Sigue siendo el mes de los muertos (1/2)

Escribo esto no tanto porque sea sea el mes de los difuntos sino como recuerdo y homenaje a nuestra amiga TERESA MORÁN, gran persona, con una clarividencia envidiable sobre las cosas de la vida, siempre risueña, con enfermedad doloras al final de sus días, pero con una alegre resignación ante lo que, inexcusable, veía venir. Se durmió plácidamente y no despertó. ¡Queda tanto de ella en nuestras vidas! Así te despido: 

Teresa que ya te has ido / como fruta consumida / que madura y desprendida / en el suelo te has caído... [y sigue mi poema a ella dedicado]

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Fieles Difuntos, 2 de noviembre, visita obligada al cementerio. Después, a dejar que el difunto descanse otro año más en la tumba de su retirado y terrenal olvido. Éste es el hecho consuetudinario del que se hacen eco hasta los noticieros televisivos.

¿Qué piensan los “deudos”, cristianos ellos, al visitar a sus difuntos? ¿Es seguro que estarán pensando que resucitarán, que se reencarnarán? ¿O se trata de una visita rutinaria sin caer en la cuenta de que existe una esperanza de supervivencia tras la muerte? Lo más probable es que se limiten a renovar recuerdos. Pues para eso tengo la foto de mis padres ahí.

Nuestra sociedad adopta posturas encontradas: frente a muertes violentas o muertes esperadas de famosos que la TV convierte en espectáculo, está la cotidiana ocultación de la muerte natural en hospitales, la relegación del duelo al ámbito escapista del tanatorio y la evasión mental ante la muerte...

Philippe Ariès hablaba de “muerte prohibida» o «muerte invertida». Max Scheler en 1923 decía:

«El tipo del hombre moderno no hace gran caso de la supervivencia, fundamentalmente porque niega en el fondo el núcleo y la esencia de la muerte».

Hoy aquella frase de Séneca --«Piensa constantemente en la muerte para no temerla» -- parece no tener sentido alguno. En tiempos pasados la muerte era algo "natural", la tasa de mortalidad infantil era altísima, las guerras y las pestes eran escabechina continuada y quién más quién menos todas las familias tenían en su haber difuntos jóvenes. Hoy sólo los viejos se rodean de muertos.

¿Y las religiones?

La muerte para las religiones es algo presente, necesario, importante y "ritualizable". Por su sentido trascendente ni se evaden de ella ni la ocultan: la aprovechan. Tanto las religiones de Oriente como de Occidente afirman que existe en nosotros algo que se continúa, subsecuente al proceso temporal y que la muerte es necesaria como medio de existencia de la vida. Para las religiones no es aceptable ni la conversión de la muerte en tabú –nuestra cultura occidental—ni la despreocupación de Epicuro ante ella:

“La muerte nada debiera ser para nosotros, porque cuando nosotros somos, la muerte no está presente y, cuando la muerte está presente, entonces ya no somos nosotros”.

Se olvida Epicuro de que la muerte sí está ahí, porque el hombre es casi todo futuro.

Las formas de transcendencia concebidas por las distintas religiones no son idénticas, sino muy variadas e incluso en ocasiones opuestas entre sí. Esas contradicciones le sirven al intelectual para rechazarlas todas o considerarlas bajo un punto de vista puramente etnológico o biológico. ¿Pero qué piensan los creyentes, cada uno con el criterio y el punto de vista de su fe respectiva?

Dado que nuestro entorno cultural es cristiano, asumimos su punto de vista. Para nuestra imposición cultural:

  1. La noción cristiana de resurrección no es compatible con las antiguas concepciones propias de las religiones telúricas, actualizadas en movimientos sincretistas como la New Age, según las cuales el hombre supera la muerte análogamente a como la naturaleza se regenera a sí misma de manera cíclica.
  2. Tampoco es compatible con la inexorable, misteriosa y universal ley del karma (causa y efecto) que determina la sucesión de distintas reencarnaciones de las que el hombre debe liberarse con el fin de alcanzar, en el caso del Hinduismo, a Brahma (lo Absoluto) o, en el caso del Budismo, el Nirvana (estado inefable del que sólo se sabe negativamente que supone la extinción total del deseo y del dolor, y del que sólo puede hablar positivamente el que ha pasado por él).

Ley universal, dicen, pero que anula en parte la actual responsabilidad del hombre en el desarrollo y la transformación de la realidad. En una y otra tradición religiosa, el cuerpo no pasa de ser una carcasa mudable en cada reencarnación destinada a su desaparición tras la muerte física.

3. Tampoco lo es, a pesar de muchos puntos en común con la tradición musulmana: para el Corán, según interpretación literalista, la resurrección en el Día del Juicio Final es esencialmente física, en este mundo y en un Paraíso para los justos lleno de placeres sensuales. Cierto es que este concepto grosero ha sido superado por otro más rico y polivalente, el de la mística sufí, que busca la unión del alma inmortal con Dios.

4.  Otra perspectiva la tenemos en esas experiencias próximas a la muerte que tanto impacto han tenido en los últimos años: quienes han pasado por un “muerte clínica” hablan de salida del propio cuerpo, visión de una luz al final de un túnel, encuentro con seres queridos fallecidos o incluso con seres espirituales... experiencias que no son de ahora, ya atestiguadas en la antigüedad en textos tan fascinantes, entre otros, como El Libro Tibetano de los Muertos (siglo VIII d. C.).

En ello algunos pseudocientíficos ven la prueba empírica de la vida después de la muerte. Una perla, la del jesuita Medard Kehl:

«En la medida en que estas experiencias inducen (...) a confiar más profundamente en que Dios está presente también en la muerte (...) y a amar a Dios y al prójimo de una forma menos egoísta, la teología está obligada a ver en ellas un signo que el mismo Dios nos obsequia de su lealtad».

5. Ni deducciones pretendidamente serias ni banalizaciones como las de Elisabeth Kübler-Ross, prestigiosa doctora y tanatóloga, que ve la muerte como un simple y bello tránsito transformador. No todos los moribundos mueren sosegadamente ni tienen las experiencias anteriores, sino que, para la mayoría, la muerte es un trance angustioso cuando no doloroso, por lo que supone de quiebra total. Añádanse las muertes causadas por el horror de la violencia, la injusticia y la miseria.

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