Muéveme, mi Dios, Muéveme.

En un mismo discurso, el realizado a través de video conferencia con los peregrinos al santuario de Guadalupe en México el pasado 16 de noviembre, el Papa Francisco hizo estas dos afirmaciones bien conocidas ya, y reiteradas en otros momentos de su pontificado: "hay que salir de la propia comunidad y atreverse a llegar a las periferias existenciales que necesitan sentir la cercanía de Dios", que "no abandona a nadie y siempre muestra su ternura y su misericordia inagotables". Y también más adelante dijo que "la actitud del verdadero pastor no es la del príncipe o la del mero funcionario atento principalmente a lo disciplinario, a lo reglamentario".


Non solum sed etiam.

No sé si es que soy excesivamente crítico o “que me las encuentro todas” que diría el otro. Pero desde hace tiempo tengo la sensación, con muchas personas que se encuentran al frente de entidades eclesiásticas, que lo de “salir” no ya a las periferias, ni siquiera del despacho, de la sede, de la parroquia, del local, del corralillo,… no va con ellos. Que muy afablemente te trasladan un “ya sabes dónde me tienen” o “que vengan cuando quieran” o “espero recibir de quienes deseen …”

Hace unos años me comentaba José Antonio Pagola, tras terminar su participación en el SOLASEAN organizado por la pastoral con jóvenes: “El problema hoy ya no es que se nos haya perdido una oveja y no salgamos a por ella, (que ya es triste). Hoy el problema es que en el redil solo nos queda “una” y fuera tenemos a las 99. Por eso hace tiempo que he dejado de aceptar invitaciones para retiros para la oveja, ejercicios para la oveja, charlas, … para la oveja (del redil). Lo que me apetece es ir a la gente alejada de la Iglesia (¿los de la periferia podríamos decir?).

Y es que en esta dichosa Iglesia nuestra es muy difícil que la gente se mueva, que vaya al encuentro del otro. Tenemos unos magníficos planes para la acogida. Ya! Pero, y ¿si no vienen? ¿Seguimos esperando? ¿No habrá que ir a su encuentro? ¿Salirles al paso?

Nos lamentamos de los templos vacios, de gente y de contenido en algunas ocasiones. Pongamos los templos al servicio de las personas, que sientan que la casa de Dios es su casa también, pero con imaginación y antes de que nos los ocupen por las bravas.

Nos lamentamos de la falta de vocaciones. Y qué ha sido de aquello que yo siempre oí a muchos sacerdotes: que ellos entraron al seminario porque el cura de su pueblo, parroquia, … les dijo, les invitó...
Nos resignamos, y justificamos como “mal endémico”, con la falta de compromiso de los jóvenes en proyectos sociales y de la Iglesia. ¿Seguro? Yo creo que el joven que sigue encontrando un motivo por el que mojarse, se implica hasta las cejas.

Convocamos a una participación de los fieles en algo y… de entrada recriminamos que si no participan luego no se anden quejando. Pero ni por asomo se nos ocurre comprobar si el mensaje ha llegado a los verdaderos destinatarios, si no se ha quedado interrumpida la comunicación por el camino, si pudiesen existir otros cauces para hacer llegar esa oferta de participación, e incluso si por un casual se podría llegar a los destinatarios de la periferia también.

No. Esperamos. Esperamos a que entren en los templos en los horarios de servicios; esperamos que Dios llame por su cuenta que para eso le llamamos “vocación”; esperamos a que nuevas generaciones les mole lo que proponemos y vengan a participar; y esperamos a que la Divina Providencia haya hecho su trabajo y se nos llene el despacho, la sede, la parroquia, el local o el corralillo.

No quiero terminar sin reconocer que hay un gran número de miembros de la Iglesia que sí se mueven, y que “el modelo Francisco” lo llevan practicando desde “siempre”. Pero la sensación de inmovilismo viene de personas que están en puestos significativos, y a ellos se les ve y se les nota más.
En cualquier caso no está de más decir:
¡Muévete, por Dios, muévete!
Muéveme, mi Dios, Muéveme.
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