Audaz relectura del cristianismo (61) Eutanasia y suicidio asistido

¿Acortamiento de la vida o de la muerte?

Naturaleza y vida

De persistir en ver la vida como positiva y la muerte como negativa, ¿por qué se juzga la eutanasia como acortamiento de la vida y no de la muerte?

Comenzaré esta reflexión, tan expuesta y peliaguda, diciendo que soy acérrimo defensor de la vida humana: en ella no solamente veo la mayor de las gracias de Dios, sino también la razón del mensaje evangélico y la confluencia de la excepcional personalidad de Jesús de Nazaret. Además, es el más sólido cimiento del principio moral rector de la conducta humana, pues es bueno (valor) cuanto la favorece y malo (contravalor) cuanto la perjudica.

Santa Teresa

“Muero porque no muero”

La eutanasia es tema tan peliagudo que su sola mención hace saltar las alarmas, enrojece de ira a muchos y aflora prejuicios muy enquistados. Vade retro, Satana!, me dirá algún piadoso lector, por adentrarme en propiedad privada vallada o emprender un camino vedado. Conservar la vida en su más verde materialidad incluso más allá de lo razonable es lo que dictan los cánones, las costumbres, los dogmas, los mandamientos, las ordenanzas y los principios morales al uso. Sin embargo, los prejuicios ocultan que la muerte es lo más preciado de la vida y morir, el acto más densamente vital.

Proclamar la negatividad del tránsito del tiempo a la eternidad debería ser blasfemia en boca de un cristiano. La gran Teresa valora la vida como una mala noche en una mala posada, y la muerte como irrupción de la alta vida anhelada, en ingenioso trastrueque de funciones. Sea cual sea nuestro sentir, la muerte consuma la vida. Con la muerte irrumpe de lleno lo divino y llega el descanso eterno.

Abrazo místico de Dios

Libertad y gozo

Por osado que le parezca a mi pío lector, el hombre nunca será definitivamente libre hasta ganarse la libertad de morir. Hablo de una libertad que siempre es positiva, cosa que no sería la de morir si la muerte diera paso a la nada.

En lo religioso, la muerte es el abrazo místico de Dios irrumpiendo en plenitud y, en lo social, el momento de mayor acompañamiento y el más propicio para un sincero panegírico. La sociedad occidental ve la muerte como un mazazo y el no creyente se consuela pensando que es el final de todo sufrimiento, pero el cristiano debería verla como el supremo gozo del encuentro con Dios cara a cara. Mi docto interpelante, de seguir pensando que la muerte nos arrebata la vida, sospechará que esta mañana me he levantado algo atolondrado.

Un buen día, el gesto de un gran teólogo nos sorprendió gratamente a un grupo de amigos cuando, para celebrar la muerte de un ser muy querido suyo, nos invitó a brindar con un excelente vino, de calidad equiparable a la dignidad del fenecido y a la emotividad del acto. ¡Hermosa  y muy atinada celebración! ¿Por qué entonces los occidentales envolvemos la muerte en llanto, luto, depresión y resignación? 

Eutanasia y suicidio asistido

Entiendo por eutanasia la muerte tranquila y programada del enfermo desahuciado y por suicidio asistido la ayuda social a morir racionalmente a un desesperado de la vida. Todos tenemos el derecho de morir dignamente y con el menor dolor posible. Entre ambos conceptos no hay diferencia jurídica ni moral, como no la hay entre el desahucio de la vida y la desesperación. 

Eutanasia

El mayor servicio que la sociedad puede prestar a los ciudadanos es ayudarlos a morir dignamente. Lo entienden bien los ciudadanos (manifestaciones, firmas, altos porcentajes a favor de la eutanasia), pero los políticos y los dirigentes religiosos se resisten a entenderlo por distintos intereses. Que una vida sea digna exige tener la libertad de programar una muerte razonable.

No soy un atrevido Prometeo que pretende robar a los dioses uno de sus más esplendorosos tesoros, el de disponer a capricho de la vida de los mortales. No debe importarnos que los códigos morales, contraviniendo su razón de ser, no reconozcan la libertad de elegir el modo de morir, sino que el sentido común y la piedad humana estén de nuestra parte.

La vida humana es del hombre y este, de Dios

La vida se me ha dado como un talento que debo explotar. Responsabilidad mía es lo que haga con él, malgastándolo, enterrándolo o explotándolo (Mt 25: 14-30). Dios es mi dueño desde antes de nacer, mientras vivo y después de muerto. Mi libertad de morir se mimetiza con la responsabilidad que tengo de devolverle crecido el talento o talentos que me ha regalado. De ahí que nadie pueda arrebatarme el derecho de suicidarme si esa es mi opción, ni el de pedirle a la sociedad que me ayude a morir si mis fuerzas me fallan o no puedo hacerlo más que salvajemente. Si soy un enfermo terminal o la desesperación me ancla a la muerte, la sociedad debe acudir en mi ayuda.  En el primer caso me ahorrarán un gran sufrimiento y, en el segundo, que cometa una salvajada.

Recuerdo por el suicidio de un adolescente

La sociedad contravendría su principal misión si, estando enfermo, no me deja más alternativa que la de lanzarme de la cama arrancado los tubos y los cables que me sujetan a la vida, o, estando desesperado, la de tirarme a las ruedas de un tren, destriparme contra una acera, descerrajarme un tiro en la sien o colgarme de un árbol. Es muy inhumano tener que morir rabiando de dolores o por una autoagresión cruel. Tengamos en cuenta que son unos dos mil los que piden cada año la eutanasia y que se produce un suicidio cada cuarenta segundos.

Subrayemos de paso que una buena programación del suicidio asistido le da a la sociedad una oportunidad de oro para recuperar al potencial suicida haciendo que su desesperación remita. De hecho, los suicidios fallidos se convierten muchas veces en punto de inflexión para un retorno laborioso.

Cuestión de compasión y piedad

La sociedad debe reconocer a los ciudadanos su derecho a vivir y a culminar su vida de forma razonable. El enfermo desahuciado por sus padecimientos y el potencial suicida por su desesperación tienen derecho a la compasión y a la piedad humanas que brotan del sentido común, compasión y piedad que están en la base tanto del derecho a vivir como del derecho a morir dignamente. La regulación social y moral de la muerte no debe perseguir más meta que acortar la muerte y reducir su dramatismo.

Petición de eutanasia

El desahucio vital y la depresión suicida son ya muertes en acción. La eutanasia no arrebata una vida finiquitada, sino que acorta una muerte que tarda en materializarse. El suicidio asistido hace que una muerte espeluznante ocurra con dignidad. Si de verdad amamos la vida y la envolvemos en mimo, no deberíamos negar compasión a quien necesita imperiosamente ponerle fin. Somos dueños de nuestra propia vida y Dios, repito, lo es de nosotros.

Resumiendo, compasión y piedad para achicar el tiempo de muerte y quitar hierro a la autoagresión cruel del suicida. El sufrido lector entenderá que, por razón de espacio, no entre aquí en otros muchos pros sólidos y no denuncie la inconsistencia de sus escasos contras circunstanciales.

Correo electrónico: ramonhernandezmartin@gmail.com

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