El papa Francisco en la parroquia greco-católica ucraniana de Roma




El domingo 28 de enero por la tarde, el papa Francisco visitó la Basílica de Santa Sofía en Roma (via Boccea, 478) para encontrarse con la comunidad greco-católica ucraniana, cuyo templo es una de las 24 iglesias 'sui iuris' de rito oriental en comunión con la Santa Sede. Los greco-católicos ucranios datan de la cristianización de la Rus de Kiev en el año 988. Actualmente cuentan con alrededor de un 10 por ciento de fieles y es una de las más importantes Iglesias en el país por detrás de las ortodoxas vinculadas al Patriarcado de Moscú y al de Kiev.

Estadísticas recientes dicen que en las 33 jurisdicciones que la conforman hay unos 40 obispos, cerca de 4.000 parroquias y más de 3.000 sacerdotes. Naturalmente la visita respondía a la invitación cursada por Su Beatitud Sviatoslav Shevchuk, arzobispo mayor de Kiev-Halyč de los ucranios.

Hasta la fecha, pues, han visitado el lugar tres papas: el beato Pablo VI, que lo hizo el 28 de septiembre de 1969 para consagrar la iglesia (cf. OR, 29-09-1969); san Juan Pablo II, que acudió el sábado 8 de septiembre de 1984 a rezar en la capilla ardiente del recién fallecido cardenal metropolita Slipyj; y ahora, según dejo dicho, Francisco, quien recordó en su discurso la historia de la comunidad católica en Ucrania y a tres figuras: al cardenal metropolita Josyf Slipyj; al salesiano monseñor Stepan Czmil, a quien conoció personalmente cuando era misionero en Argentina el año 1948, y que está enterrado en la cripta de la Basílica; y al cardenal Lubomyr Husar.

Por supuesto que no me voy a detener en el discurso papal, toda vez que ha salido comentado ya -¡más o menos, que de todo hay…!-, incluso a base de sus frases salientes, como en este mismo portal de RD. Sí quisiera, no obstante, ofrecer a mis lectores algunas claves de la visita, sobre todo teniendo en cuenta la dimensión ecuménica del momento.

El actual arzobispo mayor de Kyiv-Halyč, Sviatoslav Shevchuk, explicó que esta basílica se convirtió en un memorial. Hasta ahí iban las personas que no podían volver al país a causa de la represión comunista. Rezaban por sus difuntos. Es, por tanto, «un memorial para no olvidar las muchas iglesias destruidas durante la Unión Soviética y las millones de personas víctimas de la persecución nazi y comunista». Denunció luego la agresión que su país sufre a causa de Rusia desde que invadió Crimea hace 4 años. Dijo que dicha guerra ha sido totalmente olvidada por el mundo a pesar de que la crisis humanitaria que ha desencadenado es la peor en Europa desde la II Guerra Mundial. Un tercio de los 200.000 ucranianos que viven en Italia tienen menos de 30 años y el 7% del país fue invadido por Rusia y tiene al menos dos millones de desplazados.

Francisco, por su parte, alabó el coraje de los ucranianos y en concreto el de las mujeres: madres y abuelas que transmitieron la fe a sus hijos y que todavía hoy desenvuelven una gran labor social en Italia cuidando a personas enfermas y ancianas. Y al concluir, les reveló que todas las noches antes de acostarse reza a una imagen de la Virgen que le regaló el mismo arzobispo Sviatoslav Shevchuk antes de ser nombrado Arzobispo Mayor cuando vivía en Argentina, primero como auxiliar de la eparquía de Santa María de Buenos Aires y a partir del 10 de abril de 2010 como administrador apostólico de la misma sede bonaerense.



Para entender los entresijos de la visita, es preciso recordar de todos modos, siquiera sea someramente, un poco de su historia. Los greco-católicos de Ucrania se remiten a la Unión de Brest o Unión de Brześć, es decir, la decisión adoptada en 1596 por el metropolitanato de Kiev-Galitzia y toda la Rus de la Iglesia ortodoxa de romper su dependencia del patriarca de Constantinopla y entrar en comunión con la Iglesia católica bajo la autoridad del patriarca de Roma a fin de evitar la dominación del recién creado patriarcado de Moscú, fundado en 1589. La unión se formalizó, ya digo, en Bérest, o Brest, República de las Dos Naciones (o Comunidad polaco-lituana), en la moderna Bielorrusia, y el grupo resultante es la actual Iglesia greco-católica ucraniana.

Pero los estudios del metropolita Slipyj durante su cautiverio van más lejos aún, dado que no aceptan en modo alguno la denominación de uniatas porque nunca se separaron de Roma. Su primera sede –dicen y vuelven a decir-- es la de Kiev (muy anterior a la de Moscú…), y no como ahora se pretende, haciendo la vista gorda, al conceder a regañadientes Leópolis, e incluso el título de arzobispo mayor de Kiev-Halyč. A su arzobispo mayor le correspondería por derecho, más bien, el título de patriarca de Kiev, y esta es la razón de porqué el cardenal metropolita Slipyj padeció lo que no está en los escritos, y aguantó carros y carretas por mantener su comunión con el Papa.

Cierto es que Roma ha ido poco a poco concediendo metros a las aspiraciones patriarcales de los greco-católicos ucranios, pero no de modo suficiente ni satisfactorio. Ya veremos en qué paran las cosas andando el tiempo. Sobre este tema, conseguí de mi amigo el obispo Iván Choma, secretario particular y albacea del cardenal metropolita Slipyj, un esclarecedor artículo titulado «La Iglesia greco-católica en la URSS, ¿Iglesia uniata?», publicado en: Pastoral Ecuménica 10 (1993) 89-97.

Un segundo punto a considerar es el Pseudo-sínodo de Leópolis de 1946. Remito al lector a mi artículo El Pseudo-Sínodo de Leópolis (10.III.1946). I. La terrible verdad: http://equipoecumenicosabinnanigo. blogspot. com. es/2016/03/ el-pseudo-sinodo-de-leopolis-10iii1946.html. «El 10 de marzo de 1946, en Leópolis, en efecto, la Iglesia ortodoxa de Rusia integró en su seno por la fuerza a la Iglesia greco-católica ucraniana bajo la presión del poder soviético. En el momento en que los participantes en el sínodo votaron el 8 y 9 de marzo por la « reunificación » de su Iglesia al patriarcado de Moscú todos los obispos greco-católicos ucranianos se hallaban en prisión bajo cerrojos. Los 216 sacerdotes y 19 laicos reunidos en la catedral de San Jorge de Leópolis por el NKVD, antepasado del KGB, estaban a merced de un «grupo de iniciativa» conducido por dos obispos ortodoxos, Antony Pelvetsky y Myhailo Melnyk, y por un sacerdote ortodoxo Gavril Kostelnyk.

Los archivos desclasificados a raíz del desplome soviético revelan que fue Stalin mismo quien decidió la eliminación de esta Iglesia greco-católica ucraniana en febrero de 1945, doce días después de la conferencia de Yalta (4-11/II/1945) tenida en compañía de Winston Churchill y Franklin D. Roosevelt. Decidió liquidarla por «aliada del Vaticano», es decir, de una potencia enemiga. ¡Se ve que el rebotado seminarista de Tiflis tenía fantasía y odio de lobo carnicero!

El pseudo-Sínodo de Leópolis decidió: 1) «Anular las decisiones del concilio de Brest (1596), abolir la unión, anular la dependencia de Roma y tornar…a la santa fe ortodoxa de los padres y a la Iglesia ortodoxa rusa». 2) «Pedir al santísimo Patriarca de Moscú y de toda la Rus' acoger a la Iglesia greco-católica en el seno de la Iglesia ortodoxa rusa». Y 3) Desunirse (dicha Iglesia uniata) del Vaticano, que «se había puesto totalmente de parte del fascismo sanguinario y había cerrado filas contra la Unión Soviética, la cual... ha salvado a nuestro pueblo ucranio de la esclavitud y de la destrucción». ¡Y la Iglesia ortodoxa rusa se quedó tan ancha! ¡Y sigue impertérrita sin admitir el desafuero ni pedir perdón, que sería lo conveniente, oportuno, caritativo y ecuménico!

No hay la menor duda de que este sínodo fue anticanónico por no haber participado en él ningún obispo (lo hicieron sólo un sexto de los 1.270 sacerdotes). Fue, no obstante, suficiente para acarrear una dura persecución a los creyentes que no aceptaron las deliberaciones. Con el pretexto de ejecutar las decisiones del sínodo de Leópolis, en los tres años sucesivos (1946-1949) se efectuó la destrucción completa de la Iglesia católica de rito oriental en territorio de la URSS. Los obispos fueron arrestados y todas las mansiones episcopales incautadas por agentes del patriarcado de Moscú. El clero, en parte abjuró del catolicismo, en parte fue encarcelado, y en parte entró en la clandestinidad.

Todas las iglesias de los católicos (cerca de 3000, que históricamente jamás habían pertenecido al patriarcado de Moscú) fueron asignadas a la Iglesia ortodoxa rusa. Los creyentes –en 1943 eran cerca de 4 millones- en parte comenzaron a frecuentar las iglesias ortodoxas (que eran las mismas frecuentadas antes y allí se celebraban fundamentalmente los mismos ritos, acaso hasta con los mismos sacerdotes); una parte más conspicua se opuso a la nueva situación y continuó viviendo y transmitiendo la propia fe católica por más de cuarenta años en la clandestinidad.

En carta del 22/II/2006 (fiesta de la Cátedra de San Pedro Apóstol) al señor cardenal Lubomyr Husar, arzobispo mayor de Kiev- Halyč, con motivo de «los tristes acontecimientos que tuvieron lugar, al inicio de marzo de hace 60 años, en la catedral de San Jorge en Leópolis», el papa Benedicto XVI escribía: «En aquellos tristes días de marzo de 1946 un grupo de eclesiásticos, reunidos en un seudosínodo que se arrogó el derecho de representar a la Iglesia, atentó gravemente contra la unidad eclesial.

Después, se intensificó la violencia contra los que habían permanecido fieles a la unión con el Obispo de Roma, provocando ulteriores sufrimientos y obligando a la Iglesia a bajar de nuevo a las catacumbas. Pero, aun en medio de indecibles pruebas y padecimientos, la divina Providencia no permitió la desaparición de una comunidad que, a lo largo de los siglos, había sido considerada parte legítima y viva de la identidad del pueblo ucraniano. Así, la Iglesia greco-católica siguió dando su testimonio de la unidad, la santidad, la catolicidad y la apostolicidad de la Iglesia de Cristo».

El metropolita Josyf Slipyj estaba en campos de concentración cuando se perpetraron estas atrocidades canónicas. Jamás abjuró de su fe, y jamás claudicó ante la voluntad de Stalin, la cual pretendía ¡ahí es nada!: hacerle renegar de Roma y, a cambio, ponerle, dentro de la Iglesia ortodoxa rusa, como Patriarca de Moscú y de todas las Rusias. ¡Así, por las bravas y como quien no quiere la cosa! De todo lo cual, la Iglesia ortodoxa rusa de hoy no ha dicho ni mu. Sí lo han hecho pidiendo disculpas grupos valientes de laicos que no pueden soportar tanta vileza y están avergonzados del comportamiento de algunos de sus jerarcas.

Otro punto digno de consideración es el encuentro del papa Francisco y el patriarca Kirill en La Habana el 12 de febrero de 2016. Ese comunicado de 30 números tiene uno, que dice lo siguiente: «27. Esperamos que la división entre los creyentes ortodoxos en Ucrania sea vencida sobre la base de las normas canónicas existentes, que todos los cristianos ortodoxos de Ucrania vivan en paz y armonía, y que las comunidades católicas del país contribuyan a ello, para que nuestra hermandad cristiana sea aún más evidente». En este número, bien claro está, se habla de los cristianos ortodoxos de Ucrania. Pero… ¿y de los greco-católicos? ¿Basta con escribir las comunidades católicas? ¿No hubiera sido conveniente una referencia más precisa, siendo así que conviven con las otras Iglesias?

Este y otros muchos detalles imposibles ahora de reseñar por menudo hicieron saltar las alarmas de los greco-católicos, y el arzobispo Sviatoslav, ni corto ni perezoso, dejó constancia de su decepción. Terminada su visita pastoral a México, el papa Francisco aprovechó la rueda de prensa que suele conceder en el avión al regresar de sus viajes apostólicos para expresar su preocupación al respecto:



«Sobre la declaración de los ucranianos: cuando la leí, me preocupé un poco, porque la hizo el arzobispo mayor de Kiev-Halyč de los ucranianos, Sviatoslav Shevchuk. Yo conozco muy bien a Sviatoslav, trabajamos 4 años juntos en Buenos Aires. Cuando, a los 42 años, fue elegido arzobispo mayor, vino a despedirse y me regaló un icono de la Virgen de la ternura, y me dijo: ‘Me ha acompañado toda la vida, quiero dejártela a ti, porque me has acompañado estos cuatro años'. Y la tengo en Roma, entre las pocas cosas que me llevé de Buenos Aires. Lo respeto, nos hablamos de tú; me pareció un poco extraña su declaración.

Pero, para comprender una noticia o una declaración hay que buscar la hermenéutica de conjunto. Y esa declaración de Shevchuk está en el último párrafo de una larga entrevista. Él se declara hijo de la Iglesia, en comunión con el Obispo de Roma, habla sobre el Papa y su cercanía al Papa. Sobre la parte dogmática, ninguna dificultad: es ortodoxa en el buen sentido de la palabra, es decir es doctrina católica. Y luego cada quien tiene el derecho de expresar sus opiniones, son sus ideas personales. Todo lo que dijo fue sobre el documento, no sobre el encuentro con Kirill. El documento es discutible, y también hay que añadir que Ucrania está en un momento de guerra, de sufrimiento: muchas veces he manifestado mi cercanía al pueblo ucraniano. Se comprende que un pueblo en esa situación sienta esto, el documento es opinable sobre esta cuestión de Ucrania, pero en esa parte de la declaración se pide detener esta guerra, que se llegue a acuerdos.

Yo, en lo personal, espero que los acuerdos de Minsk sigan adelante y que no se borre con el codo lo que se escribió con la mano. He recibido a ambos presidentes, y por eso cuando Shevchuk dice que escuchó a su pueblo decir esto, lo comprendo. No hay que espantarse por esa frase. Una noticia debe ser interpretada con la hermenéutica del conjunto, no de la parte».

¿De qué se preocupaba Francisco, pues? La respuesta viene dada en los siguientes párrafos del propio Sviatoslav, horas después de la Declaración conjunta en La Habana: «Son muchos los que se sienten traicionados por el Vaticano, decepcionados por la naturaleza de media verdad de este documento, que ven como un apoyo indirecto de la Santa Sede a la agresión rusa contra Ucrania». Severa crítica esta compartida, además, por el nuncio apostólico en Ucrania, arzobispo Claudio Gugerotti, lo que ya es más para preocupar, pues demuestra que Sviatoslav no habla a humo de pajas, ni por capricho.

Aunque la Declaración contiene elementos positivos, «los puntos que conciernen en general a Ucrania, y en particular a la Iglesia greco-católica ucraniana –prosigue Sviatoslav-, levantan más preguntas que respuestas». «Oficialmente se ha informado de que este documento es fruto del esfuerzo conjunto entre el metropolita Hilarión (Alfeyev), por parte ortodoxa, y del cardenal Koch con el Consejo Pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos (CPPUC), por parte católica. Sviatoslav, pues, con lo que sigue, manda un recadito a ambos que, a mi juicio, tampoco tiene desperdicio.

«Para un documento que se entendía como no teológico, sino esencialmente socio-político, es difícil imaginar un equipo más débil del que ha redactado este texto. El citado Consejo Pontificio es competente en campo teológico de las relaciones con las distintas Iglesias y comunidades cristianas, pero no es experto en materia de política internacional, en especial en materias tan delicadas como la agresión de Rusia en Ucrania. Por consiguiente, la impronta deseada para el documento ha ido más allá de sus capacidades. Esto ha sido utilizado por el Departamento de asuntos exteriores de la Iglesia ortodoxa rusa que, en primer lugar, es el instrumento de la diplomacia y de la política externa del patriarcado de Moscú».

Dicho con otras palabras: de parte rusa lo ha cocinado todo el metropolita Hilarión (al único que se ve por Roma cada dos por tres, ¿dónde está el patriarcal Kirill que todavía no se ha dignado visitar Roma como patriarca?). Y de parte católica, Sviatoslav viene a sugerir que el matiz político de la cuestión debió sacarlo adelante el cardenal Secretario de Estado, monseñor Parolín, y el ecuménico quien lo hizo, o sea el cardenal Koch.



Entiendo que lo más duro viene a continuación con esta frase: «Quisiera observar que, como cabeza de nuestra Iglesia (greco-católica), soy miembro oficial del CPPUC, nombrado por el papa Benedicto. Sin embargo, nadie me ha invitado a expresar mis pensamientos y, por lo tanto, en sustancia, como ya había sucedido en el pasado, han hablado de nosotros sin nosotros, sin darnos una voz». Ni en los tiempos de Willebrands llegaron a tanto.

Esto en ecumenismo es grave: Unitatis redintegratio decreta oír siempre a la otra parte –ubi unusquisque par cum pari agat (UR, 9)-, máxime si no es otra, como aquí, sino la misma. ¿Acaso no piensa igual el cardenal Koch? Algo tenía que hacer Francisco, por tanto, para temperar esta incomodidad de los greco-católicos, sobre todo teniendo en cuenta que Hilarión siguió atizando al joven Sviatoslav en cuantas conferencias de prensa lo creía oportuno.

Esa intervención de Francisco llegó a menos de un mes del encuentro de La Habana (cf. mi artículo: El Pseudo-Sínodo de Leópolis (10-III-1946). III. Caridad y Verdad: http://equipoecumenicosabinnanigo.blogspot.com.es/2016/03/el-pseudo-sinodo- de-leopolis-iii-parte.html.

Francisco escribió a su beatitud Sviatoslav Shevchuk el 5-3-2016, con motivo del 70º Aniversario del pseudo-Sínodo en Leópolis. Entre otras cosas, decía: «La Iglesia greco-católica ucraniana en estos días conmemora los tristes acontecimientos de marzo del 1946. Setenta años hace ahora, el contexto ideológico y político, así como las ideas contrarias a la existencia misma de vuestra Iglesia, llevaron a la organización de un pseudo-Sínodo en Leópolis, provocando en los pastores y en los fieles decenios de sufrimiento».

De ahí que «en el recuerdo de estos sucesos –asegura el Papa-, inclinamos la cabeza con profunda gratitud frente a aquellos que, también con el precio de tribulaciones e incluso del martirio, durante este tiempo han testimoniado la fe, vivida con devoción en la propia Iglesia y en unión indefectible con el Sucesor de Pedro. Al mismo tiempo –prosigue– con ojos iluminados por la misma fe, miramos al Señor Jesucristo, poniendo en Él, y no en la justicia humana, toda nuestra esperanza».

Cae por su peso que un Papa que está un día sí y otro también hablando del Ecumenismo de la sangre no podía pasar en modo alguno por alto el derramamiento de sangre que acarreó aquel nefasto Pseudo-sínodo de Leópolis de 1946. Y en cuanto a las palabras miramos al Señor Jesucristo, poniendo en Él, y no en la justicia humana, toda nuestra esperanza quiero pensar que no impedirán hacérselo saber a Hilarión y al propio Kirill. Porque el ecumenismo no es hacer la vista gorda, sino afrontar los problemas y resolverlos hasta hacer brillar la unidad en la verdad.

Francisco, además, tuvo por eso la deferencia de recibir a la plana mayor de la Iglesia greco-católica el 5 de marzo de 2016, la cual le obsequió con el icono de Nuestra Señora de la Misericordia. Horas antes (jueves 3 de marzo del 2016) habían concelebrado la Divina Liturgia en el altar mayor de la basílica de Santa María la Mayor (Roma).



Tampoco en ese momento su arzobispo mayor Sviatoslav se mordió la lengua: se dirigió brevemente a los fieles en italiano, refiriéndose a las persecuciones que la Iglesia greco-católica de Ucrania ha sufrido a lo largo de los años, y cómo «la voz del Maligno» (La voce del maligno), hace 70 años, intentó obligar a la Iglesia ucraniana a renunciar a su fidelidad a la Sede de Pedro. A continuación, declaró que la misma voz busca ahora convencerles de que se conviertan a la fe ortodoxa o se unan al Patriarcado de Moscú «a fin de no ser un obstáculo» -vamos, que apostaten y amén-. La celebración de la Divina Liturgia en una Basílica Pontificia en Roma es, por lo tanto, un signo concreto de la continua fidelidad de la Iglesia greco-católica a la Sede de Pedro.

En esta onda de fidelidad procede incluir el resto de mis reflexiones, que pasan de largo ahora por la espantada del metropolita Hilarión en Rávena, ante la Comisión Mixta Internacional para el Diálogo Teológico; por la que dio igualmente el patriarca Kirill no asistiendo al Grande y Santo Concilio panortodoxo de Creta; y, en fin, por una postura más dúctil y comprensiva y evangélica en la solución de la guerra de Ucrania.

Sigo pensando que la anexión de Crimea, lejos de ensanchar el horizonte ecuménico, no ha hecho sino que las distintas Iglesias ortodoxas, incluidos greco-católicos, cierren filas en la defensa de Ucrania, donde se ve al representante del patriarcado de Moscú como un intruso en Kiev, pese a la presión rusófila. Más hubiera ganado Kirill de haber pedido primero perdón a los greco-católicos por lo de Leópolis en 1946, como los ortodoxos de Ucrania, y no empeñado en seguir recurriendo a su delfín Hilarión para que largue en ruedas de prensa descalificaciones y despropósitos. Entonces sí que, dado ese paso adelante, estaría practicando un ecumenismo en caridad y verdad.

En el discurso de bienvenida al Papa, Sviatoslav citó la guerra en Ucrania, sus atroces consecuencias, sus devastadores efectos. Y al final, entre sonrisas (seguí la ceremonia en directo por la TV [News.Va]), esto: «Gracias, Santo Padre, por recordar a nuestro pueblo en la oración…, por habernos visitado aquí, en Roma. Esperamos que esta visita sea sólo el primer paso y un auspicio para una visita suya a Ucrania. Gracias, Santo Padre».



¿Agarrará el papa Francisco a este toro por los cuernos? Y conste que escribo «agarrará», porque, como buen argentino que Francisco es, el otro verbo más común que usamos en España (coger al toro por los cuernos) se le haría punto menos que imposible de pronunciar. Ahora bien, si el tema empieza haciéndosele imposible por un quítame allá esas pajas lexicales de un verbo, ya me contarás tratándose del toro…, sobre todo si es astifino y peleón…

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