“Contemplar a Dios en los árboles”

Me resultó llamativo el título de este libro, escrito por el dominico Julián de Cos y publicado en una editorial alemana. Comienza diciendo: “hay que reconocer que éste es un libro poco corriente; habla de espiritualidad, pero en él abundan descripciones y datos sobre árboles, por eso puede resultar algo chocante” Quizás porque antes de entrar en la Orden de Predicadores era ingeniero forestal, el autor se fija en los árboles. De tanto contemplarlos ha vislumbrado en ellos algo más profundo de lo que aparece.Hay en el fondo una convicción que me atrevo a llamar, siguiendo al gran maestro P. Chenu, “creación continuada” o Presencia de Dios dando vida y aliento a todo. Es lo que manifiesta como plenitud del proceso creador la Encarnación.

Aunque apenas sugeridos el libro se inspira en unos marcos teológicos fundamentales:

“El trasfondo religioso de la naturaleza”. “Dios es creador de todo y a todo da continuamente su existencia, por ello se muestra continuamente a través de todo”. Podríamos ampliar esto leyendo a Juan de la Cruz destaca cuando cómo el mirar de Dios es amar; y ese amor es fuente de vida:”miró Dios todas las cosas que había hecho y eran mucho buenas; el mirarlas muchos buenas era hacerlas mucho buenas en el Verbo, su Hijo”. Por eso en el mismo “Cántico Espiritual” celebra: “mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura y yéndolos mirando con sola su figura, vestidos los dejó de su hermosura”.

“Espiritualidad ecológica”. Evocando la espiritualidad franciscana: “confraternización con la naturaleza”. Es “la vía ecologista que busca contemplar a Dios por medio de la defensa de la amada naturaleza”. En el Cántico de las criaturas el “Poverello de Asís” respira esta espiritualidad que abraza esa Presencia de amor en todo.

“Contemplando físicamente a los árboles, podemos contemplar espiritualmente a su Creador”; “el conocimiento de los árboles nos mueve a amarles y sobre todo a conocer y amar a su Creador”. Hay una contemplación de ojos cerrados en esa intimidad con Dios que, según Juan de la Cruz, se revela “del alma en el más profundo centro”. Y hay otra contemplación de ojos abiertos que taladra la superficie de las cosas y de los acontecimientos, gustando la presencia de Dios en todas las cosas y en todos los acontecimientos. Así lo viene a decir el libro: “todos los bosques esconden un secreto; cuando nos adentramos en su interior, nos parece penetrar en el misterio de la vida, en lo más profundo de la creación- Dios es un misterio apenas podemos conocerlo superficialmente y pocos han llegado a atisbar espiritualmente su interior; lo mismo pasa en cierto modo con los bosques”.

Algunas pinceladas más que describir sugieren. El hijo pródigo “al contemplar la generosidad de los algarrobos se convirtió en una nueva persona, maduró” “Un pueblo asentado al lado de un bosque tiene la vida asegurada, la sombra de los árboles es fresca y agradable”. El justo “será como un árbol plantado al borde de la acequia: da su fruto en la sazón, no se marchitan sus hojas, y cuanto emprende tiene buen fin”.
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