Menos lobos, Caperucita.

Ya no nos creemos nada. Son muchísimos años de mentiras y exageraciones. Aquí o se retratan o los faroles se apagan antes de encenderse. Porque la luz no existe.
Dos Rodríguez, uno de los cuales responde al nombre hasta hoy para mí desconocido de Eubilio, un Dompablo y tres que son perejil de todas las salsas: Lois, Forcano y Barberá. Faltan setenta y cuatro. O si contamos a los de Entrevías, setenta y uno. Pues, o nos dicen quienes son o yo no me lo creo.
Y, de esos seis, Lois es un cura compostelano que no sé si se habrá incardinado en Madrid o si está sólo en "comisión de servicio" y Forcano es un exreligioso que creo que la diócesis que le ha acogido benévola es la brasileña prelatura de Sâo Félix.
Pues más bien poquitos. El resto suena a camelo. Aunque me creo que con los seis que han dado la cara hasta el momento pueden estar unos cuantos curas secularizados y casados. Esos que firman todo y cuya firma no vale nada. O casi nada. Igual que la de Don Austrogisilo Gómez, tendero de Ultramarinos o Doña Crescencia Pérez, ama de casa.
Un notable grupo de obispos ha pedido a Benedicto XVI para la torre de esta cigüeña, o para la cigüeña de esta torre, la Cruz Pro Ecclesia et Pontifice. Pero que yo lo diga así, sin más precisiones, comprendo que algunos no se lo crean.
Hay que dar los nombres. Y me es muy grato darlos. Porque de bien nacido es ser agradecido. Han firmado gozosos esa petición al Santo Padre los obispos Uriarte, Echarren, Soler, Martínez (Barcelona), Yanes, Díaz Merchán, Felipe Fernández, Cirarda, Iniesta, Larrauri, Azagra, Carrera, Asurmendi, Sánchez, Torija, Setién, Algora, Vilaplana, Martí Alanis, Julián López, Milián, Montero, Guix y Rodríguez Magro. Encabezados todos por el obispo de Bilbao y presidente de la Conferencia Episcopal Don Ricardo Blázquez. Me consta que cuatro o cinco más están desconsolados porque cuando llegó su firma ya se había enviado la petición a Roma.
Cierto que hay mucho emérito y que eso resta algo de fuerza al escrito. Pero eso es lo que hay. Yo sólo puedo agradecerles su afecto. Y el que se hayan atrevido a dar la cara por mí. No como esos curas de los que sólo nos dicen que son ochenta y que nadie se lo cree.