Invernía vocacional sin precedentes en España El Papa no quiere 'manzanas podridas' en el clero de la Iglesia católica
(José Manuel Vidal).- La Iglesia española sufre una 'invernía' vocacional sin precedentes. Las 'fábricas de curas' o han cerrado o funcionan bajo mínimos. Desde los años 80, veinte seminarios han echado el cierre en España y otros tantos están a punto de hacerlo. La crisis es de tal calado que la propia Conferencia Episcopal reconoce que la Iglesia no es capaz de asegurar "el relevo generacional" de sus cuadros dirigentes. Se cumple a rajatabla, especialmente en nuestro país, aquellas palabras de Cristo de que "la mies es mucha pero los obreros pocos".
De hecho, una de los principales motivos por los que Juan Pablo II montó las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) fue para echar las redes. Para atraer a los jóvenes e invitarlos a seguir a Cristo. Y cuentan también los organizadores de las JMJ que son una buena cantera de futuros sacerdotes. Ya se habla en la Iglesia de los "curas de las JMJ", los que decidieron hacerse curas tras asistir a una o a varias de estas macroconcentraciones de la fe. Especialmente en los países latinoamericanos.
El número total de seminaristas que actualmente forjan su vocación en España asciende a 2.519 (1.227 en seminarios mayores integrados por jóvenes con 18 años o más y 1.292 en seminarios menores), lo que supone un descenso del 3,2% respecto al curso 2009-2010, cuando había 2.602 (1.337 en seminarios mayores y 1.265 en seminarios menores). Con respecto a hace cinco años, el descenso es del 24,3%. En 2006-2007, el número de seminaristas era de 3.326. Y la media de edad de los curas españoles supera los 67 años.
Es decir, no hay relevo generacional. En España, los caladeros parecen vacíos y los jóvenes dan la espalda a la vocación sacerdotal. Ni los estrechos márgenes del mercado laboral, el paro y la crisis les sugieren el deseo de hacerse curas. Ser un elegido y un intermediario entre Dios y los hombres no satisfacen ni calman las ansias de la juventud de nuestro tiempo.
La secularización y un ambiente hostil hacia la misión de la Iglesia son las principales causas de la crisis vocacional. El sacerdocio es hoy una profesión poco rentable y escasamente atractiva, entre otras cosas por la falta de prestigio que tiene la Iglesia y porque la persona del cura es presentada como un sujeto de sospecha por sus comportamientos perversos. Antes, el sacerdote gozaba de prestigio y autoridad moral. Hoy, el joven que se siente llamado por Dios y decide ser fiel a esa llamada ha de asumir ser tratado como un elemento sexualmente sospechoso.
Consciente de todo ello, el Papa Ratzinger aprovechó su homilía para lanzar una especie de 'SOS vocacional' en una homilía-curso teológico dirigido a los seminaristas que abarrotaban la catedral de la Almudena y los aledaños. Una homilía alegre y triste a la vez. Alegre porque el Papa comprueba, al ver la catedral llena de aspirantes al sacerdocio, que "Cristo sigue llamando" y que su llamada encuentra eco en la respuesta de los que se preparan a ser "prolongadores de Cristo".
Porque el cura es de Cristo y es para el pueblo, para la gente, para ser "compañeros de viaje y servidores de los hombres". Para poder ser "otros Cristos" y configurarse con Él. En definitiva, ser santos.
Y aquí vino la parte triste de la homilía papal, en la que hacía referencia a las "manzanas podridas del clero" por la pederastia. De ahí que les dijese a los seminaristas, alto y claro: "Debemos ser santos, para no crear una contradicción entre el signo que somos y la realidad que queremos significar". No ser signos de contradicción y no escandalizar a los más pequeños.
Por eso, el Papa no quiere curas a cualquier precio y se lo dice a los seminaristas: "Avanzad hacia el sacerdocio sólo si estáis firmemente persuadidos de que Dios os llama a ser sus ministros y plenamente decididos a ejercerlo obedeciendo las disposiciones de la Iglesia".
Para ser curas se necesita, pues, escuchar la llamada de Dios y aceptar las condiciones que pone la Iglesia. Entre ellas, el "celibato por el Reino de los Cielos, el desprendimiento de los bienes de la tierra, la austeridad de vida y la obediencia sincera y sin disimulo".
Sólo así se puede afrontar la misión sacerdotal "sin complejos ni mediocridad, antes bien como una bella forma de realizar la vida humana en gratitud y en servicio". Aunque aún así, no es fácil ser cura hoy. Y el Papa se lo advierte a sus seminaristas: "No os dejéis intimidar por un entorno en el que se pretende excluir a Dios". Porque, "puede que os menosprecien, como suele hacerse con quienes evocan metas más altas o desenmascaran los ídolos ante los que hoy muchos se postran".
Y es que, como decía el seminarista que le dio la bienvenida al Papa en nombre de sus compañeros: "No resulta fácil ser testigo de cristo. Nos cuesta llegar a nuestros hermanos". Una vocación dura, casi heroica, pero que vale la pena. Siempre que sean santos. Porque así los quiere Dios y así los quiere el Papa Ratzinger.