Racionalidad en conflicto:  La existencia es demasiado frágil para dejarse llevar sólo por la racionalidad  (Mateo Acín).

Franciso Mateo Acín me viene acompañando desde hace más de 40 años, con su pensamiento creador y dolorido, cuando era estudiante iluminado de filosofía en la universidad de Salamanca, con Mariano, Cencillo y otros "inmortales". 

          Más de una vez le he pedido: Escribe una página para mi blog, pues quiero pensar contigo. Y siempre lo ha hecho y me ha admirado, situándose y situándonos entre Wittgenstein y Heidegger, navegando por el mar de los salmos y de Cristo, entre Aristóteles y Nietzsche entre el proto- y el post-cristianismo

          Gracias, Francisco una vez más. La plaza,la calle y las aulas de Salamanca están vacías sin ti. Empiezo escogiendo  algunas ideas tuyas.  Después expongo todo tu pensamiento.

Unos pensamientos escogidos.

Si el cristianismo no consigue reinventarse pronto, tendremos quehablar un tiempo post-cristiano que ha perdido sus raíces.

Toda hermenéutica de Jesús termina en una aproximación mística de la realidad.

  Conocer e interpretar la praxis puede llevarnos a salvarnos de lo que nos toca en suerte, más si no se tiene conocimiento de que se desea salvarse ¿cómo sería posible la salvación y el conocimiento mismo?

Todos los dramas tienen un sentido último que termina en una catarsis, y al final, lo trágico de la existencia se embellece al plasmarse en la solución que emerge de los mismos conflictos, tal como la historia penosa de los grandes creadores ha puesto de manifiesto.  

La racionalidad despertó al unísono con la metafísica o a propósito de ella. En todo caso, haciendo referencia con la racionalidad a niveles transcendentes donde quedaba inserto todo el problema del existir referido a esos mismos planos, más allá de la facticidad de lo cotidiano.   

Por lo tanto, las cuestiones relativas a la naturaleza humana, y a su pragmática de elevación a los planos transcendentes no era únicamente propio del cristianismo, pues, en Grecia, antes de que surgiera el cristianismo, ya existía una religión mistérica, con sus ritos iniciáticos para reinsertarse en lo absoluto.

 En la mitología de todos los pueblos existen decantaciones sapienciales tendentes a resolver cuestiones últimas, pero sólo como expresión de lo que trasciende lo puramente factico y cotidiano. 

Francho Mateo Acin

Un pensamiento que ha comenzado por la mitología

La mitología griega, hacía que la divinidad interviniese en la existencia, proporcionaba energías inéditas en los hombres, cierto, pero no les implantaba en el existir, no al menos desde ese plano de manifestación alejado de quienes creían ser los griegos en realidad, y menos aún los hacía participes de su misma naturaleza tal como sucedió con el cristianismo. En todo caso, la existencia se ha visto involucrada en su propio modo de ser  buscándose en lo divino, como se puede colegir de los orígenes del cristianismo, al tiempo que pretendía dotar a la racionalidad de la fuerza necesaria para solventarla tan pronto como le fuera posible.  

 Pero los primeros teólogos griegos no eran conscientes de que estuvieran resolviendo conflictos últimos de la naturaleza humana o de su destino al mitificar algunos personajes, o bien dotando a las fuerzas de la naturaleza de estatuto óntico. Tan sólo pretendían iluminar sus vidas mediante una explicación sapiencial sobre lo que podría ser la realidad de la naturaleza, más por legitimarse como humanos que por pretender resolver mediante el pensamiento cuestiones a las que no se podrían haber dado solución en ese tiempo. Se comenzó interpretando únicamente la explicación de los mitos y las teogonías mediante recursos poéticos al principio, luego de forma más sistemática como aparece ya en el poema sobre la naturaleza de Parménides. Las fórmulas metafísicas para darle consistencia a la existencia se irían desarrollando lentamente por la fuerza de la misma experiencia histórica más que por el impulso determinante de varios pensadores.

La tarea actual del cristianismo

El cristianismo haría síntesis humanas nuevas apoyándose precisamente en los aportes metafísicos de la época clásica griega, pero no consiguió crear de lo meramente cristiano un estatuto de reflexión con el que iluminar sus experiencias trascendentes. No era el cristianismo al nacer exclusivamente original en sus presupuestos, es lo que intentamos decir, tuvo una matriz judía de la que nunca se liberó por completo. Por otro lado, sin las síntesis cristianas, el mundo clásico no hubiera superado su propio tiempo, o sea que su prolongación en la historia fue vehiculada casi siempre por el cristianismo.

Esa simbiosis entre la experiencia cristiana, que intentaba definir su identidad, y la reflexión, fue lo que dio lugar a nuestra cultura occidental, hoy puesta al desnudo por sus fracasos y sus desviaciones, y sobre todo por los momentos de decadencia a los que nos ha arrumbado la misma historia de occidente.

Pero entonces, ahora, en los albures del siglo veintiuno, ¿dónde debemos indagar si lo que queremos es darle al tema de la existencia que nos ha sido legada desde siglos, una posibilidad de salir bien parada de su misma experiencia histórica? Si acudimos a nuestra trayectoria filosófica nos desencantamos, pues se tiene la impresión, de que, desde la filosofía, no se ha hecho lo suficiente en este ámbito. En el cristianismo actual, convertido en un simulacro de lo que cree poder vivir, sin poder (ni querer) iluminar ya la historia, pues ha devenido algo que se pervierte,- igual que todos los movimientos ideológicos que han existido durante siglos- no cabe esperar nada definitivo. Se podría decir que, si el cristianismo no consigue reinventarse pronto, tendremos que hablar un tiempo postcristiano que ha perdido sus raíces, o que ha caído en el lado opuesto de lo que pretendía cuando se generó. 

La historia, ¿puede por sí misma alumbrarse o aventurarse? Esto mismo simplemente por no ser más que humana, y moviéndose en alguna dirección, no marcada por el acaso o el azar. Habría que preguntárselo a Hegel, pero la ilustración ha entrado ya en fases de oscuridad que nada insinúan en el momento presente.

¿Cuál es la dirección que debe tomar la existencia sin filosofía y sin cristianismo?

Sin filosofía no es posible, y sin bases humanas ciertas tampoco, por mucho que la filosofía y el cristianismo no hayan convivido bien en el último siglo. En qué o por qué la reflexión entra en conflicto con la base humana o ideológica del cristianismo, da probadas muestras la historia de occidente. Pensamos que en el fondo las experiencias filosóficas siempre han tenido su gestación dentro del cristianismo, aunque sea para criticarlo o desacreditarlo, el cristianismo o sus soportes ideológicos lo impregnaban todo.

 Pero el cristianismo que contradice los fundamentos de la realidad tampoco es en verdad propiamente cristiano, en todo caso éste se acaba adulterando o se pervierte convirtiéndose más en algo puramente irracional, o bien demoníaco por su poder de deformar la realidad en otra cosa irreconocible, o en algo que no promueve la liberación humana de sus servidumbres. Si el cristianismo ha caído en esta metamorfosis pésima, se podría ya afirmar sin pudor, que es la sal que se ha vuelto sosa y que no sirve sino para arrojarla en la calle, tal como se enuncia en el evangelio, se debe a su propia dinámica en descomposición.

Por lo mismo, la razón que escandaliza por su mala fe, o porque se ciega en sus procesos obturando la realidad e impidiendo que se llegue a formar verdadero conocimiento, tampoco sirve para elevar la historia de plano. Entonces, después de tantos siglos de reflexión, ¿han sido estériles sus intentos de esclarecer la existencia? O, por el contrario, ¿la han extraviado en algo que no podría traer luz a la historia? La confusión es evidente en este punto. Si esto es así, habría que afirmar que la experiencia existencial de la humanidad ha sido fallida o no ha logrado del todo traer soluciones. Y si las hubiera, que las debe haber, de lo contrario la existencia humana sería inviable ¿dónde habría que hallarlas? Se podría pensar que la naturaleza humana se basta para eso, pero no es suficiente, y se podría pensar que sin verdadera revelación las soluciones a los problemas no se podrían dar, según y como se han producido éstas en la evolución de las grandes religiones, durante siglos.

No podemos caer en la trampa de pensar que la existencia no puede lograrse,

de que, a los humanos, al ser finitos, nos está vetado llegar a ser quienes estamos destinados a ser, o bien que no debe plantearse el problema de solucionar aquello que les impide hacerse a los hombres más humanos y lúcidos de lo que venían siendo. Si esto fuera así, existiríamos a propósito de nada y sin fines precisos, improvisando lo que vamos siendo, sin que se ponga de manifiesto algo racional al mismo tiempo, y diríamos entonces que no hemos existido para algo valioso, siquiera sea para procrear. Existir entonces, sería una banalidad más entre otras, y tendríamos que preguntarnos si ha valido la pena haber nacido, y por lo mismo, si el tiempo en el que hemos gastado nuestra vida ha sido en balde. 

El tiempo que se nos ha concedido

Y de otro lado, advertir la muerte como horizonte castrante, cómo punto final donde los acontecimientos se paralizan dejándonos a expensas del ocaso, sin más solución que contemplar, por fin, que el final de la vida ha sido una liberación más que oportuna, como si el final fuera azaroso o gratuito de por sí, pues todo lo que nos ha sucedido en el tiempo pasado ha sido a propósito de nada.

Esto, nos guía hasta la pregunta difícil de contestar, pero necesaria si hemos de enfrentarnos al problema: el tiempo que nos ha sido concedido, ¿con qué lo hemos llenado? O dicho de forma más estética, los dramas que nos han ido apareciendo en el transcurso del existir definiendo nuestro destino ¿han servido siquiera para dotarnos de belleza personal, o nos han destruido en lo más valioso que se nos había concedido? La malicia, o la iniquidad, ¿han tenido más fuerza que nuestros deseos de lograr ser quienes estábamos destinados a ser?

En todo caso, no es sólo el logro personal lo que está en juego mientras se va existiendo, además el cristianismo promete la resurrección. El cristianismo postula la salvación definitiva por la adhesión fiducial a una determinada personalidad, que encarna lo que debería ser la existencia en estado de plenitud, o más bien la presencia de la plenitud en el transcurrir de lo humano. Ambas cosas definen lo mismo, si se entiende la presencia de Jesús de Nazaret como alguien que quiso elevar la naturaleza humana a cotas de existencia hasta ese momento nunca vistas. En este punto le cedemos el paso a la cristología para limitar nuestra visión a la dimensión más especulativa, pues, al fin y al cabo, toda hermenéutica de Jesús termina en una aproximación mística de la realidad.

Aunque si lo pensamos fríamente todo cultivo del misterio de la vida conlleva inevitablemente la construcción de un tipo de ontología u otro de manera que la sola experiencia mística no se sostiene en el vacío, sino que ha de necesitar de un soporte cultural, que se ha de ir creando al hilo de esas mismas experiencias, y además de contener contenidos ideológicos que hagan presente en la praxis cotidiana, lo que se hace manifiesto en esa dimensión elevada al más allá.

Esto es lo que pensamos sucedió en los primeros 125 años de cristianismo cuando  Por eso mismo, cuando se termina de comenzar a darles sentido a las experiencias, o bien a orientarse los filósofos mediante formalizaciones culturales, los problemas que proyecta la reflexión adolecen de cierto fatalismo, pues, en el fondo, todo queda sin resolverse o acaso sólo parcialmente esbozado. La historia de la filosofía ha sido así, y como se podrá comprender no ha dado más de sí, debido en todo caso a la finitud de la humanidad, y a sus limitaciones históricas más culturales que religiosas, o llegadas del mundo de las creencias.[1]

Entonces, si los conflictos existenciales tienen únicamente expresiones culturales o fiduciales, la crítica que venimos haciendo ha de enfocar las creencias además de las condiciones en que la vida racional se expone a ser cultura. En todo caso, la cultura es fe en la racionalidad, y al mismo tiempo, como si fuera una simbiosis, en dimensiones transcendentes que escapan al raciocinio y que sólo desde el fondo del espíritu se podrían alcanzar; siempre resulta necesario hacerlo para darles explicación o verterlas en una praxis definida por postulados racionales; postulados o principios ontológicos más bien venidos de la misma experiencia cultural preñada de creencias, o si se desea, combinados con algo llegado de la revelación, pasos a través del tiempo que nos han guiado a irnos construyendo o a deformarnos cuando no a adulterarnos en lo esencial.

Pero la revelación de contenidos del más allá o de lo divino escapan a esta reflexión, y por lo tanto le damos una importancia menor considerando que lo que refleja los conflictos humanos es meramente un problema cultural antes que espiritual. O bien se pudiera decir, que las cuestiones de fondo del espíritu humano también necesitan- como venimos diciendo-, de un excipiente cultural, que tiene necesidad de ser resuelto, al ir existiendo con recursos únicamente humanos, - mediante la creatividad del espíritu por supuesto y mediante la revelación para quienes creen en la posibilidad de la existencia de una divinidad- pero con las solas fuerzas mentales de quienes somos, y además de manera individual y colectiva al mismo tiempo. Ni nuestra naturaleza ni la dialéctica de la historia pueden concedernos más por sí mismas. Si los conflictos humanos llevan a buen puerto en algunos individuos y estos se logran como personas se debe en definitiva al sobre-esfuerzo del espíritu humano tanto como a las experiencias de gracia concedidas desde dimensiones transcendentes.

En occidente al menos hemos apelado al auxilio de otras dimensiones de la existencia que la filosofía por sí misma no había explorado y que en otras culturas no aparecen tan definidas ni tan nítidas. Pero no queda todo ahí, se necesita de ayuda suplementaria a fin de responder con acierto a las exigencias de la realidad y de las paradojas del entendimiento humano, y este no se basta a sí mismo para llegar a desenvolverse, tal como se ha pretendido desde el existencialismo o si se quiere desde la filosofía de la ciencia.[2]Es necesario, un surplus de realidad que no se pone de manifiesto abiertamente, pero sin  el cual no se podría avanzar en materia de conocimiento, y sin verdadero conocimiento tampoco se podrían esperar soluciones verdaderas a las cuestiones más inmediatas. Es por ello, que la mística y las creencias religiosas han sido suficientemente estudiadas por la filosofía, se ha considerado la crítica de las religiones como aproximaciones al misterio que supone existir en sus múltiples aproximaciones al fondo originario de la realidad, pero parece en la historia de la filosofía que la reflexión no basta para justificar las actitudes fiduciales.  En el fondo la teoría platónica del conocimiento lleva velado un fondo de contemplación, de proto mística, - nacida del orfismo y pitagorismo- que los cristianos han querido aprovechar una y otra vez, para darse a sí mismos credibilidad o consistencia racional, aunque esto haya sido insuficiente, como lo prueba el momento histórico que estamos viviendo. Basta con leer entre líneas la filosofía antigua y medieval y no reprimirse.

2 –

Pero esto no sería todo en lo referente a la especulación sobre el existir. Habría que desentrañar mediante la racionalidad que es lo que se manifiesta dentro de la existencia, qué sucede al existir que compromete de tal forma que deja paralizado, o estigmatizado, según se mire, qué ocasiona la pérdida de lo más originario de lo humano hasta dejarlo sin reflejos para responder a la realidad, y a sí mismo. Nos referimos al motivo de tantas paradojas y contradicciones de la vida. No sabemos si con esto acertamos, pero existir, es tan problemático que no deja indiferente a nadie, pues, en el fondo, desde que se nos arroja al mundo estamos a oscuras, y parece o es así, que nadie pueda socorrernos, no al menos de manera definitiva. Se viene a este mundo indigente de humanidad y de saber interpretarse desde que somos niños.

Nadie puede conocerse a sí mismo sin tener cierta comprensión de lo que se está padeciendo, como es obvio.

Las claves de esa hermenéutica no pueden hallarse del todo en la existencia misma ni se las puede adquirir solamente con esclarecer la dinámica del conocimiento humano, o desentrañando la enfermiza dialéctica de la naturaleza humana únicamente con la realidad que culturalmente se construye, esto para hallarse en sí mismo, y en el mundo histórico que le toca habitar.

Puede ser demasiado lo que vengo diciendo, y se podría pensar que a la pobre gente no se le puede complicar tanto la vida, y que les basta con sobrevivir y sobreponerse de los propios desencantos. Puede ser, pero la vida se nos complica a todos, y simplificando los problemas o desnaturalizándolos para no ser bien comprendidos, o engañándonos con falsas soluciones, no se resuelve nada.  La solución es una complejísima síntesis espiritual que no podría estar al alcance de todo el mundo, no al menos si no se busca. Algunas personas sólo encuentran lo que de antemano pretendían obtener y eso no es buscar, pero el enigma de la solución a la existencia pasa por largos periodos de prueba y desatinos como bien reflejan los libros sapienciales del antiguo testamento y la sabiduría oriental. No los vamos a analizar en esta obra a no ser indirectamente, mediante las reflexiones que nos inspiran. Son por otra parte demasiado conocidas o estudiadas. Pero en este punto de inflexión donde lo sapiencial expone que caminos o métodos se deben seguir para salvarse o remediarse de lo que nos asola, o al menos dotarnos de claves de comprensión para enfocar los problemas, no basta con abandonarse a la pura reflexión sin antes no haber experimentado en la propia carne las purgas y los aguijones de la existencia. Puesto que ya se supone, tal como lo supone nuestra cultura occidental fermentada en el cristianismo- con construcciones judaizantes ciertamente-, que se existe para alcanzar determinadas cotas de humanidad y para llegar a ser quienes pretendíamos ser una vez alcanzada la juventud, no cabe otra solución que abordar los problemas de la existencia al hilo de lo que vamos siendo, y a la espera de que antes de morir hayamos columbrado siquiera la tierra prometida de la realidad. Pues de lo que se trata es de eso, de avistar y colonizar la realidad en sentido fuerte, y eso, pasa por ser cada vez más humano y lúcido, para así interpretar quienes somos y que tiempo nos ha tocado vivir. No quisiera ignorar por otra parte los momentos de infortunio o de quiebra moral donde nos sentimos haber estado derrotados sin más remedio que esperar la muerte como única y definitiva solución. Hay gente que al verse impedido o sin caminos existenciales desespera y se suicida, despreciando por eso la revelación última que en esa tragedia personal nos pone de manifiesto la existencia desde sí misma, por ser en última instancia algo misterioso que nunca termina de darse a entender. Pero la existencia nunca se queda sin soluciones, a nadie le está vetado acceder a la salvación si la desea de verdad, y nadie queda permanentemente alienado en su modo de existir para siempre. Basta con desenmascarar las trampas en las que estamos inmersos ajustándonos a la verdad de la vida, que dicho sea de paso no es arcana ni está escrita sólo para especialistas, basta, como vengo diciendo, con esperar que la existencia nos ponga en situación de llegar por distintos medios al lugar que se nos había destinado[3].

La existencia, vela por nosotros, pero somos nosotros quienes la logramos o quienes la pervertimos convirtiéndonos en aquello a lo que en ningún caso estábamos llamados a ser.

 No se nos arroja a la vida con mala intención, ni en absoluto para que seamos infelices, se nos da a todos la oportunidad de llegar a lo que lentamente teníamos proyectado desde que comenzamos a existir.[4]

Es por eso, que nadie podría sustraerse de lo que le va tocando en suerte, por mucho que sea distorsionado por creencias e ideologías inoportunas, o en el peor de los casos, que enfermara hasta el punto de destruirse sin oportunidades de regresar al punto en el que se dejó de tener salud. Pensamos que no es tan dolorosa la existencia, no en la gran mayoría de los casos, excepción hecha de los que abandonan la vida desesperados o practican la eutanasia por razones que escapan a la filosofía y a la vida moral.[5]

Eso sí, la existencia es dramática, con destinos injustos y acontecimientos adversos, que limitan las posibilidades de existir con dignidad. Pero todos los dramas tienen un sentido último que termina en una catarsis, y al final, lo trágico de la existencia se embellece al plasmarse en la solución que emerge de los mismos conflictos, tal como la historia penosa de los grandes creadores ha puesto de manifiesto en sus obras. Si una existencia es verdaderamente trágica, necesariamente puede convertirse en algo bello que los poetas y filósofos pueden admirar, y llegar a darle forma existencial a la postre, por mucho que estén cegados por su propio dolor. Siempre hay salida, por mucho que se crea que no, el espíritu humano es elevado mediante lo trágico precisamente, y lo que se nos había vuelto conflictivo se torna enriquecedor y nos hace transcendernos en algo dialécticamente superior.

 Esa es la visión misteriosa de los estilos de existir que siempre conllevan los riesgos de abortar la mismidad humana o de pervertirla, pero nada es tan absolutamente irreversible que haga del existir algo tan penoso que se desee morir. En ocasiones se piensa en liberarse del dolor incluso con la muerte, - sea psíquico o moral-, pero dejar que los propios dramas nos devoren como les sucede a algunos, o que malogren su integridad moral volviéndose ellos mismos destructivos al girar la mirada hacia el mal, es un problema que sólo la filosofía no podría solventar. El mal es parte de la finitud de la existencia y no se supera con solo regenerar la estructura moral de una personalidad, eso, si bien, ya supone dar un paso al frente, aunque sea parcial. En todo caso, ser malo supone impedir que los otros puedan realizarse como verdaderamente humanos, impedirles llegar a estar instalados en su propia vida, vivir como realmente merecen por la misma gracia de haber nacido. Algunos abusan de las condiciones penosas de la existencia de otros para encumbrarse o lucrarse, siempre ha sucedido durante toda la historia de la humanidad y por lo tanto no tenemos nada nuevo que descubrir que no sea sabido de todo el mundo. Es difícil salir victorioso de la existencia sin haber ocasionado víctimas, y al final del proceso, son ellas las que con el paso del tiempo traen soluciones que no se hubieran podido vislumbrar de otro modo.

Pero el problema de la iniquidad en el mundo es algo a lo que ni yo ni nadie podría darle respuesta sólo con fórmulas racionales, sólo con regeneraciones morales o espirituales, sería necesario que las victimas lograran restablecer el equilibrio roto desde una posición de sufrimiento que resulta paradójica; se puede suponer que en la mayoría de los casos éstas no pueden ser debidamente atendidas, o se les niega el derecho a tener voz, y sin poder reparar los daños causados se les abandona a su suerte. Entonces se podría decir que la iniquidad se manifiesta de manera muy obvia, pero no es del todo irracional y menos aún boba, eso si, pretende en todos los casos violentar la realidad, siendo injusta en toda regla. Se puede decir que las víctimas existen desde otra vertiente que les hace tener una visión más lucida que sus opresores. Se podría, pero no deseo aquí entrar de lleno en el campo de la soteriología o escatología, ni de dar promesas de reconciliación desde mi pobre postura de filósofo, porque en todo caso, sólo con la reflexión no podría dársele consuelo a nadie. En el fondo ese ha sido el fracaso del Marxismo, que este no ha podido solucionar con la economía política el dolor existencial de cuantos somos perdedores en esta vida, no al menos con su supuesto humanismo igualitario prometiendo una liberación nunca alcanzada, aunque siempre postulada ideológicamente.

Marx pretendía liberar, cierto, pero los marxistas hicieron tantas víctimas como sus adversarios ideológicos o sus oponentes políticos. No hace falta recordar la historia reciente de Europa para entenderlo, todos sabemos a qué me refiero. Entonces, si la reflexión y las religiones fracasan para lograr a los hombres como viene sucediendo en la actualidad, después de ver caducar la postmodernidad, pasando en el tiempo la misma situación postmoderna ¿a quién debemos acudir para salvarnos siquiera de tener que pensar en ello? ¿A Dios?, ¿al capital?, ¿a los supuestos recursos racionales de filósofos y científicos? ¿a la fuerza dialéctica de la historia, que se va superando por sí misma con sólo transcurrir, como podría suponerse de la lectura de Hegel?  En esta tesitura algunos filósofos hablan de la decadencia de la cultura occidental, pues parece que perciben en el mundo, la falta de recursos que tiene nuestra situación histórica para advertir nuevos caminos. A mí me gustaría decir cansancio de la racionalidad más que decadencia, y, sobre todo, de la imposibilidad de profesar una religión determinada sin caer en oscuridades y amaneramientos viciosos que llevan a distorsionar la realidad.

El cristianismo, ya no tiene soluciones universales, pues, como es sabido, se han vuelto sectario o elitista, y algunos grupos religiosos muy adinerados, de manera que no podrían subsistir con solo profesar su fe, o en el mejor de los casos, llegar a desarrollar su concepción ideológica con el poder de la razón o la fuerza de la esperanza, y nos hastían y nos escandalizan con toda clase de abusos cuando no con prejuicios.

Cuando pensamos por lo tanto en interpretar nuestra existencia actual, no basta con cerciorarnos de que ese problema se terminó en las postrimerías del siglo pasado y que la humanidad no necesita cuestionarse por más tiempo como habérselas consigo misma, sino que hemos de reinventarnos dotándonos de nuevas experiencias porque la historia no puede mirar hacia atrás sin más, ni tampoco mirar hacia adelante sin saber quiénes hemos sido.

Nos sabemos dueños de nuestro destino y creemos afirmarnos en lo que creemos que poseemos, sea cultural o económico, y ante las pérdidas de identidad o de humanismo nos resignamos, y no les hacemos frente a no ser con postureos políticos ya tan agotados como la historia que los engendró. Hay salida, por lo tanto, y esta pasa por reconocer la situación, planteando los problemas adecuadamente, pues, en realidad, las soluciones dependen de la creatividad humana y de las condiciones de posibilidad que marca la historia. Lo contrario sería pensar que nos estamos suicidando pasivamente poco a poco dejándonos morir, sin esperar ya otra cosa que se agote el presente, y que nos sorprenda la historia esperando soluciones que nunca van a estar a nuestro alcance. Se puede morir de ignorancia o de vanidad, o vacío, ciertamente, como bien lo expresó Samuel Beckett en su teatro, no hace demasiado tiempo. Entonces surge la pregunta acerca de si el saber humano da para tanto y si mediante el conocimiento se puede superar la crisis. Pero en este caso habría que postular qué clase de conocimiento necesitamos al caso, y si este se puede adquirir con sólo tenérselas que haber con el mundo. ¿Nos instruye el mundo en algo que tenga que ver con nuestros problemas? O bien ¿estar acertadamente en el mundo es el principal problema que nos asola y no hemos sabido resolverlo en el último siglo? Los místicos dirán que el mundo nos engatusa a todos y que es una urdimbre de trampas y de montajes que nos desorientan en lo esencial. Por el contrario, tal y como se expresan los evangelios, los hijos de este mundo son más astutos que los de la luz. ¿Qué parte del conocimiento le debemos al mundo y qué parte a la revelación o a la luz que viene de otra dimensión? De todo ello me gustaría hablar en lo que sigue, si bien de manera indirecta, pues el tema no lo voy a enfocar desde la teología sino desde la praxis filosófica. Pensamos que se puede hablar desde la filosofía para aclarar conflictos existenciales, pero no absolutamente, sino únicamente para esbozarlos, pues en última instancia los problemas se solucionan existiendo más que especulando sobre lo que se debería o no vivir para lograrse.

Se puede afirmar que conocer e interpretar la praxis puede llevarnos a salvarnos de lo que nos toca en suerte, más si no se tiene conocimiento de que se desea salvarse ¿cómo sería posible la salvación y el conocimiento mismo? ¿El conocimiento salva o nos esclaviza a lo que creemos conocer? Se podría decir que exonerándonos de las cargas que soportamos en la existencia se alcanza algún tipo de conocimiento, tal y como lo plantean los místicos de todas las religiones; no deseo teorizar con la mística porque en verdad la mística tiene más de praxis que de ideología si se vive correctamente. No vamos a cuestionar la mística ni su validez aquí, pero, sin la inspiración de la mística, la reflexión filosófica no habría tenido mucho éxito salvo en el siglo veinte, cuando se hizo tan positivo el conocimiento que se desentendió de dimensiones de la realidad que eran fundamentales para entender el sentido de la existencia.

Es por eso, que vamos a poner en evidencia cuestiones que afectan a la gente de todo el mundo, dando por sentado que las soluciones definitivas habrán de obtenerlas los propios lectores pensándolas al tiempo que van pensando sobre si mismos y sobre quienes podrán llegar a ser. Pensar no cabe duda también libera o nos pone al descubierto parcelas de realidad que no poseíamos o que no teníamos a nuestro alcance antes de comenzar a reflexionar.

Pensemos en lo problemático de la existencia primero antes de dar soluciones a todo lo que de un modo otro nos lleva a las paradojas de la vida. Si existimos a fin de cuentas es para alcanzar la libertad de espíritu suficiente como para llegar a poseer conocimiento, y eso implica involucrarse definitivamente en el existir hasta perderse por ello en el proceso. Por lo demás, si se vive es para aportar algo al mundo, más que para demostrar evidencias filosóficas que no comprometen a nadie. Se puede liberar el espíritu mediante la especulación filosófica tal como pretendían los platónicos y neoplatónicos, pero ese proceso resulta incompleto, sin que medien en él aportaciones venidas desde dimensiones que la racionalidad por sí misma no podría alcanzar. Toda la trayectoria filosófica de occidente está embargada por este conflicto de la razón con otras dimensiones a las que sólo se podría llegar mediante la fe en algo que no se puede nombrar con palabras, o que escapan al lenguaje, tal y como lo comprendía Wittgenstein al final del Tractatus logicus filosoficus. Pero la fe y la razón se alumbran mutuamente, siempre que estas no se perviertan en el proceso, o en sus bases originarias. Al fin y al cabo, la fe en los mecanismos y recursos racionales no puede ser comprendido desde los reflejos del pensar, sin otro tipo de fe en lo absoluto que escapa a la vida racional. La luz de la razón como bien se comprendió durante la ilustración puede llevar a demasías incomprensibles para la razón, lo mismo que las creencias religiosas se oscurecen y se convierten en algo demoníaco que puede adulterar las mejores invenciones con las que fueron tiempo atrás originadas.

Hay gente que existe para degradarse y destruir, lo mismo que existen santos, para regenerar la humanidad.

No nos cabe duda de que las perversiones de la existencia se pueden justificar con la razón y de que la fe en lo que no es valioso o irreal puede también ser de alguna forma explicado con razonamientos, estériles sino viciados, aunque sean razonamientos muy puros en su formalización.

La existencia, por lo tanto, es demasiado frágil como para dejarse llevar sólo por la pura racionalidad, que especula sobre lo que el pensamiento es capaz de excogitar, así como por los mecanismos de la mística que no tiene control real sobre el sendero. Sería necesario pues dotar de un fundamento radical humano a las bases del pensamiento y de la intimidad a fin de que no se extravíen los mejores propósitos enajenándose por falta de luz. Y con esto volvemos al principio de nuestra reflexión, ¿basta la razón para elucidar los conflictos humanos? O en caso contrario ¿con que recursos culturales cuenta la humanidad para hacer frente a su naturaleza paradójica y al devenir de su historia? Si la mística es infructuosa en mucha gente o los pervierte como pone de manifiesto la época de escándalos que nos toca vivir, y la razón no puede resolverse dentro de su propio camino, ¿dónde podemos ponernos a salvo? pues, al final, la racionalidad o la mística, dejan a la deriva a la gente sin que quepa modo de darles consuelo a ninguno, puesto que con los destellos de la razón se sienten demasiado a gusto, y con los engaños místicos se impiden acertar en lo esencial.

¿A qué tipo de desencantos estamos sometidos hoy que tenemos experiencia de los desaciertos de nuestra historia? Es por eso mismo que el psicoanálisis que pretendía dar respuesta a la patología humana, a los sinsentidos alienantes de la personalidad, a aquello que hacía encallar en la existencia a tantos y tantos, resulta insuficiente como filosofía, deficiente como método, e incapaz de penetrar del todo en los estratos más profundos de lo humano. Esta es la encrucijada en la que nosotros en tanto que ciudadanos del siglo XXI estamos obligados a pasar, y a no dejarnos adulterar por quienes nos precedieron, ni a detenernos a mirar lo que fuimos en otro tiempo, o en caso contrario, mirando al pasado, perderíamos la oportunidad de estar con lucidez en estos momentos que se nos han concedido. Volveríamos a caer en las trampas que otros cayeron irremediablemente. No saldríamos al encuentro de lo que la existencia de por sí nos depara sin poderlo evitar.

 NOTAS 

[1] 1-. En los primeros años de cristianismo se tuvo que formar la identidad cristiana forjando una visión de la experiencia de Jesús que tenía de cualquier forma mucho de ideología y mucho de las experiencias mistéricas de los helenistas, (cultos mistéricos griegos) como también de las aportaciones de la experiencia profético -sapiencial del judaísmo. Al nacer el cristianismo la mística de la Misna todavía era inexistente, y se iría forjando una corriente mística dentro del judaísmo que terminaría en la Cábala, y desde aquí, a partir del siglo XII, iría fecundando la mística cristiana, cambiando, algunos contenidos específicamente judíos, por otros más determinados por la experiencia cristiana. Lo inverso también podría ser posible, que las primeras experiencias de misterio del cristianismo terminaran decantándose por osmosis en las experiencias contemplativas de la Misná. Esto son hipótesis de trabajo nuestras. Pero lo que nos atañe más de cerca ha sido constatar en la historia de la iglesia, esa atrofia ideológica que se ha ido llevando a cabo desde el poder, - muchas veces aliados con el poder político; no se olvide que los tres primeros concilios, no fueron promovidos ni convocados por la iglesia, sino por el emperador, más con una finalidad política que pensando  en articular la experiencia salvífica de Jesús-que está impidiendo,- todavía hoy está sucediendo-dar de las experiencias de Jesús versiones ideológicas distintas, y por lo tanto con una visión de lo que debería ser lo humano diferente.  Es archiconocido como desde el magisterio de la iglesia se han estado abortando todas las variaciones ideológicas posibles y bien posibles, con unos moldes ideológicos diferentes, propios de quien puede experimentar a Jesús de otros modos, que permitan expresar la experiencia mística o cristiana fuera de la lógica demasiado humana de los representantes oficiales de la iglesia.

[2] Si se lee con detenimiento “Ser y tiempo “de Heidegger queda un algo sin explicar en la obra que connota la revelación de lo divino-sin que se explique que podría ser esa divinidad- en el Dasein, y su existencia en la historicidad, con un fondo de divinidad ausente, pero, que aparece, en el mundo, aunque sea de forma imprecisa y como gravitación de una ausencia. Al final toda la obra filosófica de Heidegger parece connotar la mística como aproximación a ese estado de manifestación de la realidad que es el ente en el mundo y sus avatares. Heidegger obnubilado por la filosofía griega y en especial por Aristóteles, pretende resolver el problema especulando sobre los esquemas mentales de Aristóteles, aunque dotándolos de un contenido más profundo. La última conclusión que se podría sacar de “Ser y tiempo “sería que los procesos especulativos de la mente basándose en categorías abstractas ya implica en si cierta mística, o si se quiere cierto cultivo del misterio del que brota el existir.

[3] La predestinación que tantos grupos religiosos han profesado, basándose unos en las cartas de San Pablo y otros en la metempsicosis o transmigración de las almas, y algunos otros en la preexistencia de los justos aun antes de la creación del mundo, hoy en día está refutada desde muchos puntos de vista, tanto que no vale la pena detenerse en ello, aunque el principal escollo sea teológico. Nuestra posición es que nada en la existencia está escrito de antemano y nada hay a priori que marque nuestro destino excepción hecha de la familia, la cultura, la historia colectiva, y la riqueza. Todo lo demás debemos irlo construyendo nosotros sin que se nos limite por la propia finitud, y sin que la violencia y el mal que nos disloca o perturba, hagan de nosotros lo que nunca quisimos ser. La existencia está marcada únicamente por nuestras opciones, nuestra capacidad de ser humanos y nuestra visión para llegar a las metas que la misma existencia nos está poniendo durante toda la vida. Nuestro destino en la vida no está escrito sin nuestras decisiones, en ningún caso están determinadas por Dios o por la historia, o por voluntades superiores que residen más allá de los acontecimientos humanos. Nada sucede sin que nosotros seamos los verdaderos actores del drama. Los dramas, no son como en las tragedias y los mitos griegos, donde todo está velado, y sus protagonistas se involucran sin verdadera luz, o por la voluntad de fuerzas divinizadas que impulsan las decisiones humanas contra la naturaleza de los hombres. Las tragedias griegas describen muy bien conflictos que dimanan de los componentes psíquicos humanos, y tensiones con aspectos de lo trascendente, que bien se despliegan en la propia biografía, o por la misma naturaleza o carácter, pero no explican del todo en qué consisten esos conflictos, y tampoco si la solución pasa por exponerse sin más a vivirlos. En la tragedia griega el destino es la propia naturaleza humana y su poder devastador hasta convertirse aquella en su principal enemigo. Falta en todo ese punto la gracia suplementaria de la revelación que el existir mismo va decantando en lo que hemos de llegar a ser. Sin los conflictos no se escribiría nuestra biografía, pero sin nuestra determinación, tampoco existirían conflictos y menos aún dramas de los que no se puede salir ileso. No creemos por lo tanto ni en la buena ni en la mala suerte sino en la gracia de la vida y en la creatividad humana.

[4] Nuestra posición es la de un creyente formado en el cristianismo con fuertes influencias judías, pero que no milita ni ha hecho profesión en ningún grupo religioso determinado, ni iglesia, al menos en el momento en que son escritas estas páginas.

[5] Don Quijote se lo dijo claramente a Sancho en un pasaje ya célebre: “La mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir”. Negarse a existir no es tema que pueda explicar la racionalidad por mucho que Durkheim lo tratara de explicar sociológicamente en su obra “El suicidio”. Quienes se abandonan a la muerte es sin duda porque algo de su naturaleza o de su forma de existir se ha descompuesto hasta el punto de que se considera imposible afrontar la situación. Además, que, suicidarse, es de algún modo darle la razón a la adversidad pervertida y al mal ontológicamente presente en la historia; no cabe duda de que, si alguien ha sido arrostrado hasta esos límites, su visión de la existencia forma parte de la negatividad y la finitud, que se ha vuelto insoluble hasta el punto de volverse insoportable. En cualquier caso, la muerte conlleva cierto sesgo de irracionalidad que destruye la esperanza y aporta algo en los límites del misterio que es existir. Si la muerte no fuera misteriosa no se hubiera mitificado su presencia ni sacralizado a los difuntos, eso es claro, la muerte hace presente las últimas preguntas sobre lo misterioso que es haber estado en ese punto del existir.

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