Señor tu me sondeas y me conoces

“Señor, tú me sondeas y me conoces:
Me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares;
no ha llegado la palabra a mi lengua,
y ya la sabes toda.
Me estrechas detrás y delante,
me cubres con tu palma.
Tanto saber me sobrepasa es sublime no lo abarco”.
Salmo 138.


He aquí un salmo que nos invita a penetrar en nuestro interior. El salmista medita la omnisciencia de Dios. Y ante su sabiduría, queda anonadado. Nada de lo que realiza puede ser escondido ante la mirada penetrante del Señor. En cierto modo se siente como entre la espada y la pared: “Me estrechas detrás y delante”. No tiene escapatoria, Dios sabe todo lo que hace aún lo más recóndito. Pero al mismo tiempo se siente protegido por la mano amorosa del Creador. “Me cubres con tu palma”. Así en los caminos de la vida podrá andar seguro porque él esta ahí, él conoce, él sabe.

Pasa luego el salmista a considerar la etapa asombrosa del inicio de su existencia humana. El saber de Dios se extiende al el primer momento de su concepción:

“Tu has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
Cuando, en lo oculto, me iba formando,
y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mis acciones,
se escribían todas en tu libro”.


“Dios es el gran tejedor de nuestro organismo, el gran obrero en el misterio de la maternidad”.(Alonso Schökel)

En las últimas estrofas del salmo. Nos percatamos de que este hombre tiene serias dificultades:

“Dios mío, ¡si matases al malvado,
si se apartasen de mí los asesinos
que hablan de ti pérfidamente
Y se rebelan contra ti!
Señor, sondéame y conoce mi corazón,
mira si mi camino se desvía,
guíame por el camino eterno”.


El autor es un hombre perseguido por un malvado, desea que éstos desaparezcan de la faz de la tierra pero ante esta reacción pide al justo Juez que examine su corazón y que le guíe por el buen camino. Con estas mismas palabras del salmo podemos hablar nosotros con Dios en nuestros momentos de admiración ante el recién nacido, cuando nos sentimos envueltos por su presencia, en momentos que sentimos que tenemos quien nos mal quiere, cuando vemos que Dios es despreciado y cuando nos ponemos delante del Señor en momentos de recogimiento para que sea él quien juzgue nuestros sentimientos y nos guíe por camino seguro. Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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