Guillermo de Ockham: a pesar de todo, pensaba.

Ha sido uno de mis filósofos, junto con Baruk Spinoza, que he descubierto en estos últimos años, quizá por mi predisposición a saber más sobre su vida que sobre sus tratados. En los numerosos cursos de Filosofía que uno “ha padecido” no se prestaba tanta atención a su devenir vital cuanto a sus aportaciones dogmáticas. Y aquello del nominalismo, voluntarismo, contingentismo, los universales… pues, a decir verdad, nos resultaba un poco abstruso y lejano.
Sin embargo leer, como ahora hago, este librito de 256 páginas, Sobre el gobierno tiránico del Papa. Ed. Tecnos, situándolo en su contexto vital, cobra mayor relevancia. Con relación a su enfrentamiento con el papado corrupto de su tiempo y que lo condenó por hereje, reproduzco este pasaje:
«...se ha de afirmar que de la potestad regular y ordinaria concedida y prometida a San Pedro y a cada uno de sus sucesores por las palabras de Cristo ya citadas se han de exceptuar los derechos legítimos de emperadores, reyes y demás fieles e infieles que de ninguna manera se oponen a las buenas costumbres, al honor de Dios y a la observancia de la ley evangélica... ...Tales derechos existieron antes de la institución explícita de la ley evangélica y pudieron usarse lícitamente. De forma que el papa no puede en modo alguno alterarlos o disminuirlos de manera regular y ordinaria, sin causa y sin culpa, apoyado en el poder que le fue concedido inmediatamente por Cristo. Y si en la práctica el Papa intenta algo contra ellos [se refiere a los derechos de los emperadores y reyes], es inmediatamente nulo de derecho. Y si en tal caso dicta sentencia, sería nula por el mismo derecho divino como dada por un juez no propio» Pág. 60.
Filósofo y teólogo medieval cuyas deducciones todavía tienen vigencia, pero que en su tiempo pudieron costarle caro. Murió en Munich en 1349, dicen que por la peste negra. Quizá también embargado por la desesperación y el miedo.
Franciscano, con lo que eso quería decir en los inicios de tal Orden: idealista de la pobreza frente a tiempos de relajación papal, entonces de turismo por Avignon; enfrentado a uno de los papas más corruptos de la historia, Juan XXII (1324).
De Ockham conocemos su legado filosófico, sin embargo fue un hombre de principios y de arrestos: acusado de herejía y amenazado de excomunión consiguió la protección del Emperador y fue él, a su vez, quien acusó al mismísimo Papa de hereje. Ahí es nada para los tiempos que corrían.
Tuvo interés por las estrellas aunque la necedad de la Iglesia más o menos se lo prohibiera (de las que sabía menos de lo que hoy puede saber un niño de Primaria). Una curiosidad derivada de sus elucubraciones: Todo efecto que Dios causa por la mediación de una causa secundaria puede producirlo inmediatamente por sí mismo. O lo que es lo mismo, y hoy día sabemos que es así, puede que las estrellas ya no existan, pero nosotros seguimos viendo su luz.
Y deduciendo más, podemos aventurar el final de nuestra galaxia, conociendo como conocemos su velocidad de expansión y su final cierto. Y deducimos también que para este final no se necesita apelar a deidades extrínsecas que así lo decidan.
Más o menos –es a lo que venimos aquí--, lo que ha venido en llamarse “la navaja de Ockham” o el principio de economía: No se deben multiplicar los entes sin necesidad. ¿Para qué suponer causas y cosas innecesarias cuando las explicaciones están a mano? En palabras suyas: “Todo lo que se explica usando algo distinto del acto del entendimiento, puede explicarse sin usar tal cosas distinta”. ¿Para qué deducir un dios providencia cuando los fenómenos naturales tienen explicación natural?
En este punto Ockham ya estaba condenado. Porque deduciendo todavía más de sus palabras, esa primera causa a la que acudía la filosofía de su tiempo ¡necesitará a su vez una causa! ¿Por qué pararse en el invento de un dios sin causa? Es difícil o imposible probar frente a los filósofos que no puede haber un regreso infinito en la serie de causas de la misma especie, o que una pueda existir sin la otra. Más claro... agua. Sí, esa filosofía llegaba a un diseñador, a un creador, pero la objeción es clara: ¿quién diseñó al diseñador o creó al creador? ¿El? Afirmación gratuita.
En este momento la fe se pone a dar saltos en el vacío: Credo quia absurdum (Tertuliano). Se acabó la disertación. Fuera la razón. El mismo Ockham dio marcha atrás: la existencia de dios sólo se puede “demostrar” por la fe. Genial cuando lo que el hombre tiene como exclusivo es su razón.
A partir de esta afirmación, todo invento es posible. Y de hecho así ha sido: se ha llegado a inventar hasta la infalibilidad de un hombre; la inmaculada concepción; la transustanciación; la presencia real... Pues vale. Hasta el mismo Guillermo se hubiera llevado las manos a la cabeza por haber dado ese salto en el vacío. Él también.