Hermenéutica abierta del Papa Francisco

Hermenéutica significa interpretación, y resulta obvio que el Papa Francisco inaugura una hermenéutica abierta y una interpretación aperturista en medio de la Iglesia. Esta apertura lo es hacia adentro y hacia afuera, a través de los intersticios, abriendo puentes como auténtico “pontífice”, en lugar de cerrarlos pontificando. Por eso no se presenta como un Papa o Patriarca sino como un Fratriarca, como el Obispo de Roma, primado o primero entre los iguales (primus inter pares), y no como primado o primero entre los desiguales (primus inter ceteros).
Ahora todos somos pecadores ante Dios y ante los hombres, pero pecadores arrepentidos, y no pecadores corruptos sin arrepentimiento.La Iglesia se abre y avanza recuperando precisamente los valores evangélicos de la pobreza, la compasión y el perdón, algo tan humano y tan cristiano que parece mentira que lo hayamos puesto entre paréntesis. Como dijo Jesús, no juzguéis y no seréis juzgados: y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. En consecuencia, como afirmó el Papa Francisco, “¿quién soy yo para juzgar a un gay?”

La compresencia de los dos Papas, Benedicto y Francisco, no plantea la cuestión de la doble verdad, sino que ofrece la verdad y su encarnación, la verdad abstracta y su sentido humano, la teoría y la práctica, el dogma y el hombre, el logos y el amor. El Papa Ratzinger representa bien la teología dogmática, el Papa Francisco representa bien la teología pastoral. Benedicto representa la razón pura, Francisco representa la razón impura. Aquel mantiene la partitura que este ejecuta: Ratzinger señala como su compatriota Merkel la ortodoxia ideal o puritana, Bergoglio señala como su compatriota Draghi la praxis o práxica, la práctica real o adaptada.

La filosofía hermenéutica actual, que es una especie de lengua franca del pensamiento contemporáneo, distingue entre la teoría abstracta y su práctica concreta, entre la idea y su apalabramento o articulación lingüística, entre el texto y su lectura o interpretación, entre un ideario y su aplicación existencial, entre una partitura y su ejecución. Pues bien, en la Iglesia Benedicto representa la salvaguarda del depósito de la fe, mientras que Francisco distribuye ese depósito de la fe franciscana y jesuíticamente, a través de una aplicación humana y no inhumana, afectiva y no desafectiva, compasiva y no descompasiva, cálida y no fría. Ello significa ser humano y no hacer el ángel, so pena de acabar como el ángel caído.
No se trata por tanto de deconstruir la Iglesia, y mucho menos de destruirla, se trata de reconstruirla en un movimiento doble. El primer movimiento es de apertura a la modernidad, el movimiento concomitante es de reapertura del trasfondo evangélico originario. Al fundar/fundir estos dos movimientos, el Papa Francisco está propugnando una modernidad interior, una modernidad con alma y corazón, y no desalmada o descorazonada. Se trata de un doble movimiento de progresión y regresión, de progreregresión, capaz de postular una auténtica Intramodernidad, tanto frente a la modernidad capitalista y abstractoide como frente a la posmodernidad relativista y difuminada.

El Papa Francisco ha abandonado el viejo lenguaje absolutista y hierático, pero sin recaer en ningún relativismo, asumiendo lo que podemos llamar un relacionismo abierto, un ecumenismo religioso y cultural, un catolicismo realmente universal o, mejor dicho, unidiversal. Se oye desde el Vaticano hasta la periferia una nueva música ya no en modo sostenido sino bemol o afectivo, ya no en tono mayor patriarcal sino en tono menor fratriarcal, ya no en clave de sol sino en clave de luna: pues como ha recordado el Papa Francisco, la Iglesia es la luna que debe reflejar el sol que es Dios (Cristo), pero no es Dios.

Alguien aducirá que este camino de apertura ha sido ya recorrido convenientemente por nuestros hermanos protestantes, y no le falta razón pero sí un poco de sentido. Pues se trata de dos tradiciones diferentes, dos contextos distintos, dos ámbitos diferenciados. Que sin embargo necesitan encontrarse cristianamente y abrirse al mundo, un mundo global y local, rico y pobre, que necesita la religión abierta para ser solidario, que necesita la religión para poder religarse, que precisa sentido existencial para no recaer en el nihilismo, y que precisa trascendencia para no encerrarse en su inhumana clausura inmanente.
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