De la púrpura del Cardenal al Expolio de Cristo. Celebración en tiempos de coronavirus

Para una liturgia laical (del pueblo) en contexto de catacumbas (con M.Barros)

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‒ Imagen de la púrpura del Cardenal Burke, que no comparte las reformas del Papa Francisco, y que ha protestado, desde su perspectiva, contra el “silencio litúrgico impuesto” por el coronavirus, afirmando que se trata de una “dejación de autoridad” o expolio de la Iglesia que tiene miedo y que, en vez de resistir a los ataques del poder público, se repliega a la intimidad e inoperancia propias de una falta de fe.

 Se cierran por miedo (y presión social) las iglesias, no hay culto, ni canto, ni testimonio social de fe en los templos. Los cristianos ya no creen de verdad, quedan excluidos de la liturgia poderosa (transformadora) de los santuarios cristianos, donde hombres como él (los purpurados) deberían presidir las celebraciones, dando testimonio público de Cristo, “el Purpurado”, que ha derramado su sangre por los hombres.

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‒ Expolio de Cristo, a quien, tras condenarle a muerte, le han puesto por burla en el Pretorio romano una Túnica de Púrpura,  señal de su "falso" reinado… Ahora, llegados al Calvario, se la van a quitar (se la están ya quitando) para crucificarle totalmente desnudo ante soldados, enemigos y curiosos, con piadosas mujeres miran, entienden y comparten.

Así va a morir Jesús, expoliado, expulsado, sin culto ni gloria, sobre el patíbulo de aquellos a quienes ejecutan para así deshonrarlos totalmente. El gran pintor cretense de Toledo, llamado el Greco, recoge ese momento del “expolio” que podría compararse al expolio actual del Coronavirus, en el que la Iglesia está renunciando a su proclamación  y testimonio de fe, volviendo a la intimidad e insignificancia de un culto privado, inútil, separado del mundo (un culto que puede ser comienzo y signo de nueva cristiandad, si sabemos entender el momento).  

Quiero que el lector se sitúe ante las dos púrpuras, la del purpurado (=cardenal) con cola (que quiere mantener el testimonio de la fe poderosa de la Iglesia de la Púrpura, y la del Cristo a quien han vestido de púrpura falsa para burlarse de él, para quitársela pronto, y así expoliarle, privándole de todo privilegio. Pues bien, ese gesto de expolio puede y debe entenderse, de un modo algo libre,  desde la perspectiva del llamado Pacto de las Catacumbas, que implica la renuncia de un tipo de púrpura regia de poder externo y el establecimiento de un tipo originario de liturgia clara, directa, amorosa y provocadoda en este tiempo del Coronavirus.

En la portada del libro, que coordinamos un amigo y un servidor (en inglés, portugués, italiano y castellano) aparece la escena famosa de una Eucaristía de Catacumbas, con ocho cristianos sentados en torno a una mesa de casa de familia. Una eucaristía de ese tipo (que no se llamara "misa solemne" si no tiene cura ordenado, pero que será verdadera eucaristía, con presencia real de Cristo) está llamada a pasar al centro de la celebración cristiana, en este tiempo de "catacumbas" del coronavirus, y después para siempre, como en el comienzo de la Iglesia.

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1. Me gusta la foto del Cardenal Burke, purpurado de la iglesia, pero…

Esa foto representa parte de mi historia. Creí ver a Dios en la solemnidad del culto, con cola sagrada, con rojo y púrpura de los mercaderes de Canaán y de Fenicia que se habían enriquecido con la púrpura, que fue rechazada por los primeros israelitas cuando entraron en la tierra de Canaán y renunciaron a los mercados ricos de vestidos de púrpura.

Ese cardenal de púrpura (purpurado) es el signo espléndido de una iglesia que ha querido ser expresión de la presencia gloriosa, poderosa y rica de Dios sobre la tierra, un anticipo del triunfo final del Cristo sobre el mundo. Será bueno recordar en ese contexto el sentido que tenía la púrpura en la tierra de Canaán que significa (lo mismo que Fenicia) la tierra de los comerciantes de púrpura:

Excurso sobre la púrpura:

 La palabra "Canaán" está tomada del acadio o del hurrita y significa tierra de la púrpura-roja”[1]. Desde el siglo  XIV a.C., Canaán designaba aquel país donde los comerciantes “cananeos” o fenicios intercambiaban sus mercancías por un producto comercial de lujo, el tinte de la púrpura-roja, que procedía del pigmento de unos moluscos de la costa, que se empleaba para fabricar colorantes de telas. La púrpura era un color estéticamente bello que se empleaba para la ropa de lujo de reyes y grandes sacerdotes vendida en los mercados de oriente.

Ese mismo sentido tenía la palabra "Fenicia", que viene del griego foinox, rojo oscuro… Los griegos llamaron así a la costa que iba desde la actual Turquía hasta Egipto,  como tierra de los comerciantes de púrpura que se hicieron ricos en todo el oriente con la producción y monopolio de ricos tejidos[E1] , teñidos de ese color, empleados por reyes y por sacerdotes en todo el oriente, durante siglos.  Durante siglos, hasta la Edad Media, los “purpurados” eran los ricos, aquellos que podían costearse los vestidos más caros, por encima del alcanza del pueblo.                

En esa línea, la púrpura del Cardenal (llamado purpurado, por vestirse de púrpura) me parece simbólicamente hermosa. Ciertamente, deseo que los signo de la Iglesia sean bellos… Quiero que algunas ceremonias de la Iglesia puedan hacerse con púrpura… Pero lamento que el Cardenal Burke siga añorando con ese color, con ese vestido, un tipo de culto de gran catedral con púrpura, en estos tiempos del coronavirus, cuando hacen falta quizá otros “hábitos”, otras formas de celebración, para así actualizar el misterio de la vida y del amor de Cristo. Ha llegado el momento de un “pacto de catacumbas” en la liturgia de la Iglesia.

2.Reflexión sobre el Expolio. A Cristo le quitan la púrpura que le habían puesto de burla…

 Jesús no anduvo jamás de púrpura, ni en la vida normal ni en sus celebraciones, sino que llevaba los vestidos normales de los pobres y las gentes de su tiempo. Él habló por eso en contra de los que se vestían de púrpura y comían de banquete, como el rico Epulón de la parábola de Lucas (16, 19‒31), mientras Lázaro vestía de pobre y pasaba hambre a su lado. Pero el evangelio dice que a Jesús le vistieron de púrpura para reírse de él (Mc 15, 15‒20), para reírse de él, para burlarse, para decirle que era un falso rey fracasado.

Por eso, al lado de la púrpura del Cardenal he puesto la otra púrpura, la del Cristo al que le van a quitar la túnica de púrpura de burla (con la que querían decir que era un falso rey) para crucificarle desnudo… (cuadro del Greco). Durante más de 30 años he orado todos los días bajo una espléndida reproducción de ese cuadro, en la Capilla de la Vera‒Cruz de la Merced de Salamanca, y he tenido ocasión para pensar su sentido

A Jesús le han vestido de purpura para reírse de él. Según el evangelio de Juan, Poncio Pilato le hico vestir así y presentó de esa forma ante el pueblo, como rey de burla, con corona de espinas, cetro de caña cascada, diciendo Ecce‒Homo, éste es vuestro hombre, vuestra falso rey de burla…  Por eso, para los cristianos, la púrpura es ante todo un signo de escarnio y así le ha pintado el Greco, de forma bellísima y provocadora, no cuando está sentado en el falso trono, y todos se vuelan de él, sino en el momento del “expolio”, cuando le van a quitar ese vestido rojo de púrpura falsa para crucificarle.

Este es el sentido de este enigmática y triste cuadro del Expolio, que es para mí el más bello del Greco. Fijaos, todo Cristo hecho burla, rojo de púrpura, para ser inmediatamente desnudado, crucificado... Interprete cada lector el cuadro, saque sus propias consecuencias, no siga leyendo, pues las dos imágenes son en sí mismas suficientes.

 3. De nuevo ante la foto del purpurado

 Pero quiero volver a la foto del cardenal de púrpura y empiezo a fijarme en el "extintor"  moderno del fondo, que es un signo espléndido y triste de un culto en el que nosotros (con el Cardenal así vestido) podríamos sentirnos como apagafuegos de Dios, para detener su ira con nuestro rojo púrpura.  Quizá habíamos necesitado ese signo, nos sentíamos contentos ante él. Yo mismo me he sentido contento ante ese signo durante muchos años, con un Cardenal Purpurado de la Iglesia, como signo de su gloria, con la capa, el palio y/o la birreta (beret, beretina, gorro) sagrado de cuatro puntas, todo de púrpura.

A Jesús le vistieron de púrpura, pero de púrpura de burla, de aquella sobrante y sucia que habían echado en el patio del Pretor romano de Jerusalén. De púrpura vestido, despreciado y burlado, en el patio de armas de unos mercenarios, al servicio del Imperio de siempre, así está Jesús, mi “purpurado”. Evidentemente, no puedo burlarme de Jesús en el Pretorio, vestido de púrpura de infamia, ni del Jesús del Expolio, al que le quitan la púrpura para matarle desnudo, dejando que muera, de agotamiento en el Calvario

Tampoco puedo burlarme del purpurado de la foto, que sigue siendo fiel a una Iglesia de Gloria, que tiene que dar testimonio de su poder y verdad en el culto público de las catedrales e iglesia, a pesar del (o quizá precisamente por el) coronavirus.  No se trata de cerrar iglesia, abandonando a los creyentes, sino de llenarlas, de un modo más intenso y provocador, incluso con púrpura.  

 4. Pero la púrpura puede ser signo  gesto de amor y desprendimiento, no de gloria externa y de riqueza regia

 Ciertamente, hay que "llenar" más las iglesias de amor en estos tiempos de coronavirus. Pero no se trata de llenar con gloria y púrpura un tipo de iglesias antiguas  (en gesto de reparación externa)... sino de crear iglesias nuevas, en familia, en las casas, todos sacerdotes del nuevo culto de Dios, que no es del Garizim ni de Jerusalén, sino de amor intenso, volviendo a un tipo de “catacumbas”, para celebrar la vida y el amor de Dios al borde de la muerte. En ese contexto quiero recordar el bellísimo canto de San Juan de la Cruz a la “púrpura” de amor:  

Nuestro lecho florido,de cuevas de leones enlazado, en purpura tendido,

de paz, edificado, de mil escudos de oro coronado.

Se trata de crear amor en tiempos de coronavirus, un "lecho” de amor, una mesa de pan compartido, una casa de Palabra … Que cada hogar sea lugar y tiempo de liturgia… con una púrpura que es “realeza amorosa” no paño carísimo de reyes y cardenales.

Permitidme que recuerde en ese fondo el extintos (apaga-fuegos) de la foto del cardenal. Ciertamente, no está mal un extintor (¡qué buena sería la vacuna para el coronavirus!), pero lo que más necesitamos es un  "lanza-llamas" de amor, hecho de piedad intensa y de respeto... y sobre todo de solidaridad ardiente, inteligente, para superar la enfermedad, para vencerla y, al mismo tiempo, transformarla en nuevo culto de amor.

Yo no puedo burlarme de los purpurados como el de la foto, forman parte de mi historia "católica". Pero ellos no son la historia de Jesús, que murió desnudo, como empezó diciendo Job: Desnudo salí del vientre (de mi madre), desnudo volveré al vientre (de la madre tierra, del Dios-Madre).

Quiero que el tiempo del Coronavirus sirva para cerrar un tipo de grandes catedrales con sus purpurados... y llenar las casas concretas de un nuevo culto, en espíritu y verdad, siendo todos sacerdotes del Dios Altísimo, en amor concreto, en solidaridad, en respeto... para re-empezar desnudos, es decir, llenos de nuevo amor, el camino de la vida de Jesús, que es la vida de todos los hombres y mujeres...

 5. Conclusión: Marcelo Barros: Eucaristía en tiempo del coronavirus… En la línea del libro del "pacto” de las catacumbas.  Ante las nuevas catacumbas del  coronavirus

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En este contexto, después de haberme distanciado de la propuesta del Card. Burke, quiero resumir y adaptar ligeramente un texto de Marcelo Barros, monje benedictino, colega y amigo a quien admiro, de la Abadía de Notre Dame de Tournay (cf.https://www.facebook.com/irmaomarcelobarros, del 20, 3, 2020.  

 Según el libro de las Actas de los mártires, literatura del siglo III, el emperador Diocleciano escribió a los cristianos de Abilene (en el norte de África) que concedía a la comunidad ser cristiana, si renunciaba a celebrar las vigilias del domingo. La respuesta de los mártires de Abilene fue: " Sin el oficio del Señor (la Eucaristía celebrada en la vigilia), no podemos vivir!". Eso es lo que me viene al corazón, cuando pienso en una situación en la que no podamos celebrar la vigilia Pascal (como puede suceder dentro de unas semanas por el coronavirus).

Pero, en unos momentos como estos… los cristianos pueden renunciar por un tiempo a la celebraciones masivas de los sacramentos, en grandes iglesias… pero sin abandonar el amor solitario, buscando nuevas formas de celebración familiar de la fe, quizá en pequeños grupos, como en el tiempo de las catacumbas.  

Tal vez, en momentos como este, nos fuera necesario descubrir señales sacramentales más apropiadas para tiempos de diáspora forzada y aislamiento preventivos. Por otro lado, cualquier criterio a seguir en una situación como esta tiene que partir de los más vulnerables y de las comunidades esparcidas por los márgenes de los ríos y por el interior del país.

Muchas personas, con virus o sin virus, no tienen Eucaristía el domingo porque no tiene sacerdote ordenado para darles lo sagrado. Y vamos a ser sinceros, de la forma en que hoy está diseñada y practicada, la liturgia de los sacramentos depende de los sacerdotes. Y la misa sólo se puede hacer conforme a reglas litúrgicas que para muchos sacerdotes valen más que el evangelio de Jesús… En este contexto habría que descubrir, inventar y practicar nuevas formas de eucaristía doméstica, como en tiempo de las catacumbas.

Ya no estamos al comienzo del cristianismo, ni podemos volver al tiempo de las iglesias domésticas. En todo el Nuevo Testamento, nos hemos dado cuenta de que las comunidades cristianas del primer siglo aún vivían reuniones más informales y sus cultos, aunque inspirados en la sinagoga (por lo tanto, centrados en la palabra) eran más libres. Los ministerios ordenados aún no eran muy definidos y la diferencia única que había en la comunidad era entre quien era bautizado y quién no era.

Hoy estamos invitados / as a encontrar salidas más allá del clericalismo y del modelo eclesiástico de cristianismo. En vísperas de la celebración anual de Pascua, queda el desafío para superar una comprensión sacrificio de la muerte de Jesús. En este momento de crisis y de miedo justificado, apelar a rezar tercios y pedir a Dios o a nuestra señora que nos ahorren de lo peor es imaginar que él o ella tengan alguna culpa en esta historia y que si los adularmos, quién sabe, tendrán piedad de nosotros.

Con virus o sin virus, necesitamos una espiritualidad en la que la cena de Jesús y la oferta que hizo de su vida a través de la comunión de los hermanos y del reparto del pan y del vino no sean sólo una ceremonia litúrgica, restringida a los ambientes eclesiásticos y presidida por los ministros ordenados. Es necesario que la Eucaristía se convierta en un paradigma de vida que toma dimensiones de compartir y acción de gracias permanente. Eucaristicizar toda la vida y nuestras actividades tendrán expresiones laicales, como fue la cena de Jesús que no era sacerdote y, según muchos exegetas, celebró su última cena pascal, en lugar no litúrgico (en una sala alta de la casa de un amigo) y fuera del día correcto, anticipando la Pascua que, según el cuarto evangelio, era el sábado. Ojalá no sea necesario ser el coronavirus que nos obligue a esta conversión evangélica.

[1] Texto tomado básicamente de Daniel G. Groody,  Globalizaciòn y justicia,  Verbo Divino, Estella 2008. Cf. también Mirrill F. Unger, “Canaan, Canaanites”, en The New Unger’ Bible Dictionary, Moody Press, Chicago 1988, 202. Cf. Michael Astour, “The Origin of the Term ‘Canaan”,’ Phoenician’ and ‘Purple’”, Journal of Near Eastern Studies 24 (1965) 346-350;  Norman Gottwald, The Politics of Ancient Israel, Westminster John Knox, Louisville KY; Id, The Tribes of Yahweh: A Sociology of the Religion of Liberated Israel 1250-1050 BCE, Sheffield Academic Press, London 1979 (2ª ed. Sheffiled Academic Press 1999). En este contexto se pueden evocar los diversos lugares en los que el Antiguo Testamento ofrece referencias sobre la actitud de Yahvé en relación con los mercaderes y los lugares donde tienen lugar los mercados comerciales. Entre ellos, cf. Job 41, 6; Is 2, 6-8; Ez 16, 29; 17, 4; Os 12, 7; Sof 1, 11. Cada uno de estos textos coloca bajo una luz negativa el modo de actuar o la finalidad de aquellos que están implicados en el comercio: arrogancia, deshonestidad, codicia insaciable o, eventualmente, destrucción.  Imagen final: La el molusco de la púrpura:

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