Eventos diarios - Albures de fondo y formas

Pensar algo al aire de los días o de las horas -de ayer o de hoy-,  además  de aliviar las tensiones del caminar, permite ver mejor las piedras de los caminos.

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* Al Dios desconocido. Meditación para tiempos descreídos. Vibraciones de una lectura: Hechos de los Apóstoles, 17, 22 a 34.  

Pablo en Europa, en Atenas concretamente,  dentro del mundo romano, implicado –allí también- en el anuncio público del mensaje de Jesús de Nazareth.  Mientras espera la llegada de Silas y Timoteo –rezagados en el camino-, no se cruza de  manos; observa sobre todo, para ver, pensar y decir. Discute con los judíos en la sinagoga y se pasea por el ágora o plaza pública. Es aquí –precisamente- donde la filosofía griega le sale al paso. “Algunos filósofos, tanto epicúreos como estoicos, hablaban con él y, mientras unos le motejaban de charlatán de feria,otros se sorprendían al oírle predicar una divinidad extranjera porque hablaba de Jesús y la resurrección”. Los que se interesaron por lo que decía, le hicieron subir con ellos al Areópago,  la colina de la justicia, por así decir: quieren enterarse de lo que  dice, ante el eco de las “novedades” y del revuelo que  causa en la sociedad ateniense de entonces.

Y es allí,  arriba, cuando Pablo les dirige un discurso  que bien puede llamarse de pura lógica científica y religiosa. “Atenienses. Veo que sois sobremanera religiosos,  porque, al pasar y contemplar los objetos de vuestro culto, he hallado un altar dedicado “Al Dios desconocido”. Pues de ese Dios, precisamente, al que veneráis sin conocerle,   es del que os hablo yo”. Y les ofrece,  ante su expectación, un perfil somero pero comprensivo y novedoso del Dios cristiano, el evangelizado por Jesús. 

“El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que hay en él; el Dios que no habita en templos hechos por manos de hombres, ni es servido por manos humanas como si necesitase de algo,  siendo Él quien a todos da la vida, el aliento y todo lo demás.  Él hizo de uno todo el  linaje humano para así poblar toda la faz de la tierra. Hizo las estaciones y las fronteras de los pueblos, para que busquen a Dios y –siquiera a tientas- le hallen, porque no está lejos de nosotros, porque en Éñ vivimos, nos movemos y existimos, como algunos de vuestros poetas dijeron: “somos linaje suyo”. Siendo, pues, como somos, linaje suyo, abstruso será pensar que la divinidad es algo semejante a la plata, el oro o a las piedras, obras del arte y del pensamiento humano. Dios, pasando por alto aquellos tiempos de ignorancia,   Dios pide ahora en todas partes y a todos los hombres que se conviertan.   Porque tiene fijado el día en que se juzgue a todo el mundo con justicia,  por medio del Hombre designado por Él, y ha dejado al alcance de todos la prueba: resucitó de entre los muertos”

Al oír aquellos  filósofos que les hablaba de “resurrección”, algunos se echaron a reír y lo tomaron a broma, mientras otros prometieron hablar de esto en otra ocasión. Algunos,  sin embargo,  creyeron, entre ellos, uno de los jueces del Areópago, Dionisio, llamado después el Areopagita.

El relato enmarca toda una peripecia  humana, de relieve y de proyección universal, por encima y más allá de coyunturas de tiempos y lugares. La peripecia data de dos mil años nada menos; se produce en un escenario ilustrado -que diríamos ahora-  y en diálogo abierto -diciendo y dejando decir-, llamando cada cual a las cosas por el nombre propio o el que les impone cada uno…. 

Y, si es verdad que aquella circunstancia pasó, la misma –en parecidos o similares términos-  se sigue desarrollando  ahora mismo en iguales o parecidos términos, porque -ante el eminente e insoslayable “promontorio de lo divino” –como le llama Ortega en un revelador ensayo-, Dios –a la vista o a oscuras, en silencio o en alta voz, haciendo o dejando hacer- sigue siendo –en la historia humana- un reto de la clase del de aquel día, nada menos que en uno de los centros del pensamiento universal y más exigente. Dando,  además, la casualidad de que las actitudes ante el Dios cristiano sobre todo siguen siendo las mismas de entonces: de risa y broma; de dilatar el la cuestión y la respuesta; pero también de aceptar y creer, hasta por quienes –entonces y ahora- parecen con bula para desmarcarse del hecho religioso y de la innegable dimensión religiosa del hombre.

Es curioso observar cómo, ya entonces, en medio de la peripecia del Areópago, se ve brillar la luz de la libertad del hombre.  El respeto a la libertad es `rimera baza de la religiosidad,  cualquiera que sea. Y es que es posible la fe porque se es libre; y –del mismo modo- es posible la increencia porque se es libre también. En uno y en otro caso, el criterio emana brioso de la escena total. El Dios desconocido saliendo de las filas de la filosofía de todos los tiempos; los hombres sintiendo –aunque a veces lo quieran disimular- ganas de Dios; y Dios y la libertad –ambos a una- jugando sus bazas sin que nadie –por ahora- tome más cartas en el asunto.

La escena y peripecia del Areópago de Atenas,  con data de dos mil años, impresiona por su verismo y sobre todo por su verdad  neta -más,  bastante más, que verosimilitud. Porque, si verismo es fidelidad a lo real, la verdad no ha de ser menos que la previa conformidad querida de la mente con las cosas en sí, pero  no a la inversa, como se hace moda en los parajes de la post-verdad.

**  Un buen consejo para tiempos  agridulces.

Marcelino, mi primo cercano, monje trapense en el Císter de Cóbreces (Santander), me lo hizo ver en unos tiempos bajos que tuve hace unos años, por razones que no son de caso rememorar.

Es claro –antropología pura y de la buena- que somos seres de relación y una de las naturales tendencias que nos definen es a “comunicarnos” con otros. El “otro” no es –en la vida humana- un adorno o avalorio de postineo sino el objeto de una necesidad vital.   Cosa que patentizamos hasta cuando guerreamos en vez de darnos la mano y sonreír.  Y no digamos cuando  nos pasa algo molesto o que imaginamos molesto y nos acucia el deseo de darlo a conocer, de compartirlo; cualquiera que sea la razón, a veces por la simple manía de decirlo o quizás de llamar la atención y darnos importancia.

El caso es que, en aquel trance, mi primo me dirigió una larga  y poblada carta,  del estilo de las de Séneca a Lucilo o las de otros personajes de la historia a sus amigos o conocidos, como Voltaire,  por ejemplo, Lamartine o cualquier otro.

Recuerdo la frase que, en un aparte de la carta y subrayando, me dijo Marcelino para la ocasión: “No cuentes tus cuitas o males a otros; la gente anda hoy por la vida muy sobrecargada”.   No me he deshecho de aquella carta y Nota.   De cuando en cuando la releo en la menuda y prieta letra de mi primo y con frecuencia la rememoro y la vuelvo a meditar. Sabe a pan…

La gente va por la vida, en estos tiempos, muy sobrecargada. Gran verdad!!!.

Otra anécdota de parecido jaez lo corrobora.  Era en San Sebastián de los años 60-70 del siglo pasado. Don Silverio –un tio de un pueblo de Castilla donde los haya- era el padre de Alfredo y Araceli, dueños que habían sido antes del Garibay Tea Room y vivían poco más allá de la plaza de Guipúzcoa,   a  la vera casi el Urumea y aledaños del María Cristina.   Don Silverio era muy mayor y muy achacoso estaba ya. Una tarde,  al acercarme a verle y preguntarle cómo estaba, me respondió rotundo que “muy bien”. Torcí un tanto el ceño y me sonreí, con lo que entendió perfectamente que no me lo creía y me lo explicó. Mire -me dijo- cuando le preguntan a uno cómo se halla o está,  sea cual sea la verdad, hay que responder que “nien” o “muy bien”, porque si te queja o lamentas y dices cómo realmente te hallas, la gente, por dentro, de alegra. Y de este modo, para no dar gusto  a un tipo de gente así, suelo responder lo contrario de la  verdad.   

Era un truco, pero como truco y advertencia, puede valer.    Lo dicho: de uno u otro modo mirado, un buen consejo pata tiempos agridulces.

*** ¿Nuevos rumbos o nuevos modos en la Iglesia?

El hecho -por así decir causante- es del día de ayer, 28 de mayo de 2019. Organizada por la Comisión de Debates del Club Siglo XXI, en dicha tarde-noche,   el cardenal arzobispo de Madrid,  don Carlos Osoro, daba una conferencia con titulo de Retos y propuestas del papa  Francisco.  Parece ser que la idea motivadora estaba en salir en defensa del Papa frente a las críticas que –desde dentro y fuera de la Iglesia- le vienen lloviendo desde hace un tiempo, a causa –especialmente- de posicionamientos de la jerarquía de la Iglesia, que muchos consideran discutibles, cuando no equivocados,  en materia sobre todo del tratamiento pastoral y jurídico –viene a ser lo mismo- de los casos –lamentables y penosos en sí, por supuesto- de “pederastia” y “abusos” a menores por parte de personas de Iglesia,  sean causantes  o encubridores. Es una realidad esta crítica y más que de volverle la espalda, es cosa –creo yo- de comenzar llamando a las cosas por su nombre, reconociendo lo que –en verdad- se deba reconocer sin miedos ni complejos; y seguir –por estrictos caminos de justicia real y efectiva- poniéndolas en su sitio.    ¿No se dice en el Evangelio que, a los seguidores de Jesús, la verdad los hace libres? ¿Acaso ha de haber miedo a la verdad? ¿Es la primera vez que, en la Iglesia. se dan situaciones de emergencia pastoral?

No estuve en la conferencia,  sobre todo por no haberme enterado. Hubiera ido, porque el tema, la ocasión y mi trato amistoso con el cardenal Osoro eran motivos más que suficientes para estar allí.

Como me constan –de oídas- dos ideas de las al parecer expuestas en esa conferencia –me constan por la radio y por Internet-,  de ellas quiero hacerme eco por el momento; aunque pidiendo disculpa si la base de las referencias fuera inexacta o imprecisa.  Al final, me he podido confirmar en  la verdad de ambas.

Una de las frases era que, para recibir los sacramentos de la Iglesia, no hay que hacer oposiciones a notarías… En general, es la verdad. A los estudiantes de Moral se nos inculcaba ese axioma de que “sacramenta propter homines”, con un sentido anexo  a la conocida teoría de los fines y los medios y  con esa idea firme de que, salvando las esencias –inobjetable precisión-, lo demás, siendo importante, nunca puede ser llevado hasta destruir el fin. Verdad es que “las pegas” que un “clericalismo” ritualista y nada pastoral ha venido poniendo a la recepción de algunos sacramentos por parte de aspirantes a ello ha sido escandalosa en la Iglesia, en tiempos incluso del post-concilio.    Sería innumerable la lista de los bautizados que han tenido que casarse “por lo civil” –queriendo hacerlo por la Iglesia-   a causa de “trabas” puramente formales o muy fáciles de solventar,  por causa de una “burocracia” eclesial totalmente incompatible con el Evangelio. Y eso mismo pudiera extenderse a otros sacramentos como el bautismo, las primeras comuniones,  con implantación de exigencias  que -siendo rituales y hasta legales eclesiásticamente- por jerarquía normativa debieran ceder –habiendo razones- ante lo esencial.  Si habláramos de otros sacramentos como el  orden sagrado,  pudieran anotarse exigencias referibles a las personas de los candidatos que no son formales sino de proyección sobre la esencia y la cosa cambiaría. Pero en general….

Quiero con ello decir que no rechazo la idea de que, para recibir los sacramentos de la Iglesia, no se precisa hacer oposiciones previas a nada, como no sea a la escueta voluntad de recibirlos; sin excluir naturalmente las condiciones y los ritos, pero sin poner nunca, por delante de las esencias y los fondos, las formas. Las formas bien, pero en su sitio.

La otra frase dicha al parecer en la conferencia de mi querido amigo -¡ cómo siento no haber estado allí!- es la de no creer que, en España,  se dé en este momento una verdadera persecución contra la Iglesia.  La idea-frase –dicha en estos términos netos y crudos y referida a lo que elementalmente por “persecución” se entiende en el martirologio cristiano- es tan patente como indiscutible. Sin embargo, y como  no creo que sea este tan estricto sentido el de la frase dicha en la conferencia, quizás los matices le vengan bien.

EL laicismo ¿no se puede calificar de persecución contra la Iglesia, en las dos vertientes del mismo, la de reducirla a las sacristías y la de obstaculizarla en la medida de lo posible? ¿Acaso no hay otras maneras de matar que la de cortar  cabezas? Por eso: ¿no hay persecución contra la Iglesia? Según se mire y según sea  la idea que se tenga de persecución.    Anoto que uno de los allí presentes me indica más tarde que la idea del Sr. Cardenal al decirla y defenderla era la de  aleccionar sobre la necesidad de un talante positivo,  abierto, colaborador de los católicos en el seno de la sociedad y de la política, actuales en España.

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        ¿Nuevos rumbos, nuevos modos en la Iglesia?   Si rumbo es, como enseña el Diccionario, la dirección  de la marcha con las miras en la meta - el fin del caminar en definitiva- y los modos se revelan figuras de la sustancia según la circunstancia; y si, como Gracián enseña (Oráculo manual, 14), por los modos hasta la justicia y la razón se pueden perder, fácil será concluir que –tratándose de la Iglesia- los rumbos han de ser los del Evangelio –que es su verdadera constitución-; y que los modos nunca deberán comprometer –de ninguna manera- la marcha o el rumbo. Lo otro, lo contrario o distinto… sería “desorden”, y esto mala cosa es, como ya  mostrara en su tiempo san Agustín, al mandar observar el orden para no desbarrar.

       SANTIAGO PANIZO ORALLO

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