Apuntes de quien fue obispo por casi 40 años en la Amazonía colombiana, fallecido el pasado 20 de marzo Monseñor Belarmino Correa y los Paradigmas de la Misión entre los Indígenas

Monseñor Belarmino Correa Yépez
Monseñor Belarmino Correa Yépez

“Debemos hablarle más a Dios de la gente, que a la gente de Dios

“La constante del misionero en el día de hoy es vivir a la carrera

Antes del Concilio Vaticano II, “los hemos tratado siempre como menores, como sujetos de cambio, desconociendo sus valores, desconociendo su cultura, imponiendo una cultura religiosa"

"La Iglesia a veces se presenta más como colonizadora que como evangelizadora. Delante de ellos hemos trasladado nuestra cultura, religión, cosmovisión"

Como Iglesia es necesario superar un tiempo en que “los de la Iglesia trabajamos como amos”, para pasar a “trabajar como servidores”

Indígenas colombianos
El pasado 20 de marzo fallecía Monseñor Belarmino Correa Yépez, misionero Javeriano de Yarumal y primer Vicario Apostólico de San José de Guaviare, Colombia. Tras su muerte él era definido por su compañero de congregación, el padre Melquisedec Sánchez, como “un tejedor de utopías, amigo del indio y del campesino, guerrero invencible contra los opresores del monte y del gobierno”.

Recientemente, Monseñor Joselito Carreño, también Javeriano de Yarumal, y obispo del Vicariato Apostólico de Inírida, compartía un texto de Monseñor Correa Yépez, en el que el obispo fallecido reflexionaba sobre “Los Paradigmas de la Misión entre los Indígenas”. Sus palabras suponen un buen apunte para quienes quieren ser misioneros en medio de los pueblos originarios, que nunca podemos olvidar tienen una visión de la vida completamente diferente de aquella que desde la sociedad occidental se ha querido imponer como pensamiento dominante.

El obispo comenzaba haciendo una afirmación categórica, “la constante del misionero en el día de hoy es vivir a la carrera”, algo que está presente en la sociedad y que también se ha instalado en la vida eclesial, pero que el momento actual, determinado por lo que nos impone un virus, nos está llevando a replantearnos. Por eso, Monseñor Belarmino continuaba diciendo que “debemos trabajar siempre movidos por el Espíritu Santo, de lo contrario nuestra vida, trabajo y misión será un fracaso”. Él se inspiraba en las palabras del Evangelio de San Mateo, de donde deducía que la misión “es ir a predicar el Reino de Dios, promover la conversión, descubrir que el Reino de Dios está entre nosotros”.

Partiendo de la experiencia y la forma de hacer misión de Jesús, él decía que su objetivo era “formar sus discípulos para que le reemplazáramos”, definiendo a Jesús como alguien que no sólo vivía de palabras, sino de obras, teniendo siempre presente en su corazón la misericordia. En ese sentido, el obispo afirmaba que “Jesús fundó su Iglesia, no como una institución proselitista, o una ONG, ni para fines filantrópicos. Su finalidad es llevar al hombre a la experiencia de fe”. Desde esa perspectiva, siguiendo al evangelista Juan, afirmaba que “debemos hablarle más a Dios de la gente, que a la gente de Dios”, lo que se puede entender como un esfuerzo, en aquel que es misionero, en escuchar.

Comunidad Indígena

Monseñor Correa Yépez hacía en su escrito un análisis histórico del trabajo misionero con las comunidades indígenas, diciendo que antes del Concilio Vaticano II, “los hemos tratado siempre como menores, como sujetos de cambio, desconociendo sus valores, desconociendo su cultura, imponiendo una cultura religiosa, mejor dicho, superponiendo una cultura religiosa a la cultura de ellos, desconociendo su cosmovisión, desconociendo sus leyes, sus espacios, su tiempo”. Esa perspectiva comenzó a cambiar, según el obispo, en 1968, momento en que la Iglesia comenzó a defender que “al indígena se le debe querer como son, reconocer que viven en un proceso de emergencia”.

En lo que se refiere a Colombia, Monseñor Belarmino mostraba que son 81 etnias, el 2% de la población, dueños del 30% del territorio nacional, diseminados en 29 departamentos. Tradicionalmente marginados, siempre “luchando por vivir lejos de los otros, reconociendo que no tienen los medios de subsistencia que tienen los demás pueblos”. Él todavía iba más allá, denunciando que “fueron atropellados con una legislación inhumana, en la cual se les consideraba como menores de edad, incapaces de tomar decisiones. Esclavizados por los pueblos conquistadores, masacrados por no aceptar las condiciones del poderoso”.

Esas afirmaciones cobran mayor relevancia venidas de alguien que fue obispo en la Amazonía colombiana durante casi 40 años, de 1967 a 1989 en el Vicariato Apostólico de Mitu, y de 1989 a 2006 en el Vicariato de San José del Guaviare, que pasó a ser diócesis en 1999. Por eso, debe ser escuchada con atención su propuesta, en la que descubrimos muchos de los nuevos caminos que se están queriendo asumir con el Sínodo para la Amazonía. El nuevo modo de hacer misión entre los indígenas debe tener como base, afirmaba el obispo, una nueva manera de mirarles, descubriendo que “son un pueblo con una sabiduría ancestral”, y ser conscientes de que “peligra su propia existencia”.

Diócesis de San José del Guaviare

El obispo reconocía la influencia que la Iglesia entre los pueblos indígenas, pero denunciaba que “la Iglesia a veces se presenta más como colonizadora que como evangelizadora. Delante de ellos hemos trasladado nuestra cultura, religión, cosmovisión”. Entre las pérdidas que se están dando entre los pueblos indígenas está el haber dejado de ser comunidad de fe, inclusive una verdadera comunidad humana. Eso se ve en “la aculturación de los jóvenes, los ha llevado a perder muchos valores culturales, y se vive un afán de parecerse a los blancos”, según Monseñor Correa Yépez.

Como Iglesia es necesario superar un tiempo en que “los de la Iglesia trabajamos como amos”, para pasar a “trabajar como servidores”. Después de narrar algunas realidades que viven los indígenas en la Amazonía colombiana, él analizaba la reacción de la Iglesia ante la situación indígena, partiendo de la idea de que “la Iglesia ha estado muy preocupada con el trabajo en las comunidades indígenas”, relatando los pasos que fueron siendo dados desde 1968, donde en una reunión en Melgar, Cundinamarca, “se pidió que todos los agentes de pastoral que trabajan con indígenas, tengan unos conocimientos claros de antropología”. Periódicamente se fueron realizando encuentros que ayudaron a la Iglesia a entender mejor la realidad.

Son necesarios algunos compromisos para el trabajo con las comunidades indígenas, según Monseñor Belarmino. Entre ellos enumeraba, crecer en un conocimiento crítico de la vida de las comunidades indígenas; una inculturación del Evangelio en la cultura indígena; acompañar el proceso de una reflexión teológica con las comunidades indígenas; dar razón de su fe, de su esperanza, conocer con mayor claridad su cosmovisión: la forma de ver la fe, Dios, el hombre y el mundo; promover sus valores culturales; despertar las vocaciones propias, para que sean artífices de su propio crecimiento en la fe y desarrollo humano y comunitario.

Indígenas en la Amazonía colombiana

También definía su forma de ver la pastoral indígena, señalando que “hoy vemos muchos bautizados, en las comunidades indígenas, sin una buena evangelización, que los haya llevado, a una buena conversión”. Desde ahí denunciaba que “los lideres religiosos en estas comunidades, son hechos a nuestra imagen y semejanza”, y al mismo tiempo que “la presencia de la misión en los territorios indígenas ha sido una presencia con resultados discutibles”, lo que no le impedía reconocer “una presencia generosa, sacrificada y permanente de nuestros misioneros”.

El trabajo que se lleva a cabo es “un sostenimiento religioso y celebración de la fe, a través de los sacerdotes, catequistas, con una mayor formación antropológica y más especializada para esta pastoral”. En ese sentido, se lleva a cabo “una acción permanente, de parte de los misioneros, en la defensa de los derechos humanos, y se maneja con mayor responsabilidad toda la estructura necesaria para un buen trabajo pastoral”.

Ante esta realidad, Monseñor Correa Yépez planteaba una serie de retos, que tenían como punto de partida la revisión del estilo de trabajo en las comunidades indígenas, a la luz de los documentos emanados en la Iglesia; definir bien el perfil del misionero apto para el trabajo con las comunidades indígenas, sea hombre, mujer o los mismos indígenas; buscar y encontrar, siguiendo lo que dice Aparecida, espacios de comunión con la cultura; que el misionero no sea transeúnte, que tenga la firme convicción de quedarse o encarnarse en la cultura; que entre al corazón de la cultura, con el aprendizaje de la lengua y sea capaz de trasmitir el mensaje, con simplicidad y amor; que inicie su trabajo con el conocimiento de las realidades indígenas, y después de asimilarlas inicie una buena evangelización; que el misionero quiera de verdad al indígena, para poder hacer de ellos verdaderos discípulos de Jesús; que maneje el dialogo intercultural, aprenda a entender las críticas, la independencia de los pueblos y de los individuos; que acompañe a los indígenas en todos los procesos de desarrollo, en la defensa de sus tierras, en los proyectos necesarios y útiles para la comunidad.

Indígenas en el Sínodo para la Amazonía

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