Testos: Hongo divino y surgimiento humano: el Enteógeno del Bien y el Mal.

Testos, a quien todos los participantes de este Blog ya conocéis, me ha mandado una reflexión sobre el árbol bíblico del bien y del mal (y del conocimiento) como "hongo" divino, manzana del paraíso, que ofrece al hombre un "conocimiento" de sí mismo y de la vida. Prefiere que su nombre quede oculto, para que se estudie con más libertad el tema (sin centrarse en su persona). Podemos llamarse AH, como sus inciciales. Éste quiere ser un blog abierto; no todos aceptarán la opinión de AH, pero espero que puedan dialogar sobre ella, en libertad; no todos compartirán su tesis, pero ella es fascinante, como su persona, de hombre estudioso, apasionante y apasionado, buscador de Dios y de la vida (y amigo de sus amigos). Gracias AH, gracias Testos, amigo del alma, experto en humanidad. Te dejo con el tema: que lo discutan y lo discutas, con la ayuda de la impresionante serie de ilustracionesones que has introducido para iluminar el tema, en http://users.servicios.retecal.es/iliada/. Aquí introduzco sólo cuatro especiales.

Hace días en este blog, pasábamos de hablar de la devastación de la tierra gallega por el fuego terrorista y la pérdida de árboles de esos montes, a hablar del Árbol de la vida y/o Árbol del Bien y del Mal en la Biblia, de la vinculación de árboles sagrados con deidades femeninas como la Ashera, de su persecución y mandato de destrucción.

En aquel momento me hubiera gustado plantear una hipótesis nueva (o realmente antiquísima...) sobre la realidad de aquello que se nos había transmitido culturalmente, y su versión actual del tabú sobre ese Árbol de la Vida/Bien y Mal, pero hubiera quedado fuera del derrotero que tomaba la conversación. Pikaza me planteó la posibilidad de hacerlo con mas dedicación y este texto es el resultado.
Imágenes de todo este texto, con breves explicaciones, estánen la página creada con ese fin:http://users.servicios.retecal.es/iliada/.

Sé que voy a plantear un tema difícil por varias razones. La primera es por la falta de conocimiento general que se tiene hoy día sobre las fuentes vegetales y en concreto sobre las que inducen cambios en el estado de conciencia. Hay una terminología propia para ese campo, que no está divulgada adecuadamente, y en muchos casos se encuentra mezclada con razones morales y prejuicios que no tienen que ver con el asunto, y que por desgracia tienden a englobar plantas y sustancias que no tienen nada que ver entre ellas, sus efectos y sus consecuencias. Todo esto bajo el epígrafe de drogas, en castellano, ya que en el lenguaje médico y en su lenguaje origen etimológico (el sajón, drugs) se refiere a sustancias médicas sin incluir en ello ninguna connotación moral ni peyorativa. Ya el termino originario en griego para referirse a un fármaco, significaba “sustancia que cura y mata”, no una u otra cosa.

La segunda razón por la que resulta difícil, es que a simple vista parece contravenir la historia “oficial” del Árbol del Bien y el Mal, e incluso llega a plantear si fue primero Dios y después el Árbol, o viceversa. Posteriormente, cuando se toma conciencia de la hipótesis y toda su extensión, vemos que tal vez no contradice en modo alguno el relato bíblico.

Dicho esto a modo de introducción, lo primero que habría que presentar es el termino “de la discordia”.

Este neologismo fue propuesto por los filósofos Carl A.P. Ruck y Danny Staples, por el estudioso de los hongos Robert Gordon Wasson, por el etnobotánico Jeremy Bigwood y por el químico e investigador Jonathan Ott, hace unos 30 años.
El neologismo deriva de una antigua palabra griega que significa “dios generado dentro” (en-theo-genos), y se propuso como término para designar y describir los estados de consciencia inducidos por determinadas sustancias y plantas sagradas para diversas culturas. Actualmente se usa también para referirse a las plantas y/o sustancias que provocan este tipo de estados, profundamente ligados a la concepción y percepción de una realidad de conexión con la esencia misma de lo que el ser humano ha dado en llamar Dios, con sus infinitas y multiculturales facetas.

¿Dónde se encontraba el descubrimiento que justificase la creación de este término?
Más que un descubrimiento o hallazgo, fue el descubrir que no existía o que se había perdido la carga semántica de algunos términos (como embriaguez), y que no se disponía de palabras adecuadas para clasificar y hablar de estos estados no ordinario de consciencia sin que se vieran enturbiadas por las connotaciones peyorativas e históricas de otros compuestos y/o plantas psicoactivas.
En plenos años 70, en la eclosión del movimiento hippie y tras el “verano del amor”, recién inundado un país como Estados Unidos de una sustancia como la LSD y tras la prohibición de la misma y de otras sustancias similares, que hasta ese momento habían representado el mayor descubrimiento de la historia en el campo de la psico-farmacología, con la apertura de un campo de trabajo y la promesa de ser unas herramientas de incalculable valor en psicología, medicina, psiquiatría, sociología, filosofía, antropología, etc, y que hasta el momento se habían mantenido dentro de las manos de los investigadores y de pequeños grupos de intelectuales, que habían experimentado con otras sustancias similares, como Aldous Huxley o Ernst Jünger, y sus respectivas experiencias con la mescalina (principio activo del cactus enteógeno Lophophora Williamsii, más conocido como peyote).

Este es el entorno en el que nace “la criatura”. Justo cuando había sido arrancada de las manos de los profesionales que debían tener acceso a ella e ilegalizando su uso, siendo esto el equivalente a una patente de corso para la distribución de esa y otras sustancias similares en el mercado negro, con una campaña de marketing asegurada y sostenida hasta hoy día, con los ¿bienintencionados? programas de “guerra contra la droga”. Lejos de conseguir sus objetivos, estas campañas son la base de un mercado que se derrumbaría sin ellas, ya que sin prohibición nadie pagaría precios astronómicos por algo artificialmente costoso.

A partir de ese momento, cualquier persona, mayor o menor de edad, con o sin preparación, podría tener acceso a la sustancia mas potente e increíble conocida por el hombre, como la LSD, u otras de efectos similares.

Había términos para referirse a estas sustancias, pero no tenían nada que ver con la realidad de las mismas. Para empezar, se enfrentaban a sustancias cuyos efectos se limitaban únicamente a los procesos mentales superiores, cognitivos, y no a meros estimulantes o depresores del sistema nervioso. No podían ser catalogadas como narcóticos (del griego “narkao”, dejar abatido) pues no narcotizaban. Tampoco como estupefacientes (del latín stupidus, que provenía del verbo stupere) ya que no producen estupor ni idiotizan. No tenían nada que ver con los fármacos conocidos hasta el momento, a excepción de la mescalina y de algunos derivados muy potentes del cannabis, a los que el farmacólogo Lewin clasificó cono pertenecientes al genero “Phantasticum”.
Nada que ver con el alcohol, droga y sacramento occidental de la cultura cristiana, nada que ver con la cocaína o heroína, las anfetaminas que se vendían libremente en las farmacias, ni con los barbitúricos.

Tenían ante si, a unas serie de sustancias, que no provocaban el menor rastro de adicción (que era el estándar favorito para clasificar drogas en aquella época), que su consumo continuado provocaba que dejasen de tener el menor efecto (unos días bastaban), y que sus orígenes vegetales y sus parientes químicos habían sido usado por infinidad de culturas en situaciones de índole religioso, y que era fácil comprobar como habían afectado al desarrollo de estas culturas, ocupando puestos especiales en los que la precaución en su uso, al temor reverencial que inspiraban, y el contexto chamánico de sus aplicaciones, tanto individuales como colectivas, situaban a estas sustancias fuera de toda antigua clasificación.


Actualmente el término “enteógeno” es ya comúnmente aceptado y usado para referirse a estas sustancias. Se evita así usar términos que inducen confusión, como “alucinógeno”, ya que no provocan alucinaciones sino visiones (en contra de lo popularmente creído), “psicodélico” por su vinculación con un fenómeno cultural concreto y de una época determinada con manifestaciones en cine, música, arte, y por su raíz “psico”, que tiende a evocar patologías mentales en lugar de la raíz “psique” que se relaciona más con el concepto de alma/mente griego. Hay más de 25 términos que se han usado para referirse a estas sustancias, pero todos cojeaban de un lado u otro, y parece ser éste el que logra el acuerdo de todo el mundo relacionado con estas plantas y sustancias.

¿Qué tiene que ver esto con el Árbol de la Vida o del Bien y el Mal?

Nos dice el Antiguo Testamento en el libro de la creación:

Génesis 2:9
Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso
a la vista, y bueno para comer, también el árbol de vida
en medio del huerto, y el árbol de la ciencia del bien y del mal.




En principio, parece que se puede tratar de dos árboles diferentes, uno el de la vida y otro el de la ciencia del bien y del mal. Y Dios le da al hombre la posibilidad de disponer de todo lo creado, excepto del árbol del bien y del mal, bajo la advertencia de que morirá si lo hace. Nada parece decir del árbol de la vida en su prohibición.

Génesis 2:16-17

Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol
del huerto podrás comer,
mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás;
porque el día que de el comieres, ciertamente morirás.

Esta prohibición se hace antes de la creación de la mujer a partir de la costilla de Adán, pero posteriormente la mujer en su conversación con la serpiente (como contaba Pikaza, símbolo de la medicina/veneno y de la sabiduría vital), la mujer deja claro que conoce la prohibición que pesa sobre el árbol, aunque ella lo sitúa como el “árbol que está en medio del huerto”, donde nos dice el Génesis que estaba el árbol de la vida.

La serpiente tienta a la mujer y he aquí lo que sucede:

Génesis 3:2-7
Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los
árboles del huerto podemos comer;
pero del fruto del árbol que esta en medio del huerto dijo
Dios: No comeréis de el, ni le tocareis, para que no muráis.
Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis;
sino que sabe Dios que el día que comáis de el, serán
abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el
bien y el mal.
Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era
agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría;
y tomo de su fruto, y comió; y dio también a
su marido, el cual comió así como ella.







Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que
estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera,
y se hicieron delantales.
El resto es bien conocido: el castigo divino por haber incumplido la prohibición que pesaba sobre ese árbol, que una vez es llamado de la vida y otras del bien y el mal, pero situándolo en el mismo lugar central en el huerto.

Esta narración refleja el contacto de dos seres humanos, incompletos hasta el momento, con una fuente vegetal que les “abre los ojos”. Fuente vegetal de sabiduría y conocimiento, que permite discernir entre lo bueno y lo malo, transformando a esos proto-humanos en seres con el conocimiento de un Dios. Realmente, aunque la amenaza por consumir ese fruto es la muerte, esta no ocurre físicamente sino que se produce una transformación radical que amplía la conciencia pre-existente o que crea una nueva conciencia a niveles no sospechados. Tal vez una forma metafórica de muerte, seguida de un renacimiento como un nuevo ser en el espectro de lo mental/espiritual.

La hipótesis que aquí introduzco, es la que muchos investigadores de diversos campos están barajando como el salto cualitativo mas importante de la evolución humana. La aparición de la conciencia en el ser humano provocada por el consumo de una o varias fuentes vegetales, que contienen sustancias enteógenas. El relato de lo que les sucede a los dos primigenios consumidores de este “fruto”, aunque breve, no deja duda de que no se habla de toxicidad fisiológica, sino de la inducción de unos cambios mentales y perceptivos, que son similares a los producidos por las sustancias hoy llamadas enteógenas.






¿Cuál sería entonces esa fuente vegetal que los primeros homínidos pudieron ingerir y que tuvo esos efectos sobre la mente, su nivel de conciencia e incluso sobre la génesis de la idea de la existencia de un ser superior o Dios?
Si bien hoy conocemos varias plantas y hongos que pueden producir estos estados ampliados de conciencia, hay una en concreto que parece encajar más que las demás en esta hipótesis: la seta Amanita Muscaria.

Esta seta, que crece en todo el mundo, y que es ampliamente conocida incluso por las personas ajenas a la micología por su inconfundible imagen- la seta roja con pequeños puntos blancos sobre su sombrero- sería la más plausible de las candidatas a ocupar el puesto del fruto del árbol del bien y el mal.

La primera objeción que se puede presentar, es que el relato habla del fruto de un árbol, y no de una seta. Pero resulta que esta seta es un hongo micorrizo, es decir, necesita de las raíces de un árbol para poder existir, y es en los bosques de pinos, hayas y abedules (entre otros) donde crece. Es por tanto, un fruto arbóreo y tiene ligada su existencia a éstos.

Durante mucho tiempo,- y aun hoy día se sigue transmitiendo la idea - se la ha estigmatizado como una seta mortalmente venenosa. Es este un tabú, que dependiendo de las zonas geográficas y culturales, se encuentra ampliado a todos los hongos. Hay pueblos micófilos y pueblos micófobos, pueblos que conocen sus setas y las usan ampliamente como los vascos o catalanes en España, o pueblos que las temen y las desconocen como los castellanos o los andaluces. Pero en cualquier caso, los nombres que unos pueblos y otros - no solo hispanos sino internacionalmente – han dado a esta seta, la vinculan con prohibición, peligro, locura, o con estados diferentes de animo, con duendes o gnomos, y con variadas tradiciones culturales, posiblemente forjadas por la relación entre el ser humano y este maravilloso hongo.
Actualmente sabemos que esta seta contiene dos sustancias que son enteógenas: el ácido iboténico y el muscimol, este ultimo es el producto de la descarboxilización (en el secado) del primero y además resulta varias veces más potente en relación a su peso.

Para las personas que han experimentado con enteógenos, bien en formas químicas o bien en formas vegetales, queda patente que se trata de una experiencia que queda fuera de cualquier intento de comunicación verbal de la misma. Nuestro lenguaje, por rico que sea, se queda en pañales a la hora de intentar describir los efectos subjetivos de estas increíbles sustancias, y cuando una mano diestra intenta hacerlo, la descripción se suele encontrar plagada de superlativos y alusiones al espíritu, Dios en cualquiera de sus manifestaciones, un sentimiento de amor oceánico, una experiencia de muerte y resurrección, o la propia experiencia de Dios en nuestro interior y el contacto con Él o Ello.

Pero no sólo pueden proporcionar este tipo de experiencias. La expansión de la conciencia tiene consecuencias diferentes para cada persona, para cada momento vital y para entorno en el que se produce. De ahí el temor y respeto con el que todas las culturas han usado los enteógenos, ya que como cualquier herramienta, desde un simple cuchillo a la fisión atómica, y en medida de su poder y del uso correcto o no que se le de, puede resultar una bendición inenarrable o una desgracia equiparable.

El tema aquí presentado no pasa de ser un simple esbozo, que no llega ni a mostrar la punta del iceberg que es la relación entre estas sustancias y la aparición de la conciencia, la espiritualidad humana y otras muchas manifestaciones culturales. La represión que supuso la ilegalización absoluta de estos compuestos y plantas – calificar de ilegal a una planta es tan estúpido e ineficaz como calificar así a un ser humano, aunque lo veamos a diario – fue una losa sobre un terreno de investigación que apenas había ojeado el hombre occidental, perdiendo así toda posibilidad de conseguir mejoras para la raza humana y para su actual perdida de espiritualidad, amén de los fármacos que podían haber sido herramientas valiosísimas para la ciencia en multitud de áreas.

Hace poco saltaba a la prensa la noticia de las investigaciones que el neuro-psiquiatra Roland Griffiths, de la universidad John Hopkins, estaba llevando a cabo con psilocibina (el principio activo de los llamados hongos sagrados mexicanos) y con humanos en la búsqueda de experiencias místicas. Por desgracia algunos titulares eran tan sensacionalistas que decían incluso que la ciencia había conseguido crear a Dios en una pastilla. Hubo todo tipo de formas de dar la noticia, también publicada en religiondigital.com, y una de las más realistas fue esta página que todavía tiene la información:
http://www.tendencias21.net/La-experiencia-mistica-puede-ser-creada-por-una-pastilla_a1077.html

Por suerte, los enfoques comienzan lentamente a cambiar a la hora de tratar con estas sustancias, pero seguimos a unos niveles vergonzosos comparados con la investigación en los años 50. Se esta permitiendo, siempre de forma casi oculta, la investigación y uso de algunas de estas sustancias para diversos problemas. Se está usando psilocibina, en EEUU, con pacientes terminales, para prepararles frente al momento de la muerte, con resultados espectaculares en la mejora de su calidad de vida. También en España se ha vuelto a reabrir (cerrado por motivos políticos) el ensayo terapéutico que llevaba a cabo José Carlos Bouso, psicólogo, psicoterapeuta e investigador, con MDMA – conocido popularmente cono “éxtasis” - con pacientes con síndrome de estrés post-traumático por agresiones sexuales, y que paralelamente se lleva a cabo en Israel con víctimas de atentados terroristas.
Se llevan a cabo estudios con otras pocas sustancias como la LSD, la ibogaína (originaria de la raíz de una planta africana, la iboga), pero siempre a pequeña escala y por desgracia sometidos a presiones y cambios que nada tienen que ver con la ciencia.

Como otras tantas cuestiones, está lejos de nuestras manos la toma de decisiones respecto a estos asuntos, pero la información y la divulgación de la misma, así como el conocimiento que se está rescatando de las culturas que durante milenios han usado los enteógenos, tal vez en el futuro nos permita tener una mayor comprensión, teórica y empírica (para quien quiera), de aquello que en el Génesis se llamó fruto del “árbol del conocimiento del bien y del mal”.


Bibliografía al uso:
– Los Enteógenos y la ciencia: Autores: Varios, Editorial: La Liebre de Marzo
– El hongo y la génesis de las culturas. Autor: Josep María Fericgla, Editorial: La Liebre de Marzo
– Historia General de las Drogas. Autor: Antonio Escohotado, Editorial: Espasa-Calpe
– Pharmacotheon. Autor: Jonathan Ott, Editorial: La Liebre de Marzo
– La historia del LSD. Autor: Albert Hofmann, Editorial Gedisa

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