El tierno rostro del Niño Jesús

Por EMÉRITOAGUSTO.

Hace unos días se ha editado en RD una homilía o catequesis del Papa con el título de “La ternura del rostro de Dios”. La reseña me da pie para mi especulación de hoy.

Existen múltiples y muy diversas imágenes de Dios. Desde niños (y aún hoy día ocurre) nos hemos ido haciendo nuestra propia idea de él, lógicamente condicionados, sobre todo, por lo que íbamos escuchando a nuestros padres, más bien a nuestra madre.

¡¡Quién no se embelesó con aquel imaginario tierno rostro del “Jesusito de mi vida”!! Posteriormente, catequistas y maestros fueron abriendo nuestra imaginación a otros rostros de Dios, ya no tan “tiernos” ni fascinantes.

Ahora bien, el evangelio de Juan nos recuerda de manera rotunda una firme convicción que engarza con toda la tradición bíblica: «A Dios no lo ha visto nadie jamás». Según esta categórica afirmación, ¡¡qué ilusos los creyentes al intentar ponerle rostro a Dios!!

Como el título de la homilía de BXVI se encuadra en la navidad, yo aprovecho la coyuntura y me ciño al rostro de Jesús. Sobre todo, a la vista de las estampitas que se editan de “niños jesuses” rechonchos, de tiernos ojos azules, de dulce carita primorosa, de rubio pelo rizado y de apacible sonrisa almibarada.

Expongo una añeja curiosidad mía. ¿Qué aspecto tenía Jesús? ¿Cómo era su rostro, sus ojos, su piel, su estatura? ¿Estamos seguros de que lucía barba?

¡Qué lástima que los evangelios no nos hayan legado una descripción de su figura! ¿Será que lo consideraban tan “dios” que se olvidaron de que era “hombre”? Hoy día ningún biógrafo omitiría tales datos.

El rostro de Jesús ha sido siempre un “misterio”, como tantas cosas de él. Por eso, desde los inicios de la iconografía se ha intentado acomodarle un rostro. Pintores, escultores, literatos, cineastas, artistas plásticos de todos los tiempos se han implicado en ponerle a Jesús la cara más acorde con el momento que pintan o plasman: un semblante, a veces, majestuoso y solemne; otras, resplandeciente y luminoso; no pocas, lánguido y sufriente. Y así tenemos tantos rostros de Jesús como manifestaciones de artistas.

Existe en Roma un documento con la descripción del rostro de Jesús realizado según parece por un testigo presencial de la época. Lo describe así:
“Es un hombre de estatura alta y hermosa y de semblante muy venerable, tal que el que le mira puede amarle y temerle. Los cabellos son de color castaña muy madura, lisos hasta las orejas; más abajo son brillantes, rizados y flotan alrededor de sus espaldas. En medio de la cabeza tiene una partición de sus cabellos, según la moda de Nazaret. Su frente, nariz y boca son de tal modo formadas que nada puede tacharse. Su barba un poco poblada, de color parecido a sus cabellos, no muy larga, pero rizada; su aspecto inocente y serio, sus ojos grises, claros y vivos.”


Hace unos años, un circunspecto cardenal italiano, no sé si artista o no, dogmatizaba:
“Jesús producía fascinación por su prestancia y su encanto. Los ojos de Jesús debían de ser realmente encantadores, penetrantes y casi magnéticos, y quien los había visto nunca los olvidaba.”


El purpurado italiano apoya su tesis de este “Jesús primoroso” en el piropo de aquella sencilla mujer que exclamó: “¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te amamantaron!”. Versión aramea de nuestra popular, castiza y nada irrespetuosa exclamación: “¡Que viva la madre que te parió y la leche que te han dao!”


En el presente, también se ha intentado plasmar el verdadero rostro de Jesús. Rescato de las hemerotecas:
“El pasado 28 de marzo de 2001, todos los medios de comunicación se hacía eco de la noticia: el trabajo llevado a cabo por varios científicos británicos para el canal de televisión BBC desvelaba el aspecto del posible rostro de Cristo. Según declararon los propios científicos, el rostro ha sido reconstruido partiendo de las características físicas del cráneo de un judío encontrado en un cementerio israelí datado en el siglo I d.C.”


¿Resultado? La foto que acompaña este párrafo.

Pues mira tú que ahora (el experimento es de hace un par de años) la ciencia (¿?) dice haber dado con el auténtico rostro del Jesús preadolescente usando modernas técnicas forenses e informáticas, a partir del rejuvenecimiento de la cara impresa en la Sábana Santa de Turín.

“No se trata de ciencia-ficción, sino de la primera reconstrucción con parámetros estrictamente científicos. Hemos realizado un trabajo riguroso partiendo de la Sindone. Aún teniendo en cuenta que los datos a nuestra disposición son limitados, puedo afirmar que hemos realizado una óptima hipótesis”,

afirma orgulloso el director del Departamento de la Policía Científica italiana.


El resultado:

“un Jesús de 12 años de cara angelical, cabellos rubios, nariz pronunciada, boca delicada y piel clara. Un chavalín delgado de poco más de 1,50 metros y de unos 50 kilos.”

Un querubín de ojos beatíficos que desprenden bondad y sabiduría. ¡No podía ser menos!

El sistema utilizado por la policía científica es el usado para localizar a los delincuentes importantes (¿?) que desde hace años están en paradero desconocido y para encontrar a las personas desaparecidas desde hace años y cuyos rasgos han cambiado a lo largo del tiempo.

Pienso yo que, por muchos experimentos que se engendren (¡de engendro!), jamás se logrará obtener el rostro de Jesús, y menos, con adjetivo incluido, por muy tierno que se le quiera hacer y por mucha inventiva que se le eche a la imaginación.

Hablando de imaginación, se me ocurre, a modo de juego pues no puede ser de otra manera, ensayar ponerle rostro a Jesús. Así los que piensan que no existió históricamente, por lo menos intenten ver a un HOMBRE real.

¿No sería más auténtico adaptar al Jesús de los 12 años el rostro de unos niños de carne y hueso? Así como si se tratara de la Lotería del Niño: Jesús a los doce años podría ser, ¿son?, los niños de Brasil, los nacidos contagiados del sida, los que mueren de hambre y por depauperación en tantas partes del planeta, los niños soldados, los que han desaparecido recientemente con los tsunamis o en pateras?...

Ese es el Jesús humano a los doce años, el que sufre y todos vemos, pero no miramos. El rostro de Jesús es el del gitano, el del niño que no va a la escuela, el del inmigrante, el del drogadicto, el del que no tiene hogar, el del que nos da pena… Ese es Jesús a los doce años, que llega al “templo” y se encara con los sabihondos. El que habla con sinceridad y sin mentiras. El que de adulto se identificará no con los jerarcas ni los piadosos cumplidores de leyes, sino con los hambrientos, los sedientos, los marginados...

¿Dónde queda, Santo Padre Benedicto, la sentimental ternura del rostro de Dios ante estos niños de carne y hueso?
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