17.7.18. Montesclaros: Dios o Mammón

Revelación central. Dos señores: Dios y Mammón (Mt 6, 24). En los Montes-Claros de la Alta Cantabria, a un tiro de piedra del Ebro naciente, nos hemos reunido para hablar de lo divino y de lo humano, en el sentido radical de la palabra: el Dinero o Dios (Mammón), es decir, la bolsa o la vida.

Es un lugar bueno para exponer este tema, con los que aman la montaña, signo de vida, con los amigos reunidos para buscar juntos la verdad. Desde Montesclaros, mi saludo.

DIOS Y/O MAMMÓN. UN TEXTO, UN COMENTARIO

Nadie puede servir a dos señores
– Pues odiará a uno y amará al otro.
– O se apegará a uno y despreciará a otro.
¡No podéis servir a Dios y a Mammón! (Mt 6, 24; cf. Lc 16, 13) .

La verdadera Realidad o Señor que fundamenta y potencia nuestra vida es Dios, de manera que servirle es dejarse amar por él, en comunión, en gratuidad, en Reino. Pero los hombres han creado frente a Dios al anti-Dios, la más grande de sus creaturas, a la que Jesús llama Mammón, advirtiendo a sus discípulos (su Iglesia) que no pueden servirle junto a Dios. Servir se dice douleuein, que significa “hacerse esclavo de”: Quien se deja someter por el dinero no puede servir a Dios.

Como sabe la tradición judía, Dios es Uno y sólo a él podemos servir con todo el corazón, con toda el alma, alcanzando así nuestra verdad (cf. Dt 6, 4-6). Pues bien, lo opuesto a Dios, aquello que destruye y mata al hombre porque es “nada” (teniendo la apariencia de ser todo) es el dinero absolutizado, Mammón, principio y compendio de los poderes que el hombre ha creado, para servirse de ellos, pero que al fin pueden esclavizarle, pues son lo opuesto al Dios creador, amigo de los hombres.


1. Lo contrario a Dios es un deseo absolutizado (producto de un mal ojo), que se expresa en forma de estructura objetiva de poder, que puede convertiré en principio de muerte, en una línea ideológica (mentira) y político/económica (opresión). Lo malo (opuesto a Dios) no es el mundo, ni un tipo de materia, ni el cuerpo, sino la expresión o materialización de eso que antes he llamado “mal ojo” objetivado, un deseo colectivo (contagioso) de tenerlo todo en clave de dinero, queriendo asegurar así la vida en algo que queremos tener, pero que nos tiene. Ese mal (Mammón) no es algo que Dios haya creado, sino que brota de la mala voluntad y el miedo de los hombres que quieren asegurar su vida en algo que ellos consideran importante, y que es sólo un ídolo (cf. Sab 13-15).
No es una creación positiva de Dios, pero tampoco es pura ficción, sino una realidad que nosotros mismos, los hombres, hemos fabricado, con la técnica y la ciencia, para dominar el mundo y así comunicarnos.

Por eso, en principio, el dinero en cuanto tal es bueno, tomado como medio de comunicación. El riesgo está en absolutizarlo, de manera que deje de ser medio al servicio de la relación entre los hombres y de un mejor uso de los recursos de la tierra, convirtiéndose en fin en sí mismo, ocupando como dice Jesús el lugar de Dios. Eso es lo que empezaba a suceder en su tiempo y lo que ahora (2018) ha culminado. En esa línea, hemos dado tanto poder al dinero, construido de forma colectiva, que al querer tenerlo (comerlo, en la línea del “pecado” de Gen 2-3), hemos terminado cayendo en sus manos, de manera que él mismo mata).

Mammón es aquel/aquello en que nosotros confiamos o creemos, después de haberlo creado, como si fuera garante de nuestra identidad, de manera que en él confiamos, y ante él nos inclinamos diciendo “amen, así sea”. Hemos sido nosotros los que hemos creado el dinero, pero lo hemos hecho de tal forma que, al descubrir su poder, lo hemos convertido en Dios (Mammón), corriendo así el riesgo de quedar dominadas por su mismo poder y destruidos. Divinizado así, Mammón no es un “ídolo” individual, sino colectivo, la expresión de un deseo “común” de posesión, que nos une y nos enfrenta, de tal forma que pudiéramos hablar de una “anti-iglesia” de Mammón, la gran comunidad dividida y enfrentada, siempre en lucha, de los adoradores del dinero, como indicará de forma ejemplar el Apocalipsis.

En esa línea de Mammón han de entenderse algunos de los relatos primordiales que hemos ido destacando en el Antiguo Testamento: Están ya en la línea de Mammón los sacrificios de Caín, como si con ellos pudiera comprar a Dios.

Mammón es la violencia de los hombres del diluvio, que se piensan capaces de dominar el mundo por lo que hacen, pero quedan en manos del diluvio que provocan… Mammón es la Torre de Babel, en la que unos hombres quieren resguardarse, lo mismo que el Becerro de oro de Ex 32… Mammón es, en fin, todo aquello que el hombre construye con violencia, para liberarse de la muerte sin poder lograrlo. En esa línea, desde la perspectiva de Jesús, Mammón es el dinero (capital) absolutizado.

2. Mammón es el ídolo englobante en el que Jesús recoge y engloba una larga tradición del Antiguo y Nuevo Testamento (cf. Sab 13-15 y tentaciones diabólicas de Mt 4 y Lc 4: pan/capital, poder/dominio universal y milagro). Todos los signos de poder en los que el conjunto de la humanidad ha tendido a creer, para quedar al fin atrapada por ellos, se condensan en Mammón, que no es signo de ateísmo, sino de idolatría: la gran construcción que los hombres elevan en lugar (y a veces expresamente “en contra”) de Dios, como indicaba ya la Torre-Ciudad de Babel (Gen 11) y el Becerro de Oro (dinero) de Ex 32.

En esa línea, al identificar al anti-dios con Mammón y al condensarlo de algún modo en el dinero absolutizado, Jesús ha realizado una opción hermenéutica de incalculables consecuencias: lo que en plano de pecado une a los hombres no es un tipo de pura razón perversa o de pasión sexual, no es el ateísmo o irreligión, ni un poder abstracto, sino el Capital/Mammón, un deseo objetivado en forma de dinero, como “aquel/aquello” en que creemos de un modo absoluto y mentiroso, en el mercado donde todo se compra/vende, nada se regala.

Este Mammón es el ídolo absoluto, no un ídolo entre otros, sino el ídolo, un tipo de poder/deseo objetivado, que puede camuflarse en ropajes de piedad o libertad, pero que acaba uniendo a los hombres en el mal, haciendo que se enfrenten unos con los otros. Los hombres que antaño se unieron “para fabricar” la torre de Babel o adorar el Becerro de Oro, se vinculan en su tiempo (según Jesús) para fabricar a Mammón y adorarle, entregándose a sus cultos de tipo social o religioso, pensando que es allí donde se expresa la raíz de su existencia, y su verdad divina, su salvación definitiva.


En la línea de ese Mammón se encuentra, según el evangelio, el mismo templo de Jerusalén, «hecho por manos humanas» (kheitopoiêton: Mc 14, 58), vinculado por tanto al dinero (cf. Mc 11, 15-19), como una construcción que ocupa el lugar de Dios, de manera que ya no creemos en él (Dios, gratuidad), sino en el poder del mismo templo objetivo (que tiene un fondo económico) en el que confiamos, pues «allí donde está tu tesoro está tu corazón» (cf. Mt 6, 21), tema que volveremos a encontrar en el discurso de Esteban en Hch 7 (cf. Mc 11, 15-17; Jer 7, 11).

Griegos y romanos objetivaban sus deseos parciales en dioses. Filósofos y sabios posteriores han podido absolutizar sus ideas y deseos en formas ontológicas. Pues bien, al fondo de esos dioses ideas se encuentra Mammón, entronizado como ídolo absoluto (que puede camuflarse en el mismo templo de Jerusalén), un poder que une a los hombres en el mal, llevándoles a la muerte .

3. El descubrimiento del carácter antidivino de la Mammón tiene rasgos de revelación invertida. No se logra con discursos conceptuales o teorías cósmicas que siguen inscritas en un lenguaje de ley o talión, que se manifiesta en la dinámica del mismo Mammón, equivalencia racional o monetaria del deseo, en un mercado universal, donde al fin se diviniza el deseo, objetivado en forma de “tesoro”, como ha descubierto Pablo en Rom 13, 9, cuando dice, en forma absoluta, “no desearás” (pues Dios no es deseo, sino experiencia de gratuidad). Solo se conoce el carácter anti-divino de Mammón allí donde ha venido a revelarse el verdadero Dios como poder de gratuidad y principio de amor que fundamenta de manera amorosa la existencia de los hombres, pues lo opuesto a ese Dios de gratuidad es precisamente Mammón, el Dios falso del mundo.

Eso es lo que Jesús ha comprendido al descubrir al Padre de la Gracia, al comprender de un modo vital que lo contrario a Dios (a quien se descubre en fe y se actualiza en amor gratuito) es Mammón, aquel a quien hemos creado y en quien creemos de manera falsa, entregándole nuestra vida, sin saber que se trata de un poder “imaginario” que al fin nos destruye, Satán, principio de pecado. Contemplando a Dios Padre de los hombres, Jesús ha comprendido que lo contrario a su gracia, al Dios en quien podemos confiar (Shema: Dt 6, 5-6), es Mammón, a quien servimos creyendo falsamente que nos puede salvar, el Dios a quien damos la vida, uniéndonos en torno a él como Iglesia económica perversa. En esa línea, lo malo de Mammón no es que sea simplemente malo en sí mismo, sino que convierte el Malo un dinero que podía haber sido signo de gratuidad y comunicación entre los hombres.

Ciertamente, en su base, Mammón puede concedernos un poder que nos permiten comprar y vender, y hacer muchas cosas, casi todas las que pueden hacerse en este mundo y eso en principio es bueno. Pero, al fin, convertidos en poder supremo, los mismos bienes de Mammón pueden destruir el equilibrio del mundo (peligro ecológico) y nuestra propia realidad, como vivientes de gracia. Eso que Jesús supo y dijo en su tiempo, resulta más claro en el nuestro, cuando culmina el ciclo que entonces comenzaba de monetarización de la realidad, que tiende a convertirlo todo en Mammón, objeto de compra-venta, en un mercado en el que podemos acabar vendiendo lo que nosotros mismos somos, quedando cautivados por su fuerza. Ciertamente, lo contrario a Dios no es el mero dinero como símbolo de un valor de cambio, como medio para realizar intercambios económicos al servicio de la vida (y en especial de los pobres), sino el dinero convertido en capital Absoluto de mercado, donde todo se compra y vende, como veremos al tratar del Apocalipsis.

4. De esa forma se vinculan por antítesis el Dios que se da a sí mismo como amor y Mammón, inventado por los hombres como signo de interés supremo (de su egoísmo). Dios es Padre/Creador, es Vida que se regala y comparte. Mammón, en cambio, es dinero creado para intercambio de bienes y valores, que de tal forma se absolutiza y se vuelve “realidad en sí”, que termina devorando a los hombres, como el Dragón de Ap 12. Dios nos hace libres, para que podamos realizamos de manera autónoma, como seres de amor, que nos vinculamos intercambiando bienes y valores (simbolizados por el dinero entendido como signo de comunicación). Pero, en un momento dado, podemos valorar de tal forma ese “dinero”, que dejamos de verlo como signo de intercambio de bienes (de comunicación económica) y lo convertimos en objeto de nuestro más hondo deseo, aquel/aquello en quien creemos, a quien damos nuestra vida, el Dios falso en cuyas manos terminamos siendo todos esclavos.

De esa forma, el dinero, hecho para ayuda mutua, se conviene en Mammón que nos posee (diablo), de tal manera que en vez de servirnos de él nos convertimos en servidores suyos, en un mercado sin humanidad, donde vale más el que más tiene, pero de tal forma que al final todos acaban (acabamos) siendo esclavos del mismo mercado, convertido en una especie de “iglesia” para la perdición. Dios nos ama de manera personal y de esa forma “nos sirve” (es nuestro servidor, en el sentido más hondo de la palabra). Por el contrario, el dinero hecho Mammón parece empezar a servirnos, pero de tal forma que al fin somos nosotros los que t tenemos que servirlo, haciéndonos sus esclavos, en una “iglesia” o mercado de muerte .

5. Lo opuesto al “Dios Uno” del Shema (Dt 6) es Mammón, “Capital Uno”, que se impone a través del único mercado mundial, entendido como “iglesia falsa” donde nada se comparte, sino que todo se compra y vende. Dios es aquel que crea (da la vida y resucita, en Cristo: Rom 4, 19.24). Mammón, en cambio, no crea nada verdadero, sino que todo lo acaba convirtiendo en mercancía, compra-venta, de manera que cada cosa se mide (se valora y/o distinguen) por el dinero, entendido como juez de todo lo que existe. Los hombres ya no valen por lo que son, ni por el amor por el que se relacionan, sino que acaban siendo esclavos de Mammón, que les utiliza y destruye.

Entendido así, Mammón no es el signo de un nuevo politeísmo, como algunos dicen, sino el ídolo base de un monoteísmo radical, pero invertido. No pasamos del único Dios a los muchos dioses, sino del Dios Único de la gracia (que todo lo crea, impulsa y plenifica) al Mammón único y universal del puro “interés y deseo” egoísta, ante quien cesa el valor de las personas, pues todo se compra y vende al fin para la muerte. Éste es el Dinero-Mammón que mata a las personas en el altar de su insaciable “necesidad” de tener, en contra del Dios que da vida, en gratuidad.

En esa línea, si queremos conocer a Dios, no podemos buscarle sólo dentro, para interpretarle en claves de emoción o sentimiento interno, ni le podemos definir por las ideas. Conocer a Dios implica descubrir y potenciar un tipo de vida y comunión interhumana que se opone a los modelos imperantes del dinero (capital), en un mundo donde todo se produce y vende por dinero. El verdadero Dios es gracia, y comunión gratuita entre los hombres. Frente al deseo de poder universal de Mammón (que lo hace y vende todo por interés/dinero), el evangelio presenta a Dios como gracia creadora, que se expresa en el amor gratuito entre los hombres. Dios se define (se revela) según eso como fuente y diálogo de amor gratuito entre todas las personas (cf.1 Cor 13).

6. Conocer a Dios es vivir y crear en gratuidad. En contra de Mammón, que se opone a la gracia, y que quiere dominarlo todo por la fuerza, para al fin destruirlo, Dios es Vida que se regala y comparte, haciendo que exista humanidad, por gracia, a partir de los más pobres y pequeños. En contra de ese Dios, ciertos poderes de este mundo (pan y circo, afán de placer y deseo de poder...) acaban por centrarse en Mammón que así viene a presentarse como esencia y verdad (¡mentira!) universal, capaz de construir torres de Babel, inmensos edificios de falsa seguridad, que al fin nos acaban destruyendo y se destruyen, en manos del orín y la polilla (del tiempo que pasa) o de los ladrones (la violencia mutua: cf. Mt 6, 19-21). Como vengo diciendo, en contra de Mammón, Dios es Aquel que crea gratuitamente vida, Aquel que no se compra ni venda (no es dinero), siendo, sin embargo, el principio y fuente de todo lo que existe, gracia creadora.

Ésta es la verdad de fondo del mensaje de Jesús, que define a Dios como lo puesto a Mammón. De un modo consecuente, el Dios de Jesús ama a los pobres y desde ellos quiere crear el Reino de Gratuidad (es decir, en Dios). Por el contrario, Mammón en sí mismo sólo puede edificar una torre-ciudad de egoísmo y violencia. Lógicamente, Mammón «fabrica» pobres: suscita la desigualdad entre los hombres, en proceso de enfrentamiento que lleva a la ilusión y opresión de los perdedores. En esa línea, el sistema de Mammón acaba esclavizando a todos, pues les hace esclavos del proceso económico de producción y distribución de bienes, para destruirlos al fin en un mismo proceso de muerte .

7. El tema no es por tanto el dinero “medio” al servicio de la vida y de la relación entre los hombres, sino el dinero hecho Mammón, ídolo absoluto, que nos hace esclavos, que exige que le sirvamos, con douleuin (douleu,ein). Hay en griego una palabra más “suave”, que es la diakonía (diekonein), el el servicio libro, que se emplea sobre todo para los gestos de ayuda mutua entre los hombres.

En ese sentido puede y debe haber una diakonia monetaria, que consiste en poner (utilizar) el dinero al servicio de la vida humana, de las necesidades de los hombres, como supone Mt 25, 31-46: Dar de comer, dar de beber, acoger, visitar, cuidar, liberar. En esa línea, el evangelio puede y debe entenderse como gesto radical de inversión económica, al servicio de los necesitados, del amor interhumano, no del triunfo del dinero.

8. A modo de conclusión, podemos afirmar que la “iglesia” o comunidad de Mamón ha de entenderse como humanidad unida bajo el signo y adoración del dinero, una humanidad donde sólo importa el tener para poder, en forma económica, política y/o religiosa. Esa iglesia del dinero es la ciudad diabólica, contraria a la de Dios, tal como la había presentado San Agustín, desde su perspectiva, en La Ciudad de Dios, obra que ahora puede y debe interpretarse desde la oposición entre las dos ciudades, una centrada en la gracia de la vida (en el amor mutuo entre los hombres) y la otra en el poder del dinero, entendido como principio de opresión y destrucción para los hombres.

En ese sentido, la Iglesia verdadera, como iré mostrando en lo que sigue es la comunidad de los que adoran al Dios de la Gracia, revelado en Jesús, y se vuelven ellos mismos gracia, compartiendo de un modo generoso los bienes, a partir de los excluidos y los pobres, utilizando todos los medios (incluido el dinero) al servicio de la vida. Ésta es una Iglesia que se viene revelando desde el principio de los tiempos, pero que ha sido convocada y reunida de un modo especial por Jesús, el crucificado, amigo de los pobres y excluidos, que ha querido y sigue queriendo reunirles en un Reino de Gratuidad, abierto a todos los hombres y mujeres de la tierra.

Ésta Iglesia entendida como Ciudad de Dios se expresa de un modo privilegiado (pero no único) en la comunidad concreta de los seguidores de Jesús, que asumen su movimiento de búsqueda de Reino, confesándole como aquel a quien Dios ha resucitado de la muerte y que dirige a sus seguidores por el camino del Reino. Ciertamente, esa Iglesia de la gratuidad puede y debe expresarse en la comunidad histórica de los seguidores de Jesús, según el evangelio, pero ella supera los límites puramente confesionales de las iglesias establecidas, no para negarlas, sino para potenciarlas.

Desde ese fondo, como opuesto a Mammón, Dios aparece como gracia, y en esa línea debemos destacar, al mismo tiempo, que el hombre, amado por Dios, es también gracia. Un sistema de mercado económico o social, dominado por Mammón termina esclavizando y matando a los hombres. Por el contrario, el camino de Dios les capacita para vivir y crear vida, porque en su verdad más honda ellos son comunidad de gracia: Nacen por regalo de amor (no por negocio) y sólo regalando y compartiendo amor, que es vida, puede realizarse humanamente, como Iglesia. Desde ese fondo, por oposición, Jesús ha interpretado a Mammón como enemigo de la gracia, fundador y centro de eso que podemos llamar Anti-Iglesia, conforme a la visión del Apocalipsis, con la que terminará este libro.

Frente a todo idealismo más o menos religioso, propio de seres ociosos y ricos, alimentados por siervos o esclavos, Jesús entiende al hombre desde su verdad real, en clave económica, diciendo que no es posible una armonía entre Dios y Mammón, entre la gratuidad de la vida que crea comunión y el poder de un dinero absolutizado que lleva a la violencia y mata.
Este enfrentamiento entre Dios y Mammón explicará toda la vida de Jesús, y, de un modo especial, su muerte, condenado por los poderes del templo de Jerusalén, hecho por manos humanas (Mc 14, 58) y vinculado por tanto al dinero (cf. Mc 11, 15-19), en la línea de la torre de Babel y del becerrro de oro (Ex 32), a cuyo círculo de poder pertenece el mismo templo, como pondrá de relieve Esteban, el primer cristiano radical, según Hch 7. También forma parte de Mammón un imperio como Roma, donde todo se conquista con violencia y se compra-vende por dinero, incluidos cuerpos y almas de hombres (Ap 18, 13).
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