Los caminos adversos de Dios. Lectura de Job

X. Pikaza, Los caminos adversos de Dios. Lectura de Job, Editorial San Pablo SSP, Madrid 2020, 344 págs. 

La imagen puede contener: texto

X. Pikaza, Los caminos adversos de Dios. Lectura de Job, Editorial San Pablo SSP, Madrid 2020, 344 págs. 

La historia de Job, que se ha comentado, cantado y sufrido con inmensa pasión a lo largo de los siglos, nos devuelve al mundo de los miedos y los sueños ancestrales dentro de una trama existencial de tipo mitológico en la que un Dios supra-poderoso le acompaña en su travesía de víctima. Su lectura nos confronta con el dolor de los seres humanos, pero también con la certeza de que Dios no se demuestra ni se impone, sino que se revela en el silencio atronador de la tormenta, en la enfermedad más siniestra, en en la oscuridad bordeada por el llanto y la desesperanza.

Éste no es un libro exclusivo para cristianos y judíos, ni siquiera para creyentes de una determinada religión,  sino para hombres y mujeres que quieren saber por que viven y mueren, por qué se  sufre... Éste no es un libro con un resuelto desde fuera o desde arriba, sino  un relato al que podemos volver todos en estos tiempos fuertes de coronavirus y cambio social y religioso, ante el gran miedo que se agazapa en la primera curva de la carretera, emergiendo desde la oscuridad trasera,  desde la línea intermitente de la curva o desde los falsos globos de colores de la parte superior.

Muchos se empeñan en expulsar a Dios de la carretera de la vida, pero con eso no resuelve nada, pues las preguntas y los miedos siguen, y la injusticia, con la lucha a muerte de los "antiguos amigos" que se condenan unos a los otros, mientras avanza la muerte inexorable. Job, en cambio, discute con Dios, rebatiendo una por una todas sus razones, para descubrir al final (¡sin descubrirlo!) que la vida sigue, a pesar de la muerte cercana, como una apuesta por el sentido... y que, en el fondo de todo, merece la pena ser interlocutores de Dios (o de la ausencia de Dios), aunque sea desde el estercolero de la historia... No se puede decir más. El libro de Job hay que leerle, con su dificultad, con su cegadora oscuridad. Es de la media docena de libros de la historia "moderna" de la humanidad, pues con él comienza un tipo de modernidad en la que (mejor o peor) seguimos estando. 

El libro de Job, una parte de mi vida (del prólogo de X. Pikaza)

Al terminar los estudios en el Bíblico de Roma, presenté al profesor L. Alonso Schökel (1920‒1988) un comentario sobre algunos textos narrativos del AT y, al devolvérmelo, me dijo: Te queda la poesía, empieza con Job. Me puse a ello, aunque el hebreo del libro era difícil, como solía decirnos M. Dahood (1922‒1982), al enseñarnos ugarítico, idioma perdido de la costa de Fenicia.

https://libreria.sanpablo.es/libro/los-caminos-adversos-de-dios_205293

El trabajo que había emprendido era prometedor, pero no pude culminarlo hasta ahora, año 2020, en un tiempo de miedo y de “peste” parecida a la de Job (en medio de la pandemia de coronavirus: marzo/abril 2020), sintiendo la necesidad de recrear su (nuestra) visión de Dios, a partir de las víctimas expulsadas en el estercolero de la historia. 

En todo este tiempo (del 1970 al 2020) he llevado a Job en el corazón y debajo del brazo, siempre que enseñaba Biblia y buscaba con su luz (como linterna de Diógenes) el sentido incierto y luminoso de la vida. Más que su poesía me empezó a importar entonces el carácter mítico (simbólico) de sus imágenes “sagradas” (cielo y tierra, lluvia y tormenta, vida y muerte), con la melodía del dolor universal, interpretada a seis o siete manos, entre Dios y Diablo, Job y sus amigos, los mineros Job 28) y Elihu, el fiscal fracasado (al que Dios ignora y expulsa al fin por inútil y malo).

Yo venía de Aristóteles y Kant, con una tesis doctoral sobre hermenéutica (Exégesis y filosofía: R. Bultmann y O. Cullmann, Madrid 1972), queriendo hallar ideas claras y distintas, mientras Job me devolvía al mundo de los miedos y los sueños ancestrales, con luces intensas que se velaban de nuevo, dentro de una trama existencial de tipo mitológico, con un Dios supra‒poderoso, acompañando a Job en su travesía de víctima, con antagonistas dudosos (tres amigos) por los que Job tenía que orar al fin (42, 7‒17) para que también ellos pudieran seguir viviendo

El libro de Job me devolvía siempre al dolor de los hombre, con la experiencia de un mundo de tormentas y animales extraños (onagro, avestruz, cabra montés…) y otros más imaginarios como Behemot y Leviatán, con la certeza de que Dios no se demuestra, ni se impone, sino que está (se revela) en cada instante, en el silencio atronador de la tormenta y el estallido brutal de Leviatán, diciendo que vivamos.

Job me interesaba especialmente como texto de crisis teológica, en el lugar de paso entre el Dios‒Cosmos, poder de toda realidad, y el Dios‒Dolor y esperanza de los hombres, dialogando, discutiendo y encontrándose en la vida, como si yo mismo fuera un personaje de su trama, entre Dios y el Diablo, con los tres amigos y Elihu, sobrado de razones y corto de respuestas, pero nunca pude trazar una visión de conjunto de su obra. Sólo ahora (2018‒2020), maduro en años, “jubilado” por fuerza de la teología académica, con libertad para ir y venir por “caminos adversos”, he podido pagar mi deuda con Job, en una línea más existencial que filológica, perplejo ante las voces adversas de sus protagonistas.

Descubrí de esa manera la armonía de los cantos (discursos) discordantes de Job y sus amigos, con el fiscal Elihu, apelando a la sumisión más que a la escucha compartida de la vida, con animales de fondo y un Dios extraño, que absuelve a Job, pero deja muchos cabos de la historia sueltos. El libro aparecía ante mí como una tragedia antigua y una ópera moderna, con imágenes y argumentos que se iban cruzando, sobre el canto firme del dolor de los hombres y de Dios, un Dios que apenas podía liberarse de Satán y sus “demonios”.

Una lectura nueva entre cinco comentarios

 Leí comentarios antiguos y supe que el libro de Job se había leído, comentado, cantado y sufrido con inmensa pasión, a lo largo de los siglos, no sólo entre judíos, sino entre cristianos como el Papa Gregorio Magno (578‒595), cuyos Comentarios Morales a Job (Moralia) marcaron durante un milenio la conciencia de la Iglesia. 

Ciertamente, con el Racionalismo y la Ilustración, algunos pensaron que Job era un texto de retórica vacía, y así corrió el riesgo de caer en desuso, pero nuevos pensadores y testigos del siglo XX han vuelto a destacar sus aportaciones. Job es un libro de moda eterna, y he podido leer en 50 años muchas interpretaciones de su trama vital, de su vida hecha grito pensante. Entre ellas he querido presentar la mía... tras recordar la cinco, que más me han influido:

-- La primera interpretación sigue siendo L. Alonso Schökel, mi profesor, cuyo texto (actualizado por J. L. Sicre):  Job. Comentario teológico y literarioCristiandad, Madrid 1983 (2002), sigue siendo una obra maestra. Con él empecé a pensar y en el fondo a escribir el libro que sigue. Él me sigue diciendo: Recuerda que Job es poesía.

--La segunda es la de mi  colega y amigo V. Morla, Libro de Job. Recóndita armonía. Comentario de Job, Verbo Divino, Estella 2017. un comentario ya clásico (¡en tres años!), un libro técnico, histórico, filológico, un texto total, el más completo que se ha escrito últimamente sobre el tema, en línea académica, crítica, literaria. Son casi 1600 páginas de lectura apretada, de especialista y para especialistas, que exige mucho saber de lenguas antiguas y muchísimo, de maestro para maestros. Enhorabuena Víctor; si ojeas mi lectura verás pronto lo que te debo, lo que me atrevo a decir con mi pasión de lector y creyente, de buscador sorprendido, atreviéndome a dar un pequeño paso más allá de tu armonía (¡recóndita y bendita des-armonía!).

‒ La tercera es la de C. G. Jung, Respuesta a Job (Madrid 2014, original 1952),que analiza el libro  como psicodramaJung, mástro con Freud de todos los psicólogos del XX y del XXI, dice que Job plantea preguntas y problemas que el Dios de aquel momento (V‒IV a.C.) no sabía ni podía responder, pues no había compartido la carne de dolor de los hombres. Para hacerlo, Dios tuvo que ser/hacerse humano, para experimentar los temas y tareas de la “carne”; sólo así ha podido iluminar la problemática del hombre.

R. Girard, Job. La ruta antigua de los hombres perversos (Barcelona 1985), ha puesto de relieve la novedad social del libro, poniendo en el centro de la Biblia y de la historia de occidente al "hombre-víctima": Más que expresión de un conflicto entre el hombre y Dios, el libro de Job es el libro de mayor conflicto interhumano, que debe interpretarse desde la problemática social del chivo expiatorio (superando desde ese fondo el pensamiento de la tragedia griega y de las religiones de Oriente) 

G. Gutiérrez, Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente (Salamanca 1986; cf. J. Pixley, El libro de Job, San José CR 1882), destaca la novedad liberadora del libro de Job, que nos lleva del plano de la imposición ontológica centrada en el talión (para justificar el orden establecido) al de la acción liberadora, a partir de las víctimas, suscitando así una humanidad liberada, de gracia.  

     A pesar de estos cinco grandes libros... he pensado que puedo y debo presentar mi lectura de Job, en línea existencial y social,  cultural y religiosa, una obra preparada a lo largo de 50 años, pero redactada en estos últimos meses en sintonía/sinfonía interior y exterior con la vida y protesta de Job, desde el confinamiento del coronavirus.  Lo he hecho por fidelidad a mi pasado, y porque pienso que puedo ofrecer en este tiempo fuerte una palabra de serenidad y esperanza en la gran tormenta de la vida.

He podido terminar de escribir este libro, de principio al fin de confinamiento, sobre cientos y cientos de apuntes de estudio y lectura, por la amistad e interés de M. Ángeles Romero, directora de la Editorial San Pablo, y en especial por la resistencia amorosa de Mabel, que ha debido soportar semana tras semana, mes a mes, mis soliloquios y conversaciones con Job, haciendo así posible que esta “lectura” salga a luz, en unos días marcados por la gran pandemia, que me ha permitido comprender mejor la importancia del libro de Job para nuestro tiempo.

Desde el otro lado de Dios. Job y Buda, dos maestros superiores

Job se sitúa en el momento axial de la humanidad (cf. K. Jaspers, Origen y meta de la historia, 1949), en el contexto de la gran transformación que se produjo, de un modo especial, en la India (Buda), Grecia (trágicos) e Israel (profetas), entre el VI y el IV a.C.), pasando del orden sacral impositivo (que expulsa y condena a las víctimas) a la experiencia superior de la vida como libertad, con un Dios que aparece y camina al otro lado de la vida, omnipotente y débil, a diferencia de lo que en aquel tiempo iba diciendo Buda: 

Buda se sintió abrumado ante el dolor de la existencia (enfermedad, vejez, muerte). Pero no respondió acusando a Dios, ni pidiendo su llegada como juez final, ni discutiendo con otros hombres, ni echándoles la culpa de sus males, pues cada es responsable de sí mismo y de esa forma, sólo por sí mismo, puede superar el dolor de los deseos, dejándose alumbrar por el Nirvana

Job, en cambio, se enfrentó con Dios y con un grupo de aliados suyos, a quienes acusaba de oprimirle, haciéndole víctima. Por eso, su respuesta debió hallarse vinculada con la necesidad de un cambio de Dios (que parecía poderoso pero injusto) y de unos hombres prepotentes, a fin de reconstruir el camino de la vida desde el dolor de las víctimas, como experiencia de reconciliación y justicia desde la misma tierra.

Ciertamente, como he dicho ya, Job puede compararse con los trágicos de Grecia, pero he querido compararle especialmente con Buda pues, siendo distintos, ellos nos sitúan ante las dos visiones quizá más significativas del sentido de Dios en la existencia humana: Job concibe la vida como juicio sobre Dios omnipresente; Buda prescinde externamente de Dios; pero ambos insisten en el dolor y en su superación.

 ‒ El libro de Job ilumina y enriquece la vida humana desde su excelsa poesía, centrada en la experiencia y superación del dolor como castigo de Dios o como catarse creadora. Su autor no crea una nueva religión, una comunidad de “jobistas” (como los budistas), sino que escribe un libro de especialidad, para expertos, con tiempo y medios para reflexionar sobre el dolor y la justicia, un libro que a pesar de su dificultad literaria ha influido mucho en el despliegue de fondo del judaísmo y cristianismo.

‒ Buda no expone su visión en un libro, sino que ha sido inspirador de un movimiento riguroso de superación del deseo, con normas o leyes de vida entendidas, extendidas y aplicadas por sus seguidores. Él ofrece así unas “herramientas” de acción liberadora para iluminados (cuatro nobles verdades, unas pautas de acción), a fin de que los hombres entiendan y superen el dolor, trascendiendo los deseos que lo causan, pasando así del dolor universal a la experiencia del Nirvana, también universal.

Buda no instituye un proyecto de justicia social, sino un camino de transcendencia personal para que la vida “sea” (se ilumine) más allá de los deseos. Job en cambio se introduce en la problemática social, vinculada a la opresión de unos hombres por otros, y por eso no quiere “negar” los deseos, sino “purificarlos”, para que los hombres puedan así relacionarse en libertad.

Ambos intentan liberarse de un karma del talión, entendido como rueda de deseos que pueden crear nuevos deseos (caminos) de muerte. Pero hay mucha diferencia: Buda no discute con Dios, prescinde de él. Por el contrario, Job le necesita, pensando que sólo Dios puede solucionar el dolor de ser hombre. Ciertamente, la Biblia sabe que los caminos de Dios son rectos, y que los justos han de transitar por ellos (Os 14, 9), pues en él vivimos, nos movemos y somos (cf. Hch 17, 28). Pero Job añade que esos caminos han de verse como sendas de infortunio, muerte y catarsis, como muestra el mismo argumento del libro:

‒ Infortunio, un Dios con Satán (Job 1‒2).En un momento dado, el Dios propicio de la religión tradicional de Israel ha venido a vincularse en Job con un Satán nocivo, el Adversario con mayúscula, aquel que vigila al hombre desde su distancia superior de muerte, disparándole sus flechas, para cazarle y torturarle como a bestia fiera peligrosa.

Senda de muerte, disputa dramática (Job 4‒27).Situado ante la prueba, Job empieza diciendo que, mejor que vivir sufriendo, hubiera sido no haber nacido (cap. 3), pues esta vida es una gran contra‒dicción, una carrera de dolor, sin más salida que la muerte. El Dios con el que le amenazan sus amigos‒enemigos se eleva ante él como Adversario, que le mantiene muriendo sobre el polvo, tras haberle quitado lo que amaba: casa, riqueza, honor, familia.

Catarsis e iluminación: tres grandes discursos de juicio para una sentencia (Job 28‒42). Pero, en un proceso de maduración, tras un canto a la Sabiduría (cap. 28) y una intensa apología de Job, que alza su voz como abogado defensor de sí mismo vida (cap. 29‒31), tras el discurso condenatorio de Elihu, que actúa como fiscal teológico (32‒37), toma la palabra el mismo Dios con un largo discurso judicial (38, 1‒42, 6), culminando en la sentencia absolutoria, de tipo y paradójico (42, 7‒17).

 Camino de transformación. Estrategias y transformaciones

Empobrecido y enfermo, Job no puede apelar al Dios de sus antiguos amigos, pues ellos le han secuestrado, poniéndole al servicio de sus intereses, y para quedar satisfechos, necesitan que él se doblegue, confesando que ha pecado. Desde aquí se entienden las estrategias básicas del libro, sin contar con la de Satán (cf. cap. 1‒2) que al fin queda simplemente “cesado”, como si Dios no le necesitara:

 ‒ Estrategia de los amigos (4‒ 27): Ellos quieren probar que Job es culpable y que sufre con razón, por haberse rebelado contra Dios, de forma que sólo podrá ser “perdonado” (rehabilitado) si confiesa su pecado, dejando que Dios le acepte de nuevo y que sus amigos, triunfadores del sistema, le perdonen, quedando así sobre él.

Estrategia de Job (debate, 4‒27, y apología: 29‒31). Mantiene su razón, diciendo que es inocente y el Dios que le castiga injusto. Según eso, la solución no es someterse a este “dios”, pidiéndole perdón, sino apelar al Dios más alto y verdadero, por encima del sistema de talión de sus “amigos”.

Nueva teología: Un fiscal contra Job (32‒37). Viendo que los tres “amigos” no han logrado acallar a Job, el redactor final del libro ha introducido un cuarto personaje (Elihu, Dios es él), como defensor de Dios, para dictar su lección final de “teología”, condenando a Job por haberse elevado contra el orden de Dios, que no puede entenderse en línea de talión interhumano, sino de pura trascendencia religiosa; no tiene sentido argumentar ante (o contra) Dios, sino someterse a su dictado.

Sentencia de Dios, una vida abierta (38‒42).A él apelan todos y él responde al fin, acogiendo las protestas y razones de Job, e incluso las acusaciones de los tres amigos, aunque insistiendo en la razón de Job y diciendo a sus amigos que le pidan perdón. Dios, ignora, sin embargo, los “sermones teológicos” del fiscal Elihu, mostrando así que no necesita sus defensas, demasiado teológicas y poco humanas, diciendo a todos que la vida continúa, que sigan buscando y dialogando, sin imponerse con violencia unos a otros, con un fiscal queda descalificado y Satán cesado.

Job, por encima de la tragedia griega

          Ésta es la temática del libro, y desde ese fondo siguen abiertos sus motivos principales, de tal manera que lo único claro es que Job tenía razón planteando las preguntas que ha planteado y elevando las quejas que ha elevado. Lo único claro es (desde la Biblia) que el dolor del hombre (el grito de las víctimas) llega hasta Dios y que Dios lo acoge. Situándose ante ese tema, algunos comentaristas han pensado que la catarsis o transformación de Job se parece a la de Esquilo (Orestiada), haciéndonos pasar del Dios adverso de las Erinias al Dios favorable de las Euménides.

    Pero hay una gran diferencia: Los dioses de la Orestíada (con Atenea) justifican, desde el Areópago de Atenas, la violencia establecida del hijo Orestes, en contra de su madre, para defender de esa manera al Dios del Poder.

Por el contrario, el libro de Job rehabilita a la víctima oprimida. Su Dios no condena Job, ni condenaría a Sócrates (en contra del Areópago de la Orestiada, que lo hace), ni a Jesús (en contra de los poderes imperiales y sacerdotales de Jerusalén, que lo hacen). Éste es el mensaje básico del libro: Dios ama y rehabilita a Job, el oprimido.

          El mismo Dios declara al fin la derrota de Satán (cap. 1‒2) y el triunfo de Job que es la humanidad sufriente (42, 7‒17), compleja y rica de dolores y apuestas de vida, con Job y sus amigos nuevamente empeñados en la trama del dolor y la esperanza. En un sentido, Dios resuelve el nudo de la trama, pero en otro deja, como he dicho, casi todos los cabos sueltos, para que nosotros los vayamos ajustando.

Eso significa que Job no es un libro de final resuelto, de forma que se pueda cerrar y pasar a otras cosas, sino un libro para volver, como hará en otro plano el evangelio de Marcos, que acaba pidiendo a sus lectores que vuelvan al principio de Galilea (Mc 16, 8). En esa línea, el epílogo de Job 42, 7‒17 nos lleva otra vez al prólogo de cap. 1‒2, no para cerrar en círculo los temas, mantener abiertos en espiral los motivos centrales de la trama, en un gesto superior de transformación:

 ‒ La transformación de Job exige mantener los oídos abiertos al grito (cf. Job 3), esto es, la llamada y lamento de aquellos que sufren y elevan su dolor contra (frente) a Dios, como han puesto de relieve tanto el AT como el NT, con el llanto de los hebreos de Egipto (Ex 2, 23‒25) y la opresión de los enfermos y excluidos de Galilea (cf. Mt 9, 36). Sin ese grito se pierde y apaga la vida de los hombres.

Job nos lleva a transformar el sistema de poder de sus amigos (Job 4‒27) que justifican el sometimiento de las víctimas. Ciertamente, un orden como aquel ofrece un tipo de seguridad, pero acaba oprimiendo (expulsando) a los millones de vencidos y caídos del camino por donde transita el Dios de Job. Este libro exige, por tanto, la transformación de un sistema divino y humano de opresión, y quiere hacerlo desde la perspectiva de las víctimas, entre las cuales se eleva Job de un modo tanteante en su apología (cf. 28‒31).

El Dios Job destruye la estrategia del fiscal teológico Elihu (cap. 32‒37), que critica a sus “amigos” y quiere presentarse de un modo superior (sin acepción de personas, ni ricos ni pobres), como portavoz de un Dios más alto, lleno de razones. Toma nota Pero nota de ella pero no la acepta, mostrando así que Dios no necesita las razones del fiscal teológico (38‒42), ni las de Satán (acusador, tentador), pues la respuesta “teológica” no basta y la estrategia acusadora de Satán es falsa, pues los temas de la vida del hombre no se solucionan apelando al sometimiento ante un Dios incomprensible.

  Ciertamente, Job no niega al Dios de los caminos de la vida, sino al de la opresión, propio de aquellos que utilizan su nombre para dominar sobre la tierra, situándonos así ante el Dios verdadero de los expulsados. Él ha proferido las acusaciones más hirientes contra el Dios/Poder de sus “amigos”, que le exigen sumisión, de forma que debe celebrarse un tipo de juicio final, en el que, de un modo sorprendente, el Dios de la vida (de los caminos adversos) no sólo no le condena, sino que le rehabilita, y exige que sus acusadores se conviertan, para iniciar así un camino distinto de historia (de humanidad) a partir de las víctimas. Desde ese fondo, los lectores judíos y cristianos de la Biblia han recibido en este libro una ayuda para sufrir y para vivir, para amar a Dios que es Vida y para abrir un camino distinto de futuro, en tiempos de gran crisis.

Volver arriba