Demasiada "paja pa'l burro" en los sermones.

Con blando e inalterado desparpajo y elevada "autoridad" doctrinal, "altos jerarcas" de la Iglesia, léase cardenales u obispos "por ahí" perdidos, largan las mayores tonterías filosóficas, políticas e incluso teologales cuando, micrófono en ristre y pantalla de ambón protectora, tienen delante un auditorio predispuesto y silente. No digamos si a ello se prestan radios, televisiones o medios digitales.
No debe dar miedo el decirlo cuando así parece: sandeces, banalidades, trivialidades, las más de las veces tópicos y lugares comunes, citas y autocitas, bombo con parche flácido en la orquesta de los medios de difusión...
Cuando tratan de conjugar credos, verdad y ciencia; inmutabilidad, creacionismo y evolución; integración de lo humano en lo divino; técnicas, destrezas y ritos; filosofía frente a opinión y fe; principios morales frente a ética humana o decisiones políticas... se hacen un verdadero lío que asperjan con citas y más citas del libro eterno dentro de un lenguaje seborreico y arcano.
Despojar de hábitos, solideos, mitras, báculos, hisopos e inciensos, colorines y refajos... las palabras, hace que éstas muestren el paupérrimo brillo, como de ceniza de siglos, con que se tiñen.
Ante esta perla homilética oída por uno hace bien poco
...la verdadera arrogancia es querer ocupar el puesto de Dios y querer determinar quiénes somos, qué hacemos, qué queremos hacer de nosotros y del mundo...
habrá que rebatir y sostener que sólo el hombre piensa y sólo él ha de ser capaz de determinar los límites de su pensamiento.
La mayor parte del contenido homilético debiera recibir el aire del desaire. ¡Cuán difícil es sostener la atención a su hilo discursivo, sea verbal o escrito! La mente desiste y la atención dormita. El mismo párroco me lo dijo: "Lo que no seas capaz de decir en diez minutos, déjalo". Estaría por decir que en menos tiempo.
Por gracia para ellos y también cierto desdoro de nuestra capacidad intelectual el auditorio suele prestar "oídos de mercader " a los sermones de los jerarcas católicos.
Bueno sería, para no embotar la mente ante la palabra, --siempre humana y siempre digna de atención--, no perder el hilo del discurso, escucharles, oírles, atenderles y rebatirles.
Nada sucede si aplicamos el ejercicio de la crítica a lo que desde la cátedra dominical profieren:
Este concepto me parece una necedad, ¿lo es?
Lo que está diciendo ahora, ¿tiene visos de verdad?
¿Me están engatusando con sensiblerías?
¿Esto tiene que ver algo con la fe o con la chabacanería?
Otro ejercicio saludable es aplicar la capacidad innata de análisis psicológico y deducir de la entonación, del acento, del tono de voz, del "modus loquendi", si el que habla se cree lo que está diciendo o "trabaja de oficio".
Que... ¿por qué digo todo esto? Porque yo sí presto oídos a lo que dicen, más que nada por prurito de encontradizo. Es más, conservo "por ahí" hojas con apuntes tomados de homilías dominicales.¡Cuánta vulgaridad! ¡Cuánta paja! Pensarán que es buena para burros, pero la mayor parte de los fieles asistentes, me consta, tienen estudios superiores.