José de Segovia Stott y el infierno (21)

Su nombre aparece siempre el primero en los listados de teólogos evangélicos que hubieran cuestionado la doctrina tradicional del infierno. ¿Cómo es esto posible?

Es totalmente injusto decir que alguien con tanta conciencia del consenso histórico, como fue John Stott (1921-2011), negara el infierno.

La experiencia que tenemos de la vida es tan ambigua, que no conocemos bien sin mal. No hay bondad pura. Siempre está mezclada con intereses mezquinos. Incluso el mal que hay en este mundo, no es sin restricciones, sea por la conciencia, el gobierno, o la Providencia misma. Es casi imposible para nosotros, imaginar una bondad como la del cielo y una maldad como la del infierno. No sabemos de qué estamos hablando. 

No hay doctrina cristiana tan impopular como la del infierno. Por muchos intentos que se hagan de desmantelar esta “bomba” teológica, es difícil escapar de la claridad con la que Jesús habla de ello. No es el Dios del Antiguo Testamento, como la gente cree, quien lo enseña, sino Jesús. Es difícil pasar por alto, palabras como las de Mateo 5:24-30, Marcos 9:42-48, o Lucas 16:19-31. Algunos dirán que son parábolas, metáforas, o lenguaje que no podemos tomar literalmente, pero son expresiones que nos molestan tanto, que preferiríamos que estuvieran en otros labios. Nuestros patéticos esfuerzos porque digan otra cosa de lo que dicen, coinciden sospechosamente con nuestro natural rechazo a ellas. 

Para alguien con tanta conciencia del consenso histórico, como fue John Stott (1921-2011), sería impensable decir que negara el infierno. Cuando se resumen así los comentarios que hizo sobre el tema al final de su vida, no se puede hacer mayor injusticia a lo poco que dijo y escribió sobre esta cuestión. Cualquiera de los que tratamos con él en aquella época, como pudiera ser Pablo Martínez Vila o yo mismo, somos testigos de que cuando se le preguntaba, nunca dijo que no creyera en el infierno. De hecho, no escribió ningún artículo o libro sobre el tema. 

Las únicas referencias que todavía hoy se pueden encontrar en Internet o en cualquier sitio, son a un diálogo con un teólogo liberal llamado David Edwards, en 1988, publicadas con el título de Essentials. Fuera de ello, no hay más que unas declaraciones para decir que se trataba de una mera hipótesis sobre la forma que el fuego de la condenación eterna pudiera tener de destrucción o aniquilación. Su nombre aparece, sin embargo, siempre el primero en los listados de teólogos evangélicos que hubieran cuestionado la doctrina tradicional del infierno… ¿Cómo es esto posible?

El único predicador que tuvo una influencia semejante a Stott, el siglo pasado, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo, fue Billy Graham.

“Caza de herejes”

La influencia que adquirió Stott, tanto en Gran Bretaña como en el resto del mundo, hizo que muchos se sintieran eclipsados por la importancia que tenía en el medio evangélico. En cierto sentido, hasta J. I. Packer (1926-2020) se tiene que marchar a América, al verse convertido en una figura secundaria en el propio anglicanismo evangélico británico. El único predicador que tuvo una influencia semejante a Stott, el siglo pasado, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo, fue Billy Graham (1928-2018). 

El evangelista americano fue el centro de todos los ataques doctrinales del neo-fundamentalismo de la posguerra, al no poder hacer ninguna acusación de inmoralidad sexual contra él. Le calificaron de ecuménico, universalista y todo lo que hiciera falta, pero con Stott, la cosa no era tan fácil. No sólo era de una integridad ética libre de toda sospecha, sino que era además, un ejemplo de humildad y vida sencilla, que avergonzaba a cualquier predicador estadounidense, por la simplicidad con la que vivía. Le acusaban de compromiso eclesial por su anglicanismo, pero no encontraban ninguna desviación doctrinal en su extensa obra –que va desde la teología sistemática a los comentarios bíblicos, pasando por la ética y las cuestiones pastorales–, hasta llegar a la controversia sobre el infierno en los años 90. 

Sobra decir que no hay predicador, por muy conservador que sea, al que no hayan acusado de errores doctrinales. Basta un ejemplo de paradigma de la “sana doctrina”, como puede ser para algunos, John MacArthur, para recordar que ha sido cuestionado por enseñanzas tan fundamentales como negar la filiación eterna del Hijo. Repetidamente, tanto de palabra como por escrito, aseguraba en base a Romanos 1:4, que Jesucristo no es Hijo de Dios hasta su resurrección. Esta especulación, que fue objeto de muchas controversias al principio de las Asambleas de Hermanos, fue abandonada ante el consenso de la cristiandad sobre el carácter eterno de la filiación del Hijo. MacArhur insistió en ello, sin embargo, hasta que no tuvo más remedio que eliminar estas afirmaciones de sus libros. ¿Quiere decir eso que MacArhur es un hereje? ¡Por supuesto que no! Lo que quiero decir es que no hay nadie que esté libre de errores teológicos… ¡Sólo la Biblia es infalible!

El texto que provoca la controversia sobre  el infierno son apenas un par de páginas de un diálogo con un teólogo liberal llamado David Edwards en 1988, publicado por Hodder & Stoughton.

“El fuego que nunca se apaga”

Stott creía en el diálogo y tal como era su costumbre, no rehusó hablar con un teólogo que se calificaba a sí mismo de “liberal”, como David Edwards, para aclarar “lo esencial” de sus diferencias con los “evangélicos”. En el último apartado del libro que publicó Hodder & Stoughton, Stott expone “El Evangelio para el mundo”. En la página 287, Edwards se pregunta qué lugar tiene “el fuego del infierno” en el mensaje evangélico, para ser fieles a las palabras de Jesús. Cita el Pacto de Lausana, que Stott redactó en 1974, para desechar “toda forma de sincretismo y diálogo que implique que Cristo habla en cualquier religión o ideología”, afirmando que “todos los que rechazan a Cristo se condenan a la separación eterna de Dios”. Edwards observa que para Stott, el conocimiento natural de Romanos 1 nos condena. Le pregunta entonces, si su preferencia por el término “separación” a “castigo” significa que el “perecer” del que habla Jesús en Mateo 18:14 o Lucas 13:3-5 podría suponer una “inmortalidad condicional”. 

Stott no habla de “inmortalidad condicional”, porque no cree que sea bíblico hablar de la “inmortalidad del alma”. Ese es un concepto filosófico griego, pero desarrolla en detalle el sentido que puede tener “el fuego eterno” como “aniquilación”. El argumento es básicamente filológico. No es el planteamiento adventista o de los Testigos de Jehová del aniquilacionismo, sino que refleja la argumentación del abogado y teólogo de las Iglesias de Cristo, Edward Fudge, sobre El fuego que nunca se apaga –publicado en 1982 con un prólogo del profesor de las Asambleas de Hermanos, F. F. Bruce–. Muestra los problemas que esa hipótesis tiene: al hablar de “el gusano que no muere” junto al “fuego que nunca se apaga” (Marcos 9:48); el contraste del “castigo eterno” con la “vida eterna” (Mateo 25:46); la agonía del rico en Lucas 16; y “el tormento día y noche por los siglos de los siglos” de Apocalipsis (20:10). Sin embargo, concluye que es “justa” y legitima, esa alternativa de interpretación bíblica al “tormento consciente eterno”. 

El problema para muchos, empezando por Packer, es que su planteamiento es por razones sentimentales. Me recuerda la argumentación de otro predicador conservador tan fiel a la Biblia como es David Burt, que también cuestiona la interpretación tradicional del infierno en su librito En el umbral de la muerte. Ambos desarrollan un argumento filológico, pero parten del mismo presupuesto que Stott: una objeción sentimental. Stott dice: “Emocionalmente, encuentro el concepto intolerable y no entiendo cómo puede la gente vivir con ello, sin cauterizar sus sentimientos, o romperse bajo la tensión” (p, 314). No obstante, reconoce que “nuestras emociones son una guía fluctuante y poco fiable, para la verdad, que no se puede poner por encima de la autoridad suprema de la Palabra de Dios”. Aunque al considerarla de nuevo, se abre a la “posibilidad” de que la Escritura apunte a una “aniquilación”, en vez del “tormento consciente eterno” tradicional. 

Depravación total

Si hay una doctrina de la Reforma sobre la que Stott insistía continuamente, esa es la “depravación total del hombre”. Bien entendida, como solía decir, todo cristiano tiene que aceptarla. No significa ni más ni menos, que no hay aspecto de la vida humana que esté libre de pecado, ¡incluida la mente! La pretensión por la que algunos se enorgullecen de su “sana doctrina” es una completa contradicción con la enseñanza bíblica de que no entendemos como debiéramos. Nadie tiene un conocimiento perfecto de la verdad de Dios. El Espíritu Santo nos ayuda a entender la Biblia, pero nuestra compresión de ella no es infalible, como la Escritura.

Ha habido una redefinición del castigo eterno, frente al consenso de la Iglesia antigua, que encontramos en el catolicismo-romano, la ortodoxia oriental y el protestantismo histórico.

Su razonamiento sobre este tema me parece que está en contradicción con algo que él siempre repetía. Cuando llegamos a una conclusión diferente a lo que el cristianismo histórico ha estado enseñando durante siglos, debemos dudar si es eso realmente lo que dice el texto. Ya que como él solía decir, durante más de veinte siglos cada generación ha estado leyendo el mismo Libro en todo lugar, ¿cómo es que yo ahora descubro “el verdadero sentido” de estas palabras? La tradición no es una autoridad independiente de la Escritura, pero te muestra cuando puedes tener una interpretación equivocada.

A decir verdad, Stott insistió siempre que habló sobre el tema, que era una “mera hipótesis”. Lo único que decía es que estaba abierto a esta “posible interpretación”. No es justo, por lo tanto, poner su nombre para encabezar una lista de teólogos que sí que han escrito extensamente sobre la cuestión y han rechazado abiertamente la postura tradicional – ¡menos aún, resumir todo esto diciendo que él niega el infierno! –. Lo que está claro es que ha habido una redefinición en la teología evangélica del “castigo eterno”, frente al consenso de la Iglesia antigua, cuando como Packer dice, tanto el catolicismo-romano como la ortodoxia oriental y el protestantismo histórico han rechazado tanto el universalismo como el aniquilacionismo. Lo que no se puede es juntar las dos cosas. Stott dijo claramente: “No soy, ni puedo ser universalista”. 

“Descendió a los infiernos”

Si la defensa de Bruce de la tesis de Fudge sorprendió a muchos en las Asambleas de Hermanos, John Wenham tomó esa posición en el anglicanismo evangélico junto al episcopal reformado Philip Hughes en Estados Unidos. Lo que a Stott más le molestó es que Packer usara su nombre en una conferencia en Australia, por rechazar “el obvio sentido de la Escritura”, algo que repitió luego en Trinity, en el año 1989. Lo que provocó un extenso reportaje en la revista Christianity Today –fundada por Billy Graham y que en esa época tenía a Packer como su principal asesor teológico–, junto a multitud de libelos de autores como John Gerstner –profesor y colaborador de Sproul–, que tiene un lenguaje tan agresivo, que te dan ganas de tomar la postura opuesta. Todo llevó a unos excesos que el biógrafo de Stott, Dudley-Smith, llega a calificar de “calumnia” la afirmación de que Stott “negaba el infierno”.

Lo que a Stott más le molestó es que Packer usara su nombre en una conferencia en Australia, por rechazar lo que considera el obvio sentido de la Escritura, algo que repitió luego en Trinity, el año 1989.

El año 2000 la Alianza Evangélica encargó Un informe sobre la naturaleza del infierno a la comisión para la unidad y verdad entre los evangélicos. Constata la división de opiniones, pero llama al diálogo y al respeto a los que llama “tradicionalistas” y “condicionalistas”. La verdad es que ahora el infierno se ve más como una “decisión” personal, al estilo de C. S. Lewis, o una “separación” en los términos del Pacto de Lausana. Yo creo en la realidad del infierno porque, como Stott, creo que la Cruz es central a la fe cristiana. Como él, rechazo el universalismo, porque, ¿cómo puedo decir que Dios no va a castigar a nadie, si llevó a su Hijo al Calvario?

Creo con el Símbolo Apostólico, a diferencia de Grudem, que Cristo “descendió a los infiernos”. Ya que conoció el horror de la separación del Padre y el tormento de la ira divina, para que yo no tenga que pasar por ellos. Si la salvación me asombra, es porque creo que merezco el juicio y la condenación de Dios. Es sólo por la fe, que creo que “no hay condenación para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1). Y tiemblo ante “el horror de caer en manos del Dios vivo” (Hebreos 10:31). Es por eso que no puedo hablar de ello sin lágrimas, como decía M´Cheyne. No hay otro refugio de la ira venidera que la Cruz del Calvario. Y esa supone un tormento eterno.

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