Legionarios de Cristo.

Es una cifra espectacular en estos días de sequía vocacional. Y que ciertamente permite decir aquello de que los muertos que algunos mataban gozan de espléndida salud. Creo que se puede asegurar que la gravísima crisis que amenazó tan seriamente a la nueva congregación se ha superado totalmente. Es hoy, tras aquello tan lamentable, una institución floreciente, pujante y de la que bien podemos augurar que prestará buenos servicios a la Iglesia.
Que la Santa Sede le haya hecho modificar algún extremo de sus constituciones, de escasa importancia, creo que no tiene relevancia alguna. Muchos institutos han visto que Roma corregía puntos de los estatutos que se enviaban para su aprobación. En algunos casos hasta el mismo nombre de la congregación.
Yo apenas he tenido contactos con los Legionarios. En una ocasión se portaron cochinamente con una hija mía profesora en su Universidad. Aunque también he de decir que posteriormente procuraron atenuar la cochinada. Y a la larga le hicieron un gran favor al prescindir de ella.
Conozco también, y tengo con ellos buena amistad, a dos seglares que me dicen están vinculados de algún modo a los Legionarios. Me lo han dicho otros pues jamás entre nosotros hemos tocado ese tema. Me parecen dos católicos ejemplares en todos los conceptos. Como hubiera mil así el catolicismo español sería otro y mucho mejor.
Y esa es toda mi relación con esa gente. Creo que sólo una vez en mi vida hablé con uno de sus sacerdotes. No creo que más de cinco minutos y no recuerdo de que. Me parece recordar que era mejicano y me produjo tan escasa impresión que ni me acuerdo de su nombre. ¿Torres quizá?
Nadie puede pensar, por tanto, que determinadas vinculaciones me mueven a la propaganda. Como he dicho los antecedentes son más bien contrarios. El tristísimo suceso antes aludido y el comportamiento con mi hija no son para desatar simpatías.
Pero cuarenta y ocho ordenaciones de golpe son una auténtica pasada. Y un motivo de gran alegría para la Iglesia. Y por tanto para mí.