ESPAÑA VACÍA: SE CIERRA LA ÚLTIMA PANADERÍA

En las esferas de la España vacía, o vaciada, proliferan multitud de noticias, todas ellas dramáticas, con excepción de las generadas por alguna que otra “Casa Rural”, o valle, en el que todavía florezcan los cerezos, o cerros desde los que se contemplen indescriptibles puestas del sol o se contemplen cómo se mecen en el aire, con solemnidad, y ojo avizor, ciertas aves rapaces avecindadas en la Península Ibérica.

Los pueblos -nuestros pueblos- desaparecen, o están abocados a ello y a su réquiem, posicionados como los primeros en tan tristes listados geográficos y administrativos. Exactamente lo mismo acontece con las parroquias, santuarios y ermitas, de las que tan solo, y sagradamente se conservan los recuerdos infantiles de las procesiones, romerías, y los nombres dulceros de algunos “frutos” que cocinaban nuestras abuelas en determinadas fiestas patronales…

Con la desaparición de los pueblos, se echan para siempre al pozo del olvido tradiciones, recuerdos, culturas, sabores, olores, nombres, sobrenombres y apodos, cantares, amores, desamores y amoríos …que configuraron por los siglos de los siglos,  manuales de sociología, de filosofía,  de historia y de teologías populares,  con los que de verdad enseñaron a vivir y a convivir “como Dios manda” y no como lo ordenan e imponen los medios de comunicación al dictado de los “Grandes Almacenes”, los Boletines Oficiales de las Comunidades Autónomas y hasta las mismas hojas diocesanas o parroquiales.

Y de entre los más emocionantes recuerdos de los que conservan sus ecos, sus últimos o penúltimos pobladores,  antes de su despedida a la ciudad, están y perduran el toque de las campanas de la parroquia,, el mugido de las vacas, el rebuzno del asno, los cantos de los pájaros, el grito del vendedor ambulante, el centellear del mazo del herrero sobre el yunque, y el tono del pregón del oficial del ayuntamiento informando acerca de alguna noticia producida por la Corporación Municipal o por el señor alcalde o alcaldesa en persona…

A mí concretamente me ha llegado al alma que la última panadería que existía en mi pueblo, de las seis que llegó a contar en sus días de gloria, se habían visto obligada a echar el cerrojo, destruido su horno, y convertida su artesa en abrevadero para las gallinas y el cerdo, perdurables compañeros domésticos…

Cerrar la única panadería que quedaba en el pueblo es y significa para sus habitantes y para la historia de la comarca o mancomunidad, algo tremendamente serio y definitivo. Verse obligados a comprar el pan en otros pueblos y saberse y sentirse dependiente de la furgoneta que lo reparte por las calles, o a la que hay que acceder ubicada en la plaza, equivale a firmar el” requiescat in pacem” con impasibilidad, lágrimas y terneza. Los pueblos son -eran- lo que eran los panes que elaboraban sus profesionales y artesanos de toda la vida y por tradición familiar.

Los pueblos sabían a pan. A su pan. Era su alimento. “Pan con pan, comida de pobres” ; ”Con su pan se lo coma”; “Más largo que un día sin pan”, “pan y quesillo”, “ser pan comido”, “el pan nuestro de cada día”, “pan candeal”, “nacer con un pan debajo del brazo”; “negarle a alguien el pan y la sal”; “P an de Dios”; ”más bueno que el pan…”,  son, entre tantas, expresiones y comportamientos de vida,  otras tantas lecciones de teología y catequesis rural y convivencial,  convergentes en la construcción y mantenimiento de la convivencia familiar y social que atesoran los pueblos, en mucha y mayor proporción que las mismas ciudades, en las que el pan es suplido por muchas de las chucherías de procedencia y composición alimenticias que refieren las etiqueta ”oficiales”.

Un pueblo sin pan propio, elaborado en el mismo por sus artesanos de toda la vida, constituye hasta un riesgo para la celebración de la Eucaristía, aún a pesar de que las “sagradas formas” sigan siendo tratadas por las Religiosas de Clausura, sin descartar que, al igual que todo o casi todo lo que se consume en España, llegue a proceder de la mismísima China, con su correspondiente “santo y seña “de fabricación.

Es de esperar que el réquiem por la España vacía no sea “in aeternum” -para siempre- y que algún día, las panaderías se abran de nuevo en los pueblos haciendo que sus habitantes vuelvan a saborear el olor a pan recién hecho y horneado. Asimismo, es de esperar que, sin que los pueblos sean otra vez “pueblos-conventos”, las campanas ejerzan su ministerio sagrado de potavocía religiosa, dejando en libertad a las cigüeñas a, y a sus cigoñinos, a proseguir con sus salmos de crótalos, sin abandonar sus peregrinaciones temporales a París, o a Marruecos, para portear nuevos niños que nutran los libros de inscripciones municipales y también los parroquiales.

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