Fiesta del trabajo El 1 de Mayo en la Biblia

Trabajo productivo (ciento por uno), bienes compartidos (todo en común)

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El 1 de mayo es la fiesta del trabajo humano y productivo
, al servicio del hombre, no del capital divinizado (idolatrado: Mammón), que convierte a los hombres en mera mercancía.  El capital no necesita fiesta, es ya en sí mismo fiesta, pero de muerte, pues destruye a los hombres que lo han producido, en un mercado donde todo (y ellos en especial) se se compran y venden.

El trabajo, en cambio, es decir, los trabajadores como personas necesitan una fiesta, una  celebración abundante, solidaria, fraterna, ce cien campos y casas, con cien madres, hermanos, amigos y compañeros. No se celebra el trabajo como simple producción para que aumente el capital, sino el trabajo  humanizado, para crear campos sembrados, es decir, que producen, también en forma de fábrica, pero sobre todo en forma de tierra querida, cultivada, protegida, que se vuelven comida, casas de hermanos y hermanas, como ha puesto de relieve Francisco (Laudato si, Bendito sea el Dios que se nos ha dado en la tierra, 2015).

Así lo había destacado ya Juan Pablo II, en una encíclica famosa, poco recordada (Laborem Exercens, "Ejerciendo el trabajo", año 1981), y así lo destaca el Nuevo Testamento, en dos textos centrales, que la Iglesia en general ha tenido quizá  miedo de proclamar y aplicar  en la vida social, en la política y economía de de los cristianos y del mundo. La iglesia ha recordado bien esos textos, pero los ha “limado, para quitarles quitarles mordiente, y aplicarlos sólo a un tipo de frailes y monjas, desligados de economía de la humanidad.

Tres temas son los principales de este día 1 de mayo, día del trabajo:

  1. Hemos aprendido a producir, es evidente,  y producimos mucho, en especial productos de consumo, para vender y capitalizar.  Pero no siempre producimos lo mejor (más casa, más familia, más amistad, más campos vivos, al servicio de la vida).
  2. Pero no hemos aprendido a compartir. Ni a trabajar de un modo solidario..., de un modo humano, en libertad y comunión... ni a compartir de un modo fraterno. 
  3. El trabajo, que debería ser lo primero para vivir en solidaridad... se encuentra colonizado (amenazado) por el capital y por el mercado, de manera que los hombres que debían trabajar en libertad y gozo (para la casa, la familia, el desarrollo propio) pueden hallarse esclavizados por el tipo de trabajo que domina en la actualidad. 

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Me ha interesado desde siempre lo que or las Encíclicas sociales de los papas y la DSI (Doctrina Social de la Iglesia, cf. imagen 5) y he escrito algunos comentarios a los evangelios de Marcos y de Mateo; pero no he visto todavía una elaboración consecuente de los dos textos que ahora voy a comentar, en esta fiesta del trabajo y la solidaridad (trabajo productivo al servicio de la solidaridad en la distribución y consumo).

Estos son los textos fundamentales de esta Fiesta del Trabajo, es decir, de la Solidaridad y humanidad de los trabajadores: 

  1. Mc 10, 28‒31 y paralelos de Mt y Lc: Solidaridad en producción, producción abundante. Jesús invita a “dejarlo todo” (abandonar y superar un tipo de propiedad particular de fondo egoísta), para trabajar y compartir en clave de comunión y humanidad… Producir logrando así gran abundancia, el ciento por uno, ante todo en humanidad (cien madres, hermanos, amigos…), pero también en posesión humanizadora (cien campos, cien casas…), para que todos puedan comer y compartir la vida.
  2. Hch 2, 42‒47 y 4, 32‒34:Solidaridad en comunión, es decir, en la distribución y el consumo (a cada uno, a cada grupo, familia y persona, según sus necesidades, pero al servicio de todos). Así dice el libro de la historia de la primera Iglesia que “todo lo tenían en común, todo lo compartían. Todo lo vendían (es decir, lo utilizaban) para compartirlo en humanidad, al servicio de los más pobres. Porque la pobreza se entiende ante todo en forma de comunión”.

Estos dos textos han de verse juntos, completándose en línea de humanidad…

 ‒‒ El segundo texto (todo lo repartían…), tomado en sí mismo y cerrado, en línea de puro gasto (vendiéndolo todo hasta consumir lo antes ganado, sin producir más) podría llevar  no sólo al abandono y pérdida de las riquezas compartidas y ahorradas, sino a la destrucción de la misma vida de las comunidades, familias y personas, pues sin comunidad de trabajo solidario al servicio de todos se destruye la humanidad.

‒‒ Pero el primero (producir y tener cien campos y cien casas…), tomado también en sí mismo y separado del otro, puede terminar en un egoísmo vulgar (egoísta, destructor…)  de aquellos que se apoderar para sí mismos o su grupo de todas las fincas y casas del mundo, y lo hacen a costa de los otros, condenándoles al hambre, a la muerte o a la pura mendicidad.

Por eso quiero verlos unidos: el texto de la producción (ciento por uno en riqueza de campos y casas), de humanidad y familia y el texto del consumo solidario, para crear así y celebrar una humanidad nueva, en la que la fiesta es la vida, el poder trabajar, vivir en solidaridad y consumir en gozo. Así lo haré retomando dos textos básicos que he comentado y desarrollado en mi libro sobre Dios y el dinero.

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Imágenes:

  1. Mural de J. C. Orozco en el hospicio Cabañas, de Guadalajara MX. ¿Trabajadores esclavizados? ¿Trabajadores en armas contra la oligarquía opresora?
  2. Foto clásica de la archa de trabajadores que se manifiestan por su libertad en Chicago (1886), fecha en que se inicia la celebración de la fiesta del trabajo.
  3.  a y 3 b .  Libros míos sobre el trabajo, desde la perspectiva marxista y desde el texto bíblico (la reflexiones que siguen estás fundadas en el segundo libro, sobre Dios y el dinero. Un"catecismo básico" de la doctrina social de la iglesia.
  4. Un manual de doctrina social, sobre el trabajo en la sociedad, con textos de la DSI y en especial del papa Francisco.

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Ciento por uno, la iglesia, ciento por uno en la sociedad (Mc 10, 28-3

         Tres son los temas fundamentales de este pasaje, que ha de ponerse al principio de la economía de la iglesia y de la sociedad:

 ‒ Lo primero es la renuncia, que Pedro ratifica con su palabra clave: “Nosotros lo hemos dejado todo…”, es decir, hemos renunciado a toda forma de economía egoísta, al servicio de nosotros mismos. Lo han dejado todo, es decir, lo han dejado todo “por el Reino”, esto es, por la economía y vida compartida, en trabajo al servicio de todos, en solidaridad.

Lo segundo es el “trabajo solidario”… No se deja para no tener ni hacer nada, sino para tenerlo en común y para hacer (trabajar) así en común, al servicio de la abundancia en campos y casas…

Cien campos… Cuando se comparten, los campos se multiplican. La producción básica es la de los campos, es decir, la de la tierra, de la que venimos, en la que moramos y a la que retornamos… Cien campos son signo de la naturaleza compartida, de un mundo común…

Cien casas (madres, hermanos, hermanas, amigos…). El trabajo se pone antes que nada al servicio de la solidaridad entre los hombres, es decir, de la familia ampliada, por encima de todos los límites posibles de pueblo, estados, naciones…

Ese ciento por uno es también signo de abundancia “material”. El problema no es la escasez de recursos, sino la forma distinta de compartirlos, de trabajarlos de disfrutarlos… Éste es el texto clave, que seguiré comentando, la carta magna de la producción de bienes y familia, con consumo abundante y solidario:

Pedro comenzó a decirle: Mira, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Jesús respondió: En verdad os digo: No hay nadie que haya dejado casa o hermanos o hermanas o madre o padre o hijos o tierras por mí y por el evangelio, que no reciba el ciento por uno en el tiempo presente en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras, con persecuciones, y en el siglo futuro la vida eterna (Mc 10, 28-31)

Esta palabra, que ha sido reelaborada por la Iglesia, como formulación básica de su programa de comunicación personal, familiar y económica, recoge un núcleo esencial de la historia de Jesús. Significativamente no habla de “dinero”, pues los bienes de los que el texto se ocupa no son de dinero separado de la vida, sino que exponen un programa y proyecto de vida, en línea de bienes (casa, campos…), y familia (madre, hijos, hermanos…), en el lugar momento en que pasamos de la posesión egoísta cerrada, de unos en en contra de los otros (en línea de Mammón), a la comunión gratuita de personas en gesto de abundancia compartida en línea de familia (cien hermanos, hermanas…) y de tierra entendida como posesión básica (cien casas, cien campos).

Esta imagen del ciento por uno recoge el imaginario más antiguo de Jesús y de sus primeros seguidores en las comunidades de Galilea (Palestina), en un contexto agrícola ampliado (campos, casas, familia), más que en las ciudades helenistas donde proclamará Pablo su mensaje. Pues bien, en ese contexto de comunicación originaria podemos descubrir el aspecto más rico y exigente de la economía mesiánica, vinculada de manera estrecha a la solidaridad social (familia) y a la tierra común (casas y campos). En esta línea actualiza el evangelio las promesas de Abrahán (también con tierras y familia/descendencia: Gen 12, 1-3) y el modelo fundante de la toma de Canaán por los israelitas y del año sabático y jubilar estudiado en la primera parte de este libro.

Éste es, como digo, un texto originario, donde no se habla del dinero como tal, que no se niega, pero tampoco se afirma y necesita, en este primer plano. Ni los campos/trabajos ni las familias/casas se calculan en forma de dinero, pues no se compran ni venden, de forma que se pueda crear un capital monetario autónomo (Mammón), que funciona por encima de ellos, sino que aquello que llamamos “capital” se identifica con la misma vida compartida, en plano de Iglesia, de renuncia y de anuncio mesiánico:.

El texto presenta a Pedro “discípulo ideal”, portavoz de la iglesia, en un contexto campesino donde se vinculan tierras y familias, que aparecen así como riqueza originaria (como en la historia de Abrahán). Su pregunta se vincula, sin duda, con el ideal de la primera comunidad de Jerusalén, donde los discípulos vendían todos los bienes y los compartían en comunidad, para esperar de esa manera la llegada del Cristo resucitado, que resolverá todos los problemas económico-sociales y familiares de su iglesia. Pero Cristo no responde aquí “viniendo” en gloria y resolviéndolo él todo (desde fuera, como si debiera hacerlo él sólo), sino que abre a los hombres un camino para que sean ellos mismos los que resuelvan sus problemas.

Respuesta de Jesús: El que haya dejado por mí y por el Evangelio.Ciertamente, el que responde a Pedro y a la Iglesia es Jesús, pero no el Jesús de la pura historia (antes de haber dado su vida), ni el Cristo final cuando venga en gloria a resolver todos los problemas de la historia, sino el Cristo resucitado, a quien sus discípulos descubren y acogen como aquel que ha resuelto el enigma de la vida humana y de su riqueza, abriendo en y para sus discípulos un camino de recreación personal y social, en el que culmina la historia de Abrahán, de los israelitas (Éxodo) y de los profetas:

 ‒ Dejar por mí y por el evangelio...Dejar significa abandonar y transformar un tipo de vida económico y familiar. Jesús había dicho al hombre rico que vendiera y entregara el producto de sus bienes a los pobres, no a los miembros de una comunidad. Pues bien, ahora, manteniendo esa palabra dirigida al rico que se marcha porque no puede (=quiere) cumplirla, este pasaje supone que los seguidores de Jesús lo han dado todo a los pobres, pero añade que han de hacerlo de tal forma que ese “don” (entrega total) se traduce y expresa en la creación de una comunidad mesiánica donde todos comparten bienes y familia obtienen así el ciento por uno de aquello que han dado, en casas/campos y familia.

 − Campo y casa. Esas palabras vinculan el espacio laboral (campos, producción) y el personal-social (casa), pues la propiedad agrícola que produce los bienes necesarios para alimentarse, resulta inseparable de la casa donde vive la familia. Este “hemos dejado” de Pedro y de su grupo equivale al “vender” del joven rico en el pasaje anterior, pero con un matiz distinto, pues los dos elementos (dar a los pobres siguiendo a Jesús y recuperar en comunidad el ciento por uno) están vinculados y son complementarias, conforme a una dinámica que subyace en el tema del “amor al enemigo”. (a) Sólo si se empieza amando de verdad a los enemigos (cf. Mt 5, 35-45) podrá amarse también de verdad a los amigos (de Jn 13, 34). (b) Sólo allí donde se da todo a los pobres (Mc 10, 21) se podrá obtener y compartir el ciento por uno en comunidad con los hermanos (Mc 10 30).

Dar para recuperar o, mejor dicho, dar recuperando, compartiendo trabajo y bienes.Los seguidores de Jesús empiezan dando todo en gratuidad, pero no para perder lo dado, sino para recuperarlo centuplicado, al ciento por uno en la comunidad, como en el ejemplo las multiplicaciones, con grupos de cien o de cincuenta (Mc 6, 40). En este caso, esa multiplicación no es sólo de panes y peces, como en las alimentaciones (Mc 6, 31-46; 8, 1-8 par.), sino de hermanos/familia y casa/campos, de manera que así se define la nueva lógica de Jesús, en un mundo donde la vida no es dominio de unos sobre otros, sino riqueza compartida, en comunión de Iglesia y en apertura a todos los necesitados[1].

− El mismo dar es ya multiplicar, compartir en comunidad.Aquí no se dice sólo que se entreguen los bienes a los pobres en general, sino que, supuesto eso, tras haber dicho al rico que venda y lo regale todo, Jesús puede afirmar que los bienes, así vendidos/dejados pueden y deben compartirse “en familia”, en grupos comunitarios de madres/hermanos/hijos, con casas y campos (en un contexto donde los campos son expansión y entorno de la misma casa/familia). De esa forma, el don anterior (vender todo y dárselo a los pobres) se convierte en fuente de multiplicación (de ciento por uno) y de creación de comunidades más amplias de vida familiar, de trabajo y de comunicación de bienes.

Lo que se multiplica no es un dinero separado de la vida, sino la misma vida,empezando por la humanidad (familia, hermanos).... Por eso, el texto no habla de dinero, sino de campos y casas, con familias, dentro de una economía agrícola de subsistencia, en el sentido radical de la palabra, en un contexto donde la misma riqueza familiar (madre/hijos/hermanos…) y agrícola (casa/campos…) se promueve, regala y comparte en común, superando un sistema exterior de mercado (sin necesidad inmediata de un dinero separado de la vida). Jesús abandona o rechaza, por tanto, una economía de compra/venta, con una plusvalía de dinero separado de la vida (un Mammón, para tener, comprar y vender a costa de otros), e insiste en la creación de unos lazos directos de comunión y familia, por un trabajo común (en línea de producción agrícola, en un contexto campesino), sin un capital o dinero particular separado del despliegue de la vida (sin capital monetario en sí, independiente de la creación y comunión de bienes, en un ámbito de familia abierta a otras familias semejantes).

Multiplicación de la vida, no de un capital independiente de ella.Dar/dejar todo por Jesús o el evangelio no es venderlo y darlo a los de fuera (Mc 10, 17-22), pues los pobres no están fuera, ni los miembros de la comunidad son unos ricos que venden lo que tienen, para seguir a Jesús a solas, sino hermanos que comparten lo que hacen y tienen. Sólo en ese contexto, la entrega de todo por el Reino (como en las alimentaciones: Mc 6, 35-44; 8, 1-11) puede convertirse en multiplicación de de economía (casas, campos) y familia (madres-hijos, hermanos-hermanas), sin capital independiente de la vida. Lo que Jesús quiere no es, por tanto, crear pequeñas islas de bienestar familiar y económico en un mundo, de pobres (con un capital separado), sino transformar la humanidad, desde los pobres, en comunicación gratuita de campos/trabajos y casas/familia[2].

-- Jesús no niega así, sino que aumenta-centuplica el valor de la casa/familia y del campo/trabajo, creando espacios abiertos, en los que no existe ya un “padre” superior (que impone su voluntad desde arriba) ni un capital (que es también como ese padre dominador), sino comunidades de tipo materno, fraterno y filial, de trabajo, consumo y afecto. En el fondo de ese gesto (y del compromiso de la Iglesia) no hay por tanto una ascesis (renuncia, rechazo del mundo, quizá en la línea del Bautista), sino una búsqueda más alta de comunión humana y de riqueza, en forma de comunión gratuita de la vida, donde no existe dinero separado de ella (sino sólo como signo y medio de comunicación al servicio del mismo campo y casa compartida).

En este kairos (tiempo) el ciento por uno… y después la vida eterna. En principio Jesús no distinguía entre este tiempo (Reino en el mundo) y Vida eterna, pues ambos planos se hallaban vinculados en un mismo horizonte, con el ciento por uno en este mundo, prometiendo e iniciando un tipo de vida “eterna”, que puede mantenerse por encima de la muerte. Este es el programa radical del Padrenuestro de Mt 6, 10 donde se pide a Dios que se cumpla su voluntad en la tierra como se cumple en el cielo; es un programa de cielo revelado (realizado) en la tierra. Una tradición posterior ha separado esos momentos (ahora, en este mundo, y después, en la vida eterna…), pero en principio ellos estaban y siguen estando implicados.

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   Jesús traza así un programa de transformación económico-social, partiendo del imaginario agrario de las aldeas de Galilea, donde vive y anuncia Jesús su reino. Frente al programa “capitalista” de los herodianos, servidores de Roma, que concentra la propiedad de los campos en unas pocas manos de propietarios productores, con familias de obreros sometidos a su dictado, bajo el imperio de un dinero separado del despliegue de la vida concreta de los hombres, mujeres y niños, eleva aquí Jesús su programa y camino de recreación agrícola de cien familias que se unen para compartir propiedad, trabajo y comunicación de vida.

            Éste es un programa exigente, y por eso suscita la oposición no sólo de los propietarios más ricos, sino de los mismos “jerarcas religiosos” que vienen de Jerusalén, pues ellos defienden en el fondo un tipo de propiedad sagrada, con el señorío de unos que se imponen sobre otros. Este proyecto de familia abierta, donde se trasciende el “capital” (no hay posesión exclusiva de bienes, todo se comparte) y se supera el patriarcalismo familiar, social y religioso supone una inmensa protesta, un cambio de paradigma en la vida de los hombres y mujeres de Galilea y Palestina. Por eso ha suscitado el rechazo y persecución de la sociedad establecida, empezando por el mismo ambiente familiar de Jesús, donde algunos parientes le condenan. Desde ese fondo podemos afirmar que Jesús fue asesinado por promover este proyecto de comunicación familiar y económica[3].

 Trabajo y comunicación de bienes,  dos modelos: Mc 10, 28-31 y Hch 2-4

Mc 10, 28-31 evoca un proyecto de comunidad vital (familia), de trabajo y bienes, que Marcos ha situado en un momento clave de su evangelio, en el camino de ascenso a Jerusalén, un proyecto que puede y debe distinguirse de Hch 2-4, cuando habla de la primera comunidad Jerusalén (Pedro y los Doce al principio; Santiago y su grupo más tarde), pues en un caso estamos ante una comunidad de producción y consumo, mientras que en otro ante una de venta y consumo. Así la presenta Lucas (el autor del libro de los Hechos): 

Los creyentes… vendían bienes y posesiones y las repartían según las necesidades de cada uno (Hch 2,45). Y no había entre ellos ningún necesitado, porque los que poseían casas o campos los vendían, y entregaban el dinero a los apóstoles, que daban a cada uno según su necesidad (4, 34). Todos los creyentes vivían en unión y tenían todas las cosas en común, dando a cada uno según su necesidad. Partían el pan en las casas y comían juntos, alabando a Dios con alegría y de todo corazón (Hch 2, 44-47).

El libro de los Hechos describe así una asociación de despedida del mundo y preparación para el fin (que está llegando), una comunidad de venta de los bienes particulares y de consumo comunitario de lo así obtenido, pero no de producción, situándonos así ante una comunidad pasiva más bien pasiva: El tiempo ha terminado, y ya no tiene sentido producir nuevos bienes. Por eso, los creyentes venden sus posesiones (campos), dejan de trabajar y se preparan para el fin, consumiendo en común lo obtenido, hasta que llegue Cristo, en fraternidad hermosa, pero sin futuro en el mundo. A diferencia de eso, el texto de Marcos planifica una comunidad activa, de trabajo y producción, para obtener de esa manera el ciento por uno en bienes y familia, en ese mismo mundo. Por eso, los discípulos no venden ya los inmuebles (casas, campos) para así morir unidos, sino que los trabajan en común, para producir y compartir lo producido, en un contexto de familia ampliada.

 La comunidad de consumo de Hechos ofrece rasgos luminosos, pero olvida la producción y comunión que se logra a través del trabajo y de los hijos (¡especialmente destacados en Mc 10, 28-31!), y desemboca en una situación de pobreza material, como supone Gal 2, 10 y la colecta de Pablo (cf. 1 Cor 16, 1-3; 2 Cor 8-9; Rom 15, 25-27), cuando habla de los pobres de Jerusalén. Marcos, en cambio, propone, un familia de comunión y producción compartida de bienes, que no espera el fin del tiempo (que venga Cristo y resuelva desde fuera los problemas), sino que se va realizando en este mismo mundo, como modelo de producción y distribución solidaria de los bienes producidos.  

 Ideal y camino de Jesús 

       Frente a la dinámica de exclusión y egoísmo del mundo viejo, Jesús ha suscitado un camino de gratuidad que multiplica vida, bienes y familia, sin capital externo (desligado del trabajo, de la casa y campos). Allí donde los hombres inician ese camino su vida se transforma, avanzando por lugares y experiencias de creatividad y gozo sorprendente, de manera que podemos hablar de recuperación o recreación comunitaria de la economía.

      Los seguidores de Jesús lo dejan todo, en un nivel de gratuidad, pero así lo recuperan más gratuitamente, en clave de multiplicación (cf. Mc 6, 35-44 y 8, 1-8). Ciertamente, es necesario darlo todo, cada uno lo suyo, pero ese don es siembra de generosidad que permite recibirlo y disfrutarlo todo, de un modo más alto, el ciento por uno de grano sembrado, como sabe la parábola central de Mc 4, 3-9[4]. 

Una comunidad primitiva de Jerusalèn

Por el contrario, la comunidad de bienes que se implanta en Jerusalén constituye el primer gesto de una Iglesia establecida, ratificando el carácter intra-israelita de los discípulos de Jesús, como testigos de su experiencia pascual (le han visto vivo) y de su culminación mesiánica, según la ley. Por eso se juntan en la capital del judaísmo (ciudad de las promesas), esperando su venida gloriosa. Esta teología de los Doce insiste no sólo en el mensaje y camino de Jesús, sino en la importancia de su muerte, pero entendida como principio de recreación israelita, según ley, con un mesianismo davídico (que Pablo acepta y supera en Rom 1, 3-4).

Esos judíos de Jesús no empiezan fundando una religión distinta, con su jerarquía propia, sino un movimiento de renovación mesiánica al interior del judaísmo, desde Jerusalén. No se separan del resto del pueblo, sino que siguen acudiendo al templo, aunque quizá sólo a los atrios exteriores, aceptando su estructura más profunda, de manera que no salen del judaísmo, pero se instituyen como grupo específico, esperando la venida del Jesús pascual. Ellos pertenecían según eso dos mundos. (a) Por una parte, eran totalmente judíos. (b) Por otra eran judíos al modo de Jesús, entendiendo su mensaje y vida (muerte) como interpretación y cumplimiento de la herencia israelita.

‒ Forman una comunidad escatológica, al interior del pueblo de Israel, desde Jerusalén. Piensan que ha llegado el tiempo final, pues han contemplado a Jesús resucitado y han creído en él, y sólo tienen que esperar que vuelva, muy pronto, glorioso, para instaurar el Reino y realizar lo anunciado, en un contexto plenamente judío (jerosolimitano). No tienen que hacer nada especial, ni empeñase en crear formas de vida diferentes, sino aguardar el fin del cambio iniciado en la pascua, según Jesús, pues él arreglará todos los temas cuando venga.

‒ Son comunidad visible (asamblea o iglesia de Dios: qahal, ekklêsia), dentro de Jerusalén (no han tenido ni siquiera que marcharse, como los de Qumrán), sino que se han juntado porque Dios les ha manifestado a Jesús como portador del Reino, en el centro de Israel y por eso han venido de Galilea a Jerusalén, insistiendo en el signo de las Doce tribus (todo Israel, incluso Samaría). El mismo entusiasmo escatológico les lleva a compartir los bienes: comen juntos, celebran la fiesta de Jesús (cf. Hch 2,43-47; 4, 32-36).

‒ Son comunidad carismática. También los de Qumrán se sentían portadores del Espíritu de Dios. Pero de un modo especial se sienten estos discípulos de Jesús, ungido de Dios, que les ha "bautizado con el Espíritu Santo" (cf. Mc 1, 8), no con simple agua de penitencia. De todas formas, tampoco esta experiencia le separa del judaísmo de Jerusalén, sino que les arraiga allí y les une a otros grupos judíos, pues casi todos decían que al fin de los tiempos “soplaría” el Espíritu de Dios en Jerusalén.En ese contexto, el libro de los Hechos ha insistido en la comunicación de vida, bienes y personas de los seguidores de Jesús, destacando así el carácter económico de su movimiento.

Una comunidad del fin de los tiempos... Donde se pone de relieve la necesidad de compartir, pero no se insiste en producir, en casa  y campos, en familia

Los creyentes vivían unidos y tenían todo en común; vendían sus posesiones y sus bienes y repartían el precio entre todos, según la necesidad de cada uno. Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y gozaban de la simpatía de todo el pueblo. El Señor agregaba cada día a la comunidad a los que se habían de salvar (Hch 2, 44-47).

Son básicamente una comunidad de  consumo porque se acerca la muerte, la plenitud del tiempo. En ella culmina y se cumple al principio el proyecto de Jesús, que se distingue así del orden sagrado del templo de Jerusalén (con sus riquezas y ritos). Sus miembros forman una cooperativa de consumo, en la línea de la tradición de Jesús, que aparece en Mc 10, 17-31, pero con dos diferencias, que hemos evocado ya: 

Consumo escatológico. Los primeros “discípulos mesiánicos” de Jesús en Jerusalén venden sus posesiones, pero no regalan el producto de su venta a los pobres en general, sino que lo entregan en manos de su comunidad, que aguarda la venida del Cristo. No forman una cooperativa de transformación (=producción) de bienes, sino una comunidad de pobre/santos seguidores de Jesús, que quieren mantener su testimonio y esperarle, hasta que él vuelva (=que venga), pues ha resucitado, sabiendo que él ha de arreglarlo todo.

            De esa forma se unen, como judaísmo mesiánico del fin de los tiempos, y en esa línea avanzan, compartiendo lo que tienen y aguardando lo que esperan, mientras surgen a su lado otro tipo de seguidores de Jesús, llamados “helenistas” (cf. Hch 6-7), que empiezan a crear comunidades nuevas de seguidores de Jesús, que reinterpretan su vida, su muerte y resurrección como principio de una experiencia abismal (igual pero muy diferente) de revelación de Dios y de esperanza de transformación misionera, como ha ratificado Pablo, que defiende apasionadamente su independencia cristiana, pero manteniendo su comunión con los pobres de Jerusalén, como indica su “colecta” (cf. Gal 2, 9-10; Rom 15: 26, 2 Cor 8:13, 9:9-12).

Comunidad eclesial. A diferencia de los creyentes de Mc 10, 28-31 par., que crean cooperativas estables y abiertas  de producción y consumo, los miembros de esta iglesia de Jerusalén forman una comunidad escatológica intra-judía de consumo. Ellos no producen, sino que intentan mantenerse por un tiempo (consumiendo el producto de los bienes conseguidos por la venta de sus posesiones), hasta que llegue Jesús y reconstruya todo. Pues bien, como hemos visto en Mc 10, 28-31, la llamada a “vender y dar a los pobres” para seguir a Jesús se había interpretado como exigencia de dejar/dar lo propio (casa, campos, bienes…), pero no para vivir de rentas o limosnas, sino para establecer un modelo de cooperativas/comunas de trabajo compartido, no de simple consumo hasta que se acaben los bienes, sino de posesión, producción y consumo común, en apertura a los pobres.

CONCLUSIÓN. LA COMUNIDAD DEL EVANGELIO. PRODUCIR Y COMPARTIR

Desde aquí se entiende la diferencia (novedad) básica que establecen Marcos y los sinópticos, abriéndose de un modo universal....Como hará a su modo  una comunidad más tardía (helenista) de Jerusalén... pues la primera la primea comunidad de Hch 2 y 4, con el ideal de  consumir todos los bienes en fraternidad, sin producir más, hasta que llegara el fin del mundo) acabó fracasando.

La comunidad del consumo fraterno sin producción (vender todo, compartirlo, hasta que venga el fin del mundo...),fue un ejemplo muy bueno, como fracasado.  Por eso, el ideal y camino básico de la iglesia tiene que fundarse en el modelo de Mc 10 y paralelos (la de la producción y consumo solidario), como he venido señalando.

[1] Cien casas. Casasignifica familia(con varios tipos de parientes) y vivienda con sus pertenencias, y en especial con campos (bienes de producción y consumo). Dejar casa implica abandonar la estructura dominante de un tipo de familia, bajo el dominio del varón patriarcal, y superar al mismo tiempo la separación frente a los de fuera (una economía particular donde cada familia vive para sí, en contra o separada de las otras), para crear una familia abierta de hermanos-hermanas (plano horizontal) y de madres-hijos (en línea vertical), sin un padre-patriarca dominador (sin oposición de lucha frente a los de fuera). Este pasaje ha inspirado a muchas comunidades particulares (religiosos, grupos carismáticos…), que lo han interpretado básicamente en clave de pequeños grupos, sin incluir a los pobres del ancho mundo o del entorno, como algunos monasterios ricos en medio de un desiertos de pobreza. Pero, en sí mismo, no puede separarse de la palabra de Jesús al rico (Mc 16, 21), al que le dice que venda y sus bienes a los pobres. Una interpretación particularista de este pasaje (compartir los bienes sólo en comunidad, no con los pobres) ha lastrado en parte la historia cristiana.

[2] Unas familias abiertas a toda la humanidad. Jesús no crea, según eso, una comunidad-iglesia particular, en medio de un gran mundo de pobres, sino una familia que se abre a todos, desde y con los pobres, una comunidad que no reserva nada para sí (en contra de otras), sino que lo comparte todo hacia dentro (los cien del propio grupo) y hacia fuera (los cien grupos semejantes). Mirada así, la iglesia no es una isla de riqueza y comunión en un mar de pobreza, sino un fermento de transformación de la humanidad, que supera un tipo de posesión y de uso particular/egoísta de riquezas (familiares, sociales, materiales), para compartirlas-disfrutarlas entre (con) todos los hombres y mujeres, en un plano más alto de comunicación.

[3] El cristiano supera así una economía egoísta, al servicio de sí misma (o de su pequeña familia), para crear espacios de vida compartida, en familia, trabajo y consumo, en línea de gratuidad laboral y multiplicación (con cien madres, hermanos…). Los que siguen a Jesús abandonan un modelo de vida social representada en aquel momento por el Imperio de Roma y el Templo de Jerusalén, con su dinero, porque han encontrado otro superior, definido por el Reino, donde ya no tiene sentido hablar ya de judíos y no judíos, de hombres y mujeres separados, pues desaparece la figura del padre dominador (representante de un tipo de estructura familiar y social patriarcalista) y surge así la nueva familia de hermanos-hermanas, madres-hijos, como ideal de más alta riqueza (del ciento por uno). Hay una inmensa bibliografía sobre ese cambio de paradigma económico-familiar. 

[4] La nueva comunión o iglesia mesiánica (cien madres/hijos, hermanos/as) es principio de trabajo productivo y casa grande (espacio de familia: cien hermanos, madres, hijos) de todos los creyentes, siendo así expresión privilegiada de la economía cristiana. Dentro de ella, los hombres pierden poder patriarcal (¡el ciento por uno no incluye ya padres!), pero ganan humanidad mesiánica, integrados en el ámbito ampliado de relaciones horizontales (hermanos) y verticales (madres/hijos). En ese contexto, la fidelidad dual de los esposos (cf. 10, 1-12) recibe su sentido más hondo en el conjunto de los cien familiares de la Iglesia. En esa línea, el mismo desprendimiento radical de las riquezas, que han de ser ofrecidas  a los pobres, se vuelve principio de comunicación. Sólo allí donde los miembros de la comunidad ofrecen hacia fuera (hacia los pobres) lo que tienen pueden compartirlo al interior del grupo, recibiendo el ciento por uno de aquello que han dado, pues la pobreza (vivida como gratuidad) es principio de más alta riqueza.

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