Dogales de medio pelo.

Medios poderosos, numerosos, varios, variados, elevados, rastreros, científicos, filosóficos, mistéricos, soteriológicos, materiales, espirituales...
¡De cuántas cosas dispone la “multinacional del rezo” para hacerse oir y para enganchar a los desprevenidos! Y sin embargo, cuánto esfuerzo para, a la postre, ver cómo el redil ovejero muta en democráticos podencos, que las más de las veces caen en servilismos lúdico-socio-políticos. Pero la vida es así.
Los ya algo mayores recordamos una sibilina manera de llenar las iglesias, quizá de presuponer piedad en el pueblo: por la leche en polvo y el queso, cuando en los años 50 la ayuda americana la distribuían las iglesias... ¡Eso sí, sólo a los que acudían a misa!
El que disentía, el perverso y degenerado ateo que no acudía a la Misa Dominical, renegaba de tales prácticas y tales sobornos, pero su rencor acrecía por dentro por no rebajarse a participar de tan suculento --y magro-- festín...
Los pueblos siempre han buscado la manera de huir de la religión mientras la religión buscaba atar en corto el dogal. A muchos les hablaban de cuentos in illo tempore, pero sabían que eran cuentos. A los fieles “en peligro” les precavían de esos mismos peligros, aunque en su fuero interno se daban cuenta de que el porvenir era suyo...
Hay un determinado grupo de fieles, hoy, a quienes encandilan con abalorios, no distintos ni mayores que las cuentas de cristal que intercambiaban con los indígenes:
la incorporación a tareas banales e inocuas, hacerles sentirse protagonistas de algo, oficiar de monaguillos, ser lectores de la Epístola o de las preces, cantar en el coro parroquial, encender las velas, repartir hojas, hacer la colecta, llevar los ciriales, pasar la urna del Corazón de Jesús en el pueblo, limpiar a la Virgen, tener la llave de la iglesia, organizar a los cristianos de base, distruir las sillas...
Ése es el reclamo y la ligadura con que atan a algunos fieles a las prácticas sacras. Los proyectos mayores quedaron arrumbados definitivamente: en el espacio europeo ya no hay enemigos a quienes rajar las entrañas. Porque siempre el enemigo común aúna las huestes del Reino.