"Los 'religiosos' terminales condenamos, excomulgamos, prohibimos; Jesús acoge" Quedaron la miseria humana y la misericordia del Señor

Jesús y la adúltera
Jesús y la adúltera

"Jesús no comunica doctrina, dogmas, ni tan siquiera el catecismo. Jesús comunica una buena noticia: que eso significa evangelio"

"La lapidación como el pelotón de fusilamiento, como la misma guerra son una forma de asesinato colectivo, ¿anónimo? Nadie es responsable, si bien todos somos responsables"

"El pecador, que somos nosotros, no es un reo para Dios, sino que siempre somos sus hijos. El veredicto de Dios no es la condenación, sino la salvación"

"Lo que puede cambiar al ser humano y la convivencia humana no es la ley, sino la misericordia y la bondad"

  1. Jesús enseña al pueblo.

    Comienza el magnífico texto evangélico de hoy diciendo que Jesús baja del monte de los Olivos al Templo para enseñar a la gente, para comunicar el evangelio.

Jesús no comunica doctrina, dogmas, ni tan siquiera el catecismo. Jesús comunica una buena noticia: que eso significa evangelio.

Y la buena noticia es Jesús mismo: Él es la buena noticia. (El Evangelio es anterior a los evangelios que se redactarán con el paso del tiempo (en vida de Jesús no se escribió una línea).

Jesús mismo es el evangelio, la buena noticia para nosotros. El Evangelio “no es un libro”, es una persona, JesuCristo.

MUJER

  1. Una mujer en adulterio.

    Le presentan a Jesús una mujer sorprendida en adulterio. Pero a aquellos fariseos en realidad no les importa mucho esta mujer, sino a quien quieren pillar es a Jesús. El imputado más que la mujer, es Jesús.

Según la ley de Moisés esta mujer debía ser o apedreada o estrangulada. Tú ¿qué dices?. La mujer es una excusa para ver si Cristo se enfrenta a la ley, a la religión y al orden establecido. Los fariseos quieren hallar un motivo para pillar a Jesús. De hecho, este capítulo 8 de Juan termina con la voluntad del Templo y de los fariseos de dilapidar a Jesús: Los judíos tomaron piedras para tirárselas a Jesús, (Jn 8, 59).

La lapidación era una ejecución de la que “nadie” era responsable –como los fusilamientos-.

La lapidación como el pelotón de fusilamiento, como la misma guerra son una forma de asesinato colectivo, ¿anónimo? Nadie es responsable, si bien todos somos responsables.

Lapidación

  1. La mujer estaba, pues condenada.

    Aquella mujer estaba, pues, condenada

Pero Jesús piensa y actúa de otra manera.

Donde los “religiosos” oficiales ven pecado, delito, injusticia, suciedad, o donde ven morbosidad y programas “rosas” de tv, Jesús, y el Dios de Jesús, ven sufrimiento: la mujer adúltera, la samaritana, la hemorroísa, Magdalena, hijo pródigo, etc. son seres sufrientes.

Los “religiosos” terminales condenamos, excomulgamos, prohibimos; Jesús acoge.

Jesús debía haber condenado a aquella mujer. Sin embargo, la actitud, la respuesta de Jesús no es la esperable en un canonista o eclesiástico. Un “buen” canonista, condena. Jesús no condena: Yo no te condeno.

El Señor no condena.

 Jesús no dice que aquella mujer, ni el ladrón, ni Magdalena, ni Zaqueo, ni el hijo pródigo hayan hecho bien, simplemente dice que Él, Jesús, no condena. Yo no condeno. Y es que Cristo no ha venido para juzgar, y menos a condenar a nadie:

Jn 12,47: porque no he venido a condenar al mundo, sino a salvar al mundo.

Estamos muy habituados a pensar que el pecador merece condena y condenación. Eso es lo normal y lo legal. JesuCristo –el Dios de JesuCristo- no trata al pecador a pedradas y condenaciones, sino que, cuando JesuCristo se encuentra con el pecador, lo primero es no condenar y luego, al mismo tiempo,  perdonar. Jesús mira al pecador misericordiosamente.

Jesús y la adúltera

El pecador, que somos nosotros, no es un reo para Dios, sino que siempre somos sus hijos. El veredicto de Dios no es la condenación, sino la salvación.

El fariseo, el religioso siempre tiende a condena al pecador, JesuCristo sin embargo, perdona al pecador y él, JesuCristo, carga con la condena del pecado y es elevado a la cruz con esa carga de culpa y pecado.

El juicio de Dios no es condena para el ser humano, sino salvación

  1. Jesús, inclinándose, escribía en tierra.

Es un gesto enigmático del que se han dado mil explicaciones en la historia acerca de él.

Posiblemente significa que Jesús se inclina sobre la debilidad humana, sobre el barro humano, no escribe ya en la dureza de las piedras de la ley del Sinaí, sino que Cristo es más humano, mira la tierra, el barro, la debilidad humana y en nuestra debilidad de barro Jesús escribe la sentencia: Yo no condeno, perdono.

Tal vez está evocando el profeta:

Ezequiel 11,19 Quitaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne.

La ley no es asunto de Jesús. Jesús mira siempre la persona por encima de la ley. Posiblemente -en nuestro lenguaje- “Jesús fue un ilegal”:

Se acerca a los leprosos, propone como modelo de comportamiento a aquel que deja de ir a la Iglesia para atender al que encuentra en la calle medio muerto (buen samaritano), vuelca las mesas del templo, es un comedor y bebedor, cura en sábado, trata con publicanos y prostitutas. Y, lo que “es peor”, su actitud es la poner por encima de la ley y de todo al ser humano.

Lo que puede cambiar al ser humano y la convivencia humana no es la ley, sino la misericordia y la bondad.

La adúltera del Evangelio

  1. Cosas de dos que las paga una.

El adulterio es cosa de dos. La escena evangélica manifiesta también otro aspecto: Jesús no acepta el diferente trato dado por la Ley judía a la mujer y al hombre. La mujer no tenía la misma dignidad que el varón ante la ley. Jesús acoge a las mujeres mostrándoles el amor comprensivo del Padre. En aquella sociedad machista se humilla y se condena a la mujer. Al reprimir el delito, se castiga con dureza a una parte de la sociedad, la más débil. Jesús no soporta esta hipocresía social construida por los varones.

También nuestra sociedad y la misma Iglesia, debe caminar hacia un mayor respeto hacia la mujer y a su toma de responsabilidades en todos los ámbitos.

La hipocresía a veces no tiene fin.

  1. El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.

Seguramente que hoy ocurriría lo mismo. También nosotros nos tendríamos que marchar comenzando por los más viejos. También en nuestra personalidad hay zonas de adulterio, de hijos pródigos, de “magdalenas”, de “zaqueos”… que nos harían marchar de la “sala del juicio” de aquella mujer…

Se quedaron solos Jesús y la mujer. Se quedan la miseria y la misericordia.

Siempre que se encuentra el ser humano con Dios ocurre lo mismo: se encuentran la miseria y la misericordia.

Podría servir para un rato de oración las miradas de Jesús a la samaritana, a Magdalena, al Hijo pródigo, a Zaqueo, al joven rico, a la mujer adúltera, a María al pie de la cruz, al Discípulo Amado

Jesus y la adúltera

Acusar, denunciar, delatar, condenar a los demás no es una actitud muy cristiana precisamente, ni tan siquiera humana. Lo cristiano y lo humano va más por la discreción, el silencio, por el no ser un chismoso, no airear cuestiones, defectos, pecados. El cristianismo es el perdón y la misericordia

Algo de todo eso es el pudor: saber declinar discretamente la mirada y la palabra ante un pecado, ante una situación oscura, turbia, ante una enfermedad, etc.

Por otra parte, ¿Qué sabemos nosotros de la vida, del recorrido y sufrimientos de una persona, de una familia? ¿Quiénes somos para hablar, ni juzgar a nadie? Harto tenemos con mirarnos a nosotros mismos y pedir perdón por “lo nuestro”.

  1. La Iglesia y la misericordia.

La Iglesia, más bien la jerarquía, no tiene comportamientos muy cristianos, puesto que echa mano de la condena, del castigo, de la excomunión, la suspensión “a divinis”, de prohibir la palabra, la docencia, de retener pecados, etc.

Una Iglesia de misericordia es creíble. No sé si la Iglesia llegará a ser sinodal, bastaría con que fuese buena y misericordiosa.

Se nos ha ido la mano condenando, culpabilizando, echando en cara, descalificando a los separados y divorciados, quitando libros de las librerías y prohibiéndolos en las aulas, etc.

Papa de la misericordia

La misericordia es un valor esencialmente cristiano. No condenemos a nadie.

Si salimos de la Eucaristía de hoy con la conciencia en paz de Dios y de que Cristo tampoco nos condena a nosotros, habremos comenzado a ser cristianos.

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