mantenerse, pero no se deduce del evangelio de Mateo, que por otra parte parece más abierto hacia oriente (cf. Mt 2) que hacia occidente (Roma). Por otra parte, el texto definitivo de la misión, que se abre a todos los pueblos de oriente y occidente, norte y sur, sin distinción alguna (cf. Mt 28, 16-20), no ha dado primacía a ningún lugar especial (romano o no romano), ni a ningún apóstol o a ninguno de los Doce (ni siquiera a Pedro) pues la apertura universal de la iglesia se encuentra asegurada por los “once discípulos” de Jesús (los Doce sin Judas), que marcan la continuidad entre la historia de Jesús y el tiempo de la Iglesia .

La función de Pedro como piedra/roca resulta inseparable de su tarea de «escriba experto en el Reino de los cielos» (cf. Mt 13, 51), capaz de vincular las palabras de la antigua ley israelita y la experiencia nueva de Jesús, que le ha ofrecido las llaves del Reino de los Cielos, es decir, de la tarea de Dios en la tierra. Pedro ha sabido emplearlas, ratificando la interpretación verdadera del evangelio, que vincula la fidelidad a la ley (propia de Santiago; cf. Mt 5, 17-20) y la misión universal (destacada por Pablo; cf. Mt 28, 16-20). Así lo ha hecho de una vez y para todas, de manea que “lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos» (16, 19).

Jesús no dice a Pedro lo que ha de hacer en el futuro, sino lo que ha hecho ya, abriendo para siempre las puertas de Israel y de Jesús (las de Israel por medio de Jesús) a todos los pueblos de la tierra.
Una tradición posterior de Roma ha referido estas palabras a cada uno de los papas, como si ellos siguieran teniendo la misma autoridad fundadora (¡piedra!) y doctrinal (¡atar y desatar!) que tuvo Pedro, cuando interpretó el judaísmo (línea de Santiago) de una forma universal (línea de Pablo). Ciertamente, esa aplicación es posible, pero no se deduce del texto de Mateo, que por otra parte parece más dirigido hacia oriente que hacia Roma (cf. Mt 2). Lógicamente, el texto final de la misión, abierta a todos los pueblos, no ha concedido un lugar especial (romano o no romano) a Pedro (cf. Mt 28, 16-20), pues la apertura universal de la iglesia se encuentra ya asegurada.

Otras líneas cristianas (Marcos o Pablo, Apocalipsis y Santiago, pastorales y Hebreos) no han sentido la necesidad de apelar a un pasaje como éste, ni a la figura de Pedro, para fundar en ella la vida y misión de todas las iglesia. De todas formas, la figura de Pedro ha recibido también en otras tradiciones una función importante en el comienzo de la Iglesia, vinculándola con Pablo (Lucas en su evangelio y el libro de los hechos) o con el Discípulo Amado (Jn 21). Es significativo el hecho de que 1 Ped no apele a ningún tipo de primado de Pedro, aunque su figura tiene una gran importancia misionera y catequética; por el contrario, 2 Ped apela de algún modo al recuerdo histórico de Jesús para apelar a la unidad de la Iglesia y para defender la vigencia misionera e incluso doctrinal de Pablo, a pesar de que algunas de sus doctrinas hayan podido ser mal interpretadas.

Desde ese fondo ha de entenderse este pasaje eclesial (Mt 16, 16-20) en el conjunto del evangelio de Mateo y del conjunto del Nuevo Testamento, donde hallamos, según eso, otros pasajes que, como he dicho, reafirman, matizan e interpretan la función de Pedro, como son en especial los de Pablo (Gal 1-2) y Lc/Hch, con los de Jn 21 y las cartas escritos a nombre del mismo Pedro. De esa manera se logra una visión muy rica y matizada de la función y figura de Pedro en el comiendo y despliegue de la Iglesia, que no va en contra de la que ofrece nuestro pasaje, pero que nos ayuda a situarla e interpretarla en el presente y futuro de la Iglesia.
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